23 de Octubre de 2000
Un día mi padre sufrió lo indecible. Fue un domingo, un treinta de enero. Sufría tanto. Una escara le había dejado al aire la cabeza del fémur. Estaba solo con él. En la casa familiar. Y no pude mantenerme sereno. Era tal la angustia que me provocaba que me iba al cuarto del fondo a llorar. Aquella tarde llamé a César y a Andrés. Me aliviaba hablar con ellos. Tres días más tarde mi padre moría. Recuerdo [también] aquella tarde de miércoles. Yo estaba en mi estudio de la calle Infantas. Llamé a casa para preguntar qué tal estaba y mi madre me dijo que había preguntado por mí. La muerte [llamó] suavemente. [Acarició] el hombro y [guiñó] un ojo. Era una noche fría de febrero. Al llegar a casa se encontraban mi prima Beatriz, su marido Santiago, la tía Micki [hermana de mi padre] y mi madre. Mi padre agonizaba y sufría. Les propuse que le sedáramos hasta que muriera. Que muriera sin [dolor]. Pero su religión, su moral les impidieron aceptar esa proposición. [Acoto que en aquel tiempo llevaba años sin ir a casa de mis padres a no ser para cuidarle un domingo de cada cuatro] Fui a ver a mi padre en varias ocasiones. Estaba tumbado del lado opuesto a la escara y lentamente, yo creo que por sentir un movimiento de vida, levantaba el brazo, rozaba mi mano y la volvía a bajar. Así una y otra vez. Se fueron las visitas y llegó mi hermano Antonio al que la muerte también había llamado. Y llamó a mi hermana Lourdes la cual también recibió el mandato. Sólo la muerte no buscó a mi otro hermano, Alfonso. Mi padre debía de dormir. Estaba nervioso. Cada cierto tiempo íbamos Antonio o yo para ver cómo se encontraba. Mi padre no podía dormir. En mi último turno le dije que debía intentarlo, que le iba a apagar la luz y que si no se dormía entonces volvería y me quedaría con él. Había algo de desidia, de no querer estar con él en mi propuesta. Creo que algo de eso también hubo. Antonio fue el primero en ir a verlo en la oscuridad. Luego fue mi madre. Luego fui yo. El pasillo estaba en penumbra. El comedor ya era negro. Su habitación la honda negrura del fondo. No escuché su respirar. Y supe que estaba muerto. Que se había ido. Vino el niño a mí y mi primera reacción fue volver a la sala y decirles a mi madre y a mi hermano que papá había muerto. Llegué hasta casi la penumbra del pasillo y entonces supe que mi padre lo había querido así. Quería que yo fuera el último ser al que él viera y que yo fuera el primero que le viera en su no-ser. Y cumplí su deseo. Entré en la oscuridad. Encendí la luz y allí no-estaba él. Se había muerto. Su cuerpo era la muerte. No recuerdo muy bien lo que hice. Creo que no le acaricié. No. Sentí respeto. La carga sagrada ante el cuerpo yerto. Creo que sí le hablé, quizá le dije: “Ya descansas, padre. Por fin ya descansas”.
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Tags : Archivo 2009 Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 09/03/2009 a las 17:34 | {0}