Quisiera decirte algo pero tiemblo porque me parece que ya no tengo edad. Sigo un camino tortuoso y difícil -difícil para mí, no quiero decir que sea objetivamente difícil-. Y cuando escribo el verbo seguir quiero con ello dejar claro que yo no creo voluntariamente ese camino sino que lo transito como si un dios incomprensible para mí hubiera decidido que éste debía ser y no otro. También querría decirte que no creo en el Yo como un ser individual, con libre albedrío y esas cosas que se fueron incrementando a medida que fueron construyéndose habitaciones individuales para los niños. Y no quiero con esto exculparme de cuantas responsabilidades tenga conmigo mismo y con los demás. No es una forma de justificar lo tortuoso, lo difícil de esta existencia que me vive. Porque esa sería quizás una buena manera de expresarlo: hay una existencia que vive en el cuerpo que habito.
Hoy por ejemplo ha sido un día desolador por la falta de control en la que me he visto desde por la mañana. No ha ocurrido nada definitivo. Tan sólo consistía en saber que mi intención no se correspondía con la de la existencia que me vive. Esa existencia ha querido desde por la mañana desvincularse de mis decisiones y así me he visto jugando horas al ajedrez y perdiendo un problema tras otro. Eso que podría ser algo que se llamara Yo, quería leer El Otro -curiosamente acabo de empezarla, es una obra de Miguel de Unamuno. Me gusta mucho cómo piensa y plasma sus pensamientos en la escritura ese ente llamado Miguel de Unamuno. Recuerdo ahora una idea sobre Antígona verdaderamente brillante y expresada de una forma que me llegaba a emocionar-; la existencia en cambio quería desolarme haciéndome utilizar el tiempo de una forma agonística, casi delirante. Luego ha habido un interregno de paz y cuando estaba haciendo una guía en la Fundación Amyc para catorce mujeres burguesas algunas de ellas muy hermosas, he sentido que existencia y vida se juntaban y todo parecía fluir en algo que podría llamar normalidad. Sólo que ese término en la sensación del vivir que el camino no elegido y que sigo me enseña, es un término anormal. Casi te diría que es extravagante. Pronto ha vuelto una sensación de incomodidad. Ha ocurrido cuando estaba comentando un dibujo de Opisso -el único dibujo conocido en el que se encuentran juntos Carlos Casagemas y Pablo Picasso y que tiene un interés anecdótico que ahora no viene al caso-; al hablar me he escuchado y me he sentido muy lejos de allí y entre el discurso que estaba pronunciando ante las catorce mujeres burguesas he pensado que tenía que volver, que tenía que seguir, que ya quedaba poco, que no lo iba a estropear en ese momento. En el coche, de vuelta a casa, sentía que había un peligro latente en la carretera y al mismo tiempo sabía que no me podía dejar llevar por él, que si me dejaba llevar por él, yo me convertiría en ese peligro, yo sería ese peligro, así es que he aminorado la velocidad, me he colocado en el carril derecho y me he concentrado lo máximo posible en todo lo que me circundaba. Ausencias. Disociaciones lo llamaría un alienista moderno. Los niños gritaban como todas las tardes en el patio de la casa. El perro que vive conmigo me esperaba y aunque llevaba casi dos horas de pie, me lo he llevado al monte. Por él y por mí. Porque sólo caminando y nadando consigo unificar la existencia que me vive y la vida en la que existo. Son los colores de la tarde. Son los cantos de los pájaros y el planeo de las aves rapaces. Es el amigo perro con el que vivo y su rastreo. Es la copa del fresno que siempre se mueve cuando me ve. Es el esfuerzo de la subida constante y en algunos tramos empinada que me obliga a un esfuerzo de respiración que acompaño con la repetición de un mantra. Llega la noche. Estoy en esta casa alquilada de un pueblo de la sierra de Madrid.
El otro día me vino al pensamiento la frase: Me gustaría ver a mi padre. Me gustaría verte papá. Sentarme contigo y preguntarte si tú sabes por qué sigo este camino. Si tú intuiste algo de todo esto cuando enfermé de muerte siendo muy niño. Si hay alguna manera de saber algo a ciencia cierta. Me gustaría preguntarte por qué he elegido la ausencia, por qué ya no me atrevo a encontrarme con nadie y todo es desde lejos como si no existiera la materia. Me gustaría mirarte, papá, porque tú me querías y yo te quería y mirar tus manos delicadas, unas manos dignas de Giacomo Casanova o de algún otro truhán del último tercio del XVIII francés. Mirarte, papá. Hablar un rato y que calmaras esta existencia que me vive y consiguieras, a ser posible, que me dejara vivir en paz aunque sólo fuera un rato.
Hoy por ejemplo ha sido un día desolador por la falta de control en la que me he visto desde por la mañana. No ha ocurrido nada definitivo. Tan sólo consistía en saber que mi intención no se correspondía con la de la existencia que me vive. Esa existencia ha querido desde por la mañana desvincularse de mis decisiones y así me he visto jugando horas al ajedrez y perdiendo un problema tras otro. Eso que podría ser algo que se llamara Yo, quería leer El Otro -curiosamente acabo de empezarla, es una obra de Miguel de Unamuno. Me gusta mucho cómo piensa y plasma sus pensamientos en la escritura ese ente llamado Miguel de Unamuno. Recuerdo ahora una idea sobre Antígona verdaderamente brillante y expresada de una forma que me llegaba a emocionar-; la existencia en cambio quería desolarme haciéndome utilizar el tiempo de una forma agonística, casi delirante. Luego ha habido un interregno de paz y cuando estaba haciendo una guía en la Fundación Amyc para catorce mujeres burguesas algunas de ellas muy hermosas, he sentido que existencia y vida se juntaban y todo parecía fluir en algo que podría llamar normalidad. Sólo que ese término en la sensación del vivir que el camino no elegido y que sigo me enseña, es un término anormal. Casi te diría que es extravagante. Pronto ha vuelto una sensación de incomodidad. Ha ocurrido cuando estaba comentando un dibujo de Opisso -el único dibujo conocido en el que se encuentran juntos Carlos Casagemas y Pablo Picasso y que tiene un interés anecdótico que ahora no viene al caso-; al hablar me he escuchado y me he sentido muy lejos de allí y entre el discurso que estaba pronunciando ante las catorce mujeres burguesas he pensado que tenía que volver, que tenía que seguir, que ya quedaba poco, que no lo iba a estropear en ese momento. En el coche, de vuelta a casa, sentía que había un peligro latente en la carretera y al mismo tiempo sabía que no me podía dejar llevar por él, que si me dejaba llevar por él, yo me convertiría en ese peligro, yo sería ese peligro, así es que he aminorado la velocidad, me he colocado en el carril derecho y me he concentrado lo máximo posible en todo lo que me circundaba. Ausencias. Disociaciones lo llamaría un alienista moderno. Los niños gritaban como todas las tardes en el patio de la casa. El perro que vive conmigo me esperaba y aunque llevaba casi dos horas de pie, me lo he llevado al monte. Por él y por mí. Porque sólo caminando y nadando consigo unificar la existencia que me vive y la vida en la que existo. Son los colores de la tarde. Son los cantos de los pájaros y el planeo de las aves rapaces. Es el amigo perro con el que vivo y su rastreo. Es la copa del fresno que siempre se mueve cuando me ve. Es el esfuerzo de la subida constante y en algunos tramos empinada que me obliga a un esfuerzo de respiración que acompaño con la repetición de un mantra. Llega la noche. Estoy en esta casa alquilada de un pueblo de la sierra de Madrid.
El otro día me vino al pensamiento la frase: Me gustaría ver a mi padre. Me gustaría verte papá. Sentarme contigo y preguntarte si tú sabes por qué sigo este camino. Si tú intuiste algo de todo esto cuando enfermé de muerte siendo muy niño. Si hay alguna manera de saber algo a ciencia cierta. Me gustaría preguntarte por qué he elegido la ausencia, por qué ya no me atrevo a encontrarme con nadie y todo es desde lejos como si no existiera la materia. Me gustaría mirarte, papá, porque tú me querías y yo te quería y mirar tus manos delicadas, unas manos dignas de Giacomo Casanova o de algún otro truhán del último tercio del XVIII francés. Mirarte, papá. Hablar un rato y que calmaras esta existencia que me vive y consiguieras, a ser posible, que me dejara vivir en paz aunque sólo fuera un rato.
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Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 10/07/2019 a las 01:37 | {2}