Capítulo 7. La conversación (2)
Soy un puto descreído. Ni siquiera podría decir de mí que sea un escéptico. O un agnóstico. O un ateo (de hecho los ateos creen fervientemente en no creer). La aparición de una pava en la página de contactos que usaba el nick Constance37 y poco después la llamada de Olmo, lo achaqué a la jodida casualidad. Lo quise achacar a la jodida puta casualidad. Así es que me levanté del sofá, me metí en el baño y me puse presentable (no lo he dicho antes: desde que Gema se separó de mí; desde que perdí a los niños y no vivía en una urbanización pija, rodeado de pijos con jardines pijos y ropas pijas, me había abandonado bastante. De hecho mi padre, hacía un mes más o menos, me vio en el estudio de arquitectura con las ropas arrugadas, sin duchar, y me dio un toque más o menos serio) para que Olmo no se sintiera aún más deprimido de lo que debía estar. Mientras me duchaba tomé la decisión de levantar el ánimo aunque fuera sólo esa noche por el que fue mi mejor amigo y quizá también por el hombre que me había empujado a esta situación -lo digo porque fue tras su boda con Constance cuando Gemma se...se... se fue-; me sentí bien mientras me duchaba y cuando me estaba afeitando y me vi reflejado en el espejo, casi me emocioné conmigo, por lo buen tipo que era. Me servía un vino cuando suena el telefonillo.
- ¿Olmo?
- El mismo.
Le abro el portal. Respiro hondo. Doy un trago. Enciendo un cigarrillo. Suena el timbre de la puerta. Abro.
- ¿Qué pasa, men? -Olmo sonríe y pasa-. Vaya casa, tío. Menuda mierda ¿no? ¿Cómo es que vives en esta pocilga?
- Siéntate y ponte cómodo.
- Eso pensaba hacer.
Olmo se sienta y se me queda mirando.
- ¿No me vas a ofrecer nada?
- ¿Un vino?
- ¿De tetrabrik?
- Casi.
Le sirvo un vaso. Nos mantenemos callados durante un tiempo que a mí me parece interminable.
- Sentí mucho la muerte de Constance y Paolo.
- Es la vida. ¿Una rayita?
- Lo siento, hace tiempo que no...
- Schssst.
Olmo saca cuatro papelas de un gramo y un bolsita con un polvo blanco...
- MDMA. ¿Por cuál empezamos?
- Por lo clásico.
Olmo coge una de las papelas. La abre con cuidado. Hace un par de buenos lonchones. Los esnifamos. La cocaína por mi garganta me recuerda tiempos felices. La sensación de adormecimiento en los palatales me hace estremecer.
- Es buena.
- De primera.
- Me alegra mucho que me hayas llamado.
- Quería disculparme contigo. He sido un gilipollas.
- No te entiendo.
Me paso la lengua por los labios. Olmo también. Bebe el vino.
- De ahora en adelante agua. Trae una jarra, anda.
Voy a por la jarra. Limpio un par de vasos del fregadero. Vuelvo. Olmo ha abierto el MDMA.
- Mójate la punta del índice...
- Todavía no se me ha olvidado cómo se hace.
Nos metemos una buena cantidad. Olmo me mira. Sonríe.
- Quise creérmelo. Sencillamente. Quise creérmelo, joder. Desde que la vi en la playa. Era como una puta película. Era Julia Roberts sólo que en vez de ser la Novia de América, Constance era la Novia de la Barceloneta. No te jode. No sé por qué quería cambiar de vida. Ser normal. Dejar de ser un...
- Un ¿qué?
- Un descerebrado, un hijo de puta, un golfo, un cabrón, no sé, ¿qué puta palabra uso?
- ¿Ya puedes decir puta?
- ¡Abrázame, abrázame tío!
Nos abrazamos. Olmo me aprieta. Siento que el amor que nos teníamos vuelve a oleadas tan inmensas como las que se están produciendo en mi coco con la coca y el éxtasis. Me aparto.
- Bueno, vale ya de mariconadas.
- ¿Sabes cuándo me di cuenta de que todo era mentira? ¿De que yo era como tú, un pedazo de hijo de puta que no tiene en la cabeza otra cosa que arrancarle las bragas a una tía y clavársela hasta que ruegue por su coño e implore a la virgen santísima que esa bestia que está encima de ella acabe ya? ¿Sabes cuándo?
- ...
- Cuando Constance se quedó preñada.
Miro a Olmo. Se sirve agua. Su pierna derecha percute contra el suelo y escucho perfectamente el ritmo que produce. La luz tiene una aureola en todo semejante a la santidad. Me digo, Lo sabía. Sabía que esto iba a pasar. Cómo pude dudar.
- Estuve mil veces a punto de llamarte. Pero me daba vergüenza. Después de cómo te había tratado. Después de las cosas que le dije a Gema sobre ti...
- ¿Qué le dijiste a Gema?
- Más o menos que eras un jodido diablo, que no tenías arreglo, que ibas a arruinar la vida de tus hijos y que además te importaba una puta mierda.
- Joder con el angelito.
Nos callamos. Nos miramos. Estallamos en una carcajada. La piel se me eriza con nuestras risas juntas. Hago otro par de rayas. Esnifamos.
- ¿Se puso muy pesada tu señora con el embarazo?
- Puto embarazo. Puta señora. Puto niño. Desde el segundo mes sentía asco de aquella tripa que se iba haciendo grande; asco del asco de Constance y de su continua necesidad de mimos; sentía asco de las estrías que le iban saliendo y de cómo sus pezones que antes eran la guinda más delicada del mundo, se iban convirtiendo en unos cúmulos granulientos, oscuros, con pelos.
- Cállate tío, me vas a hacer potear.
- Entonces me empecé a meter otra vez. ¡Cómo te echaba de menos, tío! Cómo me hubiera gustado haber tenido los cojones para haberte llamado y... Me decía, Él es el brillante. Él es el brillante.
Mi cara debe haber cambiado absolutamente porque Olmo se calla.
- ¿Te siente mal?
- No, no, me ha sorprendido lo de brillante...
- ¿Por qué? Lo eres. Lo sabes.
- Hace mucho que no follo.
- ¿ Y qué tiene eso que ver?
- Perdona. Me tengo que mirar.
- Así me gustas. Bien colgao.
Me voy al baño. Me miro en el espejo. Pienso, El Brillante. Estoy sudando. Me lavo la cara. Meto la cabeza debajo del grifo. Por mi cabeza pasan una y otra vez las mismas dos palabras: El Brillante. El brillante. Antes de salir me recompongo. Olmo ya se ha hecho otro par de lonchones y se está metiendo otra punta de MDMA. Hago lo mismo. Todo brilla. Esnifamos.
- ¿Sabes cuánto tiempo has estado ahí dentro?
- Ni puta idea.
- Yo tampoco.
Nos descojonamos otra vez. De repente me pongo serio. Le pregunto a bocajarro.
- ¿No sentiste pena por la muerte de Paolo? ¿No querías a tu hijo? ¿No estuviste días y días con un dolor insoportable? Yo te hacía así. Me fui a Barcelona. Estuve en el tanatorio. No quise verte porque pensé que me partirías la jeta si me veías allí.
- Hasta los cojones, colega. Hasta los cojones de la mamá y el niño. Sólo de pensar que me quedaba nada más y nada menos que toda la puta vida por delante con aquel... bueno, mira, me callo. En gloria esté el pobrecico mío. Aquella curva y lo jodidamente mal que conducía Constance, me han devuelto la vida. Así de claro te lo digo. Nunca más, tío, nunca más. Ni mujeres, ni hijos, ni hostias. Que los follen en el puto cielo.
- ¡Qué bestia eres! Tú sí que eres brillante. Siempre lo tienes todo tan claro.
Olmo coge su BlackBerry.
- ¿No me irás a enseñar fotos? Sería el colmo.
- ¡Qué coño, tío! Estoy buscando un par de putas que nos alegren el nabo.
Olmo se levanta. Se acerca a la ventana. Marca. Yo preparo otro par de rayas. Pienso, Sólo queda una papela. Pienso, Bueno, si se acaba pillamos más. Olmo habla, dice que quiere un par de buenas putas, muy jovencitas, con buenas tetas y pelo en el coño, dispuestas a todo y natural, nada de condones ni hostias. Olmo recalca: Dispuestas a todo. Que no me vengan luego con gilipolleces. ¿Cuánto? Vale. Y termina con un: ¡Ah y si no son preciosas las mando de vuelta sin pagar un puto euro! En media hora. Muy bien.
- Vamos a tirar la casa por la ventana, me dice.
- Mejor tira la tuya, le respondo en broma.
- La mía ya la tiré por una colina, zanja en serio.
No quiero preguntarle. No quiero saber. No, no quiero saber. Todo se distorsiona. Siento el cuerpo y la llegada de las putas hace que mi rabo se ponga duro. De repente siento que no tengo nada que decirle a Olmo. Siento más. Siento que no sé quién es Olmo. El me mira sin mirarme. Está con la mirada ida. Tiene un gesto duro y feroz en el rostro. No quiero sentir miedo. No sé cuánto tiempo estamos en silencio. Vuelvo a hablar yo.
- Y el curro, ¿qué tal?
- ¡Cuánto tardan, joder!
- Tranquilo. Deben de estar al llegar.
- Primero yo. Me las quiero follar a la vez. Si quieres mirar o tocarlas mientras tanto hazlo. Luego son todo tuyas.
Llegan las putas. Se hace lo que Olmo dice. Cuando termina con ellas les ordena que se limpien el coño. A mí también me apetece follármelas a la vez. Las pongo de espaldas. Empiezo a follármelas por detrás y menos mal porque sin saber por qué cojones me pongo a llorar. Me corro. Ellas gritan mal. Oigo un portazo. Las putas se van. Olmo no está.
- ¿Olmo?
- El mismo.
Le abro el portal. Respiro hondo. Doy un trago. Enciendo un cigarrillo. Suena el timbre de la puerta. Abro.
- ¿Qué pasa, men? -Olmo sonríe y pasa-. Vaya casa, tío. Menuda mierda ¿no? ¿Cómo es que vives en esta pocilga?
- Siéntate y ponte cómodo.
- Eso pensaba hacer.
Olmo se sienta y se me queda mirando.
- ¿No me vas a ofrecer nada?
- ¿Un vino?
- ¿De tetrabrik?
- Casi.
Le sirvo un vaso. Nos mantenemos callados durante un tiempo que a mí me parece interminable.
- Sentí mucho la muerte de Constance y Paolo.
- Es la vida. ¿Una rayita?
- Lo siento, hace tiempo que no...
- Schssst.
Olmo saca cuatro papelas de un gramo y un bolsita con un polvo blanco...
- MDMA. ¿Por cuál empezamos?
- Por lo clásico.
Olmo coge una de las papelas. La abre con cuidado. Hace un par de buenos lonchones. Los esnifamos. La cocaína por mi garganta me recuerda tiempos felices. La sensación de adormecimiento en los palatales me hace estremecer.
- Es buena.
- De primera.
- Me alegra mucho que me hayas llamado.
- Quería disculparme contigo. He sido un gilipollas.
- No te entiendo.
Me paso la lengua por los labios. Olmo también. Bebe el vino.
- De ahora en adelante agua. Trae una jarra, anda.
Voy a por la jarra. Limpio un par de vasos del fregadero. Vuelvo. Olmo ha abierto el MDMA.
- Mójate la punta del índice...
- Todavía no se me ha olvidado cómo se hace.
Nos metemos una buena cantidad. Olmo me mira. Sonríe.
- Quise creérmelo. Sencillamente. Quise creérmelo, joder. Desde que la vi en la playa. Era como una puta película. Era Julia Roberts sólo que en vez de ser la Novia de América, Constance era la Novia de la Barceloneta. No te jode. No sé por qué quería cambiar de vida. Ser normal. Dejar de ser un...
- Un ¿qué?
- Un descerebrado, un hijo de puta, un golfo, un cabrón, no sé, ¿qué puta palabra uso?
- ¿Ya puedes decir puta?
- ¡Abrázame, abrázame tío!
Nos abrazamos. Olmo me aprieta. Siento que el amor que nos teníamos vuelve a oleadas tan inmensas como las que se están produciendo en mi coco con la coca y el éxtasis. Me aparto.
- Bueno, vale ya de mariconadas.
- ¿Sabes cuándo me di cuenta de que todo era mentira? ¿De que yo era como tú, un pedazo de hijo de puta que no tiene en la cabeza otra cosa que arrancarle las bragas a una tía y clavársela hasta que ruegue por su coño e implore a la virgen santísima que esa bestia que está encima de ella acabe ya? ¿Sabes cuándo?
- ...
- Cuando Constance se quedó preñada.
Miro a Olmo. Se sirve agua. Su pierna derecha percute contra el suelo y escucho perfectamente el ritmo que produce. La luz tiene una aureola en todo semejante a la santidad. Me digo, Lo sabía. Sabía que esto iba a pasar. Cómo pude dudar.
- Estuve mil veces a punto de llamarte. Pero me daba vergüenza. Después de cómo te había tratado. Después de las cosas que le dije a Gema sobre ti...
- ¿Qué le dijiste a Gema?
- Más o menos que eras un jodido diablo, que no tenías arreglo, que ibas a arruinar la vida de tus hijos y que además te importaba una puta mierda.
- Joder con el angelito.
Nos callamos. Nos miramos. Estallamos en una carcajada. La piel se me eriza con nuestras risas juntas. Hago otro par de rayas. Esnifamos.
- ¿Se puso muy pesada tu señora con el embarazo?
- Puto embarazo. Puta señora. Puto niño. Desde el segundo mes sentía asco de aquella tripa que se iba haciendo grande; asco del asco de Constance y de su continua necesidad de mimos; sentía asco de las estrías que le iban saliendo y de cómo sus pezones que antes eran la guinda más delicada del mundo, se iban convirtiendo en unos cúmulos granulientos, oscuros, con pelos.
- Cállate tío, me vas a hacer potear.
- Entonces me empecé a meter otra vez. ¡Cómo te echaba de menos, tío! Cómo me hubiera gustado haber tenido los cojones para haberte llamado y... Me decía, Él es el brillante. Él es el brillante.
Mi cara debe haber cambiado absolutamente porque Olmo se calla.
- ¿Te siente mal?
- No, no, me ha sorprendido lo de brillante...
- ¿Por qué? Lo eres. Lo sabes.
- Hace mucho que no follo.
- ¿ Y qué tiene eso que ver?
- Perdona. Me tengo que mirar.
- Así me gustas. Bien colgao.
Me voy al baño. Me miro en el espejo. Pienso, El Brillante. Estoy sudando. Me lavo la cara. Meto la cabeza debajo del grifo. Por mi cabeza pasan una y otra vez las mismas dos palabras: El Brillante. El brillante. Antes de salir me recompongo. Olmo ya se ha hecho otro par de lonchones y se está metiendo otra punta de MDMA. Hago lo mismo. Todo brilla. Esnifamos.
- ¿Sabes cuánto tiempo has estado ahí dentro?
- Ni puta idea.
- Yo tampoco.
Nos descojonamos otra vez. De repente me pongo serio. Le pregunto a bocajarro.
- ¿No sentiste pena por la muerte de Paolo? ¿No querías a tu hijo? ¿No estuviste días y días con un dolor insoportable? Yo te hacía así. Me fui a Barcelona. Estuve en el tanatorio. No quise verte porque pensé que me partirías la jeta si me veías allí.
- Hasta los cojones, colega. Hasta los cojones de la mamá y el niño. Sólo de pensar que me quedaba nada más y nada menos que toda la puta vida por delante con aquel... bueno, mira, me callo. En gloria esté el pobrecico mío. Aquella curva y lo jodidamente mal que conducía Constance, me han devuelto la vida. Así de claro te lo digo. Nunca más, tío, nunca más. Ni mujeres, ni hijos, ni hostias. Que los follen en el puto cielo.
- ¡Qué bestia eres! Tú sí que eres brillante. Siempre lo tienes todo tan claro.
Olmo coge su BlackBerry.
- ¿No me irás a enseñar fotos? Sería el colmo.
- ¡Qué coño, tío! Estoy buscando un par de putas que nos alegren el nabo.
Olmo se levanta. Se acerca a la ventana. Marca. Yo preparo otro par de rayas. Pienso, Sólo queda una papela. Pienso, Bueno, si se acaba pillamos más. Olmo habla, dice que quiere un par de buenas putas, muy jovencitas, con buenas tetas y pelo en el coño, dispuestas a todo y natural, nada de condones ni hostias. Olmo recalca: Dispuestas a todo. Que no me vengan luego con gilipolleces. ¿Cuánto? Vale. Y termina con un: ¡Ah y si no son preciosas las mando de vuelta sin pagar un puto euro! En media hora. Muy bien.
- Vamos a tirar la casa por la ventana, me dice.
- Mejor tira la tuya, le respondo en broma.
- La mía ya la tiré por una colina, zanja en serio.
No quiero preguntarle. No quiero saber. No, no quiero saber. Todo se distorsiona. Siento el cuerpo y la llegada de las putas hace que mi rabo se ponga duro. De repente siento que no tengo nada que decirle a Olmo. Siento más. Siento que no sé quién es Olmo. El me mira sin mirarme. Está con la mirada ida. Tiene un gesto duro y feroz en el rostro. No quiero sentir miedo. No sé cuánto tiempo estamos en silencio. Vuelvo a hablar yo.
- Y el curro, ¿qué tal?
- ¡Cuánto tardan, joder!
- Tranquilo. Deben de estar al llegar.
- Primero yo. Me las quiero follar a la vez. Si quieres mirar o tocarlas mientras tanto hazlo. Luego son todo tuyas.
Llegan las putas. Se hace lo que Olmo dice. Cuando termina con ellas les ordena que se limpien el coño. A mí también me apetece follármelas a la vez. Las pongo de espaldas. Empiezo a follármelas por detrás y menos mal porque sin saber por qué cojones me pongo a llorar. Me corro. Ellas gritan mal. Oigo un portazo. Las putas se van. Olmo no está.
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Cuento
Tags : El Brillante Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 01/10/2011 a las 17:55 | {0}