Antoni Tapies
Había sido por la tarde cuando sintió la orden. Estaba desnudo sobre una cama, aplastado por un calor salvaje. A veces giraba un poco la cabeza hacia el lugar donde se encontraba la ventana y tras ella una persiana de rejilla de color verde y tras ellas el sol que caía a plomo, lo ardía todo, y se tocaba la polla, intentaba animarla para hacerse una paja y correrse y quedarse agotado para dormir un rato y ver si en ese intervalo de inconsciencia el bochorno se había calmado, se agitaba algo la persiana, una bocanada de aire fresco se anunciaba. Esta vez no se empalmaba. A lo largo de la tarde lo había conseguido en cinco ocasiones. No se desesperó, ni sintió una frustración que de seguro le habría dado más calor. Busco otro medio para salir de aquella asfixia mientras la espalda se pegaba a la sábana y el mundo se hacía un poco más sucio. En su pensamiento recordaba un hermoso lago de aguas doradas en la China. No sabía si había estado en él y sin embargo lo recordaba, quieto, entre montañas, milagroso. Lo llamó Hoo Shon por una necesidad absurda de llamarlo. Sonrío cuando en un alarde de imaginación creyó caminar hacia sus aguas y sentir en las palmas de los pies su temperatura fría, casi invernal. A su boca acudió algo de saliva ¿Dónde?, se preguntó. La tarde callaba. El exterior no existía. No recordaba el nombre de la ciudad en la que estaba. No recordaba el continente en el que estaba. No sabía cómo había llegado hasta allí. Le vino el recuerdo antiguo de un incendio y le produjo más calor aún. No quiso confundirlo con el calor asfixiante del exterior; este calor nuevo nacía dentro y parecía hornear una idea que empezaba a crecer en los alrededores de su hígado. Milos cerró los ojos y buceó en sí mismo. Vio el fuego. Se acercó cuanto pudo y entonces pudo leer -tras las llamas que surgían de su vesícula biliar- VUELVE. El fuego horneaba en los cálculos de su hígado estas letras.
Milos se incorporó. Anduvo hasta el baño. Se metió en la ducha. Fue consciente de lo mucho que había adelgazado. Se ensoñó con una ciudad bajo la lluvia y una muchacha con paraguas expulsando vaho por la boca. Degustó la palabra boca. Salió de la ducha. Se secó excepto el pelo. Cogió una mochila que no sabía que tenía y al salir a la calle el aire de una tormenta entró por su nariz. Ya no le importó dónde estaba. Iba a volver.
Milos se incorporó. Anduvo hasta el baño. Se metió en la ducha. Fue consciente de lo mucho que había adelgazado. Se ensoñó con una ciudad bajo la lluvia y una muchacha con paraguas expulsando vaho por la boca. Degustó la palabra boca. Salió de la ducha. Se secó excepto el pelo. Cogió una mochila que no sabía que tenía y al salir a la calle el aire de una tormenta entró por su nariz. Ya no le importó dónde estaba. Iba a volver.
Tras los besos. Tras las pieles. Tras las búsquedas. Tras tanto deseo, tanto, tanto deseo, cuando se vieron frente a frente, casi desnudos (a él le quedan los calzoncillos, a ella una braga y un sostén a juego) junto al lago, al caer la tarde, misteriosos y casi a escondidas, se sintieron alejados de sí mismos cuando el canto de un mirlo los llenó de sonido. Se rieron, esperaron, se abrazaron y buscaron el origen de aquel canto, hasta que calló y entonces se quedaron por fin desnudos. Ella admiró y paladeó la verga de él -juvenil, rosada y fuerte-, él hurgó con la delicadeza de un abejorro que liba la flor, en el sexo de ella -húmedo como el musgo, oloroso como la jara- y sus jadeos y sus arrullos encendieron las aguas del lago, animaron las copas de los árboles, removieron la tierra de los alrededores y cuando ella se abrió y cuando él entró y empujó, el rayo anunció la nube y la noche los cubrió.
Narrativa
Tags : Archivo 2009 Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 27/04/2009 a las 09:26 | {0}Noviembre 1991
Lluéveme mientras sueñe la canción
de donde todas las demás vienen.
Y así descánsame transformando
a las olas en sólo agua y sales,
en tan sólo movimiento.
Decidme si la paz es esto,
un reino neutro sin profundas simas,
allá donde los peces se dicen abisales.
Sean pues, sean...
camino el de cada ser humano,
huellas sin igual, sean, vamos...
sean espirales o círculos perfectos,
se llamen alegorías o se bailen sean,
abandonemos la nave que nos lleva
y nademos contracorriente a donde la corriente sea.
Sea lluvia, mágica palabra, la gota resbalada por mi
rostro a la luz
de cualquier mañana; sea ella la única
con derecho a detenerme en mi marcha.
Y sin embargo no hablemos,
haced lo que os plazca,
naced, morid, bebed, sed;
no, no hablemos. Así dormidos
la luna no ilumina nada.
Rincón, suave almohadón de infancia cubierto,
rincón umbrío, hueco en el roble, bahía.
Rincón de la tarde...
Poesía
Tags : Archivo 2009 Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 26/04/2009 a las 17:15 | {0}
Fragmentos
El asfalto gris claro. El tejado gris claro. Los muros se calientan. La antigua plaza con sus frescos vistos. El arco del suroeste, en la cara de la Carnicería de la Plaza Mayor llamada así porque era donde estaban antiguamente los carniceros y los cuchilleros -de ahí el nombre de Arco de Cuchilleros-, con el fondo de la iglesia de San Isidro -también gris- en la calle que llevaba a Toledo.
Los rostros variopintos. Los rostros de las vidas. Rostros como agujas de reloj tras la esfera de cristal. Rostros venidos de lejanos países. Rostros que me llevan en muchas ocasiones a embarcaciones inestables en alta mar. Los migrantes son los héroes actuales. Para mí, para mi sentimiento. Me gusta el término migrantes (lo he leído en los carteles de propaganda electoral para las elecciones ecuatorianas), más que emigrantes, porque migrante es que migra como algunas aves, como algunas mariposas, por ejemplo las Uranias Ripheus, unas extrañas mariposas que tuvieron como familia un destino fatal. Nunca se supo por qué las Uranias en su migración para desovar (un viaje de miles de kilómetros) se adentraban en el océano Pacífico y allí, en mitad del océano iban cayendo, agotadas, hasta casi desaparecer.
La esquina de la calle Calatrava donde fui feliz.
Un encuentro con personas con las que hablas, a las que miras. Un encuentro largo. Un encuentro suave. Hay algo de lo que puedes hablar.
La tarde va cayendo. Camino por la calle Toledo, luego por la calle Colegiata, llego hasta la plaza de Tirso de Molina, la atravieso, me encuentro con la calle de los Cañizares, nunca había estado en esa calle pequeña con un fondo de iglesia, camino por ella, llego hasta la calle Atocha y giro a la izquierda para bajar por la calle Huertas. Me siento en un banco. Me fumo un cigarrillo. Entro en El Diario y empieza la noche con Andrés.
La mirada. La conversación. Hermosa y divertida. Como si nos hubiéramos visto ayer por última vez en esa situación (cuando hace quizá más de diez años que no se producía). Y las cervezas y la borrachera. Y la mirada de Andrés.
En mitad de la madrugada sin apenas ver donde apoyo el bastón, dando eses en la plaza del Ángel (hay un ángel guardián de los borrachines) hasta que caigo y salen volando mi cartera y mi bastón. Entre la nebulosa me ayudan cuatro jóvenes a levantarme. Atravieso, solitaria, la Plaza Mayor y por fin me veo en la cama. Todo me da vueltas, es cierto, y me siento, mientras me duermo, sereno.
Los rostros variopintos. Los rostros de las vidas. Rostros como agujas de reloj tras la esfera de cristal. Rostros venidos de lejanos países. Rostros que me llevan en muchas ocasiones a embarcaciones inestables en alta mar. Los migrantes son los héroes actuales. Para mí, para mi sentimiento. Me gusta el término migrantes (lo he leído en los carteles de propaganda electoral para las elecciones ecuatorianas), más que emigrantes, porque migrante es que migra como algunas aves, como algunas mariposas, por ejemplo las Uranias Ripheus, unas extrañas mariposas que tuvieron como familia un destino fatal. Nunca se supo por qué las Uranias en su migración para desovar (un viaje de miles de kilómetros) se adentraban en el océano Pacífico y allí, en mitad del océano iban cayendo, agotadas, hasta casi desaparecer.
La esquina de la calle Calatrava donde fui feliz.
Un encuentro con personas con las que hablas, a las que miras. Un encuentro largo. Un encuentro suave. Hay algo de lo que puedes hablar.
La tarde va cayendo. Camino por la calle Toledo, luego por la calle Colegiata, llego hasta la plaza de Tirso de Molina, la atravieso, me encuentro con la calle de los Cañizares, nunca había estado en esa calle pequeña con un fondo de iglesia, camino por ella, llego hasta la calle Atocha y giro a la izquierda para bajar por la calle Huertas. Me siento en un banco. Me fumo un cigarrillo. Entro en El Diario y empieza la noche con Andrés.
La mirada. La conversación. Hermosa y divertida. Como si nos hubiéramos visto ayer por última vez en esa situación (cuando hace quizá más de diez años que no se producía). Y las cervezas y la borrachera. Y la mirada de Andrés.
En mitad de la madrugada sin apenas ver donde apoyo el bastón, dando eses en la plaza del Ángel (hay un ángel guardián de los borrachines) hasta que caigo y salen volando mi cartera y mi bastón. Entre la nebulosa me ayudan cuatro jóvenes a levantarme. Atravieso, solitaria, la Plaza Mayor y por fin me veo en la cama. Todo me da vueltas, es cierto, y me siento, mientras me duermo, sereno.
Diario
Tags : Archivo 2009 Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 25/04/2009 a las 14:45 | {0}
San Agustín en su tratado sobre la música le pregunta a su discípulo, ¿Qué es la música? Y el discípulo le contesta, No me atrevo a responder.
En la Tablilla VIII del Poema de Gilgamesh, el héroe, al perder a su amigo Enkidu quiere ofrecerle una flauta coralina mientras se lamenta de que su amigo ya no le pueda oír.
¡Amigo mío, mulo errante,
onagro montaraz, pantera de la estepa;
Enkidu, amigo mío, mulo errante,
onagro montaraz, pantera de la estepa!
¡Fuimos a una y escalamos [la montaña];
capturamos el Toro del Cielo [y lo matamos];
abatimos a Humbaba,
[que vivía] en el Bosque de los Cedros!
Y ahora, ¿qué sueño te ha arrebatado
para que en ti te hayas perdido
y ya no me oigas?
Libro tibetano de los muertos: en el momento de la muerte, cuando todavía la conciencia del fallecido deambula por el canal central del sistema nervioso, se deberá repetir una oración al recaudo de su oído con la finalidad de implantarla en su mente.
Según Ramón Andrés en su libro El Mundo en el Oído, editado por Acantilado, el que conocemos como Libro Tibetano de los Muertos, cuya denominación le fue dada por su primer editor W.Y. Evans-Wentz en 1927, tiene, sin embargo, un título original muy revelador: Bardo Todol (bar.do' i.thos.grol), esto es, Liberación por audición en el estado intermedio
El sonido es un espacio. La música propone un orden a ese espacio.
En la Tablilla VIII del Poema de Gilgamesh, el héroe, al perder a su amigo Enkidu quiere ofrecerle una flauta coralina mientras se lamenta de que su amigo ya no le pueda oír.
¡Amigo mío, mulo errante,
onagro montaraz, pantera de la estepa;
Enkidu, amigo mío, mulo errante,
onagro montaraz, pantera de la estepa!
¡Fuimos a una y escalamos [la montaña];
capturamos el Toro del Cielo [y lo matamos];
abatimos a Humbaba,
[que vivía] en el Bosque de los Cedros!
Y ahora, ¿qué sueño te ha arrebatado
para que en ti te hayas perdido
y ya no me oigas?
Libro tibetano de los muertos: en el momento de la muerte, cuando todavía la conciencia del fallecido deambula por el canal central del sistema nervioso, se deberá repetir una oración al recaudo de su oído con la finalidad de implantarla en su mente.
Según Ramón Andrés en su libro El Mundo en el Oído, editado por Acantilado, el que conocemos como Libro Tibetano de los Muertos, cuya denominación le fue dada por su primer editor W.Y. Evans-Wentz en 1927, tiene, sin embargo, un título original muy revelador: Bardo Todol (bar.do' i.thos.grol), esto es, Liberación por audición en el estado intermedio
El sonido es un espacio. La música propone un orden a ese espacio.
Ensayo
Tags : Sobre la música Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 23/04/2009 a las 09:39 | {0}
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Tags : La Solución Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 28/04/2009 a las 19:21 | {0}