Undécimo día
Hoy cuando estaba nadando, ha caído una compresa en el agua de la piscina. Iba yo en mi crawl y de repente he vislumbrado a través de las gafas algo empañadas una masa blanca y rectangular del todo desconocida para mí. Me he detenido y ha resultado ser una compresa. La he cogido. La he dejado en el borde de la piscina y he seguido haciendo mi rutina de cincuenta largos.
Cuando se nada en realidad se está meditando porque la natación es un ejercicio de respiración como la meditación. Yo aprendí una forma de meditar que Krishnamurti calificaba de siesta que consistía en estar treinta minutos en la posición del loto (o similar) con los ojos cerrados y repitiendo un mantra. El mío era Om toum nahma. La meditación consistía en repetir el mantra. Lo que ocurría es que el pensamiento se disparaba y en vez de estar repitiendo el mantra uno se encontraba pensando en lo que iba a comer o cualquier otro pensamiento más profundo o más banal. La natación, como digo, es algo parecido. Yo me dedico a contar brazadas y largos. En esta piscina cada largo, a espalda, consta de ocho brazadas dobles. Pues bien, la anécdota de la compresa ha hecho que mi mente se disipara y en vez de contar me he puesto a pensar cómo era posible que aquella compresa hubiera llegado hasta ahí. Porque cuando he ido a la piscina no había nada en el agua (lo sé porque antes de nadar siempre me fijo en los reflejos en el agua y si hay alguno hermoso lo fotografío). La resultante pues es que, de la nada, porque no hay nadie en la casa, ninguna mujer, ha caído en la piscina mientras nadaba una compresa. Y en esos pensamientos, en la lucha entre contar brazadas y descubrir el misterio de la compresa aparecida, se me ha venido a las mientes que había sido la luna quien la había enviado a mi piscina para hacerse de notar y como reproche por no haber salido ayer por la noche a admirarla. Sólo que a mí la luna llena más que agradarme más bien me disgusta y me parece un culo blanco con las nalgas manchadas de mierda y me parece estúpida la relación que establecen tantos entre las mareas y los líquidos humanos, esos que dicen que si la luna influye en las mareas cómo no va influir en nosotros que somos un ochenta por ciento de agua. Yo les recomiendo a esos que así argumentan que coloquen setenta litros de agua en una bañera a ver si se hacen olas con la luna llena. En fin, pecados de la razón.
Cuando he terminado y me he secado, he recogido la compresa y la he tirado al cubo de la basura –lo que no sé por qué también me ha resultado simbólico- y luego he indagado un poco por los alrededores del jardín por si oía una conversación en la que entre risas de chicos jóvenes se hiciera algún comentario a la sorpresa del nadador de al lado al encontrarse flotando semejante atributo de mujer. Todo era silencio. Parecía el mundo absolutamente ajeno a la piscina, al jardín y a mi vida.
Cuando se nada en realidad se está meditando porque la natación es un ejercicio de respiración como la meditación. Yo aprendí una forma de meditar que Krishnamurti calificaba de siesta que consistía en estar treinta minutos en la posición del loto (o similar) con los ojos cerrados y repitiendo un mantra. El mío era Om toum nahma. La meditación consistía en repetir el mantra. Lo que ocurría es que el pensamiento se disparaba y en vez de estar repitiendo el mantra uno se encontraba pensando en lo que iba a comer o cualquier otro pensamiento más profundo o más banal. La natación, como digo, es algo parecido. Yo me dedico a contar brazadas y largos. En esta piscina cada largo, a espalda, consta de ocho brazadas dobles. Pues bien, la anécdota de la compresa ha hecho que mi mente se disipara y en vez de contar me he puesto a pensar cómo era posible que aquella compresa hubiera llegado hasta ahí. Porque cuando he ido a la piscina no había nada en el agua (lo sé porque antes de nadar siempre me fijo en los reflejos en el agua y si hay alguno hermoso lo fotografío). La resultante pues es que, de la nada, porque no hay nadie en la casa, ninguna mujer, ha caído en la piscina mientras nadaba una compresa. Y en esos pensamientos, en la lucha entre contar brazadas y descubrir el misterio de la compresa aparecida, se me ha venido a las mientes que había sido la luna quien la había enviado a mi piscina para hacerse de notar y como reproche por no haber salido ayer por la noche a admirarla. Sólo que a mí la luna llena más que agradarme más bien me disgusta y me parece un culo blanco con las nalgas manchadas de mierda y me parece estúpida la relación que establecen tantos entre las mareas y los líquidos humanos, esos que dicen que si la luna influye en las mareas cómo no va influir en nosotros que somos un ochenta por ciento de agua. Yo les recomiendo a esos que así argumentan que coloquen setenta litros de agua en una bañera a ver si se hacen olas con la luna llena. En fin, pecados de la razón.
Cuando he terminado y me he secado, he recogido la compresa y la he tirado al cubo de la basura –lo que no sé por qué también me ha resultado simbólico- y luego he indagado un poco por los alrededores del jardín por si oía una conversación en la que entre risas de chicos jóvenes se hiciera algún comentario a la sorpresa del nadador de al lado al encontrarse flotando semejante atributo de mujer. Todo era silencio. Parecía el mundo absolutamente ajeno a la piscina, al jardín y a mi vida.
Décimo día
He amanecido cansado. He dormido poco. Al llegar a mi casa me he puesto a trabajar. Luego he comido poco y he dormido un rato. He vuelto a mi trabajo. He nadado. He hecho la ronda. He cenado y me he venido aquí abajo. En un rato dormiré.
Cuando estoy en mi casa me da la sensación de que siempre estoy en mi casa y cuando estoy aquí tengo la misma sensación.
Hoy el día es así, sin mucha intención.
No he podido concentrarme, es lo que produce la obsesión. La obsesión tiene una curiosa paradoja que cuando puedes contarla de inmediato amaina. La obsesión para que pueda surtir todo su efecto necesita la intimidad absoluta con su presa.
Sé el poco interés de lo que cuento hoy. Pero quiero mantener esta disciplina.
Cuando estoy en mi casa me da la sensación de que siempre estoy en mi casa y cuando estoy aquí tengo la misma sensación.
Hoy el día es así, sin mucha intención.
No he podido concentrarme, es lo que produce la obsesión. La obsesión tiene una curiosa paradoja que cuando puedes contarla de inmediato amaina. La obsesión para que pueda surtir todo su efecto necesita la intimidad absoluta con su presa.
Sé el poco interés de lo que cuento hoy. Pero quiero mantener esta disciplina.
Noveno día
Yo tuve un gran amor por mi madre. Mano a mano a lo largo de dieciocho años nos dio para conocernos. Dicen de ella que fue una buena enfermera aunque algo fría (quizá por la atormentada alma polaca que hace que sus habitantes tengan mucho cuidado en expresar sus sentimientos por miedo a la invasión). A mí me parece que en ocasiones la profesión de mi madre invadía el ámbito personal y creo que, de alguna forma, marcó durante muchos años mi relación con las mujeres. Sobre todo a partir de un día en que no se por qué acabamos en la calle Aerschot donde unas mujeres hacían la calle. Yo tenía ocho años y asistí a una escena que me dejó sorprendido: un hombre maduro, sucio y sin afeitar se acercó a una mujer, se dijeron dos frases y él le tocó directamente el coño. Ella rió y cogiéndole por la solapa de la vieja chaqueta lo metió en un hotel de mala muerte. A los pocos pasos no pude evitar preguntarle a mi madre quiénes eran aquellas personas que se comportaban así en plena calle, a plena luz del día. Y ella sin alterarse lo más mínimo y sin acelerar o aminorar el paso me contestó: A los hombres os gusta meternos el pito por la vagina, os gusta tanto que algunas mujeres se ganan la vida vendiendo su coño. El sexo, hijo, es el motor de la historia y estas pobres mujeres, a las que se les llama putas, son una válvula de escape de ese motor. Tú, sin que lo sepas, me quieres meter el pito a mí, quieres hacerme tuya. Yo me quedé perplejo, me detuve y con una mirada implorante le dije, Mamá te juro que yo no te quiero meter nada y menos eso. Te lo juro. Y mi madre como si yo no le hubiera dicho nada siguió su discurso pedagógico, Se llama complejo de Edipo y se llama así por una historia griega de hace muchos años en la que un chico acaba metiéndole el pito a su madre sin saber que era su madre. Ahí yo metí baza y le contesté bien rápido, Ah, pero si no lo sabía entonces no vale. Mi madre me acarició el cabello y sin responderme continuó hablándome, No es nada malo querer copular con la madre, es una aspiración natural, sólo que nosotras tenemos que impedíroslo y haceros ver que no por meternos el pito os vais a poner a la altura de vuestro padre. Ahí yo me quedé perplejo y siguiendo un elemental razonamiento infantil le contesté, Pero mamá si yo no tengo padre… Y ella, siempre mirando al frente me contestó, Razón de más. De hecho, cuando os hacéis mayores y os dais cuenta de que a la madre no vais a poder meterle el pito, os pasáis media vida buscando a una mujer que se nos parezca.
Octavo día
Puedo bailar y quedarme quieto y recordar una tarde invierno cuanto todo era más fácil; puedo ensoñar la melodía que me llevara a la multitud sabiéndome yo en la isla y aunque a lo lejos se vislumbren las luces de la ciudad, la calma me ancla aquí; ha ocurrido que cuando mi ronda nocturna se me han saltado las lágrimas ante la situación que estoy viviendo y no por un afán de exclusividad sino por tener la belleza al alcance de la mano y disfrutar la posibilidad de detenerme ante, por ejemplo, un cuadro de Renoir y sí es porque es un cuadro de Renoir pero también no es porque sea un cuadro de Renoir sino porque es un cuadro que a mí me produce un sentimiento de exaltación de la vida y es ahí, parado ante ese cuadro, pintado por un hombre viejo, con artritis en las manos, cuando descubro que amo el arte porque me produce siempre un sentimiento de exaltación de la vida, que el arte me lleva siempre a un disfrute de la vida que no me lo suele otorgar la vida propia, la propia vida.
Puedo detenerme, hojear una revista o entretenerme en la contemplación del reflejo de la naturaleza en las aguas; puedo contemplar el sol entre los árboles y el extraño rostro de una nube tercio payaso, tercio osito, tercio calavera y sentir en el espinazo el terror que siempre me causaron los payasos y las calaveras y recordar que cuando mi madre me llevaba al circo –a ella le encantaban las pollas diplomáticas y los números circenses- siempre que aparecían los payasos yo me echaba a llorar de una forma incontenible hasta el punto que mi madre optó por salir a fumarse un cigarrillo cuando se anunciaba su actuación.
Puedo detenerme, hojear una revista o entretenerme en la contemplación del reflejo de la naturaleza en las aguas; puedo contemplar el sol entre los árboles y el extraño rostro de una nube tercio payaso, tercio osito, tercio calavera y sentir en el espinazo el terror que siempre me causaron los payasos y las calaveras y recordar que cuando mi madre me llevaba al circo –a ella le encantaban las pollas diplomáticas y los números circenses- siempre que aparecían los payasos yo me echaba a llorar de una forma incontenible hasta el punto que mi madre optó por salir a fumarse un cigarrillo cuando se anunciaba su actuación.
Séptimo día
El calor de agosto enloquecía a los perros en la antigua Roma.
Meredith se jactaba de tener los mejores muslos de la provincia. Yo se los vi un día y vive dios que los tenía.
Hace muy poco Alemania se vestía de nazi.
Hace algo más los españoles y los portugueses exterminaron entre los siglos XVI-XIX a 150 millones de indios (cada uno con su nombre y su historia personal).
He tomado decisiones en mi trabajo de guardés.
Es cierto que tengo sed y un par de zumos.
Me llamo Olmo y nací en Tirana de una madre aficionada a chupar pollas diplomáticas y de un padre que según me contaba mi madre había sido agregado cultural de la embajada española. De resultas de los cual escribí una pieza teatral titulada Tirana no es la capital de Albania la cual tuvo una escasa repercusión; tan escasa fue que no salió de las paredes de un salón donde hice una lectura dramática tras pasar un día con una diarrea colosal.
Espero una revolución.
Andrés se jactaba de su éxito con las mujeres hasta que se casó con la más hija de puta (según él, claro). Una vez que se hubo separado, me acerqué un día por su casa -la de su ex-mujer- para ver si yo tenía también éxito con las mujeres. Soy un puto perro sarnoso.
Es evidente -por más que sea una hipótesis- que el sexo lo inventó la mujer.
El silencio envenena mi culo. Así de claro lo digo y ¿cómo lo envenena?
Es como si tuviera una Myseri a mis espaldas que me obligara a escribir una línea más, sólo una más. Yo que ejerzo de guardés en un museo modernista (y algo más).
Tenía que hacerlo.
Era el séptimo día y ¿quién soy para descansar al séptimo día?
Meredith se jactaba de tener los mejores muslos de la provincia. Yo se los vi un día y vive dios que los tenía.
Hace muy poco Alemania se vestía de nazi.
Hace algo más los españoles y los portugueses exterminaron entre los siglos XVI-XIX a 150 millones de indios (cada uno con su nombre y su historia personal).
He tomado decisiones en mi trabajo de guardés.
Es cierto que tengo sed y un par de zumos.
Me llamo Olmo y nací en Tirana de una madre aficionada a chupar pollas diplomáticas y de un padre que según me contaba mi madre había sido agregado cultural de la embajada española. De resultas de los cual escribí una pieza teatral titulada Tirana no es la capital de Albania la cual tuvo una escasa repercusión; tan escasa fue que no salió de las paredes de un salón donde hice una lectura dramática tras pasar un día con una diarrea colosal.
Espero una revolución.
Andrés se jactaba de su éxito con las mujeres hasta que se casó con la más hija de puta (según él, claro). Una vez que se hubo separado, me acerqué un día por su casa -la de su ex-mujer- para ver si yo tenía también éxito con las mujeres. Soy un puto perro sarnoso.
Es evidente -por más que sea una hipótesis- que el sexo lo inventó la mujer.
El silencio envenena mi culo. Así de claro lo digo y ¿cómo lo envenena?
Es como si tuviera una Myseri a mis espaldas que me obligara a escribir una línea más, sólo una más. Yo que ejerzo de guardés en un museo modernista (y algo más).
Tenía que hacerlo.
Era el séptimo día y ¿quién soy para descansar al séptimo día?
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Narrativa
Tags : Colección Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 11/08/2014 a las 23:19 | {2}