El silencio del lago. La línea quebrada de las montañas al fondo. Los pasos sobre la tierra (entre la maleza parecen escucharse los movimientos de una alimaña). La entrada cuesta abajo hacia el embarcadero que no es más que una pasarela de tablas de madera de barco. El lago aún azul. Al fondo una mesa. En ella se sientan. Pensaron juntos surcar el lago en piragua. Comentaron días antes la disonancia en ese espacio entre la belleza de la terraza (con su balaustrada de piedra sobre un fondo de juncales) y la construcción militar de la presa (puro hormigón, viaducto espantoso) que le otorga una realidad completa, un simulacro de fisicidad entre la realidad y el deseo. El murmullo de las honradas personas que se sientan en las mesas contiguas. La estela que un ánade añade a la belleza de las aguas quietas. Atardece. Dos cervezas. Sobre sus mentes (o dentro de ellas) una soledad completa que se altera en estos finales de día, junto al lago, donde inauguran ritos. El lago. La dama. El monstruo. Los mitos. Ya casi no necesitan hablar. Saben que llegará el momento en que tan sólo estando juntos todo será dicho y beberán poco a poco y mirarán lo mismo. Cae la noche y la luna se debate entre las nubes. Un trío de músicos se une a la naturaleza. Los parroquianos comen pequeñas porciones de arte culinario. Es bella una de las camareras comenta uno y el otro sin dejar de mirar las aguas ya oscuras del lago sonríe. Un poco de salmorejo. Un sushi con wasabi. Una brocheta de langostino. Una croqueta. Una pequeña hamburguesa con tomate cherry y pasas. Un arroz negro. Un poco de paella. Un dulce. La música junto al lago. Las velas en las mesas junto al lago. Los dos amigos junto al lago en sus soledades, acompañándose. La camarera bonita, única vestida de negro, que se acerca a ellos y habla con él. Y él es tímido. Ha caído, por completo, la noche. El lago se ha hecho invisible sin luz. Las nubes han vencido a la luna. Los músicos, con cierta languidez, se esfuerzan en ser brasileiros y tras el primer pase se toman un descanso. Los dos amigos hablan de literatura. De los antiguos escritores. Ambos lo son. Bueno no, uno es poeta (que es categoría aparte en el arte de escribir). El que es escritor agradece un halago del poeta. Deciden marcharse cuando sin haberlas sentido han caído la primeras gotas -que serán las últimas- de una lluvia mínima. El lago duerme. La camarera de negro trajina en la cocina. El dueño del establecimiento es suave, casi calma. El poeta ayuda al escritor en la empinada cuesta (que ahora es hacia arriba). El embarcadero también se ha hecho oscuro como presagio de amor... el lago... el lago.
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Narrativa
Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 04/06/2012 a las 17:57 | {1}