... y ocurre que pueda ser una simple sincronía. O va más lejos y por vericuetos extrasensoriales se llega a descubrimientos más o menos loables. Más o menos certeros. La verdad es la cuerda floja del espíritu. No así del alma cuya verdad estriba en la locura.
Leo las palabras de alguien y me agota la vacuidad de esas palabras. No por feas o por falsas. Si no por faltas de verdad. Es como si al leer, en ocasiones, se atisbara por el resquicio de una coma la ausencia de verdad.
Angels in America de Tony Kushner (qué gusto que se anteponga el autor al director de vez en cuando) dirigida por Mike Nichols e interpretada entre otros por Meryl Streep, Jeffrrey Wright, Marie Louise Parker o Al Pacino, tiene en su desmesura tanta verdad que es una fiesta para los sentidos. Esa lucha moderna entre lo científico y lo espiritual; entre lo aceptable y lo bochornoso; entre lo admisible y lo inadmisible en una sociedad podrida, en una civilización agotada.
Vivimos una civilización agotada.
Los años del SIDA (década de los ochenta del siglo pasado) es el paradigma que utiliza Kushner para su metáfora del mundo. Y su metáfora es bellísima, desgarradora, grotesca y sensual.
Un detalle que agranda para mí la serie es que no se ve a ningún personaje, a lo largo de las seis horas de duración, montado en un coche. Eso para una serie americana es una denuncia en sí. Y además tiene sentido en tanto en cuanto el mensaje del Ángel, Emma Thompson, es que la clave de la decadencia de la especia humana radica en que no deja de moverse. Sólo si se mantuviera quieta, Dios volvería y todo retornaría a su estúpida y aburrida Edad Dorada. El Profeta, Justin Kirk, se niega a anunciar la buena nueva (o la mala nueva) y sube hasta los cielos por una incandescente escalera de Jacob y entrega el libro que le había caído en suerte a unos ángeles que hacen guardia a la espera de que Dios vuelva. Antes de volver a bajar a la tierra y seguir viviendo con el SIDA -que en aquellos años, no se nos olvide, era sentencia de muerte- les espeta a los ángeles guardianes, Y si vuelve Dios denunciadlo por habernos abandonado y castigadlo como se merece.
Tan dislocada historia tiene un punto de verdad tan elevado que no puedo por menos que compararla con la ausencia de verdad del texto realista, que habla de cosas cotidianas y que sin embargo, insuflado de cierto aroma orientaloide, pierde su energía en aras de una creencia que en absoluto tiene pies ni cabeza.
Los ángeles existen como intuiciones que se pueden personificar, como sincronías de las que podemos ser capaces de darnos cuenta, como un aviso en el momento justo; los ángeles tienen el filo de sus alas de demonios; los ángeles son seres feéricos como lo somos nosotros, humanos, que podemos mirar de reojo el Otro Mundo y extraer de él un poco de cordura la cual en el vocabulario de los ángeles-demonios-hadas-duendes-dáimones, se llama locura. Locura para dejarnos de fórmulas manidas; locura para afrontar la vida con todo el terror que nos cause (y toda la alegría y todo el asombro) como lo vive Harper Pitt -el personaje maravillosamente interpretado por Marie Louise Parker- que entra en sus alucinaciones con la misma sonrisa triste con la que habita en eso que tantos y tantos se empeñan en llamar realidad.
- Déjese usted de recetas, señora, y póngase a cocinar.
Leo las palabras de alguien y me agota la vacuidad de esas palabras. No por feas o por falsas. Si no por faltas de verdad. Es como si al leer, en ocasiones, se atisbara por el resquicio de una coma la ausencia de verdad.
Angels in America de Tony Kushner (qué gusto que se anteponga el autor al director de vez en cuando) dirigida por Mike Nichols e interpretada entre otros por Meryl Streep, Jeffrrey Wright, Marie Louise Parker o Al Pacino, tiene en su desmesura tanta verdad que es una fiesta para los sentidos. Esa lucha moderna entre lo científico y lo espiritual; entre lo aceptable y lo bochornoso; entre lo admisible y lo inadmisible en una sociedad podrida, en una civilización agotada.
Vivimos una civilización agotada.
Los años del SIDA (década de los ochenta del siglo pasado) es el paradigma que utiliza Kushner para su metáfora del mundo. Y su metáfora es bellísima, desgarradora, grotesca y sensual.
Un detalle que agranda para mí la serie es que no se ve a ningún personaje, a lo largo de las seis horas de duración, montado en un coche. Eso para una serie americana es una denuncia en sí. Y además tiene sentido en tanto en cuanto el mensaje del Ángel, Emma Thompson, es que la clave de la decadencia de la especia humana radica en que no deja de moverse. Sólo si se mantuviera quieta, Dios volvería y todo retornaría a su estúpida y aburrida Edad Dorada. El Profeta, Justin Kirk, se niega a anunciar la buena nueva (o la mala nueva) y sube hasta los cielos por una incandescente escalera de Jacob y entrega el libro que le había caído en suerte a unos ángeles que hacen guardia a la espera de que Dios vuelva. Antes de volver a bajar a la tierra y seguir viviendo con el SIDA -que en aquellos años, no se nos olvide, era sentencia de muerte- les espeta a los ángeles guardianes, Y si vuelve Dios denunciadlo por habernos abandonado y castigadlo como se merece.
Tan dislocada historia tiene un punto de verdad tan elevado que no puedo por menos que compararla con la ausencia de verdad del texto realista, que habla de cosas cotidianas y que sin embargo, insuflado de cierto aroma orientaloide, pierde su energía en aras de una creencia que en absoluto tiene pies ni cabeza.
Los ángeles existen como intuiciones que se pueden personificar, como sincronías de las que podemos ser capaces de darnos cuenta, como un aviso en el momento justo; los ángeles tienen el filo de sus alas de demonios; los ángeles son seres feéricos como lo somos nosotros, humanos, que podemos mirar de reojo el Otro Mundo y extraer de él un poco de cordura la cual en el vocabulario de los ángeles-demonios-hadas-duendes-dáimones, se llama locura. Locura para dejarnos de fórmulas manidas; locura para afrontar la vida con todo el terror que nos cause (y toda la alegría y todo el asombro) como lo vive Harper Pitt -el personaje maravillosamente interpretado por Marie Louise Parker- que entra en sus alucinaciones con la misma sonrisa triste con la que habita en eso que tantos y tantos se empeñan en llamar realidad.
- Déjese usted de recetas, señora, y póngase a cocinar.
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Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 10/08/2010 a las 12:17 | {0}