¡Oh, pueblo egipcio, no te dejes regalar los oídos por todo el corifeo que ahora aplaude el que un puto dictador de los cojones haya salido vivo del país en donde a tantos mató!
¡Oh, pueblo egipcio, desconfía de los tanques, los galones e insignias (que no son más que símbolos fálicos disfrazados de jerarquía)!
¡Oh, pueblo egipcio, asume tu condición de parapeto de quienes realmente estaban urdiendo el final de Mubarak!
Las cuestiones de Oriente Medio necesitan de manos nervudas y cabezas despejadas.
¡Oh, pueblo, cualquier pueblo, no eres más que grey, manada, rebaño, piara, muchedumbre, carne fresca para matar!
¡Nunca ningún pueblo venció!
¡Oh, pueblo egipcio, te hablo desde España donde la miseria se alimenta de tanto político espantoso, de tanto concejal terrible, de tanto juez antediluviano, de tanto periodista rijoso y partidista, de tanto intelectual de tres al cuarto, de tanto sol, de tanta sangría, de tanta paella y tanto fútbol!
¡Oh, pueblo egipcio, el mundo no es de los pueblos! ¡El mundo es del pastor y de los perros que dirigen el rebaño hacia el corral y el pienso!
¡Oh, pueblo, cualquier pueblo! Deseaba hacer una oración y tan sólo salen de mi mente lamentaciones. Os he visto jugaros la vida (os la estabais jugando. También en Tiannanmen ¿recordáis?). Algunos habéis muerto. Ahora se está negociando a vuestras espaldas como ocurrió en esta España en la que vivo cuando a la muerte de Franco lo primero que se hizo fue pactar el perdón de tanto canalla, de tanto, tanto canalla.
¡Oh, pueblo egipcio, qué valientes sois!
Cuando llegue el desencanto -llegará pronto- no os sintáis estafados o tristes o marionetas o zafios. El mundo gira. Sólo es eso. El mundo gira.
¡Oh, pueblo egipcio, desconfía de los tanques, los galones e insignias (que no son más que símbolos fálicos disfrazados de jerarquía)!
¡Oh, pueblo egipcio, asume tu condición de parapeto de quienes realmente estaban urdiendo el final de Mubarak!
Las cuestiones de Oriente Medio necesitan de manos nervudas y cabezas despejadas.
¡Oh, pueblo, cualquier pueblo, no eres más que grey, manada, rebaño, piara, muchedumbre, carne fresca para matar!
¡Nunca ningún pueblo venció!
¡Oh, pueblo egipcio, te hablo desde España donde la miseria se alimenta de tanto político espantoso, de tanto concejal terrible, de tanto juez antediluviano, de tanto periodista rijoso y partidista, de tanto intelectual de tres al cuarto, de tanto sol, de tanta sangría, de tanta paella y tanto fútbol!
¡Oh, pueblo egipcio, el mundo no es de los pueblos! ¡El mundo es del pastor y de los perros que dirigen el rebaño hacia el corral y el pienso!
¡Oh, pueblo, cualquier pueblo! Deseaba hacer una oración y tan sólo salen de mi mente lamentaciones. Os he visto jugaros la vida (os la estabais jugando. También en Tiannanmen ¿recordáis?). Algunos habéis muerto. Ahora se está negociando a vuestras espaldas como ocurrió en esta España en la que vivo cuando a la muerte de Franco lo primero que se hizo fue pactar el perdón de tanto canalla, de tanto, tanto canalla.
¡Oh, pueblo egipcio, qué valientes sois!
Cuando llegue el desencanto -llegará pronto- no os sintáis estafados o tristes o marionetas o zafios. El mundo gira. Sólo es eso. El mundo gira.
Escrito en diciembre de 1987 en la colección: Poemas en papel satinado.
Corrección de febrero de 2011
¡Viento, viento del norte
amaina en las antenas!
Perdidos en agujeros y en mármol
se ayudan o se queman;
prisioneros y libres cosechan
brazos y recogen
campanas.
Madrugada en el páramo.
Huellas en el barro
señalan la dirección
hacia las hojas rojas,
las que cubren la Tierra.
Dibujos infantiles conviven
con restos y fósiles;
hiela la cueva, calienta el aire.
Vuelan y nadan y corren.
Manadas de bestiarios
esperan en sus limbos;
bailan un vals dos duendes;
la mar es cortada por la quilla,
las cosquillas de la madera le provocan
remolinos de risa y espuma.
La muerta enamorada revive muerta.
Amantes
pequeños
inventan
deseos.
amaina en las antenas!
Perdidos en agujeros y en mármol
se ayudan o se queman;
prisioneros y libres cosechan
brazos y recogen
campanas.
Madrugada en el páramo.
Huellas en el barro
señalan la dirección
hacia las hojas rojas,
las que cubren la Tierra.
Dibujos infantiles conviven
con restos y fósiles;
hiela la cueva, calienta el aire.
Vuelan y nadan y corren.
Manadas de bestiarios
esperan en sus limbos;
bailan un vals dos duendes;
la mar es cortada por la quilla,
las cosquillas de la madera le provocan
remolinos de risa y espuma.
La muerta enamorada revive muerta.
Amantes
pequeños
inventan
deseos.
La madre abraza a la hija. Sobre el dolor, sobre el inmenso dolor de no entender. Aún así la madre abraza a la hija. El camino de la hija se enredó en el polvo. El camino de unas estrellas falsas como un diamante made in Taiwan. La droga tiene algo de diamante falso. Y aún así la madre, con todo el amor del mundo, con todo el dolor del mundo, abraza a la hija.
El amor tiene algo de misterioso e inexplicable, es una fuerza natural y como tal tan sólo medible a posteriori. El amor es gigantesco en su pequeñez. El amor aguanta el dolor y lo supera. El amor aguanta la incredulidad y la vence. Ese abrazo de la madre a la hija vale un mundo porque está dado con la vida entera y con sacrificio. La etimología de sacrificio (sacer facere) es hacer algo sagrado.
También el amor se conoce por su ausencia. Quienes nunca sintieron amor, lo concocen, lo añoran o luchan contra él porque su sola presencia los hace vulnerables. Los más soberbios suelen ser seres sin amor. Es su venganza.
Cuando sientes el abrazo del amigo, la compañía del hermano, la mirada serena de quien sabe que sufres, esa mano que coge la tuya y la aguanta y sabe esperar junto a ti sin pedir nada ni tan siquiera algo que le haga comprender; cuando llega la mañana y la madre sigue abrazada a su hija que tiembla de síndromes y químicas y está ahí, sin dormir, acurrucándola como cuando era muy pequeña; cuando la hermana dormita en un sofá de un hospital junto a su hermana que cada tanto intenta suicidarse y ella siempre acude y no pregunta y tan sólo le da a beber el agua que ella necesita y escucha sus quejas por el lavado de estómago; cuando la enferma recibe día tras día el cuidado de sus amigos, cómo le llevan la comida, cómo le hacen la casa, como solicitan su ánimo y alaban su belleza con la cabeza calva; cuando alguien sale de los momentos duros (quizá la hija dejó la droga, quizá la hermana quiso vivir o el hermano pudo por fin dormir tranquilo) y ves la alegría sincera del amigo, la palmada en la espalda del padre, el esfuerzo que mereció las nuevas arrugas en el rostro de la madre y sus palabras, Gracias, hija, ya estás en casa y el que vuelve a ver la luz se emociona y expresa su gratitud por no haber sido abandonado, por no haber sido preguntado; cuando ocurren estas cosas, y ocurren, las conozco, la vida es un momento luminoso en un rincón de este universo tan oscuro.
El amor tiene algo de misterioso e inexplicable, es una fuerza natural y como tal tan sólo medible a posteriori. El amor es gigantesco en su pequeñez. El amor aguanta el dolor y lo supera. El amor aguanta la incredulidad y la vence. Ese abrazo de la madre a la hija vale un mundo porque está dado con la vida entera y con sacrificio. La etimología de sacrificio (sacer facere) es hacer algo sagrado.
También el amor se conoce por su ausencia. Quienes nunca sintieron amor, lo concocen, lo añoran o luchan contra él porque su sola presencia los hace vulnerables. Los más soberbios suelen ser seres sin amor. Es su venganza.
Cuando sientes el abrazo del amigo, la compañía del hermano, la mirada serena de quien sabe que sufres, esa mano que coge la tuya y la aguanta y sabe esperar junto a ti sin pedir nada ni tan siquiera algo que le haga comprender; cuando llega la mañana y la madre sigue abrazada a su hija que tiembla de síndromes y químicas y está ahí, sin dormir, acurrucándola como cuando era muy pequeña; cuando la hermana dormita en un sofá de un hospital junto a su hermana que cada tanto intenta suicidarse y ella siempre acude y no pregunta y tan sólo le da a beber el agua que ella necesita y escucha sus quejas por el lavado de estómago; cuando la enferma recibe día tras día el cuidado de sus amigos, cómo le llevan la comida, cómo le hacen la casa, como solicitan su ánimo y alaban su belleza con la cabeza calva; cuando alguien sale de los momentos duros (quizá la hija dejó la droga, quizá la hermana quiso vivir o el hermano pudo por fin dormir tranquilo) y ves la alegría sincera del amigo, la palmada en la espalda del padre, el esfuerzo que mereció las nuevas arrugas en el rostro de la madre y sus palabras, Gracias, hija, ya estás en casa y el que vuelve a ver la luz se emociona y expresa su gratitud por no haber sido abandonado, por no haber sido preguntado; cuando ocurren estas cosas, y ocurren, las conozco, la vida es un momento luminoso en un rincón de este universo tan oscuro.
A veces se pone tanta emoción en lo que se escribe que, cuando se vuelve a leer, se recuerda el subtexto, de dónde viene todo aquello.
A veces el aliento de un ser muerto llena tanto el espacio que parece abrazarte y vuelve a ti y te acompaña.
A veces quisiera que Julia no hubiera vivido esos últimos días.
A veces es martes por la tarde, en un mes de febrero. Ha lucido el sol y he dado un paseo.
A veces el viento helado de la sierra, las largas praderas de un Kentucky inventado, las sabias palabras de Ojos de Gris, el chamán de los knowees, y la melancolía de Muso, me llevan a Julia, a su indefensión los últimos días de su vida, a la tarde que lloraba porque la habían duchado contra su voluntad.
A veces los días saltan de año. Este martes de hoy ha sido un martes de hace casi cuatro años. He ido a visitar a Julia a la residencia de ancianos. Al llegar me ha dicho, ¡Ay, hijo, cuánto te estaba esperando! Y yo le he contestado, Pues ya estoy aquí y he besado su frente. Luego nos hemos dado la mano. Ella la tiene muy fria. Tras un silencio, ha dicho, Bueno, ya estás aquí. Y yo le he contestado, Sí, ya estoy aquí. Perdóname por no haber venido ayer. Tendrías cosas que hacer, ha dicho y yo he pensado, No, no tenía nada que hacer. Es que me duele mucho venir. Me duele tanto.
A veces pasan estas cosas. Este martes de hoy he estado con ella hasta la hora de la cena. Acabo de llegar a casa. En el trayecto han pasado casi cuatro años.
A veces el aliento de un ser muerto llena tanto el espacio que parece abrazarte y vuelve a ti y te acompaña.
A veces quisiera que Julia no hubiera vivido esos últimos días.
A veces es martes por la tarde, en un mes de febrero. Ha lucido el sol y he dado un paseo.
A veces el viento helado de la sierra, las largas praderas de un Kentucky inventado, las sabias palabras de Ojos de Gris, el chamán de los knowees, y la melancolía de Muso, me llevan a Julia, a su indefensión los últimos días de su vida, a la tarde que lloraba porque la habían duchado contra su voluntad.
A veces los días saltan de año. Este martes de hoy ha sido un martes de hace casi cuatro años. He ido a visitar a Julia a la residencia de ancianos. Al llegar me ha dicho, ¡Ay, hijo, cuánto te estaba esperando! Y yo le he contestado, Pues ya estoy aquí y he besado su frente. Luego nos hemos dado la mano. Ella la tiene muy fria. Tras un silencio, ha dicho, Bueno, ya estás aquí. Y yo le he contestado, Sí, ya estoy aquí. Perdóname por no haber venido ayer. Tendrías cosas que hacer, ha dicho y yo he pensado, No, no tenía nada que hacer. Es que me duele mucho venir. Me duele tanto.
A veces pasan estas cosas. Este martes de hoy he estado con ella hasta la hora de la cena. Acabo de llegar a casa. En el trayecto han pasado casi cuatro años.
En tiempos de desolación, no hacer mudanza, aconseja Ignacio de Loyola, un personaje curioso el cual tuvo una iluminación tras una larga enfermedad (recuerdo de memoria, quizá me equivoque) en la ciudad de Pamplona. Pamplona es verdad y también Ignacio de Loyola.
La verdad es un término del que se han apropiado tirios y troyanos. La verdad dicha con vehemencia y con datos da más pábulo a la verdad. Si yo digo: He descubierto que el membrillo es la quintaesencia de Dios, casi nadie me dará la razón. Ahora bien si yo afirmo lo anterior y aporto las opiniones de cuatro teólogos, siete filósofos, veintiún médicos internistas, tres escritores, un visionario y un rico de solemnidad y además hago una película y escribo un libro y aporto más de cien testimonios en los que se cuenta la revelación de Dios en el membrillo, cabe que poco a poco se vayan haciendo prosélitos y el árbol del membrillo se valle o incluso, a su alrededor, se erijan templos.
Ayer me ocurrió algo curioso: un antiguo alumno mío, de los más brillantes que he tenido, me envió un video sobre El Secreto, ese libro que está teniendo tanto éxito (creo que en España es el segundo más vendido). El Secreto trata sobre la verdad del Universo. Una verdad que es indiscutible y que tiene como única ley la ley de la atracción y toda su verdad versa sobre el siguiente enunciado: tus pensamientos atraen tu realidad, de tal forma que si tú piensas en la mierda que eres, tu vida será una mierda mientras que si piensas que eres un tío fenomenal, tu vida va a ser fenomenal.
Haciendo un gran esfuerzo por no discutir con lo que me estaban contando, me vi el video entero, que dura la friolera de una hora y media y al final sentí -cómo decirlo- un profundo cariño por el ser humano, por su necesidad de creer en el bien, por su búsqueda de la abundancia, por su interés en Dios y en la trascendencia. Me pareció una ingenua manera de luchar contra el desastre. Desde Cristo, desde Set, desde Mitra, desde Zoroastro, con Jung, con Planck, con madame Blavatsky y más y más y más.
La Verdad es un asunto que, curiosamente, se desdice cada tanto. En el caso de El Secreto y su tesis fundamental, me resultó encantador que uno de los más fervientes defensores de semejante idea fuera un físico cuántico. Los buscadores de nuevos dioses y nuevas formas de demostrar la existencia de Dios (eclécticamente en los nuevos tiempos a Dios se le puede llamar como a uno le venga en gana) tiene en la actualidad a un nuevo sacerdote: el físico cuántico, cosa que tiene su razón de ser porque la física cuántica no la entienden ni los mismos físicos cuánticos; son como Santo Tomás de Aquino el cual quiso hacer entrar la Verdad Revelada por el ojo de la aguja de la razón y tan sólo consiguió cargarse para siempre la Verdad Revelada (razonablemente, claro).
Ni siquiera me quedaron ganas de oponer tanta desdicha como se ve en el mundo, a la dicha inexorable que tan sólo surge con el mero pensamiento. Decidí escribirle una carta al Universo, por si las moscas, que quizá algún día publique y tras tanta ternura por la infantilidad del hombre y sus pensamientos, me empezó a entrar cierta rabia (aunque de inmediato la quise evitar porque ya había aprendido que, según la ley de la atracción, un perro rabioso iba a llamar a mi puerta y me iba a comer el cuello).
Hablando de cine, Robert Mckee, en su libro El Guión, opone el natural optimismo yankee al inevitable pesimismo europeo, a la hora de escribir cada uno sus historias. Y ciertamente, El Secreto cumple ese optimismo que raya en la oligofrenia (no entrenable) y es, por supuesto, una corriente de pensamiento (?) norteamericana. Y claro, yo soy europeo y naturalmente pesimista (?).
El pequeño giro final de esta verdad, es que hoy he recibido un correo de este alumno brillante en el que se disculpa por haberme enviado ese video porque no fue él sino su abuelo que andaba trasteando con el ordenador.
Me encanta que los abuelos trasteen -verbo casi siempre dirigido a los niños- con los ordenadores; me encanta que por ese equívoco haya vuelto a establecer contacto con mi alumno; me encanta la ingenuidad del hombre (y a veces me aterra). No creo en La Verdad.
La verdad es un término del que se han apropiado tirios y troyanos. La verdad dicha con vehemencia y con datos da más pábulo a la verdad. Si yo digo: He descubierto que el membrillo es la quintaesencia de Dios, casi nadie me dará la razón. Ahora bien si yo afirmo lo anterior y aporto las opiniones de cuatro teólogos, siete filósofos, veintiún médicos internistas, tres escritores, un visionario y un rico de solemnidad y además hago una película y escribo un libro y aporto más de cien testimonios en los que se cuenta la revelación de Dios en el membrillo, cabe que poco a poco se vayan haciendo prosélitos y el árbol del membrillo se valle o incluso, a su alrededor, se erijan templos.
Ayer me ocurrió algo curioso: un antiguo alumno mío, de los más brillantes que he tenido, me envió un video sobre El Secreto, ese libro que está teniendo tanto éxito (creo que en España es el segundo más vendido). El Secreto trata sobre la verdad del Universo. Una verdad que es indiscutible y que tiene como única ley la ley de la atracción y toda su verdad versa sobre el siguiente enunciado: tus pensamientos atraen tu realidad, de tal forma que si tú piensas en la mierda que eres, tu vida será una mierda mientras que si piensas que eres un tío fenomenal, tu vida va a ser fenomenal.
Haciendo un gran esfuerzo por no discutir con lo que me estaban contando, me vi el video entero, que dura la friolera de una hora y media y al final sentí -cómo decirlo- un profundo cariño por el ser humano, por su necesidad de creer en el bien, por su búsqueda de la abundancia, por su interés en Dios y en la trascendencia. Me pareció una ingenua manera de luchar contra el desastre. Desde Cristo, desde Set, desde Mitra, desde Zoroastro, con Jung, con Planck, con madame Blavatsky y más y más y más.
La Verdad es un asunto que, curiosamente, se desdice cada tanto. En el caso de El Secreto y su tesis fundamental, me resultó encantador que uno de los más fervientes defensores de semejante idea fuera un físico cuántico. Los buscadores de nuevos dioses y nuevas formas de demostrar la existencia de Dios (eclécticamente en los nuevos tiempos a Dios se le puede llamar como a uno le venga en gana) tiene en la actualidad a un nuevo sacerdote: el físico cuántico, cosa que tiene su razón de ser porque la física cuántica no la entienden ni los mismos físicos cuánticos; son como Santo Tomás de Aquino el cual quiso hacer entrar la Verdad Revelada por el ojo de la aguja de la razón y tan sólo consiguió cargarse para siempre la Verdad Revelada (razonablemente, claro).
Ni siquiera me quedaron ganas de oponer tanta desdicha como se ve en el mundo, a la dicha inexorable que tan sólo surge con el mero pensamiento. Decidí escribirle una carta al Universo, por si las moscas, que quizá algún día publique y tras tanta ternura por la infantilidad del hombre y sus pensamientos, me empezó a entrar cierta rabia (aunque de inmediato la quise evitar porque ya había aprendido que, según la ley de la atracción, un perro rabioso iba a llamar a mi puerta y me iba a comer el cuello).
Hablando de cine, Robert Mckee, en su libro El Guión, opone el natural optimismo yankee al inevitable pesimismo europeo, a la hora de escribir cada uno sus historias. Y ciertamente, El Secreto cumple ese optimismo que raya en la oligofrenia (no entrenable) y es, por supuesto, una corriente de pensamiento (?) norteamericana. Y claro, yo soy europeo y naturalmente pesimista (?).
El pequeño giro final de esta verdad, es que hoy he recibido un correo de este alumno brillante en el que se disculpa por haberme enviado ese video porque no fue él sino su abuelo que andaba trasteando con el ordenador.
Me encanta que los abuelos trasteen -verbo casi siempre dirigido a los niños- con los ordenadores; me encanta que por ese equívoco haya vuelto a establecer contacto con mi alumno; me encanta la ingenuidad del hombre (y a veces me aterra). No creo en La Verdad.
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Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 13/02/2011 a las 01:58 | {0}