¿Por esa vereda caminaré un día?
¿Habrá nieve?
¿Nos tiraremos bolas?
¿Correremos el visillo
de la ventana de la izquierda?
¿Ante la puerta
me contará una vieja historia?
¿Encenderemos la chimenea?
¿Huirá el humo?
Una sensación interna lucha. Son dos opuestos claramente opuestos. Uno dice sí. Otro dice no. Maniqueo el ánimo se debate. Hecha cualquiera de las dos opciones (maniqueamente sólo hay dos, sólo encuentro dos. Debería entonces darme cuenta de que algo está fallando. Si no encuentro más alternativas. Si no me digo, bueno no hace falta escribirlo. Ciego me dejo llevar por esos dos únicos sentimientos opuestos y me veo en mitad de un desierto, vestido con un taparrabo. A lo lejos un grupo de hipopótamos chapotean y las leonas corretean por la sabana como si fueran cachorras. Yo salto junto con otros quinientos. Saltamos en círculo al son de unos tambores muy pequeños. Saltamos cada vez más alto y a cada salto nos embriagamos del aire. Algunos empiezan a caer. Otros luchan contra los demás. Algunos desisten y se sientan. Así me veo mientras tecleo y escucho a Touré Kunda en un tema que se llama Sama Dio y discurro sobre las medidas. Sobre la medida de escribir o no escribir, de llamar o no llamar, de declarar o no declarar, de arriesgar o no arriesgar, de preguntarme qué es riesgo y qué no lo es y así blanco y negro, blanco y negro) me queda la misma sensación de insatisfacción, más aún, de error y al pensarlo siento resta, estoy restando en vez de sumar y de nuevo Mani se me aparece y viene, como un rayo, así ha venido, Allan Wats y su Sabiduría de la inseguridad, un libro hermoso que leí en una tarde y que dejó un poso que, malditamente humano, he ido olvidando. Allan Wats, entonces, me diría, si no recuerdo mal, me contaría una paradoja muy hermosa sobre algo que está hinchado o que parece hinchado y luego según la percepción, según la intuición... eso sería otro mundo en el que no me encuentro hoy. Era la medida lo que quería ensayar. Estar muy tranquilo. Claro, me he reído porque jamás en la vida me he sentido tranquilo. Toda la vida decidiendo y tantas... ¿tantas qué?, ¿tantas qué? Aguanta las expresiones graves, aguanta las afirmaciones rotundas. Ya tendrás tiempo en la vejez, a lo mejor, de lanzar verdades como puños arrugados al mundo, verdades que ya no hacen daño porque vienen del lugar más cercano a la muerte, aunque siempre estemos junto a ella, todos, desde el polvo primigenio, pero verdades que no hacen daño porque se lanzan sin fuerza, esa es la maldición de los viejos, como cuando Julia estaba en la Residencia de Ancianos Fermín Vaquero y la trataban como si fuera una puta piltrafa humana y no se daban cuenta de que allí, entre ellos, se encontraba una de las mujeres más sabias del mundo pero estaba vieja y se podía mear encima; estaba vieja y claramente se le iba la cabeza; estaba vieja y no veía; estaba vieja y se iba a morir pronto; estaba vieja y exigía que no la acostaran antes de que el sol hiciera lo propio; estaba vieja y no merecían consideración ninguna de sus peticiones como cuando pidió, rogó, que por Dios, no le lavaran el pelo en la ducha y por la tarde lloraba desconsolada porque la habían obligado y ella intentaba justificar su horror a que le mojaran la cabeza a que cuando era niña, un día, casi se ahoga o eso creyó ella y desde entonces siempre se lavaba la cabeza echándola hacia atrás, en la peluquería, evitando que el agua le cayera en la cara. De esa medida hablo. Saber mirar de frente y medir y al medir saber y al saber actuar con sabiduría aunque ésta fuera insegura y decidir no lavarle la cabeza a una mujer anciana que sabe muy bien porque ruega lo que ruega. En su justa medida.
02 - Last Song.mp3 (4.42 Mb)
No sé si le rogué
aquella tarde al mar
por sus ojos azules.
Ya no recuerdo.
Aún así azules
aparecieron más tarde
y volvieron otra vez
como en una vuelta
asidos de la tarde aquella
o del ruego que no sé si hice.
Además
¿acepta el mar los ruegos?
y si los aceptara
¿no sería tan veleidoso
como sus ondas que vienen
y no vuelven?
Ahora digo, Sí, lo rogué
y acepto el tiempo
que el mar tardó en mostrarme
el color de sus ojos
y los labios de la muchacha
convertidos en labios de mujer.
Ahora digo, No, no lo rogué
porque mi Dios no es ni el mar ni es Dios
¿a quién rogar entonces?
Me quedaría quieto,
miraría su perfil
y pensaría,
Mañana se va y nunca volveré a ver
sus ojos azules
su labios de muchacha
sus senos limoneros.
No sé si le rogué,
no sé si el mar
se compadeció.
Sí sé que la volví a ver.
aquella tarde al mar
por sus ojos azules.
Ya no recuerdo.
Aún así azules
aparecieron más tarde
y volvieron otra vez
como en una vuelta
asidos de la tarde aquella
o del ruego que no sé si hice.
Además
¿acepta el mar los ruegos?
y si los aceptara
¿no sería tan veleidoso
como sus ondas que vienen
y no vuelven?
Ahora digo, Sí, lo rogué
y acepto el tiempo
que el mar tardó en mostrarme
el color de sus ojos
y los labios de la muchacha
convertidos en labios de mujer.
Ahora digo, No, no lo rogué
porque mi Dios no es ni el mar ni es Dios
¿a quién rogar entonces?
Me quedaría quieto,
miraría su perfil
y pensaría,
Mañana se va y nunca volveré a ver
sus ojos azules
su labios de muchacha
sus senos limoneros.
No sé si le rogué,
no sé si el mar
se compadeció.
Sí sé que la volví a ver.
Febril-Febrero-Febril 1982
La espalda de él
cariacontecida y lunática;
su espalda atravesada
en el tiempo del cabello largo.
Mienten los hombres tristes cuando sueñan.
Hoy soy triste.
La espalda de él
mañana soleada en el tiempo de la siembra.
Saboreo sus músculos naciendo,
sus huesos
amarillos-trigo-arena.
Mienten los mendigos
que aman soledades;
engañan las espaldas de los hombres grandes, de los grandes hombres.
Paseo arrinconado,
pienso
semen-siembra-fruto.
Atenazo, persigo
no-alcanzo
la espalda de él,
la de los hombres tristes cuando sueñan, la de los mendigos
solitarios.
Hoy soy triste hasta donde alcanzan las palabras,
hasta donde dicen los poemas.
Es nublado
el guijarro encontrado en el fondo de la cueva
(la cueva de las espaldas de los hombres)
cariacontecida y lunática;
su espalda atravesada
en el tiempo del cabello largo.
Mienten los hombres tristes cuando sueñan.
Hoy soy triste.
La espalda de él
mañana soleada en el tiempo de la siembra.
Saboreo sus músculos naciendo,
sus huesos
amarillos-trigo-arena.
Mienten los mendigos
que aman soledades;
engañan las espaldas de los hombres grandes, de los grandes hombres.
Paseo arrinconado,
pienso
semen-siembra-fruto.
Atenazo, persigo
no-alcanzo
la espalda de él,
la de los hombres tristes cuando sueñan, la de los mendigos
solitarios.
Hoy soy triste hasta donde alcanzan las palabras,
hasta donde dicen los poemas.
Es nublado
el guijarro encontrado en el fondo de la cueva
(la cueva de las espaldas de los hombres)
Escribe el poeta para la voz de la Esposa:
Y todos cuantos vagan
de ti me van mil gracias refiriendo,
y todos más me llagan,
y déjame muriendo
un no sé qué que quedan bulbuciendo.
Glosa. ¿Qué es la poesía y cómo se conforma? ¿A qué canon nos entregamos? Muerto el Arte de la Composición Unívoca, -última poética escrita por Lazlo Ossip- partido en mil pedazos o en millones de pedazos el oficio antes divino del Arte con mayúscula, ¿dónde podemos encontrar algo que se pueda decir como si de un Universal se tratara que es poesía?
El último verso de esta silva maestra resume un concepto en sí mismo poético. Porque la poesía es un canto a la Triple Diosa (leer La Diosa Blanca de Robert Graves, una gramática sobre el mito poético). La poesía siempre ha de buscar la verdad (o sea aquello de lo que trata el poema) en la forma y si leemos cuidadosamente ese verso produce lo que promete: bulbucea (que es forma arcaica del verbo balbucear. Incluso, quizá, sea ajuste, licencia, del poeta. En el Diccionario de Autoridades sólo viene el término balbuciente. Y si la memoria no me falla en el Covarrubias tampoco viene el término bulbucir. Sin embargo esa cadencia primero de es y qus y después de bes y us provoca que el verso tartamudee y ese tartamudear llague a la Esposa y la deje muriendo... sin llegar a morir como el verso último no termina de decir.
Y todos cuantos vagan
de ti me van mil gracias refiriendo,
y todos más me llagan,
y déjame muriendo
un no sé qué que quedan bulbuciendo.
Glosa. ¿Qué es la poesía y cómo se conforma? ¿A qué canon nos entregamos? Muerto el Arte de la Composición Unívoca, -última poética escrita por Lazlo Ossip- partido en mil pedazos o en millones de pedazos el oficio antes divino del Arte con mayúscula, ¿dónde podemos encontrar algo que se pueda decir como si de un Universal se tratara que es poesía?
El último verso de esta silva maestra resume un concepto en sí mismo poético. Porque la poesía es un canto a la Triple Diosa (leer La Diosa Blanca de Robert Graves, una gramática sobre el mito poético). La poesía siempre ha de buscar la verdad (o sea aquello de lo que trata el poema) en la forma y si leemos cuidadosamente ese verso produce lo que promete: bulbucea (que es forma arcaica del verbo balbucear. Incluso, quizá, sea ajuste, licencia, del poeta. En el Diccionario de Autoridades sólo viene el término balbuciente. Y si la memoria no me falla en el Covarrubias tampoco viene el término bulbucir. Sin embargo esa cadencia primero de es y qus y después de bes y us provoca que el verso tartamudee y ese tartamudear llague a la Esposa y la deje muriendo... sin llegar a morir como el verso último no termina de decir.
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Poesía
Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 30/09/2009 a las 12:39 | {1}