Inventario

Revista literaria y artística escrita y dirigida por Fernando Loygorri

A M.


Te he visto temblar bajo la luz del miedo
Cuando se abren los brazos la aurora se despista hacia la noche
No llores, querida mía, porque si fuiste una bestia ahora eres cándida como una anciana
También tú tienes derecho a no haber sabido nada
Lo hermoso es que al fin, un día, puedas definirte con la risa
Porque te he visto bajo la luz del miedo
porque creo que ahora siento más cercana tu mirada y tu voz tiene el eco de esas voces jóvenes, llenas de pujanza
No pasa nada
Yo creo que tú ya sabes que nunca pasará nada
por más que sesudos seres humanos busquen, rebusquen, hurguen, atiendan, vislumbren, se apoyen en, luchen contra, así es la luz y así es la sombra
Ahora en cambio cuando quieres llorar lloras y cuando quieres reír ríes y te gusta ser algo malvada como a las niñas malas algunas mañanas de verano
Yo te ofrezco mi mano y también mis oídos. No mis orejas. mis oídos y te lo digo desde cierta compresión del sentir de los lamas (¡Oh, vanidad! ¡Cuánta vanidad aún en mí!) pero déjame también definirme. Te digo entonces que yo te regalo mis oídos porque el tiempo de las palabras está a punto de terminar. ¡Qué inútil todo esto! ¡Cuántos abrazos pudieran habernos faltado! Por falta de costumbre. Por el terror en las manos... y en el amor.
Y quiero decirte que sí. No sientas que has de tener la confirmación de nadie. Fuiste catedral. Barroca catedral castellana por más que yo, por ejemplo, te hubiera preferido ermita románica, lugar de recogimiento y rezo. Sólo que las tardes se hicieron pesadas y el terror llamó a nuestra puerta e inundó la casa y la llenó de suciedad cientos de años, miles de siglos, casi toda la eternidad. Porque el miedo, ya tú lo sabes, tan sólo es sucio
Ahora por las mañanas
Hace nada era diciembre y caminabas en ropa interior por tu alcoba
Hace nada apenas pude rendirme a la evidencia de que tardaría años, casi toda una vida, en sentir sincera tu risa
Más aún casi no me llegó la vida para oirla. Y es bella. Es bellísima
No así la verdad que buscan sesudos seres humanos (yo entre ellos porque tengo algo de la Maga de Rayuela, de su ingenuidad y de su deseo terrible de saber) a los cuales admiro por sus verdades algunas de las cuales me emocionan hasta el delirio y los busco y los vuelvo a escuchar o a leer o a mirar una y otra vez aunque suelen ser verdades tristísimas porque la vida no se hizo para alegrías y por eso la comedia tiene tanto de mecanismo de relojería, es decir, de falsedad de las medidas
Ríe entonces
Yo ya me callo que mañana tengo que madrugar y por los zócalos de la casa pasea una polilla que no sabe que es invierno
Por  mi visión pasean manchas
Fármacos
Los últimos días
El veneno de la vida

Narrativa

Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 03/01/2018 a las 00:13 | Comentarios {0}


Primero fue Dumbo. Los 101 primeros números. Luego debió de llegar Flash Gordon aunque seguramente no fue así. Demasiado pronto, pienso. Seguro que sí fueron seguidos primero Los cinco y después Los tres investigadores y aparecieron Tintín y Asterix. Yo creo que primero me gustó más Asterix luego el gusto cambió y hoy, a mis casi sesenta años, sigo leyendo Tintín. Debía de tener unos doce años cuando me rompió la cabeza la primera novela y aún recuerdo -y evoco- la sensación de no poder dejar de leer, de sentir un nudo terrible en el estómago, de sufrir con los personajes hasta el extremo de llorar como si fuera uno más de entre ellos. La novela era La vida sale al encuentro. Aunque antes y también muy vívidos estuvieron todos los libros de Sandokan. Nunca estuvieron en mi infancia las novelas de Julio Verne. Luego empecé a leer las novelas que mi madre tenía en su biblioteca y recuerdo Papillon y Chacal, best-sellers de entonces. En esa época estaban muy de moda las novelas de espionaje tras el telón de acero. Fue a los dieciséis años cuando se produjo la transformación. El cristianismo y la lucha de clases en la edición de bolsillo de Austral de tapas amarillas y ahí ya empezaron los grandes libros, las grandes pasiones. A los diecisiete Rayuela y Cronopios y Famas El Libro de Lucas y Los RelatosLa señorita Cora y 62 modelo para armar y antes o durante, porque empezó entonces la costumbre de leer varios libros a la vez, LigeiaLa caída de la casa UsherBereniceEl Pozo y el péndulo. Grandes orgías, constantes orgías entonces de libros y más libros. La fiebre latinoamericana Cien años de soledadLa CatedralLa consagración de la primaveraParadiso y una caída en textos fundamentales La Bibliael Bahavad Gita, El Corán y torrentes novelescos Manhattan Transfer y el encuentro fatal con el teatro Macbeth que me llevó de la mano a la poesía y de la poesía, como si fuera una sucesión natural, me di de bruces con el ensayo y de ahí derivé durante un tiempo en la filosofía a la que, por fin, pude tratar como lo que es: un género literario más. Hasta que vinieron, como si nunca se hubieran ido, los clásicos Poema de GilgameshIlliada, Odisea, La Eneida que me pareció una de las lecturas más maravillosas que jamás he tenido gracias a la magnífica traducción de Javier de Echave-Sustaeta, Geografía o la más increíble enciclopedia que había leído hasta entonces La Historia natural y por supuesto la lectura de los diccionarios, dos resalto entre muchos, El Diccionario de Uso del Español El Diccionario Ideológico cuyas lecturas probablemente me ayudaron para seguir las largas enumeraciones de las sagas mitológicas hasta llegar a esos libros mayores de la imaginación del hombre como son La Diosa BlancaLas máscaras de Dios o Herreros y Alquimistas lecturas que me permitieron aventurarme en los mundos de la física y de la vida orgánica en cuyos textos descubrí el placer de no entender casi nada y también, gracias a la revista Investigación y Ciencia que la perseverancia tiene el premio del conocimiento. 
Ojalá en esta prórroga de mi vida la pasión por la lectura siga siendo la emperatriz de mis pasiones. Ahora Kant y el ornitorrincoTertulia de Boticas y escuela de curanderosHistoria de las drogas, Sobre el amorLolitaKafkaEichman en JerusalénNuestro PuebloHedda GablerTres sombreros de copaLenguaje y silencio...

Ensayo

Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 31/12/2017 a las 22:56 | Comentarios {0}


Yo te preguntaría, ¡Oh, Boileau! hacia dónde me debería encaminar para poder construir una frase que abarcara la chicha del bien decir. O me preguntaría, ¡Oh, Horacio! ¿Cómo construiremos? Aunque sea un poco tarde. La palabra va muriendo. Ya casi somos antiguos sapiens. Posiblemente la nueva especie ya no tenga palabras. No necesite ya este lenguaje para seguir siendo especie narcisista. Elegí -bien lo sabe Menéndez Pelayo- un arte moribundo (sé también que la literatura no es un arte, por eso la clara distinción entre Arte y Literatura. Quizá el Arte implica manufactura... no sé) y por lo mismo aún bello. Me vienen a la memoria Ofelia y Aquiles -Ofelia por su cabeza, Aquiles por su talón- moribundos y hermosos en su estertor. Escribir por ejemplo, el culo de la luna velado por la nube​. Supe algo del alma de la historia. Hubo un tiempo en que leí con afán de sabio la Biblia. Fueron no más de unos minutos pero fueron los minutos más intensos de mi vida literaria; también llegué a vestirme con versos y creí entrever en algunos grandes lo sencillo de su acento. Porque, diría, lo más maravilloso de ser escritor es leer.

Cae la tarde; el sol, al declinar este día de invierno, se ha vuelto frío. Mañana -han dicho- es el último. No quisiera verme en el pellejo de quien crea semejante patraña. Sólo sé que cae la tarde y por simpatía me echaré un echarpe por mi espalda de color azul oscuro con franjas blancas de reflejo de luna igual que hay hombres que creen en la existencia de Sociedades Anónimas y otros que se reúnen para adorar a criaturas de su imaginación . Sé que tras de mí ya no hay luz.

Ensayo

Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 30/12/2017 a las 14:10 | Comentarios {0}


Quizás es que vio en el carromato de la mujer barbuda la última flor de bernimalva robada de la botica del castillo de Elsinor. O quizá fue la iluminación de que realmente el padre de Hamlet era su tío (revelación que le fue susurrada al oído por Cordelia la cual -requiebros del destino- era la barbuda y se vanagloriaba de tener el mismo nombre que la hija buena del viejo Lear) y esa revelación le llevó a un estado de tristeza no por la posibilidad sino porque nunca jamás se le hubiera ocurrido a ella. Porque así -pensaba- es vivir: nunca tenemos la ocasión de discurrir sino lo que únicamente no es dado discurrir. Somos -añadía- las vías de un único tren de pensamiento. 
La visión de la bernimalva, en todo caso, fue el cenit de su desconsuelo porque siempre había pensado que era leyenda la existencia de una flor que cuando llegaba a su madurez  y ya con forma de tulipán pero con el tamaño de una cereza -según había leído en los doctos trabajos de Cunqueiro el Compilador-, la flor estalla y hay que recoger en el aire los vilanos que despide. La infusión que con ellos se hacía era usada por los ancianos para soñar acciones eróticas como -sigue el Compilador diciéndonos- las de los años mozos y las de las novelas.
Fueron quizá las tierras áridas o la visión de un roble muerto en lo alto de una colina los que llagaron su lengua e impidieron que pudiera filosofar a gusto en brazos de Cordelia la Barbuda mientras, de hito en hito, degustaba un pezón. Ni degustación de pezón hubo ni larga disertación sobre los Universales sino que más bien fueron horas largas, recuerdos imprecisos, caricias vagas como el sabor de lo añejo y alguna bebida que se entretuvo en sus labios y ofuscó su corazón. Y así -contaba más tarde- llegaron a la noche cuando la Feria se abría a los tunantes y a los enamorados, a los niños y los buscadores de rarezas y también a los cazadores de almas y los ladrones de baratijas. Porque una Feria es en verdad un mundo y es en ella cuando te das cuenta que no hay nada más extraño que la normalidad. Fue entonces, contaba, cuando creyó entender la dimensión de la rueda, la hondura de la vena, el sentido del esqueleto y la invisibilidad del musgo y tras echarse por encima un cubo de agua turbia llegó a creerse nenúfar de Monet y bailarina de Dégas. Tras un largo, larguísimo silencio, concluyó callada.

Narrativa

Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 29/12/2017 a las 21:33 | Comentarios {0}


Georges Steiner no deja de clamar por los 70.000.000  de asesinados en Europa entre 1914-1945 y piensa que esas muertes violentas ejercidas por el Poder en la Europa del sueño de la razón que había empezado a soñar en 1789, en esa Europa culta, ilustrada y burguesa, no pueden por menos que haber herido de muerte la creatividad de los artistas. El arte y la literatura en el siglo XX mueren entre otras razones de muertos. Y también mueren por la certeza de que un oficial nazi del campo de concentración de, por ejemplo, Besel tras haber gaseado por la mañana -en su jornada laboral- a unos cuantos cientos de judíos puede escuchar a Schubert con la misma emoción que el judío músico al que acaba de gasear o, por supuesto, el camarada Iván Illich del Ejército Rojo tras haber dejado a una recua de prisioneros en un gulag en Siberia, a la vuelta, en su vagón de tren, se le saltan las lágrimas leyendo el tormento de Rodian Romanovich Raskolnikov en Crimen y Castigo. ¿Cómo es posible que personas de esa catadura ética se emocionen con la misma intensidad que sus víctimas con las mismas obras?

Hay en el mundo cientos, millones de razones para ser pesimista y cada una de esas razones puede llevar un nombre de persona, una especie de flor, un linaje de animal o una sedimentación mineral aunque sea cierto que si miramos este planeta a escala cósmica no importa nada porque no es nada, no es ni siquiera grano de arena en un desierto, si acaso -y por ser también optimistas en cuanto a cantidad- otorguémosle átomo de un grano. Lo sé, César. Y estoy de acuerdo. Pero si volvemos a nuestra escala terrenal parafrasearía la máxima de Terencio para el cual nada de lo humano le era ajeno y diría que nada de lo terreno me es ajeno.

Sé que ya estoy a las puertas de la muerte, apenas me queda por vivir el último suspiro y esa sensación por un lado me alivia porque no asistiré al colapso del colapso que ya estamos viviendo y al mismo tiempo me genera una angustia quizá genética porque dejo aquí a gente muy joven que sí va a vivir la implosión -que preveo crudelísima- de este sistema atroz para con todo lo vivo. Y también me apena porque soy curioso y me gustaría asistir al sacrificio ritual al que se someten todas las civilizaciones desde que el hombre descubrió que la semilla y su fruto no son fruto del azar.

No amo al hombre. Camino por las calles de la ciudad y siento que no amo al hombre ni la ciudad. Sí amo a algunas personas como por ejemplo a una niña que iba explotando en el metro un plástico de burbujas y me ha hecho reír y a ella le ha hecho reír también que yo riera. A esas personas si las amo. Las amo con una intensidad pareja a como amo a un perro o a un caballo y también a algunas aves.

Me siento en la orilla. Llevo sentado en la orilla mucho tiempo. Escucho el murmullo del viento en los juncales. Cómo alborota el agua la respiración del anfibio me produce la satisfacción del que observa (y al observar altera lo observado). A veces abrazo un árbol. Siento en mi mejilla la rugosidad de su corteza. No me asusta la araña que camina por ella. En el borde me siento. Apartado de las mayorías sin que ese apartamiento me produzca demasiado orgullo ni especial algarabía (aunque sí también un poco de orgullo y un poco de algarabía lo que me lleva a querer despojarme de esos sentimientos por una extraña cercanía con el término desapego, el cual, reconozco, no acabo de descifrar del todo). Veo las noches y siento el frío del amanecer con la intensidad propia de los animales sin pelo. Nunca volveré al redil. Demasiados muertos, pienso. Demasiadas muertes, pienso. 
 

Ensayo

Tags : Meditación sobre las formas de interpretar Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 22/12/2017 a las 23:08 | Comentarios {0}


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