El día transcurre. Entre hipos. Avanza. Amable. Pasará lo que pase. Seguiré avanzando. Me moveré cuanto pueda. Allá voy, allá voy.
El muerto se movió en el ataúd.
Una de las enterradoras le dijo a la otra, Eh, tú, ¿no has oído nada? La otra se alejaba mientras encendía un cigarrillo y gritó sin volverse, Esas gilipolleces déjaselas a las novatas, so puta.
El muerto se movió en el ataúd.
Una de las enterradoras le dijo a la otra, Eh, tú, ¿no has oído nada? La otra se alejaba mientras encendía un cigarrillo y gritó sin volverse, Esas gilipolleces déjaselas a las novatas, so puta.
No entiendo los andenes de la línea 1 en la estación de Sol. Sí los entiendo. Pero no los entiendo.
La entrada a las Cercanías.
De repente una frase muestra su subtexto.
Me he fijado (digo me he fijado porque me parece del todo improbable que la característica de la enfermedad en la mirada fuera común a todos los usuarios del metro de Madrid hoy) en miradas enfermas o de gran cansancio o de gran hastío. Quizá sea la entrada en el otoño. A mí me gusta el otoño. Me gusta el frío. O mejor dicho no me gusta el calor.
También había silencio en los vagones. He ido en un vagón repleto. Otros días (quizás en septiembre) había un bullicio, una risa, unas voces.
Una mujer clama ayuda a su familia en el vagón. Su familia -clama ella- somos nosotros. Y llora (o parece que llora) y pide.
Al subir en Pacífico la voz sonera de un cubano suena cansina.
Nado.
He de aprender a nadar de este modo. Nado.
Una mujer se cruza conmigo, sus ojeras son profundas. Sus ojos castaños. Una mujer deja sitio a una anciana en el metro. La anciana no da las gracias.
Camino por la calle Mayor y veo a un hombre mayor vestido como un joven. Se tambalea mientras busca una llave.
Las imágenes. Las que he buscado.
La noche termina. De nuevo veo El Apartamento de Billie Wilder.
La entrada a Cercanías (quizá fuera un final:
Sec.- 117. Exterior Estación Cercanías (ext/día)
La entrada a Cercanías. El hombre llega. Pasa el umbral. Se pierde en las escaleras mecánicas, descendiendo.
Se sobreimpresiona la palabra
FIN)
La entrada a las Cercanías.
De repente una frase muestra su subtexto.
Me he fijado (digo me he fijado porque me parece del todo improbable que la característica de la enfermedad en la mirada fuera común a todos los usuarios del metro de Madrid hoy) en miradas enfermas o de gran cansancio o de gran hastío. Quizá sea la entrada en el otoño. A mí me gusta el otoño. Me gusta el frío. O mejor dicho no me gusta el calor.
También había silencio en los vagones. He ido en un vagón repleto. Otros días (quizás en septiembre) había un bullicio, una risa, unas voces.
Una mujer clama ayuda a su familia en el vagón. Su familia -clama ella- somos nosotros. Y llora (o parece que llora) y pide.
Al subir en Pacífico la voz sonera de un cubano suena cansina.
Nado.
He de aprender a nadar de este modo. Nado.
Una mujer se cruza conmigo, sus ojeras son profundas. Sus ojos castaños. Una mujer deja sitio a una anciana en el metro. La anciana no da las gracias.
Camino por la calle Mayor y veo a un hombre mayor vestido como un joven. Se tambalea mientras busca una llave.
Las imágenes. Las que he buscado.
La noche termina. De nuevo veo El Apartamento de Billie Wilder.
La entrada a Cercanías (quizá fuera un final:
Sec.- 117. Exterior Estación Cercanías (ext/día)
La entrada a Cercanías. El hombre llega. Pasa el umbral. Se pierde en las escaleras mecánicas, descendiendo.
Se sobreimpresiona la palabra
FIN)
Hoy he caído
en la cuenta:
soy un vagabundo.
Si no me dejas
quedarme,
estaré siempre.
Libro V
8.- Como suele decirse: "Asclepio le ordenó la equitación, los baños de agua fría, el caminar descalzo", de modo similar también eso: "La naturaleza universal ha ordenado para éste una enfermedad o una mutilación o una pérdida de un órgano o alguna otra cosa semejante". Pues allí el término ordenó significa algo así como: "te ha prescrito este tratamiento como apropiado para recobrar la salud". Y aquí: "lo que sucede a cada uno le ha sido, en cierto modo, asignado como correspondiente a su destino". Así también nosotros decimos que lo que nos acontece nos conviene, al igual que los albañiles suelen decir que en las murallas o en las pirámides las piedras cuadrangulares se ensamblan unas con otras armoniosamente según determinado tipo de combinación. En resumen, armonía no hay más que una, y del mismo modo que el mundo, cuerpo de tales dimensiones, se complementa con los cuerpos, así también el Destino, causa de tales dimensiones, se complementa con todas las causas. E, incluso, los más ignorantes comprenden mis palabras. Pues dicen: "esto le deparaba el Destino". Por consiguiente, esto le era llevado y esto le era asignado. Aceptemos, pues, estos sucesos como las prescripciones de Asclepio. Muchas son, en efecto, entre aquéllas, duras, pero las abrazamos con la esperanza de la salud. Ocasione en ti impresión semejante el cumplimiento y consumación de lo que decide la naturaleza común, como si se tratara de tu propia salud. Y del mismo modo abraza también todo lo que acontece, aunque te parezca duro, porque conduce a aquel objetivo, a la salud del mundo, al progreso y bienestar de Zeus. Pues no habría deparado algo así a éste, de no haber importado al conjunto; porque la naturaleza, cualquiera que sea, nada produce que no se adapte al ser gobernado por ella. Por consiguiente, conviene amar lo que te acontece por dos razones: Una, porque para ti se hizo y a ti se te asignó y, en cierto modo, a ti estaba vinculado desde arriba, encadenado por causas muy antiguas; y en segundo lugar, porque lo que acontece a cada uno en particular es causa del progreso, de la perfección y ¡por Zeus!, de la misma continuidad de aquél que gobierna el conjunto del universo. Pues queda mutilado el conjunto entero, caso de ser cortada, aunque mínimamente, su conexión y continuidad, tanto de sus partes como de sus causas. Y, en efecto, quiebras dicha trabazón, en la medida que de ti depende, siempre que te disgustas y, en cierto modo, la destruyes.
Traducción: Ramón Bach Pellicer
Traducción: Ramón Bach Pellicer
Lleno de dulzura. A lo largo de las horas va llegando. Nada más despertar es una inspiración de más, sólo eso. El café bulle. El vaso está listo. Se vierte. Reposa encima de la mesa de trabajo. Cuando voy a dar un trago avisa de nuevo, en esta ocasión es la fuerza con que la mano agarra el vaso y quizá la primera presión en el estómago. Ahí me detengo, miro la pared. Mis ojos se desvían hacia no sé dónde, quiero decir que se desvían solos como si hubieran visto algo que ha atraído su atención. Entonces respiro hondo, me digo, Vamos, empieza, trabaja todo el día. Aunque hoy no salgas. No pienses y empieza. Sigo pensando, sin darme cuenta. Dulcemente va llegando. Me tomo un ansiolítico por intuición y vuelvo a la mesa de trabajo. Aunque ya no vuelvo yo. Lo sé ahora. En el momento que describo no lo sé. Ya estás tú ejercitando los dedos como si fueras a interpretar una pieza para órgano de Messiaen. Has fruncido el ceño. Has sentido un golpe de rabia y has comenzado a teclear con fuerza. Te has detenido, ¿cuánto, tres minutos después? y has hecho un segundo gesto de rabia. Has dejado de teclear. Has cerrado el libro. El mundo ha dejado de importarte. Ya no es nadie el mundo. Decides dejar de trabajar y seguir con un absurdo diario de imágenes en blanco y negro. Tomas la cámara y te grabas el aseo. Luego vuelcas la grabación y te admiras. Buscas un instante con algo de magia, que te haga sentir bien, que te haga sentir alguien. No ocurre. El plano fijo que has cogido corta tu cuerpo a la altura del cuello. No importa. No importa, te dices y sientes inquietud. Comes y bebes. Dueño de tu vida. Antes de echarte una siesta que bien podrías haber evitado, te sientes narcisista, perezoso y te das un poco de asco. Te quedas dormido. Poco tiempo, muy poco, el justo en todo caso para que en vez de tú se levante él. Lo primero que hace, como si no pasara nada, es encender el ordenador. Al mirar el correo lee uno que le altera, le ofende y le da miedo. Sobre todo miedo. Y comienza a hacer una serie de acciones encaminadas a estropear. A estropear lo que no estaba roto, lo que funcionaba. Una vez terminadas toda esa serie de acciones se detiene. Y tiembla. Pero ese temblor ya es mío aunque vuelva él y a lo largo de tres horas -las que van desde el inicio del ocaso hasta la noche- se muestre implacable y camine por la casa como un animal enjaulado y huya del escritorio y huya de la respiración hasta que consciente ya de la situación me enfrento a él, me enfrento de veras y con la ayuda de una conversación y una respuesta -gracias amiga mía- consigo volver. Ya estoy en mí. Lo sé, lo sé, los otros son también. Somos nosotros.
Nota: "La clave de las progresiones irónicas está en la certeza y la precisión: los protagonistas saben con certeza qué deben hacer y cuentan con un plan muy preciso sobre cómo hacerlo. Creen que la vida es A, B, C, D y E. En ese preciso momento la vida cambia, les da una patada en el culo y con una sonrisa irónica les dice, Hoy no, amigo. Hoy será E, D, C, B y A. Lo siento". (El guión escrito por Robert McKee y editado por Alba)
Nota: "La clave de las progresiones irónicas está en la certeza y la precisión: los protagonistas saben con certeza qué deben hacer y cuentan con un plan muy preciso sobre cómo hacerlo. Creen que la vida es A, B, C, D y E. En ese preciso momento la vida cambia, les da una patada en el culo y con una sonrisa irónica les dice, Hoy no, amigo. Hoy será E, D, C, B y A. Lo siento". (El guión escrito por Robert McKee y editado por Alba)
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Narrativa
Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 15/10/2009 a las 00:05 | {1}