Estuve viendo ayer un rato un programa de televisión llamado Ciudadanos presentado por Julia Otero (me gusta Julia Otero. Tiene una naturalidad a la hora de hablar digna de las grandes locutoras y un sarcasmo que ayuda mucho a entender lo que ella quiere comunicar). El programa quería exponer la idea de que de ahora en adelante cada uno tiene que sacarse las castañas del fuego y para ello reunió a una serie de invitados entre los cuales destacaron, en mi pobre visión de las cosas, dos. El primero era un animador profesional (ahora los llaman coach) holandés y el segundo un emprendedor (antes llamados empresarios). Ambos intentaban insuflar al respetable la idea de que tenían que cambiar de forma radical su forma de ver el mundo para poder afrontar la realidad que se les había venido encima. Para mí aquella idea me resultó tan peregrina que no pude por menos que entristecerme. Porque, pensaba mientras escuchaba, hay una cosa que se llama el sentido común que nos indica que la primera fuerza a la que se resiste el ser humano es al cambio y también, pensaba mientras escuchaba, cambiar de forma radical la forma de ver el mundo implica ni más ni menos que variar la representación que del mundo nos hacemos la cual está anclada en las sinapsis neuronales que se han ido construyendo a lo largo de nuestra estadía en este mundo y que se forjaron principalmente en la infancia. Esas sinapsis neuronales se llama mente y su cualidad la mentalidad.
De entre los invitados profesionales de cómo se deben hacer las cosas destacaron esos dos y de entre el público que quería entender cómo se deben hacer las cosas también destacaron dos: una mujer con dos hijos, sin estudios, a punto del desahucio, llamada Inma y un hombre iracundo, conductor de ambulancias, en paro desde hacía unos días e indignado con el mundo. Ambos escuchaban a los profesionales de cómo se deben hacer las cosas con una mezcla entre estupefacción y misericordia (sí, sí misericordia). Hubo un momento en el que el animador profesional (coach) largó unas cuantas frases optimistas (buenistas) del tipo: Cuando te levantes por la mañana, da gracias porque estás vivo. Y eso ya es un regalo maravilloso. O, Nadie da trabajo a una persona enfadada, así es que no te enfades. Entonces Inma, la mujer sin trabajo, con dos hijos pequeños, sola y a punto del desahucio no pudo más y le dijo, con toda la amabilidad del mundo, No, si eso del optimismo está muy bien, de verdad, y lo de no enfadarse pero hágalo cuando vea a sus hijos sin poder desayunar y con el miedo en el cuerpo cuando llaman al timbre de la puerta y sin nadie que responda a tus peticiones de trabajo. Sea optimista entonces. El emprendedor (empresario) quiso echarle un capote al animador profesional holandés y dijo, más o menos, Es que hay que cambiar la actitud, dejar de quejarse y empezar a hacer cosas. El conductor profesional de ambulancias en paro, rojo de ira, gritó, Pero qué hostias cambiar de actitud y hacer cosas, yo lo que quiero es mi volante, mi ambulancia, trabajar para una empresa y que me paguen. Dicho lo cual el respetable que asistía al coloquio prorrumpió en un largo aplauso.
Yo creo, modestamente, que no se le puede pedir a un ciudadano que ha sido educado (por lo tanto al que se le han conectado determinadas sinapsis neuronales) en la máxima de: Yo te preparo para que tú me sirvas (normalmente a bajo precio) durante un tiempo y luego te mueres a que, de la noche a la mañana (y no por un proceso íntimo, de anhelo personal sino por una decisión de los especuladores de la esperanza) cambien su forma de ver el mundo. Esa no es una solución para todos (lo será para quienes tenga la mentalidad de que cambiar es posible y bueno). Esa solución, de hecho, creo que es un obstáculo más para quien lleva años en el paro y además de la angustia propia de ese estado, se le incrusta ahora en la cabeza la culpa por no saber cambiar su forma de ver el mundo.
Cuidado con las buenas intenciones, pensé cuando la excelente profesional Julia Otero se despidió de los televidentes.
De entre los invitados profesionales de cómo se deben hacer las cosas destacaron esos dos y de entre el público que quería entender cómo se deben hacer las cosas también destacaron dos: una mujer con dos hijos, sin estudios, a punto del desahucio, llamada Inma y un hombre iracundo, conductor de ambulancias, en paro desde hacía unos días e indignado con el mundo. Ambos escuchaban a los profesionales de cómo se deben hacer las cosas con una mezcla entre estupefacción y misericordia (sí, sí misericordia). Hubo un momento en el que el animador profesional (coach) largó unas cuantas frases optimistas (buenistas) del tipo: Cuando te levantes por la mañana, da gracias porque estás vivo. Y eso ya es un regalo maravilloso. O, Nadie da trabajo a una persona enfadada, así es que no te enfades. Entonces Inma, la mujer sin trabajo, con dos hijos pequeños, sola y a punto del desahucio no pudo más y le dijo, con toda la amabilidad del mundo, No, si eso del optimismo está muy bien, de verdad, y lo de no enfadarse pero hágalo cuando vea a sus hijos sin poder desayunar y con el miedo en el cuerpo cuando llaman al timbre de la puerta y sin nadie que responda a tus peticiones de trabajo. Sea optimista entonces. El emprendedor (empresario) quiso echarle un capote al animador profesional holandés y dijo, más o menos, Es que hay que cambiar la actitud, dejar de quejarse y empezar a hacer cosas. El conductor profesional de ambulancias en paro, rojo de ira, gritó, Pero qué hostias cambiar de actitud y hacer cosas, yo lo que quiero es mi volante, mi ambulancia, trabajar para una empresa y que me paguen. Dicho lo cual el respetable que asistía al coloquio prorrumpió en un largo aplauso.
Yo creo, modestamente, que no se le puede pedir a un ciudadano que ha sido educado (por lo tanto al que se le han conectado determinadas sinapsis neuronales) en la máxima de: Yo te preparo para que tú me sirvas (normalmente a bajo precio) durante un tiempo y luego te mueres a que, de la noche a la mañana (y no por un proceso íntimo, de anhelo personal sino por una decisión de los especuladores de la esperanza) cambien su forma de ver el mundo. Esa no es una solución para todos (lo será para quienes tenga la mentalidad de que cambiar es posible y bueno). Esa solución, de hecho, creo que es un obstáculo más para quien lleva años en el paro y además de la angustia propia de ese estado, se le incrusta ahora en la cabeza la culpa por no saber cambiar su forma de ver el mundo.
Cuidado con las buenas intenciones, pensé cuando la excelente profesional Julia Otero se despidió de los televidentes.
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Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 12/09/2013 a las 11:02 | {2}