Esta semana he respirado. Respirar me ha costado no poder acudir con regularidad a este encuentro con el mundo. Respirar es levantarme a las ocho de la mañana, desayunar tranquilo mientras el olor de la primavera -respirado- entra a mis pulmones, ducharme luego, lavarme los dientes, vestirme tranquilo y salir a la calle Mayor de la ciudad de Madrid cuando los comercios reciben sus mercaderías, las personas acuden a sus puestos de trabajo, los transportes, pasada ya la hora punta, funcionan más desahogados. Respirar es llegar a mi estación de destino, caminar tranquilo hasta mi oficina y pasarme allí siete horas trabajando en un trabajo amable, sin tensiones, sin presiones, con un intermedio de dos horas que aprovecho para ir a comer a casa de mi amiga Pilar -ha querido el azar que la oficina esté muy cerca de su casa- y por fin hacia las siete volver a esta calle Mayor, llegar cansado, respirado, eso que se decía de "con el deber cumplido". Respiro desconectado. Me meto en la cama y me quedo dormido.
Buscaré un tumulto
para esconder mi sombra
Será
¿cómo decirlo?
algo semejante al sonido
de los tambores hechos
con piel de hipopótamo
Buscaré la sal
donde se guarda el azúcar
y me sabrá dulce
y querré más
Buscaré una voz
o si no un gesto
suave y lento
donde mi sombra
se vuelva luminosa
Buscaré tu cuerpo
amiga
en los recuerdos
me estás abrazando
fuera nieva
para esconder mi sombra
Será
¿cómo decirlo?
algo semejante al sonido
de los tambores hechos
con piel de hipopótamo
Buscaré la sal
donde se guarda el azúcar
y me sabrá dulce
y querré más
Buscaré una voz
o si no un gesto
suave y lento
donde mi sombra
se vuelva luminosa
Buscaré tu cuerpo
amiga
en los recuerdos
me estás abrazando
fuera nieva
Poesía
Tags : Archivo 2009 Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 08/05/2009 a las 20:24 | {0}
En las tierras sur-occidentales de Europa, en las actuales Portugal y España, convivieron hace muchos siglos tres civilizaciones: la árabe, la judía y la cristiana entre guerras y paces, entre tolerancias y razzias, entre acuerdos y traiciones. Durante cientos de años estas tres culturas mantuvieron ciertos equilibrios que obligaron a la relación. Entrado ya el siglo XV una de las civilizaciones había alcanzado una supremacía estable sobre las demás, la cristiana. Entre los siglos XVI y XVII las otras dos culturas fueron expulsadas de España. La judía llevaba en la península desde antes del diluvio universal, la árabe estuvo desde el siglo VII d.c.
No tengo ahora los libros para su consulta con lo cual será más un placer de artificio que una verdad histórica (o documental) lo que narre.
A veces uno mismo es su propio inquisidor. Mi inquisidor pone como límite la verosimilitud (que etimológicamente es símil de verdad lo que encierra al mismo tiempo una curiosísima paradoja. Lo similar no es lo auténtico) y así quisiera esbozar una historia de las historias que a mí me quedan en la memoria. Cuando empiezo a escribir me vienen a la cabeza nombres de autores, Llorente, Caro Baroja, Henry C. Lea, Marcelino Menéndez Pelayo y entre todos Américo Castro uno de los historiadores y filólogos más bellos que yo he leído, un hombre que en su forma de narrar deja correr al mismo tiempo toda la pasión y toda la ciencia que posee y que además tiene una idea de la Historia porque al fin y al cabo no se tiene más que ideas o interpretaciones de cualquier historia. Américo Castro no la esconde amparándose en una supuesta objetividad documental (lo documentos también se interpretan) sino que la muestra audaz y consciente.
Algo así quisiera, desde la literatura, inventar sobre lo recordado. La inquisición entonces... seguiré en ella.
España en su historia: Cristianos, Moros y Judíos. Américo Castro. Editado por Mondadori.
No tengo ahora los libros para su consulta con lo cual será más un placer de artificio que una verdad histórica (o documental) lo que narre.
A veces uno mismo es su propio inquisidor. Mi inquisidor pone como límite la verosimilitud (que etimológicamente es símil de verdad lo que encierra al mismo tiempo una curiosísima paradoja. Lo similar no es lo auténtico) y así quisiera esbozar una historia de las historias que a mí me quedan en la memoria. Cuando empiezo a escribir me vienen a la cabeza nombres de autores, Llorente, Caro Baroja, Henry C. Lea, Marcelino Menéndez Pelayo y entre todos Américo Castro uno de los historiadores y filólogos más bellos que yo he leído, un hombre que en su forma de narrar deja correr al mismo tiempo toda la pasión y toda la ciencia que posee y que además tiene una idea de la Historia porque al fin y al cabo no se tiene más que ideas o interpretaciones de cualquier historia. Américo Castro no la esconde amparándose en una supuesta objetividad documental (lo documentos también se interpretan) sino que la muestra audaz y consciente.
Algo así quisiera, desde la literatura, inventar sobre lo recordado. La inquisición entonces... seguiré en ella.
España en su historia: Cristianos, Moros y Judíos. Américo Castro. Editado por Mondadori.
Ensayo
Tags : Archivo 2009 Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 01/05/2009 a las 19:34 | {0}
Sí a la risa. El sol ha vuelto a la ciudad. Me levanto, escribo, acudo a las entrevistas. Voy perdiendo la vergüenza, poco a poco. El mundo me ofrece confianza. El mundo me ofrece confianza, lo vuelvo a escribir. Llegará el día en que todo esto habrá pasado y sé que lo recordaré como una época impresionante. Escuchaba ayer en la radio a un muchacho de 18 años que a los quince decidió irse a recorrer el mundo. Lo curioso del muchacho es que estaba en silla de ruedas desde los ocho años. Contaba que su padre le ayudó a aprender a viajar a los catorce y al año siguiente se fue solo, con una mochila, en su silla de ruedas y sin un duro (o euro). La narración que el muchacho hacía de su experiencia era reveladora. Su experiencia le había llevado a descubrir que sólo merece la pena vivir si se hace lo que a uno le gusta. Todo lo demás no importa. Todo lo demás se supera y así él contaba el día que estuvo a punto de ahogarse en el océano Pacífico o aquel otro en que, en mitad de Tailandia, le sorprendió un huracán o como se las arreglaba para viajar sin dinero y él, a esta última pregunta siempre respondía, En verdad (acudía mucho a esta locución adverbial) el dinero no sirve para nada. Y esta aserción tan absoluta, tan -aparentemente- discutible me llevó a recordar la historia de un hombre que por dinero arruinó su vida.
Acaba abril y ayer volví a Prado del Rey, a Radio Nacional de España. Volví a entrar en la vieja redacción de Radio 3 y me entrevisté con Lara, la directora de programas. Mientras hablaba con ella miraba por la ventana y recordaba un día parecido a éste, hace diecinueve años, justo antes de entrar en el estudio cuando caminaba por los pasillos y me aclaraba la voz. Y luego durante dos horas, de siete a nueve de la mañana, hacíamos Tato Puerto y yo el programa despertador. Hacía lo que me gustaba como hoy lo hago, diecinueve años después: fumo un cigarrillo, escucho música de jazz y escribo.
Acaba abril y ayer volví a Prado del Rey, a Radio Nacional de España. Volví a entrar en la vieja redacción de Radio 3 y me entrevisté con Lara, la directora de programas. Mientras hablaba con ella miraba por la ventana y recordaba un día parecido a éste, hace diecinueve años, justo antes de entrar en el estudio cuando caminaba por los pasillos y me aclaraba la voz. Y luego durante dos horas, de siete a nueve de la mañana, hacíamos Tato Puerto y yo el programa despertador. Hacía lo que me gustaba como hoy lo hago, diecinueve años después: fumo un cigarrillo, escucho música de jazz y escribo.
Diario
Tags : Archivo 2009 Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 29/04/2009 a las 12:20 | {0}
Antoni Tapies
Había sido por la tarde cuando sintió la orden. Estaba desnudo sobre una cama, aplastado por un calor salvaje. A veces giraba un poco la cabeza hacia el lugar donde se encontraba la ventana y tras ella una persiana de rejilla de color verde y tras ellas el sol que caía a plomo, lo ardía todo, y se tocaba la polla, intentaba animarla para hacerse una paja y correrse y quedarse agotado para dormir un rato y ver si en ese intervalo de inconsciencia el bochorno se había calmado, se agitaba algo la persiana, una bocanada de aire fresco se anunciaba. Esta vez no se empalmaba. A lo largo de la tarde lo había conseguido en cinco ocasiones. No se desesperó, ni sintió una frustración que de seguro le habría dado más calor. Busco otro medio para salir de aquella asfixia mientras la espalda se pegaba a la sábana y el mundo se hacía un poco más sucio. En su pensamiento recordaba un hermoso lago de aguas doradas en la China. No sabía si había estado en él y sin embargo lo recordaba, quieto, entre montañas, milagroso. Lo llamó Hoo Shon por una necesidad absurda de llamarlo. Sonrío cuando en un alarde de imaginación creyó caminar hacia sus aguas y sentir en las palmas de los pies su temperatura fría, casi invernal. A su boca acudió algo de saliva ¿Dónde?, se preguntó. La tarde callaba. El exterior no existía. No recordaba el nombre de la ciudad en la que estaba. No recordaba el continente en el que estaba. No sabía cómo había llegado hasta allí. Le vino el recuerdo antiguo de un incendio y le produjo más calor aún. No quiso confundirlo con el calor asfixiante del exterior; este calor nuevo nacía dentro y parecía hornear una idea que empezaba a crecer en los alrededores de su hígado. Milos cerró los ojos y buceó en sí mismo. Vio el fuego. Se acercó cuanto pudo y entonces pudo leer -tras las llamas que surgían de su vesícula biliar- VUELVE. El fuego horneaba en los cálculos de su hígado estas letras.
Milos se incorporó. Anduvo hasta el baño. Se metió en la ducha. Fue consciente de lo mucho que había adelgazado. Se ensoñó con una ciudad bajo la lluvia y una muchacha con paraguas expulsando vaho por la boca. Degustó la palabra boca. Salió de la ducha. Se secó excepto el pelo. Cogió una mochila que no sabía que tenía y al salir a la calle el aire de una tormenta entró por su nariz. Ya no le importó dónde estaba. Iba a volver.
Milos se incorporó. Anduvo hasta el baño. Se metió en la ducha. Fue consciente de lo mucho que había adelgazado. Se ensoñó con una ciudad bajo la lluvia y una muchacha con paraguas expulsando vaho por la boca. Degustó la palabra boca. Salió de la ducha. Se secó excepto el pelo. Cogió una mochila que no sabía que tenía y al salir a la calle el aire de una tormenta entró por su nariz. Ya no le importó dónde estaba. Iba a volver.
Cuento
Tags : La Solución Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 28/04/2009 a las 19:21 | {0}
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Diario
Tags : Archivo 2009 Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 09/05/2009 a las 11:46 | {0}