Eran esclavos
¡Roma corona a un César negro! Por todas las televisiones del mundo, por todas las radios del mundo, en los automóviles, en las casas, en los lugares de trabajo, este hombre surge como un aglutinador de esperanza. Se espera de él. Y a mí también me mueve hacia ese sentimiento (aunque como ya escribí en el post titulado Casualidades del 8 no puedo dejar de ver el empujón mediático que ha supuesto esta elección para un Imperio en decadencia como es, o parece ser, el estadounidense) porque cuando yo nací, si no muy poquito antes, los negros tenían que dejar el asiento a los blancos en los autobuses de los Estados Unidos de América, el Klu Klux Klan campaba por sus respetos en varios estados y Martin Luther King era asesinado por soñar despierto. Muy poco antes de mi nacimiento, cien años, estos hombres y mujeres negros eran esclavos de los hombres y mujeres blancos por el mero hecho de ser negros. Ser esclavo es tener por dueño de ti a otro. De todo lo tuyo. Hasta lo más íntimo. Hasta lo más amado ¡Qué vida tan espantosa debe ser la del esclavo. Porque no eran esclavos un día o un fin de semana, eran esclavos para toda la vida! ¡para toda la puta vida!
Este giro (twist) en el guión de la historia es verdaderamente hermoso.
Este giro (twist) en el guión de la historia es verdaderamente hermoso.
Evolución de la creencia en una manada correcta (Herrera y Gerena)
(Ya no es tan sólo una relación entre las creencias antiguas y las modernas, lo que el hombre puede pensar en el contexto en el que vive y lo que no puede pensar o como escribió Wittgenstein: Es posible todo lo que se puede decir. De donde se deduciría -aunque seguro que un sofista podría argumentar perfectamente en contrario- que es imposible lo que no se puede decir. Ya no es tan sólo decía una cuestión de oposiciones o de desmentidos históricos como si a la historia de los hombres se le pudiera aplicar la segunda ley de la termodinámica, así sin más; es una búsqueda de desterrar de la creencia el peligro de los idealismos. Aceptemos lo que somos, vendría a decir, aceptemos nuestra antigüedad, aceptemos que la razón individual como motor del mundo es una utopía (es decir es algo fuera de lugar) y que la lucha endémica y contingente del ser humano es consigo mismo como individuo y especie al mismo tiempo -¡qué hubiera sido si, como escribió Jorge Luis Borges, un león se hubiera dado cuenta de que era el león y se hubiera tomado la molestia de ponerse un nombre propio!- El infierno del ser humano es su conciencia de ser. Sólo desde la conciencia de ser uno y ninguno más nos podemos doler de las muertes injustas, podemos criticar las guerras, podemos dividir las disputas entre buenos y malos y sentir más injusta la muerte del que aún es niño que la muerte de aquel que estaba en la batalla. Sólo desde esa consciencia moral porque la moral, a la postre, es un acto individual, podemos dolernos y pedir responsabilidades a otros hombres con nombres propios.
Todo creencia idealista que busca la supremacía, toda creencia con santos, toda creencia que mide y pesa, es una creencia maldita en sí misma porque es una creencia de especie, hecha para crear grupo, masa y esto que también somos es quien alienta, persigue y perpetra la guerra, la injusticia, porque lucha por imponerse, porque lucha para perpetuarse. Esta creencia convierte a la masa en sujeto indiviso (recomiendo el ensayo de Rafael Sánchez Ferlosio God & Gun, editorial Destino) ante la ley y esa masa es inocente como creyente.
La creencia sin idealismo está vacía de su carga de muerte y destrucción. La creencia que no ensalza lo creído, que no tiene santos, ni líderes, ni profetas, ni promesas, ni medidas. La creencia vacía en sí misma de toda acción superior es vital y promueve la paz. La creencia que cree en sí es inocua.)
Todo creencia idealista que busca la supremacía, toda creencia con santos, toda creencia que mide y pesa, es una creencia maldita en sí misma porque es una creencia de especie, hecha para crear grupo, masa y esto que también somos es quien alienta, persigue y perpetra la guerra, la injusticia, porque lucha por imponerse, porque lucha para perpetuarse. Esta creencia convierte a la masa en sujeto indiviso (recomiendo el ensayo de Rafael Sánchez Ferlosio God & Gun, editorial Destino) ante la ley y esa masa es inocente como creyente.
La creencia sin idealismo está vacía de su carga de muerte y destrucción. La creencia que no ensalza lo creído, que no tiene santos, ni líderes, ni profetas, ni promesas, ni medidas. La creencia vacía en sí misma de toda acción superior es vital y promueve la paz. La creencia que cree en sí es inocua.)
Ensayo
Tags : Sobre las creencias Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 18/01/2009 a las 17:11 | {0}Palpar la luz, mirar y no atreverse
a ampararla en el cuenco de la mano;
dejarla entonces encima de un piano
y verla huir, palpitar, desvanecerse.
Poesía
Tags : Archivo 2009 Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 17/01/2009 a las 18:51 | {1}
Nuca y triángulo
Se queda ahí
se detiene
acosa si se quiere
los pulmones
Es más arriba
no llega a doler
se detiene
a la espera
de una espita
y ejerce la presión de los fluidos presos en un medio ínfimo
Dicen
(¿quiénes?
¿qué voces?
¿son amigas?
¿son monstruos?
¿se deslizan?)
exhala
medita
sobrepasa
¿Cómo?
¿Bajo qué promesa?
¿en qué dirección?
hasta el ladrido del perro
hasta las nubes
hasta la hoja que no cae
¿cómo abrir?
¿cómo dejar pasar?
uno mismo siendo tantos
¿quién de mí está en mí hoy?
si no lo conozco
si no me deja
si pudiera llamarlo
si lo dejara pasar
hasta el vientre
o antes a los alvéolos
¡sólo hasta los alvéolos!
se detiene
acosa si se quiere
los pulmones
Es más arriba
no llega a doler
se detiene
a la espera
de una espita
y ejerce la presión de los fluidos presos en un medio ínfimo
Dicen
(¿quiénes?
¿qué voces?
¿son amigas?
¿son monstruos?
¿se deslizan?)
exhala
medita
sobrepasa
¿Cómo?
¿Bajo qué promesa?
¿en qué dirección?
hasta el ladrido del perro
hasta las nubes
hasta la hoja que no cae
¿cómo abrir?
¿cómo dejar pasar?
uno mismo siendo tantos
¿quién de mí está en mí hoy?
si no lo conozco
si no me deja
si pudiera llamarlo
si lo dejara pasar
hasta el vientre
o antes a los alvéolos
¡sólo hasta los alvéolos!
Poesía
Tags : Archivo 2009 Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 15/01/2009 a las 17:13 | {1}
Mi padre (el de más edad, claro) y yo
Una de las cualidades más imprecisas en su palabra o más polisémica en cuanto concepto es -a mi entender- la elegancia. El diccionario de la Real Academia define elegante como: 1) dotado de gracia, nobleza y sencillez 2) Airoso, bien proporcionado 3) Que tiene buen gusto y distinción para vestir 4) Dicho de una cosa o lugar: que revela distinción, refinamiento y buen gusto. María Moliner, apoyando mi tesis expuesta justo al empezar, escribe en su Diccionario de Uso del Español, tras dar unas cuantas definiciones de elegante en relación con el vestir: ("Ser") Se aplica a muy distintas cosas, materiales o espirituales, implicando alta valoración en la escala de valores morales o estéticos; con participación de todas o algunas de estas cualidades: distinción, sencillez, mesura o sobriedad, corrección, gracia, armonía y serenidad; y ausencia de *vulgaridad, mezquindad, exceso o exageración. Voy a ver, por si nos depara alguna sorpresa que aclare ese "se aplica a muy distintas cosas" de que habla María Moliner, qué nos cuenta el Diccionario de Autoridades. Lo he mirado y no nos depara ninguna aclaración superpuesta a las ya expuestas.
Mi padre era un hombre elegante. No siempre era un hombre elegante, a veces era violento y vulgar, pero su corazón y su bonhomía (cuando los avatares de la vida no le llevaban por caminos llenos de alcohol y tragedia, algo que, he de reconocer, le destrozó la vida y las vidas que le rodeaban aunque luego luchara, aunque luego fuera, en los breves momentos de calma, un hombre bueno) le inclinaban a la elegancia.
La elegancia tiene para mí -no viene asociado en las definiciones del diccionario que he encontrado- un relación directa con la percepción de la dignidad. Un persona elegante respetará siempre la dignidad en la acciones de los demás (y por supuesto en sí mismo) y se indignará ante la vulgaridad en el pensamiento o las acciones de los otros (y por supuesto de sí mismo).
Quiero poner un ejemplo y para ello necesito explicar algo de mi genealogía. Yo provengo de una familia aristocrática por parte de padre. Pero ya en la generación de mi padre y en su rama del árbol este aristocratismo (dinero, influencia, títulos nobiliarios, tierras, honores, poder, etc...) se había visto muy menguado. Yo sólo he vivido la "gloria" de mi familia de oídas. Mi padre Antonio García-Loygorri de los Ríos era un liberal y quería que yo fuera abogado o notario, en fin esas cosas pero a mí me dio por ser escritor (o por mejor decir a la escritura le dio porque yo me alistara en sus filas) y como suele ocurrir ser artista es casi imposible (cosa que entiendo: llegar a vivir sin trabajar está al alcance de muy pocos. El artista no trabaja, crea. Otra cosa -si es que es necesario explicitarlo- es lo que cuesta crear y todas esas baratijas morales que emparentarían la creación del artista con el concepto de trabajo) y así, al principio de mi carrera hube de hacer trabajos para poder ser escritor y pagarme mi techo y mi sustento. Uno de los trabajos que hice fue vender cupones de lotería de minusválidos en la puerta del mercado de Vallehermoso de Madrid (lo curioso del asunto es que los fines de semana en la radio de la Comunidad , Onda Madrid, dirigía, escribía y presentaba un programa creado por mí). Un aristócrata sin elegancia (lo son casi todos) se habría avergonzado del trabajo que su hijo hacía a la puerta de un mercado y más si oía cómo el verdulero le decía, ¡Eh, tú, cojo de los cojones, dame un cupón y a ver si me das suerte de una puta vez! (este verdulero era un hombre encantador y bruto. Nunca dejó de comprarme un cupón. Y lo siento pero nunca le dí un premio. Se lo merecía), sin embargo mi padre apareció un día impecablemente vestido, con su americana, su corbata, sus pantalones planchados y perfectos, sus zapatos relucientes, sus manos cuidadas, su alcurnia en todo lo alto, se sentó junto a mí en la puerta del mercado de Vallehermoso y me invitó a un café. Y se fue orgulloso de mí, con una sonrisa en los labios.
Para mí este es un ejemplo de elegancia que entronca directamente con un concepto de dignidad.
Mi padre era un hombre elegante. No siempre era un hombre elegante, a veces era violento y vulgar, pero su corazón y su bonhomía (cuando los avatares de la vida no le llevaban por caminos llenos de alcohol y tragedia, algo que, he de reconocer, le destrozó la vida y las vidas que le rodeaban aunque luego luchara, aunque luego fuera, en los breves momentos de calma, un hombre bueno) le inclinaban a la elegancia.
La elegancia tiene para mí -no viene asociado en las definiciones del diccionario que he encontrado- un relación directa con la percepción de la dignidad. Un persona elegante respetará siempre la dignidad en la acciones de los demás (y por supuesto en sí mismo) y se indignará ante la vulgaridad en el pensamiento o las acciones de los otros (y por supuesto de sí mismo).
Quiero poner un ejemplo y para ello necesito explicar algo de mi genealogía. Yo provengo de una familia aristocrática por parte de padre. Pero ya en la generación de mi padre y en su rama del árbol este aristocratismo (dinero, influencia, títulos nobiliarios, tierras, honores, poder, etc...) se había visto muy menguado. Yo sólo he vivido la "gloria" de mi familia de oídas. Mi padre Antonio García-Loygorri de los Ríos era un liberal y quería que yo fuera abogado o notario, en fin esas cosas pero a mí me dio por ser escritor (o por mejor decir a la escritura le dio porque yo me alistara en sus filas) y como suele ocurrir ser artista es casi imposible (cosa que entiendo: llegar a vivir sin trabajar está al alcance de muy pocos. El artista no trabaja, crea. Otra cosa -si es que es necesario explicitarlo- es lo que cuesta crear y todas esas baratijas morales que emparentarían la creación del artista con el concepto de trabajo) y así, al principio de mi carrera hube de hacer trabajos para poder ser escritor y pagarme mi techo y mi sustento. Uno de los trabajos que hice fue vender cupones de lotería de minusválidos en la puerta del mercado de Vallehermoso de Madrid (lo curioso del asunto es que los fines de semana en la radio de la Comunidad , Onda Madrid, dirigía, escribía y presentaba un programa creado por mí). Un aristócrata sin elegancia (lo son casi todos) se habría avergonzado del trabajo que su hijo hacía a la puerta de un mercado y más si oía cómo el verdulero le decía, ¡Eh, tú, cojo de los cojones, dame un cupón y a ver si me das suerte de una puta vez! (este verdulero era un hombre encantador y bruto. Nunca dejó de comprarme un cupón. Y lo siento pero nunca le dí un premio. Se lo merecía), sin embargo mi padre apareció un día impecablemente vestido, con su americana, su corbata, sus pantalones planchados y perfectos, sus zapatos relucientes, sus manos cuidadas, su alcurnia en todo lo alto, se sentó junto a mí en la puerta del mercado de Vallehermoso y me invitó a un café. Y se fue orgulloso de mí, con una sonrisa en los labios.
Para mí este es un ejemplo de elegancia que entronca directamente con un concepto de dignidad.
Ensayo
Tags : Archivo 2009 Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 14/01/2009 a las 13:37 | {0}
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Tags : Archivo 2009 Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 20/01/2009 a las 20:15 | {1}