Inventario

Revista literaria y artística escrita y dirigida por Fernando Loygorri

      Una vez encontré la palabra conticinio. La usé. Conticinio significa: hora de la noche en que reina el silencio.
      Me quedo quieto tres días después. El calor. La sensación de torpeza. Los huesos que ya no se desperezan. Los primeros pasos. Ratean.
      Resuelvo problemas matemáticos para los que no estoy dotado.
      Me voy a la cama tarde. Agotado. Miro desde la puerta del dormitorio las hojas abiertas de la ventana, la que da a la terraza. La luna llena enfrente. La calle iluminada pobremente. Desconsuelo por la ausencia de vida. También por la confusión de un perro que al escuchar la respuesta del eco a sus ladridos, cree que son otros perros quienes le responden y vuelve a ladrar más alto, más fuerte, más veces y el eco, claro, le responde más alto, más fuerte, más veces, en una rueda infinita, desesperada.
      En el conticinio ocurre. No debería ocurrir. Ocurre. Diría que se produce un anticonticinio. No dudo. Sólo me suda la espalda y los hombros parecen a punto de caerse por mucho que me yerga en esta era, durante el fin de la civilización occidental que se inició -según cómputo de Spengler El Apocalíptico- con las bases blandengues que estableció Rousseau para una futura sociedad mejor.
      Estoy un poco mareado. Siento a veces el impulso -muy fuerte- de θἀνατος. Dejarme llevar por el ligero frío que va inundando mis miembros (como dicen que provoca la muerte por cicuta). Hasta llegar al fondo último. Probablemente ligero como algodón de azúcar.
      Conticinio.
 

Ensayo poético

Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 16/07/2022 a las 17:43 | Comentarios {0}



Tienes que buscarlo, le decíamos.
Ella nos miraba con los ojos muy abiertos o quizá lo que miraba era la palabra que pugnaba por salir de su boca.
Nosotros insistíamos, Tienes que buscarlo.
Ella se retorcía las manos. Tarareaba algo. Uno de nosotros incluso aseguró haberla visto sonreír. Los demás no le creímos.
Tienes que buscarlo, le dijimos por tercera vez.
Por fin pareció reaccionar. Nos miró con, diríamos, reflejos de perla en sus iris y le susurró a una medalla que siempre llevaba colgada al cuello algo que, por supuesto, no logramos entender. Hecho el susurro y tras hacer un gesto que podría sugerir disculpas, cayó en un profundo sopor y desapareció en su vigilia para siempre.
 

Cuento

Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 05/07/2022 a las 19:27 | Comentarios {0}



¡Qué hermoso lugar si no fuera el de mi destierro!
Alardearía.
Pasearía con mi perro y aspiraría el olor de las flores.
Pasearía con mi perro y apuntaría tareas por hacer: conocer el nombre de esa planta, poner nombre de ave a un canto, conocer las historias de los montes y los valles.
¡Qué hermoso lugar éste si no fuera el de mi destierro!
Esto es sólo una introducción, me digo. Tendré que hacer una estructura y comenzar lentamente a trabajar con las palabras. Una vez más. Siempre me digo: Sólo una vez más. Llevo diciéndome esa frase veinte años por lo menos, desde que fui consciente de que me faltan demasiadas cualidades para llegar al mérito, de que me faltan demasiados azares para tener suerte y de que con sólo mi carácter no basta para labrarme un porvenir.
Y ahora en el destierro... si fuera Ovidio... ¿Seré Ovidio?... Me comenta R. que el otro día pasó por un pueblo cercano al mío y se dio cuenta de lo lejos que me había ido. No -le respondí- yo no me he ido lejos: el demérito, la torpeza propia y la pobreza me han traído hasta aquí.
El destierro es siempre físico y espiritual (modernamente tendría que haber escrito en vez de espiritual, mental, sólo que me viene a la gana escribir al viejo modo y siendo así debería estar atento por si la palabra no es espiritual sino anímico en su acepción de relativo al alma, no relativo al estado de ánimo). Porque el espíritu viene de fuera y el alma se encuentra dentro. Así es que sería conveniente retocar un poco la idea y escribir: el destierro es siempre físico, espiritual y anímico Buena estructuración sería entonces desarrollar cada una de las tres formas del destierro y una vez desarrolladas generar una síntesis en la totalidad de las partes. (Esas cosas que nunca haré. Que nunca he hecho hasta hoy porque si lo hiciera quizá me diera carta de naturaleza para poder ser canónico y al serlo terminar con mi destierro y volver a mi ciudad, a mis espirituales y mi alma en sí).
Sólo para empezar (y no sé si continuaré) elogiemos de nuevo la tierra que me acoge: ¡Qué hermoso lugar si no fuera el de mi destierro!
 

Ensayo

Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 04/07/2022 a las 13:39 | Comentarios {0}



Las vio un atardecer. Podría esforzarse y saber qué atardecer exactamente. No lo hará. Ya no hace ese tipo de bravuconadas.  Escribamos entonces que las vio en un atardecer reciente. Caminaba por las calles más estrechas, las aledañas a una de las grandes arterias de la ciudad. Iba en busca de un portal. Por él se entraría al edificio. Habría puertas y tras éstas casas y en las casas muebles, ropas, olores, recuerdos, personas. Por una calle estrecha iba. A la primera que vio no le dio tiempo a reaccionar. La vio y ya no estaba. La vio y no supo si realmente la había visto. Más la vio con el corazón a lo mejor. O con las ganas. El atardecer caía hacia la noche a pasos lentos. En un edificio alto construido de cristal y acero se reflejaban los últimos rayos del sol. Era siempre bella esa imagen. La segunda vez que las vio fue cuando dejó de mirar el reflejo del atardecer en la fachada de cristal del edificio de acero y su vista descendió hasta el adoquín. Fue en el bordillo donde las vio. Parecían reír. Parecían tener un propósito. Más cuando se metieron por la boca de la alcantarilla. El portal no podía estar muy lejos. Ella comenzó a caminar más despacio como si dudara de llegar hasta su destino. Se detuvo. Giró y se quedó mirando la boca de la alcantarilla y luego miró más allá, hacia el lugar donde las creía haber visto por primera vez, justo frente al escaparate de una tienda de discos que tenía un cartel en el que se leía, Se traspasa. Se traspasa, pensó. La tercera y última vez que las vio fue en el momento mismo en que se encontraba frente al portal que buscaba. No era un portal bonito. En realidad era un gran portón de madera sin ornamentación ninguna. Giró el pomo. El portón no tenía echada la llave y al entreabrirlo, en la penumbra que se creó en el zaguán con los últimos restos de luz del día, las vio por tercera y última vez. De inmediato pensó que debían de ser miles, millones quizá. O si no ¿cómo era posible que se escuchara  de forma tan baja e intensa el sonido de la multitud? Al cerrar el portón tras de sí dejamos de verla. Supusimos que daría a la luz o se encaminaría a tientas hasta las escaleras y las empezaría a subir, y subiría y subiría y subiría más y sólo hasta llegar a su destino.
 

Cuento

Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 30/06/2022 a las 18:12 | Comentarios {0}



No hubo distinción.
Ni tiempo.
La ilusión, aquello que es un motor en la vida, lo que permite levantarse un día más, lo que permite sonreír y detenerse a mirar el vuelo del autillo; eso extraño; eso que navega por nuestra forma de conectarnos con lo que nos rodea, lo que nos atraviesa, lo que permanece y parece pertenecer a algo que llamaríamos -cada uno a sí mismo- mi interior, eso que nos sumerge y no nos ahoga, eso que nos envejece, que nos hace olvidar, que nos hace reconstruir lo pasado, que nos permite construir lo no pasado.
No hubo soberbia.
Lo hizo con toda la sencillez del mundo. Sin ponerse una meta lo hizo. Lo hizo porque las circunstancias se volvieron fastas. Lo hizo por tener ilusión de sí (también ilusión en el sentido de algo irreal, de algo que podría no ser nunca, algo que ha estado ahí, flotando, en la laguna interior, la que está bajo la montaña, la montaña hueca que parece tan sólida desde afuera).
No hubo testigos. No hubo, por lo tanto, arte. Erguida. Suplantándose frente al horizonte fáustico, el que entiende lo infinito, el que no se arredra ante ese concepto antinatural. Natural sí es el ciclo. El ciclo no es necesariamente infinito mientras que lo infinito necesariamente lo es. Suplantada la imagen de sí. Una figura hueca sin forma de montaña. Una figura hueca con forma humana.
Sonaron las campanas mucho más allá de la medianoche. Rebuznó el burro su anhelo. Orión, el Guerrero, soñaba dejarse caer del Cielo. El mundo había conseguido girar una vez más sobre sí mismo. A punto estaba de llegar la Aurora. Justo en el instante en que se hace el silencio cuando va a despuntar la primera línea de luz.
Lo hizo sin vergüenza. Sin fluir nada desde dentro. En una intensa intimidad.
 

Ensayo

Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 22/06/2022 a las 17:21 | Comentarios {0}


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