Al terminar la última clase, a las cuatro de la tarde, madame L. se sintió satisfecha, el día había conseguido atraparla en su dinámica. Una muchacha de origen argelino había bailado para la clase una sevillana como ejemplo del mundo del poeta Federico García Lorca y había intuido que quizá por ahí se podría hacer algo con ellos; había visto en la atención de los muchachos la posibilidad de un futuro dentro de la escuela. A las puertas del instituto su amiga L. se acercó y le preguntó si sabía ya algo de las pruebas médicas que le habían hecho unos días antes. Madame L. sonrió e intentó evitar de este modo el gesto de preocupación y le respondió, Bueno, ya sabes, lo peor siempre es lo de menos y sin saber muy bien por qué había dicho esas palabras, se fue a su casa para preparar el equipaje y coger el tren de las seis.
Sólo durante el despegue el señor L. se puso nervioso -ya no sintió miedo-. Tenía asiento de ventanilla, junto al ala. Cuando se encontraba a 10.000 metros de altura escribió He olvidado el cargador del teléfono móvil. No me importa mucho. Apenas tengo batería. No me importa. Ya queda poco para aterrizar. Quisiera hacerlo todo con tranquilidad pero el corazón no para de palpitar con demasiada frecuencia. Descendemos. Ya casi estoy.
Madame L. le había dado al señor L. claras indicaciones de cómo llegar hasta el hotel donde ella había reservado una habitación para dos noches. Al llegar a Orly debía tomar un tren llamado Orlybal hasta la estación de Anthony y allí tomar el RER hasta la estación de Jardin de Luxembourg. Antes de iniciar el trayecto y tras haber cogido el equipaje el señor L. se tomó un café con leche y de repente sonrió.
Madame L. ya en el tren pensó, Ya debe de haber llegado. La noche había caído sobre Normandía. El tren iba lleno y tuvo que hacer un esfuerzo para no dejarse alterar por el continuo sonido de los teléfonos móviles y las conversaciones, en su mayoría fútiles, y aún por eso, que se veía obligada a escuchar. Tanta tontería a su alrededor le impedía concentrarse en la lectura o en la simple contemplación del paso de los kilómetros. Entonces sonó su propio móvil. Lo miró. Lo cogió a su pesar. El señor L. estaba paseando por el Luxembourg. Había encontrado el hotel sin dificultad. La esperaba en la habitación. Ella llegaría a la Gare de Saint-Lazare en una hora.
El señor L. vio el atardecer de París sentado en los jardines hasta que los guardias anunciaron con un silbato su cierre. Salió al Boulevard Saint-Michel y por la rue de Sufflot llegó hasta la rue Victor Cousin, junto a la Sorbona, al lado del Panteón de los Hombres Ilustres, allí donde André Malraux pronunció un discurso emocionado al héroe de la Resistencia francesa Jean Moulin. El señor L. subió a la pequeña habitación, se tumbó en la cama e intentó dormir un rato.
Sólo durante el despegue el señor L. se puso nervioso -ya no sintió miedo-. Tenía asiento de ventanilla, junto al ala. Cuando se encontraba a 10.000 metros de altura escribió He olvidado el cargador del teléfono móvil. No me importa mucho. Apenas tengo batería. No me importa. Ya queda poco para aterrizar. Quisiera hacerlo todo con tranquilidad pero el corazón no para de palpitar con demasiada frecuencia. Descendemos. Ya casi estoy.
Madame L. le había dado al señor L. claras indicaciones de cómo llegar hasta el hotel donde ella había reservado una habitación para dos noches. Al llegar a Orly debía tomar un tren llamado Orlybal hasta la estación de Anthony y allí tomar el RER hasta la estación de Jardin de Luxembourg. Antes de iniciar el trayecto y tras haber cogido el equipaje el señor L. se tomó un café con leche y de repente sonrió.
Madame L. ya en el tren pensó, Ya debe de haber llegado. La noche había caído sobre Normandía. El tren iba lleno y tuvo que hacer un esfuerzo para no dejarse alterar por el continuo sonido de los teléfonos móviles y las conversaciones, en su mayoría fútiles, y aún por eso, que se veía obligada a escuchar. Tanta tontería a su alrededor le impedía concentrarse en la lectura o en la simple contemplación del paso de los kilómetros. Entonces sonó su propio móvil. Lo miró. Lo cogió a su pesar. El señor L. estaba paseando por el Luxembourg. Había encontrado el hotel sin dificultad. La esperaba en la habitación. Ella llegaría a la Gare de Saint-Lazare en una hora.
El señor L. vio el atardecer de París sentado en los jardines hasta que los guardias anunciaron con un silbato su cierre. Salió al Boulevard Saint-Michel y por la rue de Sufflot llegó hasta la rue Victor Cousin, junto a la Sorbona, al lado del Panteón de los Hombres Ilustres, allí donde André Malraux pronunció un discurso emocionado al héroe de la Resistencia francesa Jean Moulin. El señor L. subió a la pequeña habitación, se tumbó en la cama e intentó dormir un rato.
Ventanas
Seriales
Archivo 2009
Escritos de Isaac Alexander
Fantasmagorías
¿De Isaac Alexander?
Meditación sobre las formas de interpretar
Libro de las soledades
Cuentecillos
Colección
Apuntes
Archivo 2008
La Solución
Aforismos
Haiku
Recuerdos
Reflexiones para antes de morir
Reflexiones que Olmo Z. le escribe a su mujer en plena crisis
Sobre las creencias
Olmo Dos Mil Veintidós
El mes de noviembre
Listas
Jardines en el bolsillo
Olmo Z. ¿2024?
Agosto 2013
Saturnales
Citas del mes de mayo
Reflexiones
Marea
Mosquita muerta
Sincerada
Sinonimias
Sobre la verdad
El Brillante
El viaje
No fabularé
El espejo
Desenlace
Perdido en la mudanza (lost in translation?)
La mujer de las areolas doradas
La Clerc
Velocidad de escape
Derivas
Carta a una desconocida
Asturias
Sobre la música
Biopolítica
Las manos
Tasador de bibliotecas
Ensayo sobre La Conspiración
Ciclos
Tríptico de los fantasmas
Archives
Últimas Entradas
Enlaces
© 2008, 2009, 2010, 2011, 2012, 2013, 2014, 2015, 2016, 2017, 2018, 2019, 2020, 2021, 2022, 2023 y 2024 de Fernando García-Loygorri, salvo las citas, que son propiedad de sus autores
Cuento
Tags : El viaje Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 02/11/2009 a las 20:23 | {0}