22h. 45m.
Nunca hubiera supuesto que un día en mi vida (una vida que ya empieza a declinar y que me lleva a analizar el presente como un saco de huesos de aceituna. No sé cuánto habrá de razón en lo que siento ni cuánto de desesperación. Quizás algo provenga de esa evidencia que dice que una mujer se vuelve invisible a partir de los cincuenta. Esa soledad del cuerpo. Esa soledad de las ganas. La incertidumbre de la muerte que merodea más cerca, que va estrechando el círculo. Porque casi toda juventud ha de ser hermosa si aceptamos que en ella reside el mayor depósito de esperanza. Hacerse mayor es irse vaciando ese depósito e incluso reconocer que la esperanza es una de las mayores trampas de nuestra especie. Podría, si quisiera, ir a las etimologías. Hoy no me apetece. Abril nunca fue un mes bueno para buscar nada. Abril en mi vida. Nada de sobreentendidos. Con las modernas formas de comunicación los sobreentendidos como las ironías han dejado de entenderse. ¡Curiosa paradoja! Me apetecería para seguir beberme un buen vino de la Ribera del Duero o uno de Burdeos como el que tomamos una amiga y yo en un banlieu de Paris en el verano de 2003. Los paseos por Paris, en mi soledad de los cuarenta y tres años. Un verano muy nublado. Yo paseaba por la ciudad mientras mi amiga pintaba su obra. Por la noche nos reuníamos y charlábamos sobre arte o vida mientras las botellas se iban acabando y el queso también. No lo haré, no beberé vino. Ya no tengo vino en casa. La vida ha cambiado mucho. El mundo se ha vuelto antipático y mezquino. Eso es lo que siento. Los acontecimientos actuales acentúan esta sensación; hace muchos años, querido, que el hedor lo va inundando todo y ahora ya no es más que la evidencia de lo que se olía. He de cerrar este paréntesis)... como escribía al inicio nunca hubiera supuesto que un día en mi vida me diera por recordar la última vez que una persona me besó. Así ha ocurrido y ese hecho me reconcilia un poco con este existir feo que los inicios del siglo XXI nos está regalando -matanzas en masa, millones de personas arruinadas y viviendo en la pobreza, una degradación del ecosistema de Gaia imparable, cientos de miles de muertos por una enfermedad desconocida-; me reconcilia con la vida haber tenido un pensamiento, o un recuerdo, que nunca hubiera imaginado que podría llegar a tener porque en general, en la vida, siempre hay un apretón de manos, un palmada en el hombro, un roce fortuito y no imaginas (...no imaginaba yo. Quizá mi imaginación no sea tan rica como yo creía. Sí he llegado a imaginar verme sola en un lugar desierto en donde, por su propia naturaleza, no hay contacto. Muchos escritores se han dedicado a ese tema: la absoluta soledad. Sin ir más lejos, ni ponerme estupenda, Robinson Crusoe es un ejemplo perfecto. Pero no recuerdo muchas piezas literarias -ninguna en este momento- en el que una parte de la población del mundo, en su hábitat natural, en su rutina, con sus vecinos, sus conocidos, sus amigos, se viera un día imposibilitada para sentir la más mínima cercanía y los encuentros fugaces se dieran siempre a cierta distancia)... no imaginaba, querido amigo mío, que nítido como un rayo juvenil, como recuerdo el primer beso de amor, recuerde casi con la misma nostalgia el último beso que me dieron cuando ni siquiera el beso fue el de un amante sino el de un compañero de clases de pintura, un beso en la mejilla, un beso de buenos días. Sí, fue el domingo 8 de marzo, hace casi cuarenta días. Y yo no sabía, no sabía que hasta hoy nadie se me iba a volver a acercar, nadie iba a rozar mi hombro o estrecharme una mano y por supuesto ni pensar en un beso en la mejilla y ¡qué decir de un beso en la boca! ... un beso en la boca y si el beso me lo dieras tú, amado, no sé si volvería a sentir que tengo trece años, estoy sentada en las rodillas del chico al que deseo y sé que ese va a ser el día en el que por primera vez sienta que en un beso se concentra la posibilidad de un universo.
Abiertos los ojos del mundo voy a intentar explicarte, a ti, lo que supone la deuda y la gratitud.
Luego ascenderé por la escalera de Jacob e iré saludando a las diferentes cohortes de ángeles que por el camino encontraré.
Más tarde, ya en los Cielos, ajeno a las disputas humanas, convertido, casi con toda seguridad, en mirlo, cantaré largas epopeyas sobre la generación de las aves e iré poniendo nombre a muchas especies, incluso podré descender un escalón en la taxonomía y hablaré de razas y cosas por el estilo tan gratas a los Hombres, tan ajenas a los Pájaros.
Llegará el día en el que terminada esta ingente labor a la que pongo como título provisional La Epopeya de las Aves y como subtítulo una historia natural de la evolución de los dinosaurios, me detendré a reposar en lo alto de un árbol que será con toda probabilidad, ya lo aviso, el axis mundi de la mitología japonesa y allí permaneceré por lo menos un eón hasta que ciertas alteraciones en la galaxia -un aumento de la energía oscura, un distanciamiento aterrador entre planetas y exoplanetas y la locura en las trayectorias de los cometas- me despierten de mi sueño cósmico, ese sueño que sueño en la rama alta y que viene a mecerme a través del tiempo.
Al despertar no recordaré haber sido. Tampoco recordaré haber escrito epopeya ninguna. Sé que habré trasmutado en recuerdo de mí mismo. Un recuerdo, en todo caso, caído en el olvido y sin saber muy bien por qué descenderé de la rama más alto del árbol que en realidad era el axis mundi de la mitología japonesa (cuando, por supuesto, ya no entenderé los términos: axis mundi, árbol, mitología o japonesa) y caminando o batiendo alas, llegaré hasta la escalera de Jacob y me iré despidiendo de las cohortes de ángeles que me encontraré en mi descenso hacia la Tierra.
Una vez puesto mi pie sobre ella, lo primero que haré será intentar explicarte los que es la deuda y la gratitud. Lo intentaré contigo, hermano. Con toda probabilidad estarás muerto pero, ya tú sabes, que la vida es un espacio entre dos nadas y como tales de ellas nada sabemos, así es que por si acaso, me avendré a contarte.
Luego ascenderé por la escalera de Jacob e iré saludando a las diferentes cohortes de ángeles que por el camino encontraré.
Más tarde, ya en los Cielos, ajeno a las disputas humanas, convertido, casi con toda seguridad, en mirlo, cantaré largas epopeyas sobre la generación de las aves e iré poniendo nombre a muchas especies, incluso podré descender un escalón en la taxonomía y hablaré de razas y cosas por el estilo tan gratas a los Hombres, tan ajenas a los Pájaros.
Llegará el día en el que terminada esta ingente labor a la que pongo como título provisional La Epopeya de las Aves y como subtítulo una historia natural de la evolución de los dinosaurios, me detendré a reposar en lo alto de un árbol que será con toda probabilidad, ya lo aviso, el axis mundi de la mitología japonesa y allí permaneceré por lo menos un eón hasta que ciertas alteraciones en la galaxia -un aumento de la energía oscura, un distanciamiento aterrador entre planetas y exoplanetas y la locura en las trayectorias de los cometas- me despierten de mi sueño cósmico, ese sueño que sueño en la rama alta y que viene a mecerme a través del tiempo.
Al despertar no recordaré haber sido. Tampoco recordaré haber escrito epopeya ninguna. Sé que habré trasmutado en recuerdo de mí mismo. Un recuerdo, en todo caso, caído en el olvido y sin saber muy bien por qué descenderé de la rama más alto del árbol que en realidad era el axis mundi de la mitología japonesa (cuando, por supuesto, ya no entenderé los términos: axis mundi, árbol, mitología o japonesa) y caminando o batiendo alas, llegaré hasta la escalera de Jacob y me iré despidiendo de las cohortes de ángeles que me encontraré en mi descenso hacia la Tierra.
Una vez puesto mi pie sobre ella, lo primero que haré será intentar explicarte los que es la deuda y la gratitud. Lo intentaré contigo, hermano. Con toda probabilidad estarás muerto pero, ya tú sabes, que la vida es un espacio entre dos nadas y como tales de ellas nada sabemos, así es que por si acaso, me avendré a contarte.
Ensayo
Tags : Vocaciones Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 13/04/2020 a las 21:36 | {0}22h. 22m.
Si se queman la leche y la mantequilla, iré a tu encuentro para decírtelo. Me importa poco la cara que pongas cuando te acuse de haber sido tú el que las ha dejado al fuego; te describiré cómo ha quedado la mantequilla grumosa y negra como si sobre ella hubiera caído una carbonilla que procediera de una explosión nuclear. No me importará que te quedes sentado y sigas con las manos en el mando de la play como si todo lo que te digo no fuera contigo, como si no hubieras sido tú el responsable de impedir que la leche y la mantequilla no se achicharraran al fuego; me indignaré por tu molicie no por tu gesto, ése que te viene acompañando desde niño y que, probablemente les diera miedo a los más pequeños que tú. Podría hablarte de lo mucho que he aprendido de los gestos. Sólo que en este momento no me interesas nada. No quiero que sepas nada de mí. Nunca sabrás nada de mí. Nunca más sabrás de mí. Es el momento en el que he de hacer la maleta. Meter cuatro cosas en ella. Que el equipaje sea ligero. Es el momento de irme. El mundo no me está esperando y yo voy a su encuentro. En la estación de tren quizá me espere una prima hermana que tiene rubios los cabellos y verdes los ojos. Estará en el andén antes de que yo llegue. No me sorprenderá encontrarla allí y sí me entristecerá que me declare su amor y yo le declare el mío por mucho que sepamos que en ese momento nuestras vidas se separan y quizá no volvamos a vernos nunca. Mi prima hermana acerca sus labios a los míos. Nos besamos y en nuestros labios se mezcla lo salino de nuestras lágrimas. Cuando mi prima hermana llora sus ojos verdes se hacen más pequeños y más hermosos. Cuando yo lloro mis ojos se vuelven más oscuros.
El paisaje que veo por las ventanillas del tren es un paisaje devastado. Grandes agujeros han convertido las tierras de labranza en una especie de alucinación lunar. El sol se filtra a través de unas nubes gris claro uniformes que ocultan por completo el cielo y dan una sensación lechosa al aire y esa visión de la leche en el aire me hacen recordar tu gesto amenazador, tu palidez que acentúa tus pómulos y los afilan, una palidez que llega hasta los labios que se vuelven azulinos y dispuestos a atacar. Tus labios muertos me devuelven a la realidad. Estoy en el pasillo de un tren nocturno, en un vagón de coche cama. Los compartimentos parecen estar vacíos. Es como si viajara en un tren de ausencias. No me importa, me digo. Estoy mejor así. Pienso en la contradicción de estar en un tren nocturno a pleno día aunque de inmediato deduzca que quizá sea un tren que he cogido por la tarde y que pronto anochecerá. Entro en mi compartimento y saco de la mochila -mi equipaje se compone de una maleta de quince kilos, una mochila y un bolsón- uno de los tres libros que he traído conmigo, Las variedades de la experiencia religiosa de William James, y comienzo a leerlo desde el principio. Los otros dos libros que me he traído son Rayuela de Julio Cortázar y Pedro Páramo de Juan Rulfo. Con esos tres libros, he pensado cuando los elegía, se puede iniciar una nueva biblioteca. Alguna vez iniciaré una nueva biblioteca. Nunca me imaginé que tendría que abandonar la primera que construí. Tampoco imaginé que me sería tan fácil abandonarla lo que no quiere decir en absoluto que no me haya supuesto un dolor inefable. La lectura de James y el traqueteo del tren me acunan y al acunarme me duermen... no sé si este relato continuará...
El paisaje que veo por las ventanillas del tren es un paisaje devastado. Grandes agujeros han convertido las tierras de labranza en una especie de alucinación lunar. El sol se filtra a través de unas nubes gris claro uniformes que ocultan por completo el cielo y dan una sensación lechosa al aire y esa visión de la leche en el aire me hacen recordar tu gesto amenazador, tu palidez que acentúa tus pómulos y los afilan, una palidez que llega hasta los labios que se vuelven azulinos y dispuestos a atacar. Tus labios muertos me devuelven a la realidad. Estoy en el pasillo de un tren nocturno, en un vagón de coche cama. Los compartimentos parecen estar vacíos. Es como si viajara en un tren de ausencias. No me importa, me digo. Estoy mejor así. Pienso en la contradicción de estar en un tren nocturno a pleno día aunque de inmediato deduzca que quizá sea un tren que he cogido por la tarde y que pronto anochecerá. Entro en mi compartimento y saco de la mochila -mi equipaje se compone de una maleta de quince kilos, una mochila y un bolsón- uno de los tres libros que he traído conmigo, Las variedades de la experiencia religiosa de William James, y comienzo a leerlo desde el principio. Los otros dos libros que me he traído son Rayuela de Julio Cortázar y Pedro Páramo de Juan Rulfo. Con esos tres libros, he pensado cuando los elegía, se puede iniciar una nueva biblioteca. Alguna vez iniciaré una nueva biblioteca. Nunca me imaginé que tendría que abandonar la primera que construí. Tampoco imaginé que me sería tan fácil abandonarla lo que no quiere decir en absoluto que no me haya supuesto un dolor inefable. La lectura de James y el traqueteo del tren me acunan y al acunarme me duermen... no sé si este relato continuará...
14h. 37m.
Anoche soñaba que era hombre. Aún más: era un prototipo de hombre (bueno, no sé si prototipo o arquetipo. Yo más bien creo que arquetipo. Yo creo muchas cosas, amigo mío. Yo creo que se puede alcanzar cierto estado de conciencia en el que se conozca la verdad. No la verdad que varía con los siglos -o con las civilizaciones- sino la verdad única, la verdad cuyo enunciado no puede ser refutado por ninguna otra verdad, pues ésa es justamente la condición sine qua non una verdad es una verdad. Hoy, al despertar, con el sueño aún fresco me he subido el camisón para confirmar la verdad irrefutable en la vigilia de que soy mujer. He de reconocerte que tras la constatación he sentido alivio y he sido consciente por primera vez en mi vida de que por nada del mundo quiero ser hombre. El hecho mismo de pensarlo me ha unido, emocionalmente, con Gregor Samsa); te decía que en el sueño era un prototipo de hombre porque era un piloto del ejército en el portaviones Hornet horas antes de iniciarse la Batalla de Midway. Era protipo de hombre tanto por la profesión como por el fisico: pelo cortado al rape, mentón cuadrado, ojos grandes e incisivos, labios bien delineados, manos grandes, gran nuez, alto, delgado, atlético, con la voz grave y una maneras seductoras y elegantes con mis compañeros. Yo era el jefe de un escuadrón de cazas. Yo era el hombre que debía dar ánimos y ser el primero en lanzarme con mi bombardero en picado contra los portaviones japoneses en las primeras horas de la mañana del 6 de junio de 1942. Ese era yo y me llamaba Constance.
18h. 07m.
...en el sueño no me pregunto cómo es posible que me llame Constance. Ni siquiera me pregunto si Constance puede ser un nombre masculino en inglés ni por qué siendo hombre en el sueño he mantenido un nombre de mujer, un nombre que traducido significaría Constancia. Los sueños derivan hacia los lugares de nosotros mismos que permanecen ocultos como este lugar mío en el que me siento orgulloso de ser hombre, militar y comandante de un escuadrón de cazas. ¿Cuándo he querido yo, amigo, ser militar en mi ser vigilia? Recuerda incluso una tarde en la que maldecía la casta militar y me mostraba quejosa porque mi bisabuelo hubiera comandado a los últimos de Filipinas. Recuerda cómo agarré tu mano y te hice jurar que jamás serías caballero andante, ni portarías armas, ni abanderarías nada que implicara ponerse un uniforme. ¡Con qué maestría te follé aquel ocaso! Me dijiste, Juro no ser jamás soldado si tú me juras ser siempre mi maîtresse. Y yo te lo juré, amigo. Y no romperé jamás mi juramento. Disculpa la digresión que quizá haya sido debida a que lo demás del sueño sigue el argumento de una película de guerra clásica.
Voy a terminar por hoy. El recuerdo de tu boca pronunciando la palabra maîtresse me ha vuelto loca.
Voy a terminar por hoy. El recuerdo de tu boca pronunciando la palabra maîtresse me ha vuelto loca.
17h. 56m.
Amigo, cuántas preguntas tengo hoy. Me he levantado con el sueño torcido. Será que andan mis ganas insaciables y que esta soledad no me llena. Imagino que las teclas sonaran como antaño, sonidos de pulsión analógica y no digital.
¿Sería necesario que me apretaras tanto como yo quisiera; que me apretaras hoy, a esta hora fusca de la tarde como escribí hace un montón de años? En aquel entonces buscaba palabras en los diccionarios y olvidaba aquella máxima que dice que es más bello escribir lo que pasa en la calle que los eventos consuetudinarios que acontecen en la rúa. Así lo explicaba a sus alumnos el profesor de gimnasia Juan de Mairena en sus clases de retórica. ¡Qué hermoso Machado! ¡Qué triste su fin!
Te decía, amigo, que hoy me asaltan las preguntas. Me asalta: ¿Podría haber habido libertinos en la China del siglo XVIII? ¿Será el siglo XXI d.C. el siglo de China? ¿Es lo más interesante para la inteligencia hacerse preguntas? ¿Ha habido libertinos siempre?
¿Cómo te diría sin parecer quejosa que te echo de menos? Porque hay algo en las preguntas que acabo de escribir que me parecen perífrasis para llegar hasta ti... tú que debes de andar muy lejos, quizá por la Tierra del Fuego aunque si anduvieras por Guadalajara de España estarías igual de lejos. Es condición de la presa que todo esté siempre lejos. Sin barrotes presa. Sin grandes y pesadas puertas de hierro cada una de cuyas hojas puede llegar a pesar miles de toneladas. Puertas inmensas. Puertas que llegarían a tener tal altura que rozarían los cielos (cuando los cielos eran de piedra se entiende). ¿Tú sabes cuánto me lamento en las noches? ¿Tú sabes, amigo amado, que de tanto morder el embozo de la sábana me lo he comido? ¿Cuántas veces dirías que pronuncio tu nombre en la madrugada?
No llegarás hasta mi pecho. No sabes cómo mis caderas se mecen bajo el influjo del recuerdo de tus manos agarrándomelas. No sabes, amado, que las constelaciones dibujan siluetas caprichosas de tu cuerpo y que ayer, cuando saqué en la madrugada a la perra, y a mí, claro, me sacó ella, al ver la luna llena me sonrojé y sentí el derramarme y fue tal mi gozo que la pareja de la Guardia Civil que me pidió que me identificara, se relajó y tan sólo me aconsejó que volviera rápido al encierro.
Te amo, amigo. Ahora es la tarde del día con número de infinito vertical. Amaneció nublado y luego fue venciendo el sol. Apenas disfrutamos del aire fresco. Apenas el silencio se hace notar. Vivo en un edificio de gentes ruidosas aunque no sepa a ciencia cierta si lo que acabo de escribir es una tontería o un oximoron porque ¿cabe un edificio silencioso en nuestras vidas? Otra pregunta más. Una sin respuesta más. 41 minutos.
¿Sería necesario que me apretaras tanto como yo quisiera; que me apretaras hoy, a esta hora fusca de la tarde como escribí hace un montón de años? En aquel entonces buscaba palabras en los diccionarios y olvidaba aquella máxima que dice que es más bello escribir lo que pasa en la calle que los eventos consuetudinarios que acontecen en la rúa. Así lo explicaba a sus alumnos el profesor de gimnasia Juan de Mairena en sus clases de retórica. ¡Qué hermoso Machado! ¡Qué triste su fin!
Te decía, amigo, que hoy me asaltan las preguntas. Me asalta: ¿Podría haber habido libertinos en la China del siglo XVIII? ¿Será el siglo XXI d.C. el siglo de China? ¿Es lo más interesante para la inteligencia hacerse preguntas? ¿Ha habido libertinos siempre?
¿Cómo te diría sin parecer quejosa que te echo de menos? Porque hay algo en las preguntas que acabo de escribir que me parecen perífrasis para llegar hasta ti... tú que debes de andar muy lejos, quizá por la Tierra del Fuego aunque si anduvieras por Guadalajara de España estarías igual de lejos. Es condición de la presa que todo esté siempre lejos. Sin barrotes presa. Sin grandes y pesadas puertas de hierro cada una de cuyas hojas puede llegar a pesar miles de toneladas. Puertas inmensas. Puertas que llegarían a tener tal altura que rozarían los cielos (cuando los cielos eran de piedra se entiende). ¿Tú sabes cuánto me lamento en las noches? ¿Tú sabes, amigo amado, que de tanto morder el embozo de la sábana me lo he comido? ¿Cuántas veces dirías que pronuncio tu nombre en la madrugada?
No llegarás hasta mi pecho. No sabes cómo mis caderas se mecen bajo el influjo del recuerdo de tus manos agarrándomelas. No sabes, amado, que las constelaciones dibujan siluetas caprichosas de tu cuerpo y que ayer, cuando saqué en la madrugada a la perra, y a mí, claro, me sacó ella, al ver la luna llena me sonrojé y sentí el derramarme y fue tal mi gozo que la pareja de la Guardia Civil que me pidió que me identificara, se relajó y tan sólo me aconsejó que volviera rápido al encierro.
Te amo, amigo. Ahora es la tarde del día con número de infinito vertical. Amaneció nublado y luego fue venciendo el sol. Apenas disfrutamos del aire fresco. Apenas el silencio se hace notar. Vivo en un edificio de gentes ruidosas aunque no sepa a ciencia cierta si lo que acabo de escribir es una tontería o un oximoron porque ¿cabe un edificio silencioso en nuestras vidas? Otra pregunta más. Una sin respuesta más. 41 minutos.
01h. 18m.
Me demoré. Pasaron las horas. Aquí me tienes de nuevo cuando la noche se calla. Aún no me acostaré. El encierro ha dilatado mi vigilia hasta la alta madrugada. Sólo llego despierta al alba si los ruidos del mundo me despiertan. ¿Qué verán tus ojos? ¿A quién acariciarán tus manos? ¿Por qué prefiero que sigas aprendiendo en otros cuerpos lo que luego dibujarás en el mío? Caballo mío, galopa y agarra las caderas de la mujer que te tiene esta noche como agarrabas las mías no hace tanto. Galopa fuerte. Galopa ebrio y relincha cuando escupas la dicha de estar vivo. Una noche más espero tu vuelta, a solas conmigo, cubierta con las ropas que un día tocaste.
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Narrativa
Tags : Apuntes Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 15/04/2020 a las 22:45 | {0}