Inventario

Revista literaria y artística escrita y dirigida por Fernando Loygorri
Hay días -establece P.- que es una gloria comprar siete tomates y un pepino bien hermoso. Puede que el calor acobarde y que la ausencia de lo que estuvo presente se haga dopamínicamente evidente. En este andar a ciegas -establece P.- el desequilibrio no supone necesariamente una amenaza. Por ejemplo dormir con una sábana encima o saber que hay lugares muy pijos donde se ofrecen unos manjares fuera del alcance del común de los mortales. La vida -en esta quietud, en esta monotonía- tiene la gracia de la respuesta del abuelo a la nieta, La vida es lo mismo que cuando te empiezan a hacer cosquillas que al principio dices, No, no, no y al final dices, Más, más, más. Por eso P. sabe que no debe maldecir sino ensalzar mediante el recuerdo de la compra de siete tomates, un pepino hermoso, dos barras de pan y una cerveza la cadencia extraña de vivir y saber que todo el oro del mundo vino del espacio exterior y que toda la pesadumbre que nos aflija tiene un componente importantísimo de electro-química. Establece P. cierta resignación en su meditación y un mucho de compasión para con lo que está sintiendo. Se dice a sí mismo que ha sido un milagro haber podido dejar bien lustrosa la zapatilla deportiva izquierda que llevaba un tiempo con unas manchas en el empeine que le provocaban cierta vergüenza al calzarla. Fue ayer cuando decidió coger el detergente y el estropajo y frotar -suavemente- durante un espacio de tiempo que podríamos calificar de dilatado. El resultado fue que las manchas desaparecieron casi al setenta por ciento -setenta por ciento es el porcentaje que establece P.- lo que de por sí era ya un triunfo con respecto a la suciedad y ahora (ayer de hecho) se calza la zapatilla izquierda con la misma naturalidad con que lo hace con la derecha. No por ello -reconoce P.- deja de tener hoy unas ganas constantes de desahogarse. También al mismo tiempo se pregunta -porque P. siempre establece por oposición como si necesitara el diálogo con otro al modo mayeútico para concretarse en la idea- el por qué de esta congoja y ahí es donde nace la idea electro-química y cierta sensación de injusticia del mundo y de asco hasta el punto que está pensando muy seriamente dejar de comer animales. La sensación de asco del mundo le ha brotado en las entrañas cuando ha leído que un cazador ha matado a Cecil -el león más querido de Zimbabue- por el módico precio de 50.000 €. A Cecil lo engañaron con el cebo de un animal muerto; lo sacaron de la reserva donde vivía a sus anchas, lo asaetearon y tras dos días de agonía lo remataron a balazos. Ese es el asco que siente P. y también genera en él la muerte del león de Zimbabue parte de esta congoja.
Cuando ha llegado a casa P. ha establecido las siguientes prioridades: enfriar la cerveza y los tomates y preguntarse por qué le apena el sacrificio de los animales tanto para el ocio como para la alimentación y no le produce el mismo sentimiento el triturar unos tomates para hacer un buen gazpacho y también investigar qué ocurriría si surgiera este sentimiento de compasión por las hortalizas, si podría llevarle a la muerte por inanición -en caso, establece P., que se volviera un puritano con respecto a su propia moral alimentaria-. Entonces -resuelta la primera de las prioridades- ha decidido encarar la segunda dejando que su mente se concentre resolviendo problemas de ajedrez porque -establece P.- la geometría del tablero y la ilimitada (quizá no infinita) posición de las piezas sobre el mismo son una adecuada analogía del propio laberinto de su ser. Porque sabe -o intuye- que en la aparente serenidad de una posición se suele encontrar una combinación que da al traste con el equilibrio lo que genera una catarsis, una emoción que puede (cierto que es sólo una posibilidad) iluminar una respuesta... una esperanza.
Cuando le suenan las tripas establece P. que es la hora de hacer la comida y decide que dejará que los tomates se sigan refrescando y que cocinará unos huevos fritos con patatas también fritas por mucho que la congoja no le abandona y sabe que hoy es un día para no caer en sensiblerías y sentarse en la sobremesa frente al televisor que es -para él- el gran distractor de la tristeza.

Narrativa

Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 25/07/2015 a las 13:45 | Comentarios {0}


He desatendido la fe vivamente y tengo miedo, madre. Yo sé que debería calmarme. O reivindicar algo. He perdido la fe. Sé que no quiere confesarme, cubierta como está sólo con la estola. No debería preocuparle en absoluto, madre, su aliento a bromuro apaga cualquier sed erótica que usted pueda pensar que de sí se alberga en mí. No la deseo en absoluto como cuerpo de mujer y casi tampoco como confesora sólo que al pasar por esta iglesia y escuchar junto a la puerta la letanía de un pobre, he sentido la vieja hinchazón en mi barriga, la que me causaba el pecado cuando era niño. Era -entonces, en la edad temprana- tener conciencia de pecado y dejar de cagar hasta que podía descargarme de la culpa en un confesionario. No crea tampoco -esto quiero aclararlo desde el principio- que la pérdida de fe se refiere a ese ser de allá, no, mi pérdida tiene que ver con un alimento: he perdido la fe en el pescado. Fíjese, así, de la noche a la mañana. Porque para mí el pescado -es decir: el pez que se come- tenía en sí una serie de virtudes que lo hacían inagotable en su loor. ¡Cuántas loas, madre, le he hecho yo al pescado! Empecé loando los boquerones cuya pequeñez y sabrosura hacían la delicia de mi boca en las noches de enero, a mitad del curso escolar; aquellos boquerones enharinados y bien fritos me hicieron exclamar una madrugada: De su sabor se nutre el gigante. No, no voy a extenderme ahora en un repaso a todas las loas que hice a boquerones, merluzas, lenguados, rapes, doradas, lubinas, congrios y pescados con nombres locales que si los escribiera podría dar lugar a que usted, oh madre confesora cubiertas sus tetas por la estola, pensara que soy un pedante y nada más lejos de la necesaria humildad de un arrepentido que un pedante -aunque sea de salsas-. Yo amaba el pescado: las texturas de sus carnes, sus olores diversos -incluso lo reconozco los algo elevados de tono- sus esqueletos, las formas de sus cabezas o el vacío en sus ojos una vez muertos; amaba su delicadeza en la boca cuando un pescado está bien hecho y lo bien que enlazaba con un líquido fresco (vino blanco sí pero también una cervecita bien fría para el pescaíto). Tengo anotados grandes momentos con el pescado como acompañamiento; amores y amistades; cementerios y lagares; frente al mar y en la montaña interior. Tampoco le haré una relación de esos sucesos ni introduciré a los mariscos en el término pescado porque entonces la lista de los placeres se haría interminable. Así era; así ha sido siempre. Hasta hoy en que de repente he sentido la necesidad de aislarme del pescado, de que nunca más dialogue mi paladar con él. Ha sido como un destierro sin provocación previa. un capricho, si quiere, madre, un capricho de mis papilas gustativas. Y al sentirlo así, he pensado, de inmediato, sin solución de continuidad, He pecado. Estoy pecando (fíjese en la cercanía fonética entre He pecado y He pescado o entre Estoy pecando y Estoy pescando) lo digo porque a mí no se me pasó. Y esta cercanía sonora me llevó a la hinchazón de vientre y a que lleve más cuatro días sin cagar y quizás haya sido este estreñimiento pecaminoso (menos mal que no existe el término pescaminoso) el que me ha hecho escuchar la letanía del miserable que pedía unos zapatos para sus maltrechos pies en la puerta de su iglesia como una señal de que debía entrar en el templo y ya acogido en sagrado dirigirme a este confesionario. Impóngame una penitencia o llámeme loco. Sólo le pido que no me pida explicaciones de por qué he venido a confesarme en albornoz. Yo no se las voy a pedir sobre por qué cubre su cuerpo únicamente con la estola. Sosiégueme, madre, dígame palabras que me hagan cagar y acaben con esta maldita hinchazón en mi bajo vientre.

Narrativa

Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 24/07/2015 a las 18:38 | Comentarios {0}


Estas venas se están yendo hacia el mar y eso que el mar está muy lejos tan lejos como mi sentido del alma ¿por qué no creo en el alma? ¿por qué me siento tan a gusto dentro de este albornoz? Es la mañana después La mañana valiente ha desafiado a una nube cargada del género de las cumulus y he vuelto a sentirme dichoso entre blancura y tisis y cuando he tosido y el esputo tenía sangre fresca he abierto los brazos y bendecido a la muerte como si fuera la Triple Cerda Nada me retiene aquí La doctora me lo comentaba con una sonrisa tan triste que he estado a punto de levantarme y besarle las mejillas como se hace con las abuelas a las que se ama Amo mi tisis Amo esta destrucción pulmonar que me llevará a la morfina y la tumba He comprado una pequeña parcela mortuoria en un cementerio de un pueblo asturiano donde dicen que los asturcones hollan en las noches de luna nueva la hierba y llegan hasta los huesos de los muertos (mis huesos) y los toman entre sus dientes y se los ofrecen al Roble Grande Ser parte del Roble Grande en el bosque interior Mis huesos que son lo más desnudo de mí Lo que en nada alterará la muerte por mil años que muera Albornoz blanco que me cubre la piel Albornoz ligero Albornoz que podría justificarse a sí mismo como túnica sacerdotal o vestimenta de Vesta Si Venus hubiera surgido de las aguas envuelta en albornoz Boticelli se hubiera vuelto tarumba Abro los brazos ante mi esputo sanguinolento y quisiera toser más quisiera echar el bofe entero masticarme mi propio pulmón quedarme sin aire a base de morderme Satisface la mañana mi canto Hablaré seguro con el alcalde de mi cementerio Le daré instrucciones precisas Porque quiero que me entierren con la tapa del ataud abierta y que se cubra mi rostro con un pañuelo de seda azul que protegió mi cuello del frío en los duros días del penúltimo invierno cuando las aves huían del lago y las hormigas se habían desintegrado en una masa marrón y la serpiente apenas tenía fuerza para hacer daño y las montañas se vestían de blanco para escapar de su propia monotonía y mi llanto se iba conformando en un apreciable espasmo intercostal que llegó a distenderme los músculos y me provocó un dolor exquisito Quiero que el sepulturero cubra delicadamente si fuera posible mi rostro inerte para que cuando los caballos accedan a mis huesos faciales se los encuentren cubiertos con pañuelo de dama en justa con recuerdo de los días de frío del muerto que estuvo vivo echando la sangre por las baldosas de su único baño en una mañana brava que no temía a la gran nube ni a la mar lejana y quiero que bajo mis pies como cojinete repose mi albornoz prenda insustituible y cuando las cuerdas vayan marcando mi último descenso se escuchen las notas de un banjo que en batalla carnal con el bosque y sus sonidos deje caer como si nada un pulsar la vida como yo la pulsé esputo a esputo sangre a sangre trozo de pulmón a trozo de pulmón y cuando repose en la tierra dejaré escrito que la más vieja del lugar previa soldada generosa coja un puñado de la tierra y lo dirija con precisión a las gónadas que sean mis gónadas las primeras en recibir el premio de la tierra y que luego me dejen sin derramar lágrima ninguna para que yo pueda esperar en calma la llegada de los caballos

Narrativa

Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 23/07/2015 a las 12:16 | Comentarios {0}


Olmo en la planicie (Autorretrato) Junio 2015
Olmo en la planicie (Autorretrato) Junio 2015
Mira lo que se queda
Fue un salto prodigioso
La tierra misma se volcó
Hay en la ardilla algo de la gracilidad del primer encuentro
Mira la astucia
Mira, la loba gruñe
No sé cómo (esto es un secreto entre tú y yo) quitarme la capa de autocrítica que me impongo
Mira (te)
Será una cuestión de pensamiento
Mira la ausencia
Mírala de frente
Las horas son una pasión más
que tiene su tiempo de desintoxicación
Mira la furia
Mira las estrellas imposibles
Mira a la mujer inteligente cómo se llena de piedras los bolsillos y erguida se encamina al centro de la corriente del río
¡Oh. Ofelia!
Mira la pérdida
El amuleto tiene una constancia de totem
La plenitud se asemeja tanto al negro
Un laud
Una música arábigo-andaluza corretea por mí ahora
La duna se mueve
La espada reposa en su panoplia
El diablo se divierte en Moscú
Muy lejos unas tropas toman al asalto una fortaleza dos mil años antes de ti
Será la curva
El regato seco desde hace un par de meses
O el recuerdo que es materia aún no descubierta
Mira el horizontre que se ha disuelto
Toca el violín
Déjate llevar
Enzarcé un par de palabras eróticas
y las dejé dentro de mí
Eran musgo con un poco de bergamota (aroma de bergamota)
No luches
No te fatigues
Esa visión es un alero (sólo eso)
Camina y si tropiezas...
Túmbate y si cierras las piernas...
Sueña la boca abierta
Mira, no hay pecado
Nada merece la absolución
Vivimos entre hombres
eso es todo
Mañana mira
La mujer inteligente se ahoga con los bolsillos ahítos de piedras
Ha dejado escritos varios monumentos
también (puede ser) una confesión
No te arrepientas
Valga la redundancia: no te confieses
Un hombre vestido no entiende la luz
Mira
¡qué mal respiro!
Mira
¡qué bien respiro!
Mira
la cadencia de la nadadora
¿sabes que bajo su gorro de baño existe una cabellera castaña y larga?
¿sabes que sus brazos, tras el nado, no se sentirán cansados?
¿has visto lo bien que nada?
¿has visto la patada?
Mira
Mira
No juzgues
Mira
Es un día nuevo e igual
El caracol está húmedo
El escarabajo ha sido salvado por una muchacha de morir aplastado bajo la suela de un caminante
Y las hormigas (también entre tú y yo) son unas locas. No veas su trajín. Su trajín en fila de a una. Atravesando el camino. Sin importarles un ardite la forma del orden. Siendo orden en sí. Las hormigas son el orden. Las hormigas no son el beso. Son el orden
Mira el favor que te hago:
yo me escondo y nunca más salgo

Ensayo

Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 21/07/2015 a las 13:21 | Comentarios {0}


1.- Cuando Poncio Pilatos recibió -para confirmar su sentencia de muerte- a Joshuá apodado Ga-Nozri tenía un ataque de hemicránea. El centurión Marco apodado Matarratas hubo de golpear a Joshuá para que no llamara a Pilatos Buen hombre sino Hegémono.

2.- Larga cita de Las uvas de la ira, novela escrita por John Steinbeck: Y por fin los enviados llegaban al fondo de la cuestión. El sistema de arrendamiento ya no funciona. Un hombre con un tractor puede sustituir a doce o catorce familias. Se le paga un sueldo y se queda uno con toda la cosecha. Lo tenemos que hacer. No nos gusta pero el monstruo está enfermo. Algo le ha sucedido al monstruo.
Pero van a matar la tierra con el algodón.
Lo sabemos. Tenemos que obtener el  algodón rápidamente antes de que la tierra muera. Entonces la venderemos. A montones de familias del este les gustará poseer un pedazo de tierra.
Los arrendatarios levantaban la vista alarmados. Pero ¿qué pasa con nosotros? ¿Cómo vamos a comer?
Os tendréis que ir de las tierras. Los arados saldrán por los portones.
Entonces los hombres acuclillados se erguían airados. El abuelo se cogió la tierra y tuvo que matar indios para que se fueran. Y Padre nació aquí y arrancó las malas hierbas y mató serpientes. Luego vino un mal año y tuvo que pedir prestado algo de dinero. Y nosotros nacimos aquí. Los que están en la puerta, nuestros hijos, nacieron aquí. Y Padre tuvo que pedir dinero prestado. Entonces el banco se apropió de la tierra, pero nos quedamos y conservamos una pequeña parte de la cosecha.
Ya lo sabemos, todo eso lo sabemos. No somos nosotros, es el banco. Un banco no es como un hombre, el propietario de cincuenta mil acres tampoco es como un hombre: es el monstruo.
Sí, claro, gritaban los arrendatarios, pero es nuestra tierra. Nosotros la medimos y la dividimos. Nacimos en ella, nos mataron aquí, morimos aquí. Aunque no sea buena sigue siendo nuestra. Esto es lo que la hace nuestra: nacer, trabajar, morir en ella. Esto es lo que da la propiedad, no un papel con números.
Lo sentimos. No somos nosotros, es el monstruo. El banco no es como un hombre.
Sí, pero el banco no está hecho más que de hombres.
No, estás equivocado, estás muy equivocado. El banco es algo más que hombres. Fíjate que todos los hombres del banco detestan lo que el banco hace, pero aún así el banco lo hace. El banco es algo más que hombres, créeme. Es el monstruo. Los hombres lo crearon, pero no lo pueden controlar.
Los arrendatarios gritaron:
- El abuelo mató indios. Padre mató serpientes, por la tierra. Quizá nosotros podamos matar blancos que son peores que los indios y las serpientes. Quizá tengamos que matar para conservar la tierra, igual que hicieron Padre y el abuelo.
Y ahora los hombres de los propietarios se encolerizaron.
Os tendréis que ir.
Pero es nuestra, gritaron los arrendatarios. Nosotros...
No. El banco, el monstruo es el propietario. Os tenéis que ir.
Sacaremos nuestras armas, como hizo el abuelo cuando vinieron los indios ¿Y entonces qué?
Bueno, primero el sheriff, después las tropas. Si intentáis quedaros estaréis robando, seréis asesinos si matáis para quedaros. El monstruo no está hecho de hombres, pero puede hacer que los hombres hagan lo que él desea.
Pero si nos vamos, ¿dónde vamos a ir? ¿Cómo nos vamos a ir? No tenemos dinero.
Lo sentimos -dijeron los enviados-. El banco, el propietario de cincuenta mil acres no se hace responsable. Estáis en una tierra que no os pertenece. Una vez que la dejéis, a lo mejor podréis recoger algodón en el otoño. Quizá podáis vivir del auxilio social. ¿Por qué no vais hacia el Oeste, a California? Allí hay trabajo y nunca hace frío. Allí te basta con alargar la mano y ya tienes una naranja, siempre hay alguna cosecha que recoger. ¿Por qué no vais allí?
Y los representantes de los propietarios arrancaron los coches y se alejaron.


3.- A jirones a veces la niebla se desvela. No hay por qué ir más allá. Fue y siempre es savia. Es luz que llega y hace crecer la estepa, el monte. A lo lejos un gemido se anuda en la garganta.

4.- Llegará el otoño. El fresco de la tarde se irá convirtiendo en frío. Y la luz. La luz.

5.- En una larga conversación los dos hombres -que recorrieron juntos una parte considerable de sus vidas- acabarán sonriendo y se quedarán callados. También entonces un gemido se anudará, a lo lejos, en la garganta.

6.- Hay muchas muertes, dijo Satanás y se murió una vez más.

7.- A jirones se desmembra. La herida -producida por la tierra seca, áspera- en la rodilla protesta. Pide agua fresca y una pomada. El hombre se ha levantado y ha visto la sangre. Sabe que aún está lejos la cura y que debe llegar. Hasta entonces se aplica, como los perros, saliva.

8.- Los sentimientos serán reducibles a cinco, ¿por qué no? Luego está el paso, la respiración, la vista, alimentarse, no doblegarse bajo el peso de la experiencia, recurrir si fuera necesario a la infancia, a aquel recuerdo que tiene algo de magia.

9.- ¿Es de valientes decir adiós?

10.- El estanque Ho-Shoon ardía; era tan profundo que los peces abisales jamás se aventuraron a su fondo; en la superficie los patos navegaban y los vencejos raseaban. Una golondrina -como ocurrió en la gran sala del palacio de Herodes el Grande durante el encuentro entre Poncio Pilatos y Joshuá Ga-Nozri- se lanzó sobre la pulida superficie del lago y dejó en ella una estría y un resto de pluma.

11.- La última caricia suele ser triste.

12.- Aquella mujer supo -descubrió- su vista cansada. Cerró el libro y no volvió a leer jamás.

13.- Mira -le dijo- nuestros cuerpos. Un día, hace mucho, se reunieron en el único acto que trasciende la eternidad.

Ensayo

Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 19/07/2015 a las 12:57 | Comentarios {1}


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