Joan Margarit. Poema dedicado a José Agustín Goytisolo
Traducción al castellano del autor.
Incluida en la antología de Francisco Rico: Mil años de poesía española
En la Girona trista dels set anys,
on els aparadors de la posguerra
tenien un color gris de penúria,
la gavineteria era un esclat
de llum en els petits miralls d'acer.
Amb el front descansant damunt el vidre,
mirava una navalla llarga i fina,
bella com una estàtua de marbre.
Com que els de casa no volien armes,
vaig comprar-la en secret i, en caminar,
la sentia, pesant, dins la butxaca.
A vegades l'obria a poc a poc,
i sorgia la fulla, recta i prima,
amb la conventual fredor de l'arma.
Presència callada del perill:
vaig amagar-la, els trenta primers anys,
rere llibres de versos i, després,
dins un calaix, entre les teves calces
i entre les teves mitges.
Ara, a prop de complir els cinquanta-quatre,
torno a mirar-la, oberta al meu palmell,
tan perillosa com a la infantesa.
Sensual, freda. Més a prop del coll.
Triste Girona de mis siete años:
en la posguerra los escaparates
tenían un color gris de penuria.
Y, sin embargo, en la cuchillería,
en cada hoja de acero destellaba la luz
como si se tratase de pequeños espejos.
Descansando la frente en el cristal,
miraba una navaja larga y fina,
bella como una estatua de mármol.
Puesto que en casa no querían armas,
fui a comprarla en secreto y, al andar,
la sentía, pesada, en mi bolsillo.
Cuando, a veces, la abría muy despacio,
surgía, recta y afilada, la hoja
con esa conventual frialdad del arma.
Silenciosa presencia del peligro:
la oculté, los primeros treinta años,
tras los libros de versos, y después,
en un cajón, metida entre tus bragas
y entre tus medias.
Hoy, cerca ya de los cincuenta y cuatro,
vuelvo a mirarla, abierta en la palma de mi mano,
igual de peligrosa que en la infancia.
Fría, sensual. Más cerca de mi cuello.
on els aparadors de la posguerra
tenien un color gris de penúria,
la gavineteria era un esclat
de llum en els petits miralls d'acer.
Amb el front descansant damunt el vidre,
mirava una navalla llarga i fina,
bella com una estàtua de marbre.
Com que els de casa no volien armes,
vaig comprar-la en secret i, en caminar,
la sentia, pesant, dins la butxaca.
A vegades l'obria a poc a poc,
i sorgia la fulla, recta i prima,
amb la conventual fredor de l'arma.
Presència callada del perill:
vaig amagar-la, els trenta primers anys,
rere llibres de versos i, després,
dins un calaix, entre les teves calces
i entre les teves mitges.
Ara, a prop de complir els cinquanta-quatre,
torno a mirar-la, oberta al meu palmell,
tan perillosa com a la infantesa.
Sensual, freda. Més a prop del coll.
Triste Girona de mis siete años:
en la posguerra los escaparates
tenían un color gris de penuria.
Y, sin embargo, en la cuchillería,
en cada hoja de acero destellaba la luz
como si se tratase de pequeños espejos.
Descansando la frente en el cristal,
miraba una navaja larga y fina,
bella como una estatua de mármol.
Puesto que en casa no querían armas,
fui a comprarla en secreto y, al andar,
la sentía, pesada, en mi bolsillo.
Cuando, a veces, la abría muy despacio,
surgía, recta y afilada, la hoja
con esa conventual frialdad del arma.
Silenciosa presencia del peligro:
la oculté, los primeros treinta años,
tras los libros de versos, y después,
en un cajón, metida entre tus bragas
y entre tus medias.
Hoy, cerca ya de los cincuenta y cuatro,
vuelvo a mirarla, abierta en la palma de mi mano,
igual de peligrosa que en la infancia.
Fría, sensual. Más cerca de mi cuello.
¡Qué poco he aprendido! El tiempo endurece. Y ni tan siquiera voy a querer explicarme. Sería desnudarse en exceso. He escrito tantas frases. Han pasado tantas cosas. Me pesan tanto las decisiones que he ido tomando a lo largo de la vida. Podría esforzarme en hacer caso a los maestros budistas y hacer consciente en mí que nada me concierne, que mi samsara -la mente loca que nos ocupa el tiempo en pensamientos estúpidos- se empeña en hacerme responsable de todos y cada uno de mis actos; pero suelo hacer un examen de conciencia duro y radical de ese ser que no soy yo (porque yo no existe) y cuando llegan los momentos de la vista atrás siento una vaga sensación de estupidez, soberbia y melancolía.
Quise agradecer y me superó una de las respuestas posibles. Hubiera bailado. Hubiera cantado también.
Estas noches frías.
Desde aquí, entonces, gracias.
Quise agradecer y me superó una de las respuestas posibles. Hubiera bailado. Hubiera cantado también.
Estas noches frías.
Desde aquí, entonces, gracias.
Iñaki Gabilondo
Con el Nocturno nº 7 de Chopin se despidió anoche Iñaki Gabilondo en su programa de información Hoy que se emitía por la cadena del Grupo Prisa CNN+.
Iñaki Gabilondo es uno de los mejores periodistas españoles que yo haya tenido el gusto de escuchar y de ver. Durante muchos años presentó el programa de radio Hoy por hoy de la cadena SER. Iñaki, donostiarra de pro, tiene entre sus grandes cualidades la capacidad de saber escuchar. Para poder hacer una buena entrevista lo importante no son las preguntas sino la escucha de la respuesta. Siendo valiente nunca es grosero; siendo brillante nunca es soberbio.
Guardo en mis archivos la emisión de su programa durante los tres días que sacudieron a este país tras el atentado del 11 de marzo. Su voz se tiñó, desde el primer momento, de tal solemnidad y emoción que me llegaron a lo más profundo del dolor. Su contención en las críticas, su apuesta por la mesura, son clases magistrales de periodismo en directo.
No sé si es un síntoma pero que una cadena de información sensata y equilibrada, una cadena donde las tertulias políticas no están cargadas de insultos e infamias, en las que los periodistas no hacen alardes de ideología sino de información, se vaya al traste mientras los vocingleros de otras cadenas siguen lanzando sus proclamas patrióticas, sus insultos sin medida, sus insidias sin descanso, sus venganzas personales revestidas de información contrastada continúen ahí, me da que pensar.
Nocturno como oscuridad. Nocturno como agravante penal (nocturnidad, premeditación y alevosía). Nocturno en escala menor, lleno de melancolía por un tiempo que se prometía venturoso para la libertad y la información, por las que luchó Iñaki Gabilondo durante la época de la dictadura y cuyo resultado, 35 años después, es el cierre de unos espacios que tienden a la objetividad y el alza de propagandistas y calumniadores.
Decía ayer Iñaki en una entrevista que le hizo Gemma Nierga en La Ventana que él ve España como un país adolescente, siempre picajoso, siempre alterado, siempre buscando enemigos y culpas en los otros; un país -esto lo añado yo- rencoroso. Y en un país así no cabe un periodista como Iñaki Gabilondo con su voz pausada, sus ademanes serenos, sus colaboradores educados y sus análisis honestos. No, no cabe un periodista así. Lástima. Siempre nos quedará su recuerdo, sus enseñanzas y su emoción.
Gracias, maestro.
Iñaki Gabilondo es uno de los mejores periodistas españoles que yo haya tenido el gusto de escuchar y de ver. Durante muchos años presentó el programa de radio Hoy por hoy de la cadena SER. Iñaki, donostiarra de pro, tiene entre sus grandes cualidades la capacidad de saber escuchar. Para poder hacer una buena entrevista lo importante no son las preguntas sino la escucha de la respuesta. Siendo valiente nunca es grosero; siendo brillante nunca es soberbio.
Guardo en mis archivos la emisión de su programa durante los tres días que sacudieron a este país tras el atentado del 11 de marzo. Su voz se tiñó, desde el primer momento, de tal solemnidad y emoción que me llegaron a lo más profundo del dolor. Su contención en las críticas, su apuesta por la mesura, son clases magistrales de periodismo en directo.
No sé si es un síntoma pero que una cadena de información sensata y equilibrada, una cadena donde las tertulias políticas no están cargadas de insultos e infamias, en las que los periodistas no hacen alardes de ideología sino de información, se vaya al traste mientras los vocingleros de otras cadenas siguen lanzando sus proclamas patrióticas, sus insultos sin medida, sus insidias sin descanso, sus venganzas personales revestidas de información contrastada continúen ahí, me da que pensar.
Nocturno como oscuridad. Nocturno como agravante penal (nocturnidad, premeditación y alevosía). Nocturno en escala menor, lleno de melancolía por un tiempo que se prometía venturoso para la libertad y la información, por las que luchó Iñaki Gabilondo durante la época de la dictadura y cuyo resultado, 35 años después, es el cierre de unos espacios que tienden a la objetividad y el alza de propagandistas y calumniadores.
Decía ayer Iñaki en una entrevista que le hizo Gemma Nierga en La Ventana que él ve España como un país adolescente, siempre picajoso, siempre alterado, siempre buscando enemigos y culpas en los otros; un país -esto lo añado yo- rencoroso. Y en un país así no cabe un periodista como Iñaki Gabilondo con su voz pausada, sus ademanes serenos, sus colaboradores educados y sus análisis honestos. No, no cabe un periodista así. Lástima. Siempre nos quedará su recuerdo, sus enseñanzas y su emoción.
Gracias, maestro.
Para quien quiera conocer un poco mejor a Milos Amós, he colocado su link (su nombre en color verde) a la primera parte de su trayectoria a la que titulé La Solución.
En lo alto de la montaña, azotado por los vientos y una lluvia mala, se sentó. Aún no recordaba nada anterior a su discurrir vital hasta el cenobio. Su mundo anterior había, simplemente, desaparecido; desde el cenobio se dejaba llevar por sus pies; comía tan sólo si le daban de comer; dormía bajo techado si encontraba un techo; cagaba a escondidas y en general al aire libre; si caía una moneda en sus manos se la daba de inmediato a otro que estuviera también necesitado; las monedas le quemaban las manos. Un día, al inicio del ascenso, una mujer bonita le dio un billete y a él se le llagaron las manos; corrió hasta un banco y allí, atrapado con una piedra, dejó el billete; luego volvió a la mujer y le enseñó las llagas; ella le llevó a su casa y le curó con ungüentos suaves como leyendas de Arabia.
Milos Amós se había vuelto más alto y más esbelto; su cabello había crecido entre rizado y suelto y ciertas zonas tenían el brillo de los colores claros; sus manos por fin tenían callos; apenas vestía una zamarra encontrada en un ropavejero, unos pantalones de pana y unas botas de pocero. Con ese aspecto, a su pesar, solía producir miedo. Así es que su mente, vacía, se le llenó de cima de montaña y hacia ella se dirigió cuando empezaba octubre. Anduvo y fue detenido y puesto de nuevo en libertad; volvió de nuevo a andar por una llanura que parecía no tener fin; paso tras paso, la ausencia de todo en la mente de Milos le hacía no sentir nada; tan sólo caminaba y sus ojos oteaban la cima de la Montaña. Cuando mediaba febrero su mirada se dio de bruces con la Cordillera. Allí está. Ése fue el primer pensamiento distinto a Cima de Montaña que tenía desde que inició el viaje. No aceleró el paso. Tan sólo se abrigó el cuello porque caían los primeros copos y un grajo volaba a ras de suelo. Al llegar la noche encontró una lobera. Dentro los lobos dormían. A gatas entró y escuchó los gruñidos. Milos Amós se dio la vuelta, se bajó los pantalones y al macho dominante le ofreció el culo. El macho lo olió y se retiró. Milos Amós durmió. Era el alba cuando los lobeznos aullaban alimento. Era el alba cuando Milos salió de la lobera, cogió unas hierbas parecidas a espinacas y mientras las masticaba comenzó el ascenso a la cima de la montaña. Ascendió durante tres jornadas. Nevó intensamente. Luego comenzó a llover. Y llovió y llovió más. Y la zamarra, por el peso del agua, le hizo ceder más de una vez. Milos tomó resuello y pensó su único pensamiento, Cima de la Montaña y ascendió y ascendió y en la oscuridad del lugar inhóspito sintió que la cima ya estaba cerca, la tocaba con sus dedos, era ancha, podía sentarse y descansar. Y así lo hizo como Montaña sobre la Montaña. Cierra los ojos ahora. Quisiera comer pavo. No come nada. No piensa nada ni tan siquiera cima de Montaña.
Milos Amós se había vuelto más alto y más esbelto; su cabello había crecido entre rizado y suelto y ciertas zonas tenían el brillo de los colores claros; sus manos por fin tenían callos; apenas vestía una zamarra encontrada en un ropavejero, unos pantalones de pana y unas botas de pocero. Con ese aspecto, a su pesar, solía producir miedo. Así es que su mente, vacía, se le llenó de cima de montaña y hacia ella se dirigió cuando empezaba octubre. Anduvo y fue detenido y puesto de nuevo en libertad; volvió de nuevo a andar por una llanura que parecía no tener fin; paso tras paso, la ausencia de todo en la mente de Milos le hacía no sentir nada; tan sólo caminaba y sus ojos oteaban la cima de la Montaña. Cuando mediaba febrero su mirada se dio de bruces con la Cordillera. Allí está. Ése fue el primer pensamiento distinto a Cima de Montaña que tenía desde que inició el viaje. No aceleró el paso. Tan sólo se abrigó el cuello porque caían los primeros copos y un grajo volaba a ras de suelo. Al llegar la noche encontró una lobera. Dentro los lobos dormían. A gatas entró y escuchó los gruñidos. Milos Amós se dio la vuelta, se bajó los pantalones y al macho dominante le ofreció el culo. El macho lo olió y se retiró. Milos Amós durmió. Era el alba cuando los lobeznos aullaban alimento. Era el alba cuando Milos salió de la lobera, cogió unas hierbas parecidas a espinacas y mientras las masticaba comenzó el ascenso a la cima de la montaña. Ascendió durante tres jornadas. Nevó intensamente. Luego comenzó a llover. Y llovió y llovió más. Y la zamarra, por el peso del agua, le hizo ceder más de una vez. Milos tomó resuello y pensó su único pensamiento, Cima de la Montaña y ascendió y ascendió y en la oscuridad del lugar inhóspito sintió que la cima ya estaba cerca, la tocaba con sus dedos, era ancha, podía sentarse y descansar. Y así lo hizo como Montaña sobre la Montaña. Cierra los ojos ahora. Quisiera comer pavo. No come nada. No piensa nada ni tan siquiera cima de Montaña.
Cuento
Tags : La Solución Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 22/12/2010 a las 18:38 | {0}Poema de Juan Ramón Jiménez
... Y yo me iré. Y se quedarán los pájaros
cantando;
y se quedará mi huerto, con su verde árbol,
y con su pozo blanco.
Todas las tardes, el cielo será azul y plácido;
y tocarán, como esta tarde están tocando,
las campanas del campanario.
Se morirán aquellos que me amaron;
y el pueblo se hará nuevo cada año;
y en el rincón aquel de mi huerto florido y encalado,
mi espíritu erarrá, nostáljico...
Y yo me iré; y estaré solo, sin hogar, sin árbol
verde, sin pozo blanco,
sin cielo azul y plácido...
Y se quedarán los pájaros cantando.
cantando;
y se quedará mi huerto, con su verde árbol,
y con su pozo blanco.
Todas las tardes, el cielo será azul y plácido;
y tocarán, como esta tarde están tocando,
las campanas del campanario.
Se morirán aquellos que me amaron;
y el pueblo se hará nuevo cada año;
y en el rincón aquel de mi huerto florido y encalado,
mi espíritu erarrá, nostáljico...
Y yo me iré; y estaré solo, sin hogar, sin árbol
verde, sin pozo blanco,
sin cielo azul y plácido...
Y se quedarán los pájaros cantando.
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Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 27/12/2010 a las 10:17 | {0}