a (bearn.): aro I
a (cast.): a
a (cast.): ah
á (port.): ala I
aa (gall.): ala I
aabada (gall.): álabe
aabteza (cast. ant.): tez
aåçá (ár.): tragacete
aaguada: (port.): ajuagas
ba (pelví): baga II
bâ` (ár.): alfaba
...
babouin (fr.): rabo
caá (guaraní): hierba
caacciu (servigliano): gabacho
a (cast.): a
a (cast.): ah
á (port.): ala I
aa (gall.): ala I
aabada (gall.): álabe
aabteza (cast. ant.): tez
aåçá (ár.): tragacete
aaguada: (port.): ajuagas
ba (pelví): baga II
bâ` (ár.): alfaba
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babouin (fr.): rabo
caá (guaraní): hierba
caacciu (servigliano): gabacho
Extracto de la novela Yo no existo que vengo escribiendo desde hace un par de años y que, por supuesto, no sé si terminaré (ni tampoco sé por qué he de terminarla aunque cuando la releo me parece interesante y con cierto sentido del humor, yo que tan falto estoy de él).
Extracto primero de Yo no existo
(...) La obra era el Montaplatos de Harold Pinter (tiene que quedar muy claro que sé de lo que hablo, que sé quién es Harold Pinter, incluso hacer una referencia a su fotografía con una gorra marinera algo ladeada hacia la derecha desde el punto de vista del observador y su bigote y los años 60 y el absurdo de la existencia o lo absurdo de pensar que la existencia es absurda. Lo digo yo que no existo). La representaban dos actores en una sala pequeña de un gran centro artístico de Madrid, un antiguo matadero. Las Naves del Español se llama ahora, cuyo nombre, el actual, me parece más bien el título de una zarzuela y el antiguo de tan horrísono tiene su gracia. (...)
(...) Haré el esfuerzo de hablar de C. [...] C. me cuenta en la Venta una cuestión de arriendos. También habla de una desilusión y de cierto spleen vital que le tiene abatida. Mientras la escucho recuerdo un libro de Eduard Punset en el que se sorprendía y deseaba sorprender a sus lectores con la idea de que en el último siglo la vida de los seres humanos se había duplicado y que ese duplicarse la vida conllevaba la idea del tedium vitae, de no saber qué hacer con tantos años. C. se come la tapa de ensaladilla rusa. Se sorprende de que yo no coma. Paga ella. Siempre quiere pagar ella. Me pone de los nervios las luchas que nos traemos con el pagar. Llegamos a la sala dos. Me encuentro con amistades muertas. La sala ha sido, incluidas las butacas, forrada con bolsas de basura negra. Los diez primeros minutos de la obra de una luz gris son de una belleza pictórica. Todo lo demás de la obra no tiene demasiado interés (F. me hace hablar así. Yo más bien pienso que no tengo ni idea de nada. Y al mismo tiempo que lo digo quisiera decirlo con orgullo. No sé de teatro. No sé de política. No sé de relaciones mundanas. No sé de drogas. No sé de educación. No sé física. No sé de literatura. No sé qué hago siendo editor si no tengo ni pajolera idea de literatura. No sé de nada. No sé por qué estoy vivo y no existo. No sé por qué F. me crea y ya tengo ocho páginas y cuarto de vida). Al salir nos encontramos con V., con P, con A. y con M. M. sigue siendo una mujer bella. Sobre todo su mirada. Tiene unos ojos realmente espeluznantes. M. me dice que me debe una visita. Yo le digo que no me debe nada. No quiero que nadie sienta que me debe algo. Nadie me debe nada. Nadie debería de deber nada. Me responde que no me enfade. Le respondo que no es enfado es que siempre que nos vemos me recuerda lo que me debe y ese sentimiento de deuda es terrible. No quiero que lo sienta conmigo. Los anteriores que son amistades muertas se van juntos a tomar algo y C. y yo nos escabullimos, montamos en mi coche que es en realidad el coche de una relación anterior cuando yo vivía con E. y nos hacíamos muy desgraciados y yo estaba aterrado, sin tierra, que me gusta escribir una y otra vez esa etimología. Nunca en mi vida he pasado tanto miedo a que ocurriera lo que acabó ocurriendo. Y no me faltaban motivos. Digo que cogimos el coche y C. se hizo un canuto y yo no fumé (F. quiere que no le dé ni una calada; le di una calada. Él quiere que yo no pruebe los porros. Pero a veces doy una calada y muchas noches siento las ganas de drogarme. Ya no lo hago. No, ya no lo hago. Ahora siento el miedo sereno, como mucho con un par de vasos de vino acompañado del frío que hace en mi casa de V.). Fuimos hasta su barrio. Tomamos un poco de empanada. Hablamos de la soledad de nuestras vidas. Me acompañó hasta el coche mientras se hacía otro canuto. Me fui. Entré en el garaje abierto de mi casa de V. y rompí el espejo retrovisor y me pareció un símbolo: había estado con amistades muertas, con el pasado muerto, no quiero mirar al pasado muerto. Me cargo el espejo retrovisor. Me cuesta mucho dinero repararlo, casi 200 €, lo que cuesta una lavadora. Cuesta mucho mirar al pasado.
¿Lo has oído bien? cabrón de mierda. ¿Tú quién te crees? ¿Quién hizo que te erigieras en dueño de mi coño, mi vientre, mis óvulos y mis ganas de follar con o sin protección? Cabrón de mierda, repulsivo frustrado de los cojones, lobo con piel de obispo o puto cardenal de la mierda de religión que ni siquiera sabéis de qué se trata.
No, no vendréis a por mí uniformados de curas, policías, médicos o jueces. No vendréis a por mis noches de amor o sexo; no vendréis a por mí cuando con o sin pena, desolada o tranquila, superficial o profunda, decida que el fruto de mi gozo o de mi noche borracha o de mi decisión de sentir el semen de mi pareja en las paredes de mi vagina, no ha de venir a este mundo a, entre otras cosas, tener que soportar a cabrones de mierda como tú y tu puta y sacrosanta familia y tu mierda de formación política hecha de jirones fascistas e hipocresía de salón. ¿Recuerdas a vuestras hijas, fruto de la procreación del Opus Dei, yendo de compras de fin de semana a Londres y entre compra y compra un aborto por la gracia de dios?
Que no creo en dios, ¿te enteras? Que dios para las sombras y sus cavernas. Que me importa un higo la virginidad de María y más cuando uno de los padres de tu iglesia -cubierta de asesinatos en masa y compuesta -en parte (para ser justa ya que tú no lo eres)- de abortos concebidos por monjas y de curas que se dedicaban a la sodomía con los niños- argüía semejante alarde de prodigio biológico explicando que esa tal María había sido concebida por el oído (San Agustín de Hipona) de donde yo deduzco, cabrón de mierda, que la virginidad consiste tan sólo en que no te la metan por el coño pero sí por el oído, ¡menuda oreja debía tener la señora! o ¡qué fina la polla de dios!
Jode, verdad, que traten tus ideas de forma tan grosera. Hiere tu sensibilidad. Te escandaliza. A lo mejor incluso te has puesto a rezar por esta blasfema. Quería que escucharas lo que produce el que tú te erijas en dueño de mi coño y mi moral; quería que sintieras, meapilas, cómo ofende que insultes mis ideas, me robes mis derechos con el rodillo de tu moral de sacristía que huele a sebo de polla mal lavada, a paja de siesta con la sotana manchada de lefa. ¿Te he robado yo tu religión? ¿He impuesto pena de cárcel o la obligación en consultar a dos profesores en filosofía la decisión de ir a misa los domingos? ¿He hecho una ley orgánica que impida el sacramento de la comunión por símbolo de canibalismo? ¿Te he impuesto una semana de reflexión antes de recibir la extremaunción?
¡Que no me insultes, cabrón de mierda! Que no vengas a por mi vientre porque te juro que iré a por tus cojones y te los arrancaré con un capapuercos, a ti y a todos los de tu calaña.
No, no vendréis a por mí uniformados de curas, policías, médicos o jueces. No vendréis a por mis noches de amor o sexo; no vendréis a por mí cuando con o sin pena, desolada o tranquila, superficial o profunda, decida que el fruto de mi gozo o de mi noche borracha o de mi decisión de sentir el semen de mi pareja en las paredes de mi vagina, no ha de venir a este mundo a, entre otras cosas, tener que soportar a cabrones de mierda como tú y tu puta y sacrosanta familia y tu mierda de formación política hecha de jirones fascistas e hipocresía de salón. ¿Recuerdas a vuestras hijas, fruto de la procreación del Opus Dei, yendo de compras de fin de semana a Londres y entre compra y compra un aborto por la gracia de dios?
Que no creo en dios, ¿te enteras? Que dios para las sombras y sus cavernas. Que me importa un higo la virginidad de María y más cuando uno de los padres de tu iglesia -cubierta de asesinatos en masa y compuesta -en parte (para ser justa ya que tú no lo eres)- de abortos concebidos por monjas y de curas que se dedicaban a la sodomía con los niños- argüía semejante alarde de prodigio biológico explicando que esa tal María había sido concebida por el oído (San Agustín de Hipona) de donde yo deduzco, cabrón de mierda, que la virginidad consiste tan sólo en que no te la metan por el coño pero sí por el oído, ¡menuda oreja debía tener la señora! o ¡qué fina la polla de dios!
Jode, verdad, que traten tus ideas de forma tan grosera. Hiere tu sensibilidad. Te escandaliza. A lo mejor incluso te has puesto a rezar por esta blasfema. Quería que escucharas lo que produce el que tú te erijas en dueño de mi coño y mi moral; quería que sintieras, meapilas, cómo ofende que insultes mis ideas, me robes mis derechos con el rodillo de tu moral de sacristía que huele a sebo de polla mal lavada, a paja de siesta con la sotana manchada de lefa. ¿Te he robado yo tu religión? ¿He impuesto pena de cárcel o la obligación en consultar a dos profesores en filosofía la decisión de ir a misa los domingos? ¿He hecho una ley orgánica que impida el sacramento de la comunión por símbolo de canibalismo? ¿Te he impuesto una semana de reflexión antes de recibir la extremaunción?
¡Que no me insultes, cabrón de mierda! Que no vengas a por mi vientre porque te juro que iré a por tus cojones y te los arrancaré con un capapuercos, a ti y a todos los de tu calaña.
Descubrimiento a partir del libro de Ramón Andrés El Luthier de Delft. Editorial Acantilado. 2013
(pag. 41) Es cierto que cuanto gravita en Los Embajadores podría corresponder a uno más de los cuadros simbólicos que fueron pintados entonces. Pero lo inquietante de la obra de Holbein es, sobre todo, la mancha oblicua que ocupa el centro, como echada sobre el pavimento, una forma oblonga, blanquecina y labrada con escarpaduras de sombra. Es grande, desmedida, tres veces el largo del laúd. Hay que acercarse a ella, ladearse a la izquierda, hasta el extremo inferior del lienzo [...] Pronto se repara en que estamos desvelando la anamorfosis de una calavera; es la totalidad de una muerte que lo ha aniquilado todo, como en las tétricas imágenes de Gossaert y Barthel Bruyn [...]
Holbein tal vez quiso estampar con ella su enigmática firma, una signatura tenebrosa: hohles Gebein significa "hueso hueco", Holbein.
Porque no existo me visto cada mañana y salgo a la calle (haga sol o llueva o granice o nieve ¿hay más?). Porque no existo me desangro por tanta barbarie por mi parte, por tanto desamor construido a base de inexistencias. Porque no existo ideo una elegía que empieza: Yo que he sido el peor de tus hijos, no puedo llegar a imaginar cuánto deben de estar sufriendo tus hijos buenos, los que supieron quererte. Porque yo que soy el peor de tus hijos, tengo el corazón destrozado. Porque no existo miro dormir a mi hija y siento el peso de la responsabilidad, la inconsciencia de mis actos, el puro desorden en el que me muevo y el futuro de sus ojos oscuros quisiera que tuviera una mirada de comprensión cuando me recuerde tomada de la mano de su amante, yo ya en la más pura no-existencia siendo la nada que siempre fui, vacío de ideas, de promesas, de certezas. Porque no existo estoy acongojado y luchan en mí la sentencia que sé construir contra la realidad que se apoya en todos los tiempos pretéritos. Porque no existo te pido perdón. Porque no existo vislumbro en el agua que surco una metáfora leve como la mar dormida, austera como la cometa sin viento y quisiera de la metáfora y lo vislumbrado un abrazo en esta no-existencia, sólo voluntad de ser, voluntad que tomó este cuerpo tan humano para expresar su inequívoco deseo de vivir. Porque no existo escribo. Porque no existo cada beso es la saliva de perro que cura una herida. Porque no existo me siento en el brocal del pozo y adquiero la monotonía del péndulo y quisiera haber sido yo el constructor del distanciómetro para saber, cuando menos, medir las distancias y ponerlas sobre un papel. Porque no existo hubiera querido existir y haber podido argumentar en la asamblea de los hombres reunida en el ágora de la ciudad de Atenas: Soy el que soy.
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Tags : Listas Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 29/12/2013 a las 18:51 | {0}