Cautela, me digo. Y al decirlo sé que de alguna forma me contradigo (por un sentimiento de audacia, de alegría de vivir o de arriesgar), yo que siempre he sido tan poco cauto, que todo lo enfrenté a tumba abierta, buscando quizás en alguna de esas tumbas la mía para siempre. Temeridad cuando con Espi, el loco del pueblo de Águilas, a las diecisiete años, me montaba en su Osa Enduro y subíamos una montaña, a toda velocidad, al borde del precipicio. La Guardia Civil le había quitado el carnet (por loco) pero él (como buen tal) seguía conduciendo y así me llevó desde Águilas hasta Cullera -unos 200 kilómetros- campo a través y de noche (eso sí noche de luna llena). Audacia cuando decidí ser escritor y autodidacta y creí, a pies juntillas, en mis fuerzas o no creí en ellas y pensé que moriría pronto y así nada sería tan duro, tan extremo. Valentía cuando me enfrenté una y dos y más veces a los que detentaban sus miserables poderes (o me enfrentaba para no triunfar, para tener escasez siempre, para no vivir). Cautela, me digo ahora y por eso leo y releo lo que hasta ahora he escrito y me digo, ¡Cuántas anécdotas! (en el fondo la vida de cada hombre no es más que un largo rosario de anécdotas. Todo desaparecerá. El universo oscurecerá nuestra especie, seremos, más pronto que tarde, fósiles meteoritos).
En mi nueva casa. En mi nuevo espacio, al que todavía no he tomado el pulso, en esta soledad potente después de tantos años siempre acompañado (gratamente en ocasiones) para llegar aquí (para seguir, no he llegado a ninguna parte. No creo que nunca se llegue), frente a la pared que es la forma más sensata de colocar la mesa y ocultar los cables que nos unen al mundo y que a la vista son, realmente, tan desagradables (quizás un artista conceptual haya hecho ya una obra de arte con ellos que se mostrará en un museo importante de la ciudad de Illinois). Alumbrado por una bombilla de bajo consumo, sobre una mesa, provisional, de cristal. En la cocina reposan unas berenjenas en agua y sal para quitarles lo negro y el amargor (podría haberlas hecho en escalibada pero esa posibilidad me ha llegado tarde cuando ya las había partido en rodajas) y me gustaría poder sumergirme yo también en una solución tan sencilla para quitarme mi negro, mi amargor y luego freirme una vez enharinado y saberme como guarnición de un lomo marinado. Cautela. Cautela, me digo.
Alegría en el riesgo. Alegría en el encuentro. Pasión. Pasión ¡qué palabras tan excitantes! ¡qué resultados tan jodidos normalmente! Quizá por eso siempre haya defendido más los procesos que los resultados. Los procesos se viven y los resultados se sufren (¡Frase! ¡Pum, pum! Justo en el blanco).
Quédate en tu refugio. Constrúyelo, me digo ahora. Hazlo hermoso. Si consigues mantenerlo. No será fácil.
Cautela porque en los últimos tiempos has sido muy, muy incauto. Has soportado una presión que podrías haber aliviado antes (no es cierto, no es cierto eso, no podías, tenías que soportar esa presión por eso lo has hecho, por eso has aguantado, incauto. Es imposible de explicar desde la razón. Es imposible hacerle sentir a otro ser humano determinadas decisiones a no ser que ese otro ser humano esté dispuesto, de alma, a creer lo que expreses. Porque todo se calibra en intuiciones, en tempos).
Sé cauto. Vive cauto. Cuenta cauto ¡Cuánta cautela!
En mi nueva casa. En mi nuevo espacio, al que todavía no he tomado el pulso, en esta soledad potente después de tantos años siempre acompañado (gratamente en ocasiones) para llegar aquí (para seguir, no he llegado a ninguna parte. No creo que nunca se llegue), frente a la pared que es la forma más sensata de colocar la mesa y ocultar los cables que nos unen al mundo y que a la vista son, realmente, tan desagradables (quizás un artista conceptual haya hecho ya una obra de arte con ellos que se mostrará en un museo importante de la ciudad de Illinois). Alumbrado por una bombilla de bajo consumo, sobre una mesa, provisional, de cristal. En la cocina reposan unas berenjenas en agua y sal para quitarles lo negro y el amargor (podría haberlas hecho en escalibada pero esa posibilidad me ha llegado tarde cuando ya las había partido en rodajas) y me gustaría poder sumergirme yo también en una solución tan sencilla para quitarme mi negro, mi amargor y luego freirme una vez enharinado y saberme como guarnición de un lomo marinado. Cautela. Cautela, me digo.
Alegría en el riesgo. Alegría en el encuentro. Pasión. Pasión ¡qué palabras tan excitantes! ¡qué resultados tan jodidos normalmente! Quizá por eso siempre haya defendido más los procesos que los resultados. Los procesos se viven y los resultados se sufren (¡Frase! ¡Pum, pum! Justo en el blanco).
Quédate en tu refugio. Constrúyelo, me digo ahora. Hazlo hermoso. Si consigues mantenerlo. No será fácil.
Cautela porque en los últimos tiempos has sido muy, muy incauto. Has soportado una presión que podrías haber aliviado antes (no es cierto, no es cierto eso, no podías, tenías que soportar esa presión por eso lo has hecho, por eso has aguantado, incauto. Es imposible de explicar desde la razón. Es imposible hacerle sentir a otro ser humano determinadas decisiones a no ser que ese otro ser humano esté dispuesto, de alma, a creer lo que expreses. Porque todo se calibra en intuiciones, en tempos).
Sé cauto. Vive cauto. Cuenta cauto ¡Cuánta cautela!
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Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 07/09/2010 a las 20:35 | {0}