El mundo como voluntad y representación. Arthur Schopenhauer. Libro 4º. Del mundo como voluntad. Segunda consideración. Afirmación y negación de la voluntad de vivir una vez alcanzado el autoconocimiento. Traducción Rafael José Díaz Fernández y Mª Montserrat Armas Concepción. Editorial Akal.
§ 54
pag. 303
[...] Que la generación y la muerte han de considerarse como algo perteneciente a la vida y esencial a este fenómeno de la voluntad, se desprende también del hecho de que ambas se nos presentan como expresiones altamente potenciadas de aquello en que consiste la entera vida restante. Ésta no es ni más ni menos que un constante cambio de la materia bajo la firme permanencia de la forma; y algo semejante es la imperdurabilidad de los individuos bajo la perdurabilidad de la especie. La alimentación y la reproducción incesantes no se diferencian sino en algún grado de la procreación, y la excreción incesante sólo en algún grado de la muerte. Lo primero se muestra de la manera más clara y sencilla en la planta. Ésta no es otra cosa que la constante repetición de un mismo impulso, de sus fibras más sencillas, que se agrupan en hojas y ramas; es un agregado sistemático de plantas semejantes que se sostienen las unas a las otras, y cuyo único impulso es reproducirse sin fin; para satisfacerlo completamente, la planta asciende, por la escala de la metamorfosis, hasta la flor y el fruto, que son el compendio de su existencia y esfuerzo, pues de este modo alcanza, por el camino más corto, su único objetivo, y a partir de este momento conseguirá mil veces de una sola vez lo que hasta entonces había conseguido individualmente: la repetición de sí misma. Su inclinación al fruto se parece a la del escrito por la imprenta. Evidentemente, en los animales sucede lo mismo. El proceso alimenticio es una generación incesante, y el proceso generador es una alimentación altamente potenciada; el placer del acto generador es el bienestar altamente potenciado del sentimiento vital.
Por otra parte, la excreción, la constante eliminación y expulsión de materia, es lo mismo que la muerte, lo opuesto a la generación, sólo que en un grado menor. E igual que estamos siempre contentos de que la excreción nos permita conservar la forma sin tener que lamentar la materia expulsada, la misma actitud tenemos que adoptar cuando la muerte venga a cumplir, en una potencia mayor y en conjunto, lo mismo que sucede cada día y a cada hora en particular con la excreción. Igual que lo primero nos deja indifirentes, lo segundo no tendría que hacernos estremecer. Así pues, desde este punto de vista parece tan erróneo pretender la continuidad de nuestra propia individualidad, que es sustitutida por otros individuos, como pretender la permanencia de la materia de nuestro cuerpo, que constantemente es sustituida por nueva materia. Parece tan insensato embalsamar cadáveres como conservar cuidadosamente las propias heces.



Cuando hace unos días informaron sobre la muerte de Georges Moustaki, recordé una noche hace muchos, muchos años en la que Luis y yo fuimos en su Vespa a escucharle. Mi memoria (que es la loca de la casa) no consigue recordar si realmente entramos al concierto (porque lo confundo con otro concierto en el festival de jazz de Vitoria, también hace muchos, muchos años, en el que Luis y yo al fin conseguimos entrar a escuchar a Oscar Peterson). Sí recuerdo que al finalizar, decidimos esperar a que saliera para seguirle e ir donde él fuera y saludarle. Tampoco recuerdo si lo conseguimos. Georges Moustaki es parte de mis emociones de juventud y también parte de la amistad que nos tuvimos Luis y yo.
El jueves tomé la decisión de pasear por las calles de Madrid. Salir de esta soledad que tanto me protege quizá porque lo contrario del amor es el miedo. Paseé por la calle Fuencarral y aunque no me atreví a entrar en las tiendas y pedir que me atendieran, por lo menos eché un vistazo a ropa que iba a necesitar. Luego me senté en la Plaza del Dos de Mayo. Cuando me dirigía hacia el coche para recoger a Nilo y volver al pueblo, me encontré con L. una amiga de cuando estudiábamos arte dramático en los cursos de verano de El Escorial a mediados de los años ochenta. L. me cogió de las manos (siempre muy afectuosa. Le gusta tocar la piel.) y le pregunté cómo se encontraba y entonces me dijo que su situación era desesperada, que estaba viviendo en casa de P. (actor al que también conocimos en aquellos años), en una minúscula buhardilla y que tenía que dormir con él porque no había más sitio y que se sentía avergonzada y angustiada por la situación en la que se encontraba. Comentaba que hacía trabajos pero sin remuneración ninguna y que los directores que la llamaban la felicitaban por su interpretación pero cuando había dinero de por medio entonces, esos mismos directores, ya no la llamaban ni siquiera para hacer una prueba. Le propuse que nos tomáramos una cerveza y fuimos al Parnasillo un café de los de entonces y allí mantuvimos junto con los dueños y un periodista de Le Monde Diplomatique, una charla encantadora. He quedado en llamarla. Y lo voy a hacer. Ella me preguntó que hacía yo por ahí y le dije la verdad: He venido a ver gente. A mezclarme con la gente. Estoy demasiado encerrado y ha llegado el momento de salir de nuevo. Al despedirnos le dije: Estas muy guapa y eso es importante. Y gracias porque mi paseo de hoy se ha visto mil veces colmado en su expectativa por haberte encontrado después de tantos años.
Eso es la calle también. Un lugar de encuentro.
He estado dos días fumando unos mini porros de marihuana. Dejé de fumar porque eran muchas las veces que me entraba angustia y temor de vivir y pocas las ocasiones en las que el haschis o la marihuana me envolvían con su leve sensualidad, tan leve y hermosa como el humo. Estos dos días han sido embriagadoramente sensuales y ricos y me he propuesto escribir en breve un Elogio de la Embriaguez. Seguiré sin fumar.
Mira fijamente el punto rojo de la foto durante quince segundos.

Si te apetece, rellena los puntos suspensivos entre corchetes y mándalo luego como comentario. Es un juego.
La [....] ya está casi [...] y ayer le [...] a un amigo que quizá ese [...] influía con cualidad [...] en mí.
No [...] desmoronarme.
No [...] seguir mirando la [...] y recordando que hubo un día y bajar las [...] y llegar al borde de la [...] y [...] y [...] abrir el [...] y caérseme los [...] y pensar "Hoy el [...] tampoco viene".
¿Será una cuestión [...]? ¿Será la [...]? ¿Será el [...]?
Un astrónomo al ser [...] sobre la [...] del hombre en el [...] respondió: [...] [...] exactamente pero en todo caso [...] que somos algo muy [...] Entonces sentí [...] y [...] [...] [...] [...] [...]
Esta [...] me he puesto delante de la casa y me he dicho. [...] y ahora estoy aquí como [...].
No [...] desmoronarme.
No [...] seguir mirando la [...] y recordando que hubo un día y bajar las [...] y llegar al borde de la [...] y [...] y [...] abrir el [...] y caérseme los [...] y pensar "Hoy el [...] tampoco viene".
¿Será una cuestión [...]? ¿Será la [...]? ¿Será el [...]?
Un astrónomo al ser [...] sobre la [...] del hombre en el [...] respondió: [...] [...] exactamente pero en todo caso [...] que somos algo muy [...] Entonces sentí [...] y [...] [...] [...] [...] [...]
Esta [...] me he puesto delante de la casa y me he dicho. [...] y ahora estoy aquí como [...].
Cuaderno amarillo. Salvador Pániker. Editorial Areté. 1ª Edición 2000

Constantin Brancusi, Sleeping Muse I, 1909-10
Pags. 105-106
10 de agosto de 1993
Cuando se me pasan las ganas de agradar a todo el mundo recupero la libertad, descubro que tengo una columna vertebral. Cuando dejo de autojustificarme me convierto en el ser adulto que aparentemente soy.
Asumir serenamente el perfil propio.
Lo que antes se llamaba ser un hombre de principios, uno lo convierte, más modesta y concretamente, en tener una columna vertebral. Necesitamos una columna vertebral para nuestra finitud bamboleante. De lo contrario, uno quiere "ir a por todas", pierde el sentido de la contención y el límite, cae en la desmesura, la vieja hybris griega, y acaba en la autodestrucción.
Columna vertebral. Pero también agilidad, ausencia de principios absolutos. No hay valores absolutos. Todo lo cual enlaza con aquella nueva magia de la cual hablaba hace unos días, la conciliación entre razón y mística. Ya he dicho repetidamente que la mística es esa seguridad previa que te permite vivir dudando. Una seguridad, claro está, paradójica: porque consiste, precisamente, en no necesitar ya de seguridad alguna. En cuyo caso, la mística es la otra faz del pluralismo. El místico es alguien capaz de vivir tranquilamente sin ideas: por esto puede correr el riesgo de tenerlas. Porque no se le van a absolutizar. Porque no las necesita para dar un sentido a la vida. Porque sabe que la vida no tiene sentido.
Lamentablemente, las gentes todavía se matan las unas a las otras por cuestiones de sentido. El siglo XX - que comenzó en 1914 y terminó en 1989- ha sido un siglo de absolutismos intramundanos. Dos guerras mundiales y varias exterminaciones en masa son el resultado del furor ideológico, la falsa mística. Hoy procede vivir sin creencias absolutas, en permanente provisionalidad. Para lo cual hace falta segregar un plus de creatividad retroprogresiva que antaño no era menester. Quiere decirse que la democracia, la secularización y el laicismo, esas conquistas de la modernidad, sólo se mantendrán si se descubre y se vive ese trasfondo -que yo llamo místico- que le permite a uno mantenerse en la provisionalidad, el relativismo, la incertidumbre y la increencia.
Es la paradoja retroprogresiva.
Es también el meollo de la mal comprendida postmodernidad. Secularizada la religión del progreso, vuelve a abrirse el espacio de lo genuinamente místico. Lo místico que ya no tiene por referencia a Dios, la Ciencia o la Clase Obrera. Lo místico que es el acceso al presente.
Lo cual no anula los proyectos de futuro, ni conduce a una sociedad ahistórica donde se confundan lo real y lo imaginario. Baudrillard sólo ha captado la mitad de la cuestión. Lo que ocurre es que el viejo Relato Único de la modernidad se ha quebrado en mil minúsculos relatos. Ocurre que cada cual ha de inventar su propia leyenda.
Creatividad y mística son así -insisto- nociones inseparables. Y una fenomenología de los estados creativos podría confirmarlo. Una vez más citaré a Brancusi: "Ce qui est difficile ce n'est pas de faire, mais de se mettre dans l'état de faire". Ponerse en el estado de hacer es entrar en el estado de gracia donde no hay disociación entre los medios y los fines, el fondo y la forma: la obra de arte surge entonces espontáneamente y por sí misma. Un gran artista es, ante todo, un gran médium. A fuerza de despejar mecanismos de defensa y otros condicionamientos, se computan mil mensajes que antes pasaban de largo, se pone uno dans l'état de faire, se consigue que la gracia fluya. "Algo en mí, crea" decía Mozart. Y Paul Klee escribe: "Libérate de la pretensión de ser el autor de tus actos; entonces serás libre, atento, expandido, y lo que deba ser hecho se hará."
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Tags : Citas del mes de mayo Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 19/05/2013 a las 13:11 |
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Tags : Citas del mes de mayo Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 27/05/2013 a las 10:23 |