Corre, coge la mano que sale de la hoguera
tú que le robaste el nombre a Dylan Thomas
y déjanos tus canciones mientras la borrachera se diluye en un callejón
-el que está pobremente iluminado, a la vuelta de ninguna parte, con cierto aire de sanguina-;
porque yo también soñé la nieve en el Bronx
aunque supiera que las calles que soñaba eran las del barrio de Malasaña.
Mentiría si dijera que conocía el sentido de tus letras
me gustaba Bob Dylan, no lo que decía Bob Dylan;
aquel espíritu... de los freak brothers
en una madrugada de alcohol y drogas en la habitación de Sonsoles
donde tú, aún en vinilo, cantabas las canciones que no es necesario nombrar.
Hoy has entrado en el Parnaso sueco (que se ha convertido como una explosión de nitroglicerina en el Parnaso mundial)
y me apena que la contra-cultura se encuentre ya entre los dioses -ella que debería permanecer por siempre en los infiernos-
aunque probablemente el cielo sea hoy lo que antaño fue el infierno y entonces sí, el premio sería del todo merecido.
La lluvia ha adornado el día
los colores del otoño ya digieren la esencia del ácido lisérgico
la repetición se ha hecho dueña de algunas de mis horas
y he vuelto a los clásicos del siglo XX con el seminario 8 de Lacan
donde habla sobre El Banquete un diálogo venial del gran disturbador (y masturbador mental) griego
cuando el amor más perfecto causaba la risa
y el cristianismo aún no había puesto las cosas en su sitio (el amor es una cosa muy seria que no se debe tomar a la ligera)
Junto a él me he revuelto un poco en la silla y te he recordado en mi recuerdo (no en ti, una anécdota de ti; sino en mí, una anécdota de mí) y tú eras mi viejo amigo Luis, un día de diciembre en su chalet de Los Molinos, cuando rondábamos los veinte años y él rasgueaba la guitarra y cantaba a voz en grito tus versos dedicados a la chica del país del norte mientras la muchacha hermosa y lacónica se dejaba llevar por sus rizos negros y su entrega y yo sabía, sabía que justo esa mujer nunca besaría mi boca.
tú que le robaste el nombre a Dylan Thomas
y déjanos tus canciones mientras la borrachera se diluye en un callejón
-el que está pobremente iluminado, a la vuelta de ninguna parte, con cierto aire de sanguina-;
porque yo también soñé la nieve en el Bronx
aunque supiera que las calles que soñaba eran las del barrio de Malasaña.
Mentiría si dijera que conocía el sentido de tus letras
me gustaba Bob Dylan, no lo que decía Bob Dylan;
aquel espíritu... de los freak brothers
en una madrugada de alcohol y drogas en la habitación de Sonsoles
donde tú, aún en vinilo, cantabas las canciones que no es necesario nombrar.
Hoy has entrado en el Parnaso sueco (que se ha convertido como una explosión de nitroglicerina en el Parnaso mundial)
y me apena que la contra-cultura se encuentre ya entre los dioses -ella que debería permanecer por siempre en los infiernos-
aunque probablemente el cielo sea hoy lo que antaño fue el infierno y entonces sí, el premio sería del todo merecido.
La lluvia ha adornado el día
los colores del otoño ya digieren la esencia del ácido lisérgico
la repetición se ha hecho dueña de algunas de mis horas
y he vuelto a los clásicos del siglo XX con el seminario 8 de Lacan
donde habla sobre El Banquete un diálogo venial del gran disturbador (y masturbador mental) griego
cuando el amor más perfecto causaba la risa
y el cristianismo aún no había puesto las cosas en su sitio (el amor es una cosa muy seria que no se debe tomar a la ligera)
Junto a él me he revuelto un poco en la silla y te he recordado en mi recuerdo (no en ti, una anécdota de ti; sino en mí, una anécdota de mí) y tú eras mi viejo amigo Luis, un día de diciembre en su chalet de Los Molinos, cuando rondábamos los veinte años y él rasgueaba la guitarra y cantaba a voz en grito tus versos dedicados a la chica del país del norte mientras la muchacha hermosa y lacónica se dejaba llevar por sus rizos negros y su entrega y yo sabía, sabía que justo esa mujer nunca besaría mi boca.
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Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 13/10/2016 a las 23:08 | {0}