Inventario

Revista literaria y artística escrita y dirigida por Fernando Loygorri
Una tarde
Con el cielo claro y la sensación fría; con las manos en los bolsillos mirando a la muchedumbre pasear por la Calle Mayor; con la certeza de que el invierno, aunque luchaba aún, estaba extenuado y que la primavera, llena de ardor juvenil, iba a darle el golpe de gracia en cualquier momento; con la mirada vagando del cartel del Tío Pepe a las caras de la gente, me dirigí hacia el metro para atravesar la ciudad y recoger a Violeta una tarde de sábado. Todavía en sus ojos quedaba el destello de unas décimas de fiebre y su sonrisa mostraba la perplejidad del cuerpo que, tras defenderse, ha quedado flojo y no sabe muy bien cómo sostenerse ni tampoco si el frío es todo lo que parece o más bien es una cautela de su cuerpo para obligarla a arroparse más.
Uno junto al otro nos dirigimos a la calle Alcántara donde yo recordaba que había una tienda de juegos porque al salir de casa de su madre yo le había hecho una doble propuesta: irnos al cine a pasar la tarde o comprar un par de juegos de mesa y jugar hasta que el cansancio pudiera con nosotros y la noche -amiga de los sueños, urdidora de esperanzas, amañadora de equívocos, espejo oscuro de las más altas miras, rincón del mundo donde todo se decide por el tacto, Reina sin corona, Luz sin luz- nos dispusiera al descanso.
Resultó que aquella tienda de juegos ya no existía. Violeta aún estaba cansada del esfuerzo de su cuerpo por volver al equilibrio así es que nos cogimos un taxi, nos bajamos en la Puerta del Sol y en unos grandes almacenes compramos El Scrable y el Cluedo.
El Cluedo es un juego de detectives: tiene un tablero que es una casa, tiene unas cartas que proporcionan pistas y otras que penalizan cosas. El objetivo es descubrir quién mató al anfitrión, en qué habitación y con qué arma.
Jugamos en la cocina de la casa de Pedro. La cocina es una habitación grande y abuhardillada con una gran mesa de mármol y tras ella un gran espejo con marco del siglo XIX. Jugamos horas y nos divertimos horas. El gesto febril del principio de la tarde había desaparecido de sus mejillas y ahora ella se concentraba en descubrir pistas, discernir entre un arma u otra, mirarme a la cara y reír de veras cuando yo le hacía algún chiste, en general, malo.
Jugamos dos partidas y, aunque ya estábamos cansados, decidimos estrenar El Scrable y fueron surgiendo las palabras cruzadas, los anhelos por encontrar la palabra más larga y cuando lo dejamos, eran ya las 11 de la noche, Violeta cenó con ganas y se metió en la cama tras recoger con cuidado los nuevos juegos y leyó un libro que ha cogido de la Biblioteca Municipal y se quedó dormida como una ría cuya marea se retira ya.
Yo me quedé con Pedro en el salón viendo El padre de la novia la película que en 1950 dirigió Vicent Minnelli y protagonizaron Spencer Tracy y Elisabeth Taylor y sí, reconozco que mi sensiblería salió a flote cuando al final de la película, tras haberse casado su hija, el padre se dice a sí mismo, Porque es cierto que un hijo deja de serlo cuando funda su propia familia, pero una hija es hija para toda la vida (sé que esta frase podría sonar a paternalista -incluso a machista si fuera una feminista quien la analizara-. Yo la entiendo de otro modo).
Ahora es la mañana del domingo. Violeta desayuna un yogur y bizcocho. Quizá luego nos demos un paseo por este Madrid viejo y soleado y nos lleguemos hasta la floristería El Jardín del Ángel, en la plaza del Ángel, en la esquina con la calle de las Huertas, que regentan unos amigos nuestros y donde los domingos se respira el aire de los antiguos domingos de mi propia infancia.
Fue ayer una tarde de sábado cualquiera, una maravillosa tarde cualquiera.

Diario

Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 14/03/2010 a las 11:11 | Comentarios {1}


Grosz
Grosz
Cuando ya pase todo esto y estemos a punto de morir (siendo conscientes de ello, sabiéndolo con total seguridad como mi padre lo sabía el atardecer que murió) yo no sé si usted se acordará del día que insultó a otro hombre en una Oficina de Buscadores (porque no son parados ni desempleados, ese lugar es un lugar de buscadores) por decirle que tuviera usted cuidado cuando usted lo empujó. Recuerde, hombre, recuerde, sí, fue a inicios de marzo, ese marzo que venía de un invierno muy duro, del año en que el anticiclón de las Azores nos dejó sin paraguas y todas las tormentas del Atlántico entraron por nosotros y nos dejaron húmedos, como de mal humor. Cuando esté usted a punto de no poder luchar más contra pudrirse quizá recuerde, muy a su pesar, aquella mañana, iba usted sucio, como de resaca, era usted feo y sin gracia. Respondió a aquel hombre una amargura que en todo caso él no había provocado. Recuerde: era la primera vez que se veían, el hombre le dijo, Tenga usted cuidado, hombre y usted le contestó, Pues apártate, no te jode y luego lo insultó y luego lo retó a salir a la calle para partirle la cara.

Cuando ya pase todo esto, en mi particular e idílico último momento de autoconciencia, yo quisiera sentir paz conmigo mismo. Nada más. No una gratitud, no una conclusión, no una satisfacción (la paz puede ser muy dura), no una aceptación (y sí, claro, todas esas cosas si se dieran) pero sí al menos paz. Si me diera tiempo (lo sé: paradójico hablar del tiempo justo cuando se acaba) quisiera sentirme decir, Bien, bueno, bien. Más o menos. Pero bien, bien... Quizá por eso esta mañana no he accedido a salir a la calle a partirme la cara con ese tipo (no soy muy estable de piernas pero tengo unos brazos y unas manos fuertes) y me he acordado de lo que para mí significa esencialmente la palabra civilización: El límite de la violencia entre personas es el grito.
Ni siquiera he llegado a ese límite. Me he apartado, he llamado al servicio de seguridad y le he pedido al agente: Por favor si no le importa poner orden, ese hombre me está insultando.

Cuando ya pase todo esto.

Ensayo

Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 12/03/2010 a las 17:15 | Comentarios {0}


Escribir (1)
De repente la novela se apodera de mí. Es literal. La novela me lleva. La novela es un río y yo navego en una barca blanca y remo con una pluma Parker.
De repente la novela se convierte en una mole de piedra. Todo el cauce por el que navegaba se solidifica y se coloca en posición vertical y lo que tengo frente a mí es una montaña áspera y sin vegetación. Entonces me detengo, la miro, miro a mi alrededor. Todo es desierto. Ahí se acaba el camino. Tanto camino. Hago vivac y (tras mucho esfuerzo) espero. Pueden pasar años. Pueden pasar meses. Puedo llevar melena y luego cortarme el pelo con unas lascas que he logrado arrancar a las piedras de la montaña que es la novela que fue un río. Una y otra vez miro la novela. Una y otra vez pienso la montaña.
También llega el momento en que decido escalar. Hacerme piedra. Inventar la cuerda. Entonces observo la pared e intento descubrir los salientes, los apoyos. Hago, mentalmente, un recorrido hasta la cima y calculo si mis fuerzas darán para ello. Sé que llegará un momento en que no haya vuelta atrás. Seré un mono colgado de una pared de piedra, rodeado de desierto, hacia una cima que fue río.
Quizá tenga la esperanza de que en un momento de la escalada la piedra se deshaga en agua y vuelva a navegar sobre una barca blanca.

Ensayo

Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 09/03/2010 a las 19:06 | Comentarios {0}


A quien lucha


La Enfermedad (I)
Algo en el ambiente de hoy me entristece, me suena a enfermo. La lluvia estaba un poco enferma. Me he acordado de mi gente enferma. He querido aplaudir su gesta.
Se prohibía hablar de sexo, enfermedad y dinero (sobre todo los que tenían educación inglesa). En los tiempos antiguos (según parece), en los tiempos modernos se mantiene (estaría por asegurar. Se puede hablar del sexo, la enfermedad o el dinero de otro pero no del propio. Así también era antes. Sí de los demás. No de la familia. Pura defensa en este mundo que obliga a las empalizadas y los escudos). Una mera cuestión de sentido común.
La mano se estrechaba para palpar el músculo que permite la pinza entre el pulgar y el índice (siento no saber cómo se llama ese músculo. Podría buscarlo ahora mismo y sin embargo no quiero. No, no quiero) porque según la fortaleza del dicho músculo así de sano se encontraba el hígado. Se sigue dando la mano sin saber que en realidad se palpa el hígado.
El cuerpo y sus enfermedades. Enfermedades sagradas (la epilepsia). Enfermedades apestosas (la lepra). Enfermedades criminales (las coronarias). Enfermedades hermosas (la tisis). Enfermedades terroríficas (la peste). Enfermedades graciosas (el catarro). El cuerpo y sus desgastes. La visión de la enfermedad desde las ideas de los hombres.
El cuerpo entendido en la Alta Edad Media Occidental como un lugar privilegiado donde se establece un combate entre El Bien y el Mal, entre la enfermedad y el milagro (Historia de la Vida Privada. t.II. El Cuerpo y el corazón) Algo de todo eso queda. Sigue estando presente una especie de idea de lucha. Quizás hayan cambiado los litigantes. Quizá ya no sean Dios y Satanás. Ahora pueden ser Yo contra Superyo o Yo contra Virus o Yo contra Polución. Nunca se es del todo inocente en la enfermedad. Hoy menos que nunca. He escuchado decir tantas sandeces con respecto a la enfermedad (o no sandeces. A lo mejor sería más suave decir exageraciones o sobrevaloraciones aunque a mí, realmente, me suene a sandez. Como cuando una mujer que iba de curso en curso buscando la energía positiva, la espantosa expresión autoestima [es que decía autoestima y energía positiva y esas palabras del Poder y el Ahora que cada vez que las escucho me dan ganas de vomitar y juro que las he oído mucho, mucho más de lo que hubiera querido pero ese es otro tema del que no hace falta hablar. Me haría enfermar] escuchaba a otra mujer que había impartido una charla sobre el bienestar, ésta le acababa de comentar que era asmática. La mujer que escuchaba, absurda y burda, la miró indignada -¡indignada de verdad!- y le soltó la siguiente perla de gilipollez, ¡Cómo que tienes asma, si el asma no existe! ¡El asma eres tú!) que no me queda más que admirarme de los enfermos y su paciencia.
Todos aquellos cuerpos enfermos se hallaban trabajados por el sufrimiento y atravesados por una sorda culpabilidad que era el precio inevitable de aquellas idas y venidas entre la adoración y la execración de la carne. El estudio del cuerpo y de las sensaciones que provoca revela por tanto, (...) que aquella humanidad (¿y ésta?) sobrestimaba los valores de la fuerza, la procreación, la salud física y moral, probablemente porque éstos le eran indispensables en un mundo inestable, amenazador e incomprensible (Historia de la Vida Privada. t.II. El Cuerpo y el corazón).
No quiero convertir este ensayito en una filípica contra quienes estudian y tratan la enfermedad. Toda generalización conlleva su antítesis (como en la que acabo de hacer). Voy a parar aquí.

Ensayo

Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 07/03/2010 a las 18:10 | Comentarios {0}


Fiesta
Todavía con los ecos en mi cabeza de la fiesta.
Cómo llovía.
Llegar primero. Luego ir entrando poco a poco en las caras de hace tanto tiempo. Tanto tiempo.
En la fiesta suena la música y corre el alcohol. Tan español. El alcohol, digo.
Seguía lloviendo (esta España tan húmeda que parece Francia y Francia parece España que aclama al equipo español de fútbol como si fuera francés en el Estadio...) e iban llegando los invitados.
Remarquemos los nombres y que no se olvide ninguno: Inma, Bárbara, César, Luis, María, Mónica, Pepito, Javier, Nacho, Ana, Lourdes y Tomás.
La fiesta llevaba como título Antiguos Alumnos del Parquecillo.
El Parquecillo.
El niño la mira mira, el niño la está mirando.
El Parquecillo en la calle Puerto Rico de la ciudad de Madrid. Finales de los setenta, inicios de los años ochenta del pasado siglo (me hace espuma lo del pasado siglo)
El Parquecillo de mañana y de tarde y de noche.
Sin ser todavía mayores de edad. Aquellos años llenos de pastillas, sustancias, acuerdos, peligros, descubrimientos, luego todo eso pasa y queda un recuerdo y una etapa y un temor para los que vienen detrás. Hablaban. Hablábamos. Yo no querría que mi hija viviera cómo yo he vivido y ese pensamiento como dijo Luis es pequeño burgués. Es cierto. Y al mismo tiempo siento que no lo quiero porque creo que hemos tenido suerte, suerte de seguir aquí (si es que eso es una suerte) y no nos hemos quedado en el camino, tirados, muertos, en fin...
La fiesta, ¡qué hermosa!
Y ¡qué lluvia!
Ahora ya es la tarde del sábado. He bebido una cerveza para equilibrar los desajustes del ron con limón, un chín de limón, un poquito de ron, otro chín de limón.
Brindo una vez más por vosotros.
Vivir tiene de bueno estas fiestas.

Diario

Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 06/03/2010 a las 14:36 | Comentarios {0}


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