23h. 30m.
Vino la deriva. Estábamos en un mar sin nombre. Agarrados a un madero. En una noche oscura como noche de alma sin dios. Agotados nos habíamos tomado de las manos. Las olas nos hacían bailar. El miedo primero a que de las profundidades surgiera el leviatán que nos engullera ya había desaparecido. Dormitábamos. Creo que en algún tramo de la noche hablamos sobre la vida que habíamos compartido. Nos pedimos perdón. No sé si llegué a llorar. El agua de mar hace que no distingas el sabor de tus lágrimas. Era noche de luna nueva. Los cielos. Los miles de cielos nos permitieron contemplar el milagro del universo. Pensaría que ya todo estaba hecho y también que tras esa visión morir no significaba absolutamente nada. Me lamenté en mi fuero interno de no conocer las constelaciones ni sus nombres y recordé que en una conferencia que escuché no hacía mucho, el conferenciante había dicho que las constelaciones no son sino archipiélagos artificiales creados por el hombre para que las estrellas dejaran de ser lo que en realidad son: islas de los cielos. Había colores en la noche absoluta. Distinguía algunas galaxias mientras mi cuerpo se movía en un fluido compacto que me sugirió la idea de membrana. Él dormitaba. Él mascullaba. Él gritó. Supe que la masa del agua hace casi inaudible un grito. Acaricié su pelo. Me abandoné a las fuerzas superiores que según aseguraban las sociedades a lo largo de miles de años, regían nuestras vidas. Vino un larguísimo silencio. Un silencio mental. Por primera vez no pensé nada. Durante horas no pensé nada. Estaba despierta con los ojos abiertos y no pensé nada. Absorta en la contemplación del universo. Con un frío que había empezado a subirme por los dedos de los pies. Sin temor. Sin esperanza. Sin nervios. Sin culpa. Sin recuerdos. Sin futuro. Sin creencias. Sin sexo. Sin peripecia. La aurora no me despertó. Ni la pereza del sol. Supe que habíamos de morir. En el mar. En el mar sin nombre. Sin tierra a la vista. Mi primer pensamiento tras su ausencia larga fue que nunca había tenido tierra bajo mis pies. También que todos andamos sin tierra. Que ojalá un día... Miré a mi lado. Él ya no estaba. Dudé si alguna vez había estado. Recordé su grito comido por la masa de agua. Muerta, pensé. En nada muerta, pensé. Nada, pensé.
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Narrativa
Tags : Apuntes Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 16/04/2020 a las 23:30 | {0}