Mi existencia individual que como el sol, por estar más cercano, oculta el brillo de millones de estrellas, es en el fondo sólo un obstáculo interpuesto entre mí y el conocimiento de la verdadera extensión de mi ser.
La verdadera extensión de mi ser es un agolpamiento de dudas desde este cuerpo que la acoge. Así me he levantado esta mañana y me he reconocido en el espejo pero luego, tras una conversación breve, ha surgido eso que no sé qué es y que se podría llamar el pasado. No sé por qué ha pasado lo que ha pasado; no sé cuáles han sido las verdaderas intenciones de mis actos y queda, en un fondo turbio, una especie de ley católica -tan dada a los premios y castigos y culpas- que vendría a decir que la maldad tendrá su castigo y quizá uno de los mayores castigos sea el ostracismo. Y si esta ley fuera así, asumo: yo he sido un hombre malo. Soy un hombre malo. Sólo que lo asumo -si lo asumo- en mi individualidad, no en la extensión de mí, en mi verdadero ser al cual apenas conozco y que según algunas creencias se me desvelará en el momento del morir. Y si al morir descubro mi maldad sentiré una gran congoja; y si al morir descubro mi bondad, sentiré también una gran congoja. Aunque tengo para mí que si en el momento de morir el velo de Maya se desvela, seré consciente de lo vago de todo pensamiento humano; seré consciente de la inmensa fragilidad que nos rodea y nos incumbe; seré consciente de que nada es lo que aparentaba ser ni siquiera mi individuo que está ahora tecleando y se frota las manos porque tiene algo de frío.
La verdadera extensión de mi ser es un agolpamiento de dudas desde este cuerpo que la acoge. Así me he levantado esta mañana y me he reconocido en el espejo pero luego, tras una conversación breve, ha surgido eso que no sé qué es y que se podría llamar el pasado. No sé por qué ha pasado lo que ha pasado; no sé cuáles han sido las verdaderas intenciones de mis actos y queda, en un fondo turbio, una especie de ley católica -tan dada a los premios y castigos y culpas- que vendría a decir que la maldad tendrá su castigo y quizá uno de los mayores castigos sea el ostracismo. Y si esta ley fuera así, asumo: yo he sido un hombre malo. Soy un hombre malo. Sólo que lo asumo -si lo asumo- en mi individualidad, no en la extensión de mí, en mi verdadero ser al cual apenas conozco y que según algunas creencias se me desvelará en el momento del morir. Y si al morir descubro mi maldad sentiré una gran congoja; y si al morir descubro mi bondad, sentiré también una gran congoja. Aunque tengo para mí que si en el momento de morir el velo de Maya se desvela, seré consciente de lo vago de todo pensamiento humano; seré consciente de la inmensa fragilidad que nos rodea y nos incumbe; seré consciente de que nada es lo que aparentaba ser ni siquiera mi individuo que está ahora tecleando y se frota las manos porque tiene algo de frío.
Acógele
ha visto el vuelo
y no ha llegado a creer
Aún así, querida,
acógele
No hay expiación más dura
que la brea
tú lo sabes
Así es que mira sus pies
y acógele
Será para ti
un perro
y la candela
Serás para él
la acogida
En los tumultos
te tomará de la mano
cuando corráis por la calle fea
Acógele en la noche
como si fuera tu rostro
Nevará
y él calentará en un cazo
sobras de un paso hasta que hierva de nuevo
Bruscamente
acógele
Ya llueve, dirá
y correrá hacia ti
y te levantará
Acógele en la tarde
como en la tarde se acoge
Si le ves pálido
déjale
es la luna a punto de crecer
Y acógele
Y acógele
Si la color le vuelve
mécele y canta tu canto
de martes y leche
Acógele
porque te ama
Ya arde, dirá
toma su temperatura en la frente
con tus labios
Porque le amas
acógele
Ya muero, dirá
cántale el bardo
del buen tránsito
Y acógele
Y acógele
Disquisiciones al alimón de Isaac Alexander durante una noche esplendente con algunos de sus contertulios.
La existencia humana, lejos de revestir el carácter de un regalo, reviste más bien el de una deuda contraída. El cobro de la misma se efectúa en forma de necesidades apremiantes, deseos devoradores y miserias sin fin, todo ello instituido por la propia existencia. Para liquidar esta deuda se suele emplear el tiempo de toda una vida, pero así se pagan sólo los intereses. El capital no se paga sino con la muerte. ¿Y cuándo se contrajo esta deuda? En el acto de la procreación.
El mundo como voluntad y representación. Complementos al libro 4º Cap. 46. Sobre la futilidad y los sufrimientos de la vida. Arthur Schopenhauer. Traducción Rafael José Díaz Fernández y Mª Montserrar Armas Concepción. Editorial Akal.
Primera contraseña para vivir:
Al saciar tu padre y tu madre su necesidad de especie, te crearon a ti y a la deuda que es tu vida y que supuso para ellos no más que unos minutos de sexo.
O Miguel de Unamuno: Yo no nací, me nacieron.
Segunda contraseña para vivir:
El optimismo es en el fondo el elogio ilegítimo que se dedica a sí mismo el verdadero creador del mundo, La Voluntad de Vivir, al reflejarse con complacencia en su obra; por eso es una doctrina no sólo falsa, sino también nociva. (Schopenhauer)
Tercera contraseña para vivir:
Los tracios, nos cuenta Herodoto, recibían a los recién nacidos con lamentaciones y les enumeraban todos los males que habrían de sufrir; por contra, enterraban a los muertos con bromas y alegría, porque a partir de ese momento se verían libres de numerosos y grandes males.
Cuarta contraseña para vivir:
Estamos en el peor de los mundos posibles, un mundo peor que éste imposibilitaría la vida -como ocurrirá por otra parte; como les ocurrió a los dinosaurios-. Por lo tanto aquello que nos agrade celebrémoslo como una auténtica excepción.
Quinta contraseña para vivir:
Jonathan Swift adoptó la costumbre de celebrar sus cumpleaños no como un momento de alegría, sino de aflición, y como tal leía los pasajes de la Biblia en que Job se lamenta y maldice el día en que se anunció en la casa de su padre: ha nacido un hijo.
Sexta contraseña para vivir:
Si aceptamos las miserias, los sufrimientos, las necesidades terribles de alimento, aire y agua y abrigo y procreación; si aceptamos la deuda y no el regalo entonces miraremos la mañana no como la rosada y cálida faz de la Aurora sino como la luz que nos obliga a remar un día más, a contracorriente y ese desafío nos hará fuertes y así no necesitaremos la zanahoria de la felicidad para vivir sino sencillamente el hecho mismo de mantenerse vivo -que es la obligación del pago de la deuda que nos crearon nuestros padres el día en que nos follaron- será la única razón para vivir y morir sin rebeldía.
Séptima contraseña para vivir:
Enrique IV: ¡Oh, Dios, si se pudiese leer el libro del Destino y ver las revoluciones de los tiempos [...] cómo las circunstancias se burlan de nosotros y de qué licores diferentes las vicisitudes de las cosas llenan la copa de la móvil fortuna! ¡Oh, si esto se viera, el joven más afortunado, al descubrir el viaje que le es preciso hacer, sus peligros probables, sus penalidades en perspectiva, querría cerrar el libro, sentarse y morir! (Rey Enrique IV, II, 3, 1. William Shakespeare. Trad. Luis Astrana Marín)
Octava contraseña para vivir:
Count o'er the joys thine hours have seen,
count o'er thy days from anguish free,
and know, whatever thou hast been,
'tis something better not to be
Lord Byron
Cuenta las alegrías que han visto tus horas,
cuenta los días libres de angustia,
y sabe que, sea lo que hayas sido,
es mejor no ser.
Novena contraseña para vivir:
Si aceptamos que la existencia es irrisoria y miserable (una farsa trágica) se convierte de inmediato en un asunto de lo más ameno y estimulante.
Miscelánea
Tags : ¿De Isaac Alexander? Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 12/05/2014 a las 16:50 | {0}
Aunque era futuro se escribía con tiempos pasados porque era volar hasta su pecho, esperar su pecho esa mañana de domingo que se había levantado ventosa; porque había comprado un vino bueno, el que a ella le gustaba; porque palpitaba su cuerpo, lo quería limpio y quería jugar cuando ella llegara; por ejemplo: ella llega, él la saluda como si se vieran por primera vez, se sientan, él le dice el trabajo que le propone, ella sonríe, él le pregunta por qué sonríe, ella le dice que no se esperaba un trabajo así, él le dice que tampoco esperaba una mujer tan hermosa, ella se ruboriza un poco, él acaricia su muslo por encima del traje corto que ella lleva. Él había soñado la noche anterior con ella; ella le limpiaba un herida que tenía en el saco lacrimal del ojo izquierdo y luego le lamía los labios mientras se ponía encima de él y daba un sorbo al vino que a ella le gustaba, luego le decía: acaríciame el coño sin quitarme las bragas; él lo hacía y la tela de la braga se humedecía con su flujo y el aroma limpio le llegaba y le excitaba.
La realidad será que mirará la carrera de bólidos que ya no son tan bólidos y también barrerá la casa porque por una extraña relación entre el polvo y la derrrota no le gusta verlo por el suelo; la realidad será que sus manos se entretendrán en formar la forma que está tan lejos y que quizá un paisaje le aleje de la espera; la realidad será su ausencia, la de la mujer que ama (aunque en temas de amar se sienta tan confuso como cuando un día siendo niño se sintió atraído por una niña que leía un tebeo sentada al sol y apoyada en un tapia tras la cual se mecía con la brisa de la tarde un huerto de naranjos); la realidad será un deseo y esa sensación: la realidad que es un deseo debería des-esperarle, quitarle de la cabeza la espera; la realidad será que no podrá hacerlo y hasta una hora determinada creerá en la posibilidad de que ella llegue, llame, le sorprenda y entonces la toma de la mano, le sonríe de veras, cierra la puerta, la coge por el talle, se pega a ella, le besa los labios, la tarde ya no importa, la cama esta hecha, se revuelcan, se vuelcan, se encuentran, se muerden, se saben, se esconden, se hurgan, se huelen, se muerden, se encuentran, se pierden, se ahogan, se sacian, se duermen, se abrazan.
Cuando supo que aquella era la realidad del domingo ventoso; cuando fue consciente del cuerpo; cuando recordó la futilidad de la vida; cuando anheló volver a otro lugar y no volver más; cuando fue consciente de lo vivo ocurriera lo que ocurriese, decidió abrir las ventanas y que el viento entrara en el pequeño salón en el que tan a gusto se encontraba y decidió -o su cuerpo le impulsó a ello- estudiar el mundo de los animales en una vieja edición de 1923 y también decidió que guardaría el vino que a ella le gustaba hasta el día en que se vieran y también decidió meditar sobre un chiste.
La realidad será que mirará la carrera de bólidos que ya no son tan bólidos y también barrerá la casa porque por una extraña relación entre el polvo y la derrrota no le gusta verlo por el suelo; la realidad será que sus manos se entretendrán en formar la forma que está tan lejos y que quizá un paisaje le aleje de la espera; la realidad será su ausencia, la de la mujer que ama (aunque en temas de amar se sienta tan confuso como cuando un día siendo niño se sintió atraído por una niña que leía un tebeo sentada al sol y apoyada en un tapia tras la cual se mecía con la brisa de la tarde un huerto de naranjos); la realidad será un deseo y esa sensación: la realidad que es un deseo debería des-esperarle, quitarle de la cabeza la espera; la realidad será que no podrá hacerlo y hasta una hora determinada creerá en la posibilidad de que ella llegue, llame, le sorprenda y entonces la toma de la mano, le sonríe de veras, cierra la puerta, la coge por el talle, se pega a ella, le besa los labios, la tarde ya no importa, la cama esta hecha, se revuelcan, se vuelcan, se encuentran, se muerden, se saben, se esconden, se hurgan, se huelen, se muerden, se encuentran, se pierden, se ahogan, se sacian, se duermen, se abrazan.
Cuando supo que aquella era la realidad del domingo ventoso; cuando fue consciente del cuerpo; cuando recordó la futilidad de la vida; cuando anheló volver a otro lugar y no volver más; cuando fue consciente de lo vivo ocurriera lo que ocurriese, decidió abrir las ventanas y que el viento entrara en el pequeño salón en el que tan a gusto se encontraba y decidió -o su cuerpo le impulsó a ello- estudiar el mundo de los animales en una vieja edición de 1923 y también decidió que guardaría el vino que a ella le gustaba hasta el día en que se vieran y también decidió meditar sobre un chiste.
Adenina, Citosina, Guanina, Timina. A C G T. Esas son las cuatro bases sobre las que se ha construido todo el lenguaje orgánico del planeta tierra desde hace 3.500 millones de años.
Estas bases se juntan en grupos de tres llamados codones y con cada codón se forma un aminoacido; una cadena de aminoacidos crea una proteína y mediante variantes de proteínas surge el ADN. Con las cuatro bases se pueden crear 64 codones (cuatro elevado a tres). Y 64 son las casillas del juego infinito del ajedrez.
Leo hoy en El País que el equipo de Romesberg ha coseguido introducir dos nuevas bases -d5SICSTP y dNaMPT- en el ADN de una bacteria. Floyd Romesberg y sus colegas del Instituto Scripps en La Jolla, en California, han añadido ahora este par artificial d5SICSTP-dNaMPT. Ese tercer par de bases (o de letras) puede replicarse e incorporarse en el ADN de una bacteria sin ser reconocido como una anomalía, lo que demuestra que un organismo puede propagar establemente un alfabeto genético expandido, con tres pares de bases en lugar de los dos naturales. Con seis bases se pueden crear 216 codones (6 elevado a 3) (fuente El País).
La última novela que he escrito, llamada Las últimas tiene como bajo continuo el tema de la suplantación de la especie humana por una nueva especie llamada human clon.
Quizá seamos el brazo ejecutor de la naturaleza (o de dios según Bill Clinton o del asesor que se lo susurró al oído). Quizá seamos la especie que va a cumplir la Voluntad de la Naturaleza tras constatar que ha fracasado en su intento de reproducirse de manera simple y eficaz manteniendo el equilibrio de muertes, destrucciones, reconstrucciones y vidas. Porque al igual que para la especie un individuo es totalmente prescindible, para la Naturaleza una especie también lo es (y quien dice una dice todas siempre y cuando se renueve y construya un nuevo sistema que le permita -a la Naturaleza- seguir con su plan de simplemente seguir siendo).
Me resulta curioso que la infinitud del juego del ajedrez -que se juega en un tablero de 64 casillas- se haya visto algo menguada con los sistemas computacionales actuales que al desechar como aberrantes millones de variantes en un segundo, ha hecho un poco menos infinito el juego inifnito del ajedrez justo en el mismo momento en el que los 64 codones del lenguaje básico de la vida haya sido alterado con éxito y la biología sintética haya empezado a crear seres nuevos que dentro de poco se multiplicarán y serán más perfectos, variados y resistentes que esta vieja generación de vida que tan sólo se pudo mover entre las 64 codones posibles que formaban las cuatro letras que han sido hasta ahora el escueto abecedario de toda vida.
Estas bases se juntan en grupos de tres llamados codones y con cada codón se forma un aminoacido; una cadena de aminoacidos crea una proteína y mediante variantes de proteínas surge el ADN. Con las cuatro bases se pueden crear 64 codones (cuatro elevado a tres). Y 64 son las casillas del juego infinito del ajedrez.
Leo hoy en El País que el equipo de Romesberg ha coseguido introducir dos nuevas bases -d5SICSTP y dNaMPT- en el ADN de una bacteria. Floyd Romesberg y sus colegas del Instituto Scripps en La Jolla, en California, han añadido ahora este par artificial d5SICSTP-dNaMPT. Ese tercer par de bases (o de letras) puede replicarse e incorporarse en el ADN de una bacteria sin ser reconocido como una anomalía, lo que demuestra que un organismo puede propagar establemente un alfabeto genético expandido, con tres pares de bases en lugar de los dos naturales. Con seis bases se pueden crear 216 codones (6 elevado a 3) (fuente El País).
La última novela que he escrito, llamada Las últimas tiene como bajo continuo el tema de la suplantación de la especie humana por una nueva especie llamada human clon.
Quizá seamos el brazo ejecutor de la naturaleza (o de dios según Bill Clinton o del asesor que se lo susurró al oído). Quizá seamos la especie que va a cumplir la Voluntad de la Naturaleza tras constatar que ha fracasado en su intento de reproducirse de manera simple y eficaz manteniendo el equilibrio de muertes, destrucciones, reconstrucciones y vidas. Porque al igual que para la especie un individuo es totalmente prescindible, para la Naturaleza una especie también lo es (y quien dice una dice todas siempre y cuando se renueve y construya un nuevo sistema que le permita -a la Naturaleza- seguir con su plan de simplemente seguir siendo).
Me resulta curioso que la infinitud del juego del ajedrez -que se juega en un tablero de 64 casillas- se haya visto algo menguada con los sistemas computacionales actuales que al desechar como aberrantes millones de variantes en un segundo, ha hecho un poco menos infinito el juego inifnito del ajedrez justo en el mismo momento en el que los 64 codones del lenguaje básico de la vida haya sido alterado con éxito y la biología sintética haya empezado a crear seres nuevos que dentro de poco se multiplicarán y serán más perfectos, variados y resistentes que esta vieja generación de vida que tan sólo se pudo mover entre las 64 codones posibles que formaban las cuatro letras que han sido hasta ahora el escueto abecedario de toda vida.
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Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 16/05/2014 a las 11:52 | {0}