Inventario

Revista literaria y artística escrita y dirigida por Fernando Loygorri

Cuaderno amarillo (1984-1988).
Manuscrito del fragmento de un cuento escrito en octubre de 1988.


Composición 2

Composición

Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 09/01/2011 a las 18:56 | Comentarios {0}


Al sonar los tambores en su cabeza, Milos tiene un escalofrío. Escucha los gritos de una mujer y de un amigo. Siente una cena en un restaurannte de una ciudad. Cree haber estado en algún momento rodeado de gente en un bar de una ciudad del centro de su país. Es querido. Es animado. Es besado por la camarera que le ama en ese momento hasta las lágrimas. La cima de la montaña le trae hasta allí unas rayas de cocaína, el cuarto de baño, la sonrisa excitada de la mujer enamorada, su nariz -la de Milos- yendo a la raya, aspirándola, siente en la cima de la montaña el amargor de la cocaína por su garganta, lo bello que se siente en el espejo, la boca de la mujer tras él que le hace un gesto de lengua en los labios. Suenan los tambores. Suenan las ráfagas del viento. Salen del cuarto de baño. Ella le ha cogido de la mano. Le ha llevado a la trastienda. Se ha abalanzado sobre él. Le ha pegado su cuerpo. Le ha abierto las piernas. Luego ha reído. Se ha separado. Ha vuelto a extender un par de rayas. Ella se la ha metido primero. Luego él. Lo incisivos dormidos. Las encías dormidas. La luz desnuda.
Es la noche. Milos Amós no ha necesitado cerar los ojos para sentir los tambores. Ni ha querido evitar el recuerdo. Alguna vez fue querido. Ahora lo sabe. En la juventud todos somos queridos alguna vez. Porque al mismo tiempo todos queremos ser queridos. Para ser querido querer. Alguna vez fue así. A ráfagas: billar, caída en la gran vía de la ciudad entre grandes risas, drogado, drogado, vomita, una mano en la frente acompaña su naúsea. Existió una Noche de Reyes en una calle que se llamaba Fuencarral. Caía aguanieve. Fueron recogidos por un hombre que acababa de salir de prisión con un cargamento de heroína en sus bolsillos. Milos lo invitó a su casa. La heroína fue su amiga.
Ha sentido en la cima de la montaña el frío de la bajada del caballo. Las horas muertas tirado en una cama, junto a su amiga, comiendo a duras penas una manzana.
El lucero del alba anuncia la mañana. Milos Amos siente pena por los recuerdos que como diablos le han rodeado en la madrugada. Dormita. Nadie le moverá de allí.

Cuento

Tags : La Solución Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 07/01/2011 a las 00:30 | Comentarios {0}


Era octubre
Lo escribiré de nuevo: era octubre
luchamos
en la tienda
y lo vimos
Era octubre
como un lazo pardo
así lo sentimos
(existía en aquel entonces la primera persona del plural)
lo escribiré de nuevo: nosotros
No fue un otoño lluvioso
El aire condensaba el diesel
nuestros pulmones tenían poco repris
casi ahogados lo vimos
era octubre
las niñas salían airosas de la escuela
los niños tiznados de peleas y balones
donde la vida gira
lo escribiré de nuevo: donde la vida gira
Cogidos de las manos
cuando se cogen las manos
por vez primera
desnudas
sin anillos
de nuevo lo escribo: era octubre
y el cielo fue estrellado
y el cometa pasó a su tiempo
y comimos perdices con chocolate
y nos auguramos eternidad
(existía en aquel tiempo la primera persona del plural)
Leonard Cohen dijo
Albert Cohen dije
y reímos
de nuevo lo escribo

Poesía

Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 05/01/2011 a las 09:56 | Comentarios {0}


Lámpara del Metropolitan Opera House de New York
Lámpara del Metropolitan Opera House de New York
Moonstruck es romanticismo. Por eso transcurre en New York entre emigrantes italianos. Las notas musicales de esta película de Norman Jewison es de altos vuelos y en algunos momentos (en muchos momentos) es una delicia cómo está dialogada y estructurada. La aparición de Rommy Cammareri, (interpretado por Nicholas Cage) es magnífica y mezcla dos elementos muy difíciles de conjugar -la emoción y la risa- para conseguir el efecto patético (en su sentido griego: que mueve a la compasión).
Moonstruck no comienza tambaleante. Se mantiene firme a largo de todo su desarrollo y maneja con maestría las escenas cumbre. Empieza desbocada y luminosa y pasado el primer acto se llena de melancolía y la risa se va perdiendo entre los vericuetos de las sombras lunares y tan sólo surge cuando no hay objeto que impida ver la luz. Tan sólo al final (en las tres últimas secuencias) vuelve a predominar la comedia cuando aparece Johnny Cammareri (Danny Aiello), el hermano mayor de Ronny que se había ido a Palermo para asistir a la muerte de su madre. Antes de partir le había pedido a Loretta Castorini (Cher) en matrimonio y una vez que ella había aceptado le pidió que durante su ausencia contactara con su hermano, con el que no se hablaba desde hacía cinco años, para que acudiera a la boda e hicieran las paces.
El enamoramiento es doloroso. La búsqueda del placer también. Como lo es la llegada de la muerte. Sobre esas tres temáticas se apoya la película -amor, placer y muerte- y paradójicamente siempre son felices -en esta pelicula- los que están cerca de las tres y aceptan las cosas tal como son.
Una mano que se coge. Un anciano al que su mujer le dice que a la luz de la luna parece un joven de veiticinco años. Una dama que cena sola. Un paseo que es interrumpido. La belleza de las lámparas de techo del Metropolitan. La nieve en el aire sobre la intensidad de dos miradas y el abuelo que llora porque no entiende nada.

Ensayo

Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 04/01/2011 a las 22:32 | Comentarios {0}


La frontera entre el escritor/narrador, entre el personaje/persona y entre el lector/narratario
En su Historia secreta de una novela o en La Orgía perpetua Mario Vargas Llosa ensaya que la novela ha de escribirse con la forma de una cebolla: un núcleo de verdad cubierto de capas y capas de mentira.
El último episodio en que una persona real equivocó a un personaje mío con ella me ocurrió este año. Había escrito a vuelapluma (que es una forma muy hermosa de escribir pero que, evidentemente, elabora mal las capas de mentira de una verdad) una ficción de un hecho real y al día siguiente de publicado recibí de la susodicha persona no tan sólo una crítica por mi acción, sino también una amenaza de que por mi propio bien no se me volviera a ocurrir volver a hacerlo. Yo respondí como cualquier escritor: que no era ella de quien hablaba, que no era yo al que leía y que además no había nacido quien me prohibiera a mí escribir lo que se me antojara.
En otras ocasiones he recibido una crítica a una novela del tipo siguiente: se nota que estás atravesando una momento difícil y que no has logrado superar tus carencias afectivas, en la página cincuenta cuando dices... y en ese momento yo paro el discurso del interlocutor y le digo, más o menos: Yo en la página cincuenta no digo nada, lo dice el narrador y el narrador no soy yo...
En crítica literaria las diferencias entre escritor/narrador o lector/narratario parecen evidentes pero en la vida todas esas fronteras tan bien delimitadas por la teoría se vienen abajo. Incluso en el propio escritor ocurre una especie de autocensura. Un ejemplo: un detalle truculento de un personaje le ocurrió a una persona conocida. El escritor lo escribe y al releerlo se le viene a la memoria que ese detalle, ese detalle...
Es muy difícil explicar la multidimensionalidad de un escritor -de un artista en general- porque la gente, en su vida corriente, suele ser una, es más le gusta ser una y muchos se suelen enorgullecer de ser fieles a sus principios (cuando ese ser fiel a los principios -por principio- es algo que atenta contra la naturaleza cambiante del mundo. Los budistas tienen un término que me gusta mucho para definirlo: la impermanencia).
El escritor tiene la obligación de multiplicarse y si es cierto que toma asuntos prestados de su vida -sucesos- lo hace no por el suceso en sí sino porque le sirve para ilustrar un proceso (el de la ficción que está creando). Escribir se puebla de imágenes reales y fantasmales, se producen en la mente del escritor metamorfosis bellísimas (que tan bien supo plasmar, casi pintar, Ovidio en su libro memorable) que crean obras donde la realidad y la ficción (¡ah, qué dos términos tan samsaras!) se funden y producen ese tránsito entre la vida y la muerte o entre el no ser aún y nacer o entre ser capullo y casi flor. Fronteras extrañas se crean. Fronteras en las que hay que creer para poder saborear la literatura en sí (el arte en sí). Muchas veces he pensado que sería muy bueno que no se conociera nada de la vida de los artistas ni tan siquiera su cara, incluso más: que todas las obras las firmara un tal Anónimo.
¡Y qué lindo sería si cuando menos al escritor que ha usado de su biografía para componer una ficción, se le otorgara el beneficio de la duda en cuanto a su intención! Es decir, que ésta no era espúrea sino pura creación. Porque suele ocurrir que los lectores de un escritor -a no ser que éste sea una celebridad- no suelen conocer nada de su vida privada y cuando lo leen adoptan la misma actitud que el espectador ante el actor que hace de, por ejemplo, Otelo: no le juzgan a él sino al personaje que representa.
No sé por qué recuerdo para terminar un verso de Fernando Pessoa: si el corazón pudiese pensar, se pararía.

Ensayo

Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 03/01/2011 a las 00:15 | Comentarios {0}


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