Cuarenta días, muchacha que te perdiste en la ciudad de Salem, en el Estado de Oregón de los Estados Unidos de Norteamérica. ¡Qué rimbombantes suenan los nombres oficiales! La oficialidad de los nombres. Allí te me perdiste. Allí, tan lejos, empezaste a diluirte como si hubieras sido desde siempre una pompa de jabón o el globo terráqueo que un día salió volando por la ventana de mi casa sita en la calle Fernando el Católico no recuerdo el número -quizá 43- de la ciudad de Madrid. Yo vi cómo aquel globo se desprendía del hilo con el que lo tenía amarrado al techo de la habitación donde dormía y escribía y pudo más la poesía de verlo irse por la ventana que el afán por poseerlo. Así hago contigo a quien tanto quiero, a quien tanto añoro, mi pequeña pompa de jabón, mi tierruca.
Cuarenta días en el desierto de ti. Cuarenta días sin agua. Cuarenta días sin oasis a la vista. Cuarenta días sin tan siquiera espejismos. Así pasa la vida y así se viene la muerte sin saber cómo se hacen bien las cosas; sin saber siquiera si la cosas (qué palabra tan socorrida que no se refiere a nada y al mismo tiempo parece referirse a todo. La palabra cosa y su plural cosas) tienen esa característica de estar bien o mal hechas -y entre el bien y el mal infinita gama -.
Cuarenta días son una maldición. Cuarenta días son demasiados matices en el cielo y demasiadas noches en vela. Cuarenta días son un volcán, son un cruce de caminos, son una invocación a los viejos dioses, a los que se comían lo creado para regurgitarlo y dar la sensación de haber generado un universo nuevo que a la postre según nos narran sus rapsodas se rige por las mismas viejas reglas; cuarenta días sin tu voz, sin tus ojos, sin tu pensamiento, sin tu latido, sin tu rutina, sin tu sentido, sin tus preguntas, sin tus deseos, sin tus visiones, sin tus dolores, sin tus amigos, sin tus misiones, sin tu futuro, sin tus estudios, sin tus lecturas, sin tu música, sin tus aspiraciones, sin tus actitudes, sin tus sueños, sin tus vigilias, sin tus películas, sin tus canciones. Son muchos días, muchacha que te perdiste en la ciudad de Salem, allá, tan lejos que había que cruzar todo un océano, el Tenebroso, para alcanzarte, para poder verte, verte un segundo, mirarte un segundo siquiera tus manos, escuchar un minuto tu voz...
Cuarenta días pueden romper el corazón de un hombre.
Cuarenta días bastan para dejar sin sentido una vida.
Cuarenta días fueron los que necesitó aquél para entregarse.
Ventanas
Seriales
Archivo 2009
Escritos de Isaac Alexander
Fantasmagorías
¿De Isaac Alexander?
Meditación sobre las formas de interpretar
Libro de las soledades
Cuentecillos
Colección
Apuntes
Archivo 2008
La Solución
Aforismos
Haiku
Recuerdos
Reflexiones para antes de morir
Reflexiones que Olmo Z. le escribe a su mujer en plena crisis
Olmo Dos Mil Veintidós
Sobre las creencias
Jardines en el bolsillo
El mes de noviembre
Listas
Olmo Z. ¿2024?
Saturnales
Agosto 2013
Citas del mes de mayo
Mosquita muerta
Marea
Reflexiones
Sincerada
No fabularé
Sobre la verdad
El Brillante
El viaje
Sinonimias
El espejo
Desenlace
Perdido en la mudanza (lost in translation?)
Carta a una desconocida
Biopolítica
La mujer de las areolas doradas
La Clerc
Asturias
Velocidad de escape
Derivas
Sobre la música
Tasador de bibliotecas
Ensayo sobre La Conspiración
Las manos
Las putas de Storyville
Las homilías de un orate bancario
Archives
Últimas Entradas
Enlaces
© 2008, 2009, 2010, 2011, 2012, 2013, 2014, 2015, 2016, 2017, 2018, 2019, 2020, 2021, 2022, 2023 y 2024 de Fernando García-Loygorri, salvo las citas, que son propiedad de sus autores
Ensayo poético
Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 29/05/2022 a las 18:47 | {0}