A Violeta en el invierno de 2000
Mira el día y juega
con un astro de la noche
y no esperes encontrar
en cada regla una confirmación
de tus temores;
sueña y camina y luego
vaga soñolienta por la tarde
mientras pateas la ciudad
a la búsqueda de un cuerpo que te aguante.
Y cuando el atardecer llegue
no pares los semáforos
ni alteres el particular pestañeo de las ventanas
ni atosigues con tu ira al vencido
ni parezcas alterada en lo más mínimo.
Con sencillez
acoge en tu seno la gran noche
y expulsa de ella a los fantasmas.
Así podrás dormir, amor,
un alma sin heridas.
Solaz de ser si al mirar el día
juegas con un astro de la noche.
con un astro de la noche
y no esperes encontrar
en cada regla una confirmación
de tus temores;
sueña y camina y luego
vaga soñolienta por la tarde
mientras pateas la ciudad
a la búsqueda de un cuerpo que te aguante.
Y cuando el atardecer llegue
no pares los semáforos
ni alteres el particular pestañeo de las ventanas
ni atosigues con tu ira al vencido
ni parezcas alterada en lo más mínimo.
Con sencillez
acoge en tu seno la gran noche
y expulsa de ella a los fantasmas.
Así podrás dormir, amor,
un alma sin heridas.
Solaz de ser si al mirar el día
juegas con un astro de la noche.
No sé qué tiene el día de hoy que siento la gana de aclarar. Esta vez es con respecto al artículo titulado Herida. Dos personas (dos mujeres creo, de una lo sé seguro, de la otra tan sólo sé el nombre que aparece cuando hace comentarios) se apiadaron, se compadecieron (en el mejor sentido de las palabras) de lo que en Herida contaba. Yo quiero aclarar lo siguiente (que de alguna forma emparenta con mi matización de la Aclaración anterior): en mi niñez el trato era mucho menos delicado con las personas y menos aún con los niños. Este cuidado excesivo a la infancia imagino que tendrá como una de sus causas la escasez actual de niños en los países ricos. En mi época éramos muchos, se había producido el baby-boom de la década de los sesenta. Por eso cuando a mí se me trataba de esa manera tan ruda, yo no me sentía especialmente maltratado, yo sentía que ése era el trato general a todos los niños. No había, para que nos entendamos, un zona de cuidados paliativos en los hospitales. Aguantar el dolor era máxima católica por excelencia. Y se aguantaba. Y por supuesto los hombres no lloraban y yo me sentí orgulloso cuando no lloré y mi padre me miró como diciéndome: ¡Has sido un valiente! La autoridad estaba muy por encima de la atención. El castigo corporal era norma habitual en el colegio El Sagrado Corazón de la calle Juan Bravo al que asistí durante siete años (a los doce años hice que me expulsaran. Esa ha sido la mayor proeza de mi vida), no sólo en mí sino en todos los que cometieran cualquier torpeza con respecto a la conducta y la aplicación. Y no sólo en ese maldito colegio sino en la mayoría de ellos. Fueron tiempos duros. Las cosas se hacían así porque así se hacían las cosas no por una especial predisposición al sadismo por parte de médicos y educadores. Ese es el rebaño humano. A veces las modas se convierten en modos... sólo a veces.
Escribía en el comentario titulado Intuitiva Desde la razón el mundo se vuelve frío y eso es bueno para el alma de los burgueses como yo (o yo tengo una parte de burgués que no evito) porque permite meditar sobre las cosas desde, digámoslo así, cierta altura, con cierta ironía.Leo los acontecimientos de los hombres desde el futuro de esos hombres y siento penilla como cuando un niño pequeño suelta una ingenuidad que provoca hasta compasión.. Y a continuación enumeraba una serie de nombres. Al releer el artículo sentí cierta altivez en el comentario como si yo me pusiera por encima de esos hombres y su ingenuidad me condujera a la compasión.
Quiero matizar este párrafo: este sentimiento me viene provocado por la lectura que hago de los historiadores, por la sensación de que lo que hoy consideramos incuestionable, habrá sido cuestionado dentro de dos mil años (si antes las tormentas solares que se avecinan en 2012 no acaban con nosotros), inevitablemente. Mi sentimiento es de ingenuidad del presente, de ignorancia del presente. Como los historiadores hacen ver lo equivocado de las creencias de Ptolomeo el geógrafo y su concepción del mundo. O cuando yo mismo leo, directamente en las fuentes, La Historia Natural de Plinio y ciertas anécdotas me sorprenden por lo descabelladas que son. Como es ya descabellado lo que hoy pensamos... dirán dentro de 2000 años.
Quiero matizar este párrafo: este sentimiento me viene provocado por la lectura que hago de los historiadores, por la sensación de que lo que hoy consideramos incuestionable, habrá sido cuestionado dentro de dos mil años (si antes las tormentas solares que se avecinan en 2012 no acaban con nosotros), inevitablemente. Mi sentimiento es de ingenuidad del presente, de ignorancia del presente. Como los historiadores hacen ver lo equivocado de las creencias de Ptolomeo el geógrafo y su concepción del mundo. O cuando yo mismo leo, directamente en las fuentes, La Historia Natural de Plinio y ciertas anécdotas me sorprenden por lo descabelladas que son. Como es ya descabellado lo que hoy pensamos... dirán dentro de 2000 años.
Desde la razón (que es, valga la tautología, lo más razonable para explicarse los asuntos que nos acontecen) puede no tener el más mínimo interés. Mirar hacia atrás, darse cuenta desde una particular perspectiva de los motivos de los comportamientos humanos, es francamente relajante. Desde la razón el mundo se vuelve frío y eso es bueno para el alma de los burgueses como yo (o yo tengo una parte de burgués que no evito) porque permite meditar sobre las cosas desde, digámoslo así, cierta altura, con cierta ironía. Leo los acontecimientos de los hombres desde el futuro de esos hombres y siento penilla como cuando un niño pequeño suelta una ingenuidad que provoca hasta compasión. Figuras capitales como Arquímedes o Tales de Mileto o Ptolomeo III Evergetes o Zaratustra o el Hombre Anónimo que dejó, sobre la piedra de una gruta, inscrita su mano en rojo o la Autora de una parte de la Biblia, la cual vivió en el siglo X a.C., que escribió la denominada escritura yahvista (en oposición a la eloista) porque nombraba como Yahvé al Dios del Antiguo Testamento en vez de los anteriores que lo llamaban Eloi (aunque de nuevo haya ideas opuestas como la del historiador Harold Bloom que asegura que la escritura yahvista es anterior a la eloista. Bloom es también el que asegura que fue la mano de una mujer la que escribió este Antiguo Testamento).
Todos estos seres, tantos, tan lejanos. Con sus ideas. Con sus circunstancias. Desde ahí, digo, la curiosidad de que el otro día quedara con César y con Tere en la calle de Serrano, lugar por donde pasa -y pasaba- el autobús en el que iba al Instituto Santamarca: que luego César me llevara a casa de mi madre y que para ir atravesáramos primero la calle donde vivía Andrés, casa en la que transcurrió tanto y tanto de nuestra adolescencia y juventud, luego la calle donde viví con mi primera mujer, Naya, luego la calle donde vivieron los padres de César y él, y donde también pasamos muchas tardes, a continuación la casa donde vive mi hija y mi segunda mujer, y donde yo viví once años, y llegáramos, claro, a la casa donde nací y viví diez y ocho años de mi vida y me dejara luego en la casa de Pedro, donde vivo actualmente y que este recorrido no hubiera sido premeditado en absoluto y que, para más inri, al día siguiente, fuera a hacer la mudanza de las cosas que me quedaban en casa de mi última pareja, todo este recorrido involuntario, insisto, puede que no tenga interés desde la razón pero desde la intuición (esa otra gran forma de pensamiento humano) es rico, volcánico y atractivo. Desde la intuición el mundo se vuelve vigoroso y excitante. A veces pienso que el Arte no es más que la Historia del Pensamiento Intuitivo.
Todo ocurrió en veinticuatro horas. Todo se dio por una serie de casualidades curiosas: César y Tere no iban a estar en su casa al día siguiente (algo excepcional. Suelen estar casi todos los sábados del año) y me tenían que dar unas llaves para que pudiera entrar . Es a su casa a donde he trasladado todas mis cosas a la espera de tener casa propia. Al mismo tiempo tenía que ir a recoger el seguro del coche a casa de mi madre porque justo al día siguiente vencía el anterior y yo tenía que conducir. Llevamos a Tere a su coche que lo tenía en el aparcamiento del Auditorio Nacional. Y César y yo elegimos el camino más corto desde donde estábamos hasta donde teníamos que ir. Y de repente ambos nos dimos cuenta de que intuitivamente estábamos recorriendo una gran parte de los lugares donde ocurrieron hechos importantes de mi vida ( y de la suya, claro, somos amigos desde hace 32 años) justo el día anterior al que, definitivamente, abandonaba la casa que fue mi hogar durante cinco años.
Todos estos seres, tantos, tan lejanos. Con sus ideas. Con sus circunstancias. Desde ahí, digo, la curiosidad de que el otro día quedara con César y con Tere en la calle de Serrano, lugar por donde pasa -y pasaba- el autobús en el que iba al Instituto Santamarca: que luego César me llevara a casa de mi madre y que para ir atravesáramos primero la calle donde vivía Andrés, casa en la que transcurrió tanto y tanto de nuestra adolescencia y juventud, luego la calle donde viví con mi primera mujer, Naya, luego la calle donde vivieron los padres de César y él, y donde también pasamos muchas tardes, a continuación la casa donde vive mi hija y mi segunda mujer, y donde yo viví once años, y llegáramos, claro, a la casa donde nací y viví diez y ocho años de mi vida y me dejara luego en la casa de Pedro, donde vivo actualmente y que este recorrido no hubiera sido premeditado en absoluto y que, para más inri, al día siguiente, fuera a hacer la mudanza de las cosas que me quedaban en casa de mi última pareja, todo este recorrido involuntario, insisto, puede que no tenga interés desde la razón pero desde la intuición (esa otra gran forma de pensamiento humano) es rico, volcánico y atractivo. Desde la intuición el mundo se vuelve vigoroso y excitante. A veces pienso que el Arte no es más que la Historia del Pensamiento Intuitivo.
Todo ocurrió en veinticuatro horas. Todo se dio por una serie de casualidades curiosas: César y Tere no iban a estar en su casa al día siguiente (algo excepcional. Suelen estar casi todos los sábados del año) y me tenían que dar unas llaves para que pudiera entrar . Es a su casa a donde he trasladado todas mis cosas a la espera de tener casa propia. Al mismo tiempo tenía que ir a recoger el seguro del coche a casa de mi madre porque justo al día siguiente vencía el anterior y yo tenía que conducir. Llevamos a Tere a su coche que lo tenía en el aparcamiento del Auditorio Nacional. Y César y yo elegimos el camino más corto desde donde estábamos hasta donde teníamos que ir. Y de repente ambos nos dimos cuenta de que intuitivamente estábamos recorriendo una gran parte de los lugares donde ocurrieron hechos importantes de mi vida ( y de la suya, claro, somos amigos desde hace 32 años) justo el día anterior al que, definitivamente, abandonaba la casa que fue mi hogar durante cinco años.
De Poemas Póstumos I (1923-1937). César Vallejo
Me moriré en París con aguacero
un día del cual tengo ya el recuerdo.
Me moriré en París -y no me corro-
tal vez un jueves, como es hoy, de otoño.
Jueves será, porque hoy, jueves, que proso
estos versos, los húmeros me he puesto
a la mala y, jamás como hoy, me he vuelto,
con todo mi camino, a verme solo.
César Vallejo ha muerto, le pegaban
todos sin que él les haga nada;
le daban duro con un palo y duro
también con una soga; son testigos
los días jueves y los huesos húmeros,
la soledad, la lluvia, los caminos...
Este poema siempre me recuerda a Luis Otero, mi viejo amigo. Si el poeta me lo permite, a él se lo dedico.
un día del cual tengo ya el recuerdo.
Me moriré en París -y no me corro-
tal vez un jueves, como es hoy, de otoño.
Jueves será, porque hoy, jueves, que proso
estos versos, los húmeros me he puesto
a la mala y, jamás como hoy, me he vuelto,
con todo mi camino, a verme solo.
César Vallejo ha muerto, le pegaban
todos sin que él les haga nada;
le daban duro con un palo y duro
también con una soga; son testigos
los días jueves y los huesos húmeros,
la soledad, la lluvia, los caminos...
Este poema siempre me recuerda a Luis Otero, mi viejo amigo. Si el poeta me lo permite, a él se lo dedico.
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Poesía
Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 25/02/2010 a las 19:39 | {0}