Se levantó a las siete y media. No era una hora habitual para ella. El cielo estaba muy pálido quizás unos banquitos de niebla se habían ido esfumando y ese sfumato era lo que otorgaba al cielo su cualidad pálida. Se puso por encima una bata azul a rayas y en la cocina se hizo un café con leche. Lo bebió de pie mientras miraba por la ventana los movimientos de un mirlo que intentaba hacer algo -no pudo saber qué- sobre las ramas desnudas de un árbol de Jupiter. Encendió la radio. Escuchó a las personas que hablaban, siempre con sus críticas como si ellos tuvieran la solución a todos los problemas y quienes estaban encargadas de resolverlos fueran unos inútiles o unos impostores. No entendía a esas personas pero las oía mañana tras mañana quizá por tener un ruido de voces que apagara la suya. Terminó el café y se dedicó durante media hora a hacer sus abluciones. Aquel día, especialmente, se puso el último poso de perfume que le quedaba. Pensó que era importante. Se vistió, sencilla y limpia. Arregló un poco la casa y antes de salir se quedó mirándola y le saltaron unas lágrimas a traición. Tuvo que ir de nuevo al cuarto de baño y frente al espejo limpiarse el rímel que había teñido la parte inferior de sus ojos. En el trayecto en el autobús observó el trajín de la ciudad: los niños y sus mochilas, los padres y sus gestos, los barrenderos y sus máquinas, los policías y sus uniformes, los inmigrantes y sus diferencias, los oriundos y sus diferencias, los perros y sus pelos, los árboles, las nubes y el viento. Cuando llegó frente al portal destino de su viaje respiró hondo y esbozó una sonrisa. Se acercó al portero automático y -en lo que ella denominó un acto fallido- se olvidó durante un corto espacio de tiempo del número que había de marcar. Luego lo recordó y cuando lo iba a marcar se detuvo, se alejó del portal, se metió en una cafetería y pidió una tila. En la barra se sintió aislada como si ella hubiera colocado a su alrededor una mampara de cristal muy limpia, muy transparente. Se encendió un cigarrillo. Miró por hacer algo el móvil. Tragó saliva. Se dijo, Venga, hazlo de una vez. No lo pienses más. Pagó la tila. Volvió al portal. Marcó el número y escuchó el sonido de la puerta abriéndose. Entró. Anduvo despacio hasta el ascensor. Marcó el número del piso, el piso al que tantas veces había ido, la casa en la que tantas veces había estado, hacía años, sí, hacía años. La puerta estaba abierta y ante ella se encontraba su amiga. Se dieron dos besos. La amiga le invitó a entrar con un gesto -pensó ella- un tanto forzado. El olor de la casa, igual al de entonces, le recordó un mundo al que ya no pertenecía. Se sentaron en el salón. Ella empezó a hablar y le dijo a su amiga que se alegraba de que le fuera tan bien, de que cosechara tantos éxitos, uno detrás de otro y sobre todo la felicitó por el premio que le habían dado. La amiga le contestó, Y que sepas que más que el dinero que al fin y al cabo no es más que dinero, es lo que supone como reconocimiento a mi trayectoria. Eso es lo importante. Aquella frase fue como un bálsamo para ella, le pareció una invitación para, sin más rodeos, contarle el motivo de su visita. Ella le dijo, Mira, desde hace tres años las cosas no me han ido muy bien y ha llegado un momento en que los ahorros que tenía pues... bueno, ya te imaginas, se han terminado. Ahora tengo un par de proyectos, sobre todo uno de ellos que ya está entregado y tiene muy buena pinta, pero aún no me los han pagado y la verdad he pensado que quizá tú, ¿sabes?, como ahora te va tan bien, pues quizá podrías hacerme un préstamo. Yo te lo devolvería en un año, como mucho. Como mucho. El banco, bueno ya sabes cómo son, me amenaza con el embargo y.... Su amiga, sin alterar un centímetro su gesto relajado, sin fruncir un ápice su boca, le contestó, Cómo lo siento. Me es imposible, ¿sabes? es que me acabo de comprar un terreno, precioso, tienes que venir, está cerca de (y le dijo un nombre que ella no escuchaba) y lo que pasa siempre que te dicen un precio y al final es otro y ya sabes cómo son los bancos. Total, hija, que el capricho se ha llevado hasta el cash, estoy sin un duro. Como lo siento. ¿Quieres un café? Ella dijo que sí y tragó saliva y mientras la acompañaba a la cocina la amiga seguía hablando, Me pillas de casualidad, mañana me voy a rodar un spot a Cuba y tengo muchísimas cosas que hacer. Oye, y tú no te preocupes. De todas se sale, te lo digo yo. En cuanto vuelva te llamo y te invito a pasar un fin de semana en mi casa nueva, para que te relajes, que te veo muy tensa ¿Sigues tomando el café sin azúcar? Ella respondió que sí.
Llegó a su casa dos horas más tarde. El teléfono no tardó en sonar. Era el banco. Miró su casa y, como a traición, el rímel tiñó de negro la parte inferior de sus ojos.
Llegó a su casa dos horas más tarde. El teléfono no tardó en sonar. Era el banco. Miró su casa y, como a traición, el rímel tiñó de negro la parte inferior de sus ojos.
18 de enero de 2002
Ya no me importa decir te quiero
Ya no me importa desear tu boca
Ya no me importa la sal del mar
Ya no me importa la canción
Ya no me importa.
No se cansa la memoria
en su trayecto hacia el olvido.
Por eso
la aurora.
No se cansa la ilusión
de estar contigo.
Por eso
divaga la mañana en una luz de leche y miel.
Ya no me importa estar desnudo ante ti
Ya no me importa mirar a la vecina
Ya no me importa la lluvia en tu pelo
Ya no me importa la torcedura de tu dedo
Ya no me importa.
No se cansa
tu tacto sobre mi piel.
Por eso
corto el aire y se divide en tus senos.
No se cansa
tu calor en mis pies.
Por eso
la cama es tan inabarcable.
Ya no me importa saberme equivocado
Ya no me importa no conocerte nunca
Ya no me importa no estar cansado de ti
Ya no me importa el fin
Ya no me importa.
Poesía
Tags : Archivo 2009 Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 10/03/2009 a las 18:29 | {0}23 de Octubre de 2000
Un día mi padre sufrió lo indecible. Fue un domingo, un treinta de enero. Sufría tanto. Una escara le había dejado al aire la cabeza del fémur. Estaba solo con él. En la casa familiar. Y no pude mantenerme sereno. Era tal la angustia que me provocaba que me iba al cuarto del fondo a llorar. Aquella tarde llamé a César y a Andrés. Me aliviaba hablar con ellos. Tres días más tarde mi padre moría. Recuerdo [también] aquella tarde de miércoles. Yo estaba en mi estudio de la calle Infantas. Llamé a casa para preguntar qué tal estaba y mi madre me dijo que había preguntado por mí. La muerte [llamó] suavemente. [Acarició] el hombro y [guiñó] un ojo. Era una noche fría de febrero. Al llegar a casa se encontraban mi prima Beatriz, su marido Santiago, la tía Micki [hermana de mi padre] y mi madre. Mi padre agonizaba y sufría. Les propuse que le sedáramos hasta que muriera. Que muriera sin [dolor]. Pero su religión, su moral les impidieron aceptar esa proposición. [Acoto que en aquel tiempo llevaba años sin ir a casa de mis padres a no ser para cuidarle un domingo de cada cuatro] Fui a ver a mi padre en varias ocasiones. Estaba tumbado del lado opuesto a la escara y lentamente, yo creo que por sentir un movimiento de vida, levantaba el brazo, rozaba mi mano y la volvía a bajar. Así una y otra vez. Se fueron las visitas y llegó mi hermano Antonio al que la muerte también había llamado. Y llamó a mi hermana Lourdes la cual también recibió el mandato. Sólo la muerte no buscó a mi otro hermano, Alfonso. Mi padre debía de dormir. Estaba nervioso. Cada cierto tiempo íbamos Antonio o yo para ver cómo se encontraba. Mi padre no podía dormir. En mi último turno le dije que debía intentarlo, que le iba a apagar la luz y que si no se dormía entonces volvería y me quedaría con él. Había algo de desidia, de no querer estar con él en mi propuesta. Creo que algo de eso también hubo. Antonio fue el primero en ir a verlo en la oscuridad. Luego fue mi madre. Luego fui yo. El pasillo estaba en penumbra. El comedor ya era negro. Su habitación la honda negrura del fondo. No escuché su respirar. Y supe que estaba muerto. Que se había ido. Vino el niño a mí y mi primera reacción fue volver a la sala y decirles a mi madre y a mi hermano que papá había muerto. Llegué hasta casi la penumbra del pasillo y entonces supe que mi padre lo había querido así. Quería que yo fuera el último ser al que él viera y que yo fuera el primero que le viera en su no-ser. Y cumplí su deseo. Entré en la oscuridad. Encendí la luz y allí no-estaba él. Se había muerto. Su cuerpo era la muerte. No recuerdo muy bien lo que hice. Creo que no le acaricié. No. Sentí respeto. La carga sagrada ante el cuerpo yerto. Creo que sí le hablé, quizá le dije: “Ya descansas, padre. Por fin ya descansas”.
Diario
Tags : Archivo 2009 Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 09/03/2009 a las 17:34 | {0}
Historia de Ayurveda
Un paquete verde. Poca cosa. Unas voces. Y los latidos. Palabras en gallego. Una vieja historia y nueva como todas. Un maestro de bardos, allá por el siglo IX en Gales les decía a sus alumnos: Cojan un tema conocido e invéntenlo bien.
Un paseo esta mañana. El aire limpio tras el mucho viento. Y la vuelta al juego del ajedrez tras una larga temporada de ausencia. No todo se ha olvidado. Algo importante va a pasar.
Un familiar enfermo de cáncer y un libro titulado Los Secretos Eternos de la Salud con el subtítulo Medicina de vanguardia para el siglo XXI escrito por Andreas Moritz y editado por Obelisco que trata la enfermedad desde un punto de vista ayurvédico y holístico y asegura, entre otras cosas, que el cáncer no es una enfermedad. Interesante el libro, espero, sólo que tiene gracia que en la primera página haya un epígrafe titulado Razones Legales en el que advierte que ni autor ni editor se hacen responsables si los lectores deciden hacerles caso y la cosa sale mal (resumo, no dice exactamente eso). En fin, imagino que será necesario escribir eso dado que el libro es norteamericano y parece ser que allí los pleitos por cualquier cosa están a la orden del día. Ya cae la tarde y como todas un perro ladra. Sólo ladra un rato, no más de diez minutos, desde hace años.
Un paseo esta mañana. El aire limpio tras el mucho viento. Y la vuelta al juego del ajedrez tras una larga temporada de ausencia. No todo se ha olvidado. Algo importante va a pasar.
Un familiar enfermo de cáncer y un libro titulado Los Secretos Eternos de la Salud con el subtítulo Medicina de vanguardia para el siglo XXI escrito por Andreas Moritz y editado por Obelisco que trata la enfermedad desde un punto de vista ayurvédico y holístico y asegura, entre otras cosas, que el cáncer no es una enfermedad. Interesante el libro, espero, sólo que tiene gracia que en la primera página haya un epígrafe titulado Razones Legales en el que advierte que ni autor ni editor se hacen responsables si los lectores deciden hacerles caso y la cosa sale mal (resumo, no dice exactamente eso). En fin, imagino que será necesario escribir eso dado que el libro es norteamericano y parece ser que allí los pleitos por cualquier cosa están a la orden del día. Ya cae la tarde y como todas un perro ladra. Sólo ladra un rato, no más de diez minutos, desde hace años.
Diario
Tags : Archivo 2009 Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 07/03/2009 a las 18:34 | {0}No estoy para nadie.
Dadme un poco más.
Quisiera dormir.
Me estoy muriendo.
Quiero agua.
Quiero sentirme fresco.
No tengo sed.
No tengo fuerzas.
Hay que construir.
Hay que resistir.
Buscar un equilibrio.
Ni tanto ni tan calvo.
Se pondrá todo en su lugar.
Gracias.
Voy a dormir.
Voy a soñar.
Voy a resucitar.
Ella se marcha.
Y no me despedirá.
Volveré a estar solo.
No es bueno estar solo.
Pero algo ocurrirá.
Seguro que algo ocurrirá.
Sonará el teléfono.
Llegará una carta.
Será una sorpresa.
Me dará vida.
Un paquete.
Luego todo irá bien.
Por qué ha de ir mal.
Vamos.
Venga.
Animo.
Nada está perdido.
Nada nos aguará la fiesta.
Pero.
Pero.
No hay peros que valgan.
Está bien.
Está muy bien.
No voy a dormir.
Toda la noche escribiré.
Concentrado.
Simulando ser.
Luego amanecerá.
Querré que amanezca.
Volarán algunos pájaros.
Los miraré.
Los volveré a mirar.
Mientras bebo un café.
Mientras fumo.
Mientras me caigo de sueño.
Por fin dormiré.
Y soñaré.
Un espacio fosforescente.
Un lupanar.
Una lágrima.
Un suspiro.
Algo nuevo.
Helicoidal.
Anaerófobo.
A mi lado yacerá carne.
También respirará.
Pero no la tocaré.
No, no podré.
Prohibido.
No hay prohibido.
No se dice así.
Recapitula.
Re-escribe.
Revienta.
No podré.
No podré.
Es imposible.
Cómo se hace.
Cómo se halla el sendero.
¡Qué cojones de sendero!
Hostias.
Me quemo.
Me agarro sin control a las farolas.
Demasiado larga.
Más corto.
Venga.
Ya estás llegando.
Ya estás.
Lo conseguirás.
Al final.
Podrás.
Pero no cejes.
No pienses un segundo de más.
Demasiado larga.
Más libre.
Así. Venga.
No desfallezcas.
Todo va bien.
Más corto si puedes.
Si pudiera.
Ahora un deseo.
Has parado.
Eso no vale.
Despierta.
Cae la lluvia fuera.
Quiero decir.
Llueve.
Bueno.
Ahora descansa.
Pero no releas.
Descansa.
Descansa.
Deja tu mente en blanco.
Demasiado larga.
Concisión.
Tanto como cualquiera.
Mejor.
Sin comparación.
Alto.
Sigue.
Las manos están aquí para algo.
Desvela la vela que arde.
Muerde algo
Y luego canta, canta,
algún pájaro creerá entenderte.
Demasiado cerca.
Hay un humo marrón endiablado.
Pero.
Además.
Los besos. Una mirada verde y rayada.
Una persiana.
Entonces.
Acapara los aguaceros.
Rellena las almohadas.
Escupe en las gibas malintencionadas.
Escucha el runrún de los ascensores.
Tiembla.
Deléitate con las pajas de tu propio pajar.
Hay un nombre.
Una sigla atrevida con ribetes de pulpo
deambula por el balcón buscando las garras de mi perro.
Bucean las mariposas y las esponjas se secan tristes en una costa cortada a navaja.
Bulle.
Recela.
La noche.
Un cosmos gris y denso se ocupa de nosotros.
Poco más.
Demasiado poco más.
Historia.
Las bragas de las mujeres descansan.
Los calzoncillos de los hombres huelen a sebo.
¡Ay, amor, que duro es el olor!
Lo peor ya llegó: costras rojas gigantes en tu coño
imposibles de romper por mi glande invadido de ronchas con pus.
Historia de la transición.
Ya somos.
Grandes palacios.
Aquella cúpula.
Aquella luz.
El pan de oro rellena las notas musicales de Haydn.
Pero.
Aunque.
Quisiéramos.
No podríamos.
Recuerdas la mantequilla.
El sopor de los jueves por la tarde.
La plaza del pueblo deshuecada y rota.
La vieja de verde.
La vieja de azul.
La vieja dormida.
La vieja de tul.
Poesía
Tags : Archivo 2009 Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 06/03/2009 a las 09:31 | {0}
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Tags : Archivo 2009 Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 11/03/2009 a las 19:04 | {1}