Vigésimo noveno día
Estaba en la oscuridad del jardín. Tan sólo la salamandra y yo. Imagino que ella a lo suyo: cazar y yo a lo mío: atrapar pensamientos. Y tomar decisiones. Los aspersores me han inquietado. Parecían serpientes lanzando su veneno al unísono. Durante horas me he mantenido inmóvil como si esperara el ataque no por previsto menos sorprendente de una compañía de nacionales. Tumulto en la maleza. Movimientos anormales de arbustos. Ausencia de viento. No he fumado. No he hecho aspavientos. Quieto en mi silla, con los brazos apoyados en la mesa de cristal, sin tocar el vino, sin mirar la botella. La noche pasaba y he conseguido perder la noción del tiempo. Entonces ha ocurrido: la piscina ha empezado a borbotear; su fondo se ha iluminado con un color rojo sangre y se ha escuchado el primer relincho del potro recién parido; seres alados con cabeza de Vaca y Toro se han lanzado en picado al agua y con la delicadeza de la golondrina que rasea el agua para atrapar con su pico al mosquito, han cogido al potro recién parido y lo han posado en la hierba; Primavera se ha levantado de su pedestal de piedra y al verla erguida me ha parecido gigantesca y densa como su piel de bronce y aún así su salto ha sido ligero, su paso leve hasta llegar hasta el potro al que ha amamantado bajo el cielo negro de mitad de la noche. Dos toros han alardeado de su cornamenta cabeceando e hiriendo la tierra con sus pezuñas antes de lanzarse el uno contra el otro y producir en su choque un remedo de trueno y una luz de rayos. El potro se ha asustado. Los seres alados han formado un semicírculo a su alrededor y han fotografiado el pecho de la estatua chorreando leche verde. La araucaria del fondo se ha iluminado con la llegada de un batallón de doscientas veinticinco mil luciérnagas; el potro se ha animado; los toros se han prosternado; los seres alados se han elevado hasta perderse en el nadir del cielo y Primavera se ha paseado desnuda por el jardín tomando entre sus delicados dedos de bronce a luciérnagas a las que, con un leve apretón, hacía explotar y cuando la luz iba consumiéndose nacía la música de Vaca Cósmica grave como el cosmos, lenta con la eternidad, sin pausa con el tiempo. Aquel espacio no moría. Aquella luz se hacía líquida. El potro crecía por segundos y ya era un animal joven, todo negro, con unas crines largas y un trotar sereno. Primavera me ha mirado -yo que hasta ese momento había sido mero espectador amparado por el porche- y con paso regio y cimbreo de cintura, alargando su brazo y ofreciéndome la mano, me ha invitado a que me uniera al mundo del jardín. Yo no he dudado por mucho que los toros, flanqueándola, bramaran y las luciérnagas todas se hubieran colocado a sus espaldas conformando una línea que se elevaba desde el suelo hasta el cielo proponiendo una cuerda por la que han descendido los seres alados con cabeza de Vaca y Toro hasta quedarse a la altura de los hombros de la Dama. Al pisar mi pie derecho la hierba del jardín he sentido un cosquilleo como si mis dedos estuvieran hurgando los nutrientes de esa tierra. A medida que avanzaba hacia ella, ella y su séquito de toros, seres alados, potro y luciérnagas se iban retirando. Todos me miraban fíjamente. Yo me sentí cada vez más pesado, con menos ganas de caminar hasta que por fin mis pies se han dividido en cuatro pies y esos cuatros pies en ocho y así hasta que mis pies eran pies-raíces que se han hundido en la tierra y al contacto con el subsuelo mis músculos se han hecho de madera y mi piel de corteza y mis brazos se han dividido como antes los pies habían hecho y ya eran ramas y todos mis cabellos son ya hojas, hojas de Olmo, de Olmo sano plantado junto al pedestal de la estatua, iluminado por las luciérnagas que se han ido desvaneciendo con el amanecer mientras los seres alados montaban en el potro que ya es un caballo y ha galopado hacia la luna que se desvanece, ligero como un sueño de Primavera, joven como la savia que corre ahora por mis venas y los toros se aquietan y vuelven a su posición primera y la estatua se sube a su pedestal y se acomoda de tal forma que su mirada se dirige a mí y también su sonrisa y yo tengo, por fin, hambre de sol.
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Narrativa
Tags : Colección Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 30/08/2014 a las 10:54 | {0}