Aunque yo estuviera hoy en el Japón escuchando una composición de Kosaku Yamada, no podría olvidarme de que tu ausencia me acerca a la muerte cada vez que la siento.
No sé por qué extraño motivo también la muerte ha estado presente esta noche en un sueño en el que mi amante se desdoblaba y mientras follábamos en la postura del perro, su torso estaba frente a mí, apoyado en la pared y sonreían sus labios mientras su mirada era fría como un pueblo de mierda un enero en la Hungría postsoviética. Fango y muerte. Sexo y gozo. Lluvia y noche. Una farola a lo lejos. Un muro. Una nave de una longitud extraordinaria. Gente abotargada.
Ya no hablaré. Porque no se puede. Yo estaría hablando horas, de verdad, no me cansaría de hablar, de razonar -todo hablar es un razonar- sobre tu ausencia; no me cansaría de intentar describir, incluso con cierto regodeo, el dolor que siento, un dolor tan íntimo, un dolor tan inclemente... sólo que ya no hablaré porque a nadie se le puede pedir ser interlocutor de semejante devastación, porque los oídos son las entradas sonoras de la pena y porque un alma con cierta sensibilidad no podría hacer sordos sus oídos e inevitablemente languidecería. No, no se puede hablar de estos dolores. Hay que masticarlos a solas y con los ojos abiertos. Sólo podría entablar un diálogo con père Goriot, sólo con él si pudiera, una tarde de otoño en la rue Saint-André des Arts, sentados uno frente al otro en un pequeño cafetín y sorbiendo lentamente unos vasos de absinthe, si pudiera -decía- desprenderse de su discreción burguesa y -gracias a los efluvios de la bebida- abrirse al terror de su desamor.
El viento agita la mosquitera. El perro duerme encima del sofá. Las montañas verdean aún. Ayer la casa quedó limpia. Fue, el de ayer, un día duro. Quise tanto hablar contigo. Me paralizó las ganas. El viento agita las penas. El perro es mi dulce compañero. Las montañas son la magia de la muerte. El polvo no arrastra nada. Es el de hoy un agitarse, como juncos en la rivera del río por donde el mistral pasa sin saberlo, sentimientos de crueldad y ternura porque recuerdo tus ojos de niña y no sé cómo miran tus ojos ahora, porque mis manos recorren las letras que mi cerebro les dicta pero reprimen el grito que quisieran gritar, porque la noche ha sido incómoda, porque el peligro está abajo latente, porque suena una vieja melodía japonesa, ¡ah, sí, si yo estuviera en Japón y escuchara una composición de Kosaku Yamada...!
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Ensayo poético
Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 25/07/2023 a las 11:55 | {0}