En tiempos de desolación, no hacer mudanza, aconseja Ignacio de Loyola, un personaje curioso el cual tuvo una iluminación tras una larga enfermedad (recuerdo de memoria, quizá me equivoque) en la ciudad de Pamplona. Pamplona es verdad y también Ignacio de Loyola.
La verdad es un término del que se han apropiado tirios y troyanos. La verdad dicha con vehemencia y con datos da más pábulo a la verdad. Si yo digo: He descubierto que el membrillo es la quintaesencia de Dios, casi nadie me dará la razón. Ahora bien si yo afirmo lo anterior y aporto las opiniones de cuatro teólogos, siete filósofos, veintiún médicos internistas, tres escritores, un visionario y un rico de solemnidad y además hago una película y escribo un libro y aporto más de cien testimonios en los que se cuenta la revelación de Dios en el membrillo, cabe que poco a poco se vayan haciendo prosélitos y el árbol del membrillo se valle o incluso, a su alrededor, se erijan templos.
Ayer me ocurrió algo curioso: un antiguo alumno mío, de los más brillantes que he tenido, me envió un video sobre El Secreto, ese libro que está teniendo tanto éxito (creo que en España es el segundo más vendido). El Secreto trata sobre la verdad del Universo. Una verdad que es indiscutible y que tiene como única ley la ley de la atracción y toda su verdad versa sobre el siguiente enunciado: tus pensamientos atraen tu realidad, de tal forma que si tú piensas en la mierda que eres, tu vida será una mierda mientras que si piensas que eres un tío fenomenal, tu vida va a ser fenomenal.
Haciendo un gran esfuerzo por no discutir con lo que me estaban contando, me vi el video entero, que dura la friolera de una hora y media y al final sentí -cómo decirlo- un profundo cariño por el ser humano, por su necesidad de creer en el bien, por su búsqueda de la abundancia, por su interés en Dios y en la trascendencia. Me pareció una ingenua manera de luchar contra el desastre. Desde Cristo, desde Set, desde Mitra, desde Zoroastro, con Jung, con Planck, con madame Blavatsky y más y más y más.
La Verdad es un asunto que, curiosamente, se desdice cada tanto. En el caso de El Secreto y su tesis fundamental, me resultó encantador que uno de los más fervientes defensores de semejante idea fuera un físico cuántico. Los buscadores de nuevos dioses y nuevas formas de demostrar la existencia de Dios (eclécticamente en los nuevos tiempos a Dios se le puede llamar como a uno le venga en gana) tiene en la actualidad a un nuevo sacerdote: el físico cuántico, cosa que tiene su razón de ser porque la física cuántica no la entienden ni los mismos físicos cuánticos; son como Santo Tomás de Aquino el cual quiso hacer entrar la Verdad Revelada por el ojo de la aguja de la razón y tan sólo consiguió cargarse para siempre la Verdad Revelada (razonablemente, claro).
Ni siquiera me quedaron ganas de oponer tanta desdicha como se ve en el mundo, a la dicha inexorable que tan sólo surge con el mero pensamiento. Decidí escribirle una carta al Universo, por si las moscas, que quizá algún día publique y tras tanta ternura por la infantilidad del hombre y sus pensamientos, me empezó a entrar cierta rabia (aunque de inmediato la quise evitar porque ya había aprendido que, según la ley de la atracción, un perro rabioso iba a llamar a mi puerta y me iba a comer el cuello).
Hablando de cine, Robert Mckee, en su libro El Guión, opone el natural optimismo yankee al inevitable pesimismo europeo, a la hora de escribir cada uno sus historias. Y ciertamente, El Secreto cumple ese optimismo que raya en la oligofrenia (no entrenable) y es, por supuesto, una corriente de pensamiento (?) norteamericana. Y claro, yo soy europeo y naturalmente pesimista (?).
El pequeño giro final de esta verdad, es que hoy he recibido un correo de este alumno brillante en el que se disculpa por haberme enviado ese video porque no fue él sino su abuelo que andaba trasteando con el ordenador.
Me encanta que los abuelos trasteen -verbo casi siempre dirigido a los niños- con los ordenadores; me encanta que por ese equívoco haya vuelto a establecer contacto con mi alumno; me encanta la ingenuidad del hombre (y a veces me aterra). No creo en La Verdad.
La verdad es un término del que se han apropiado tirios y troyanos. La verdad dicha con vehemencia y con datos da más pábulo a la verdad. Si yo digo: He descubierto que el membrillo es la quintaesencia de Dios, casi nadie me dará la razón. Ahora bien si yo afirmo lo anterior y aporto las opiniones de cuatro teólogos, siete filósofos, veintiún médicos internistas, tres escritores, un visionario y un rico de solemnidad y además hago una película y escribo un libro y aporto más de cien testimonios en los que se cuenta la revelación de Dios en el membrillo, cabe que poco a poco se vayan haciendo prosélitos y el árbol del membrillo se valle o incluso, a su alrededor, se erijan templos.
Ayer me ocurrió algo curioso: un antiguo alumno mío, de los más brillantes que he tenido, me envió un video sobre El Secreto, ese libro que está teniendo tanto éxito (creo que en España es el segundo más vendido). El Secreto trata sobre la verdad del Universo. Una verdad que es indiscutible y que tiene como única ley la ley de la atracción y toda su verdad versa sobre el siguiente enunciado: tus pensamientos atraen tu realidad, de tal forma que si tú piensas en la mierda que eres, tu vida será una mierda mientras que si piensas que eres un tío fenomenal, tu vida va a ser fenomenal.
Haciendo un gran esfuerzo por no discutir con lo que me estaban contando, me vi el video entero, que dura la friolera de una hora y media y al final sentí -cómo decirlo- un profundo cariño por el ser humano, por su necesidad de creer en el bien, por su búsqueda de la abundancia, por su interés en Dios y en la trascendencia. Me pareció una ingenua manera de luchar contra el desastre. Desde Cristo, desde Set, desde Mitra, desde Zoroastro, con Jung, con Planck, con madame Blavatsky y más y más y más.
La Verdad es un asunto que, curiosamente, se desdice cada tanto. En el caso de El Secreto y su tesis fundamental, me resultó encantador que uno de los más fervientes defensores de semejante idea fuera un físico cuántico. Los buscadores de nuevos dioses y nuevas formas de demostrar la existencia de Dios (eclécticamente en los nuevos tiempos a Dios se le puede llamar como a uno le venga en gana) tiene en la actualidad a un nuevo sacerdote: el físico cuántico, cosa que tiene su razón de ser porque la física cuántica no la entienden ni los mismos físicos cuánticos; son como Santo Tomás de Aquino el cual quiso hacer entrar la Verdad Revelada por el ojo de la aguja de la razón y tan sólo consiguió cargarse para siempre la Verdad Revelada (razonablemente, claro).
Ni siquiera me quedaron ganas de oponer tanta desdicha como se ve en el mundo, a la dicha inexorable que tan sólo surge con el mero pensamiento. Decidí escribirle una carta al Universo, por si las moscas, que quizá algún día publique y tras tanta ternura por la infantilidad del hombre y sus pensamientos, me empezó a entrar cierta rabia (aunque de inmediato la quise evitar porque ya había aprendido que, según la ley de la atracción, un perro rabioso iba a llamar a mi puerta y me iba a comer el cuello).
Hablando de cine, Robert Mckee, en su libro El Guión, opone el natural optimismo yankee al inevitable pesimismo europeo, a la hora de escribir cada uno sus historias. Y ciertamente, El Secreto cumple ese optimismo que raya en la oligofrenia (no entrenable) y es, por supuesto, una corriente de pensamiento (?) norteamericana. Y claro, yo soy europeo y naturalmente pesimista (?).
El pequeño giro final de esta verdad, es que hoy he recibido un correo de este alumno brillante en el que se disculpa por haberme enviado ese video porque no fue él sino su abuelo que andaba trasteando con el ordenador.
Me encanta que los abuelos trasteen -verbo casi siempre dirigido a los niños- con los ordenadores; me encanta que por ese equívoco haya vuelto a establecer contacto con mi alumno; me encanta la ingenuidad del hombre (y a veces me aterra). No creo en La Verdad.
Es al entrar. La sala iluminada de blanco no ayuda a lo que va a pasar. Son luces de neón. No sabe si previamente hay una mirada. No sabe si quedó el amor colgado en el último encuentro. Sí, la palabra amor está bien utilizada.
No se dicen nada. Transcurre el tiempo como siempre. Es posible que haya empezado a levantarse una brisa que trae esos aromas de una primavera anticipada y que provocan una especie de felicidad de planta que crece, de solicitud de sol, de caricia, sí, de caricia.
Es el pelo de ella y es la mano de él. Es su pecho que se muestra bajo el jersey y el pecho de él que respira hondo y sano. Es la curva de su cuello. Es el principio de su nuez. Es la tersura de la piel de ella y la fragancia que hoy él exhala.
Cuando termina el trabajo, se miran. Todos, conjurados por su destino, se van yendo y se quedan solos. Se acerca a ella y le ayuda a ponerse el abrigo. Ella sonríe a sus ojos. Él sonríe a su boca. Vuelven a mirarse. No se han dicho nada. Ya se dijeron todo estas semanas sin decirse nada. Aparta un mechón de cabello de su boca. Inclina su cabeza. Se ofrece ella. Se besan.
La tarde anochece. Se han cogido de la mano. Son una pareja más en la ciudad. Pasean y apenas hablan. Tan sólo son sus pieles las que están conversando. El palpitar del corazón de él se va atenuando. Le comenta, entonces sí, que siempre es mejor besarse antes de cenar en la primera cita. Lo dice Woody Allen en Annie Hall. Ríen. Se vuelven a besar. En la iglesia de San Francisco dan las nueve.
Entran en un pequeño restaurante en la Plaza de la Paja que ella conoce. Beben vino oscuro. Comen frugalmente. Frente a frente. Sólo están ellos. Sigue, fuera, el aroma invernal con primavera.
Estoy cansada, dice ella. La acompaña hasta su casa. Se besan por última vez al pie de la escalera.
Él camina por la calle hasta el coche. No pone la radio. Tan sólo deja que su pensamiento se relaje. Ráfagas de imágenes corretean. De pronto la nada se instala. Se diría que incluso el coche se conduce solo. Hay una luna creciente que sale justo ahora. Pestañea un par de veces. Ya ha llegado.
Ya he llegado.
No se dicen nada. Transcurre el tiempo como siempre. Es posible que haya empezado a levantarse una brisa que trae esos aromas de una primavera anticipada y que provocan una especie de felicidad de planta que crece, de solicitud de sol, de caricia, sí, de caricia.
Es el pelo de ella y es la mano de él. Es su pecho que se muestra bajo el jersey y el pecho de él que respira hondo y sano. Es la curva de su cuello. Es el principio de su nuez. Es la tersura de la piel de ella y la fragancia que hoy él exhala.
Cuando termina el trabajo, se miran. Todos, conjurados por su destino, se van yendo y se quedan solos. Se acerca a ella y le ayuda a ponerse el abrigo. Ella sonríe a sus ojos. Él sonríe a su boca. Vuelven a mirarse. No se han dicho nada. Ya se dijeron todo estas semanas sin decirse nada. Aparta un mechón de cabello de su boca. Inclina su cabeza. Se ofrece ella. Se besan.
La tarde anochece. Se han cogido de la mano. Son una pareja más en la ciudad. Pasean y apenas hablan. Tan sólo son sus pieles las que están conversando. El palpitar del corazón de él se va atenuando. Le comenta, entonces sí, que siempre es mejor besarse antes de cenar en la primera cita. Lo dice Woody Allen en Annie Hall. Ríen. Se vuelven a besar. En la iglesia de San Francisco dan las nueve.
Entran en un pequeño restaurante en la Plaza de la Paja que ella conoce. Beben vino oscuro. Comen frugalmente. Frente a frente. Sólo están ellos. Sigue, fuera, el aroma invernal con primavera.
Estoy cansada, dice ella. La acompaña hasta su casa. Se besan por última vez al pie de la escalera.
Él camina por la calle hasta el coche. No pone la radio. Tan sólo deja que su pensamiento se relaje. Ráfagas de imágenes corretean. De pronto la nada se instala. Se diría que incluso el coche se conduce solo. Hay una luna creciente que sale justo ahora. Pestañea un par de veces. Ya ha llegado.
Ya he llegado.
Acudid a las calles de Jericó!
Suenen las alabanzas
de las bellas muchachas
con sus danzas
y sobre el pretil del puente
haz que los dientes sentencien
su condición de jazmín.
Canta, oh Diosa, la cólera de Aquiles
y venga a mí la flor de ti
-viejo romance
que como una perfomance
se revuelva en abril-.
Sea sueño la penumbra
o la penumbra sea sueño,
yo quisiera ser el dueño
de mi propio corazón
para cantar la canción
de las océanas ubres
con sus marineros ebrios
y sus putas de salón
y su viejo acordeón
y el acordeonista cojo
y el muchacho pelirrojo
que embarca por vez primera
en la nave Septentrión.
Canta, oh Diosa,
las tierras de ultramar
y muéstrame el caftán
y la sombra de la higuera
y el asombro en la ribera
por donde juntos pasean
dos lilas con almohadón.
Boga vaga la boa
bossa nova en mi loa.
Suenen las alabanzas
de las bellas muchachas
con sus danzas
y sobre el pretil del puente
haz que los dientes sentencien
su condición de jazmín.
Canta, oh Diosa, la cólera de Aquiles
y venga a mí la flor de ti
-viejo romance
que como una perfomance
se revuelva en abril-.
Sea sueño la penumbra
o la penumbra sea sueño,
yo quisiera ser el dueño
de mi propio corazón
para cantar la canción
de las océanas ubres
con sus marineros ebrios
y sus putas de salón
y su viejo acordeón
y el acordeonista cojo
y el muchacho pelirrojo
que embarca por vez primera
en la nave Septentrión.
Canta, oh Diosa,
las tierras de ultramar
y muéstrame el caftán
y la sombra de la higuera
y el asombro en la ribera
por donde juntos pasean
dos lilas con almohadón.
Boga vaga la boa
bossa nova en mi loa.
Ha amanecido. Milos Amós está enfermo. Tras veinte días sin comer y teniendo como único alimento el rocío de las hierbas, sus defensas empiezan a abandonarle.
Seis buitres le vigilan.
Una manada de lobos asciende la montaña.
Los pies de Milos Amós ya no le responden. Quizás estén congelados. Unas ronchas han aparecido en la piel de su pierna derecha, justo bajo la rodilla. Hay momentos en que el prurito le enloquece. Quisiera gritar, arrancarse la piel, bajar de la cima.
Milos se esfuerza en no pensar pero no para de hacerlo. Son palabras y palabras que surgen como fuente de agua envenenada.
Nunca conseguiré. Nunca. No fue dada la sabiduría a este cerebro. Podré, si quiero, achacárselo a las circunstancias y quizá consiga así cierta tranquilidad de alma. Sé que no soy. Sé que no existo. No sé nada. Y no saber nada es ser estúpido. Soy estúpido. Muy estúpido. Me creí... me creí y así ascendí hasta esta nada. Suprema estupidez tan cerca del cielo. El cielo es nada. Los buitres son nada. No temo el colmillo del lobo. No me amamantarán. No soy Rómulo ni tampoco Remo. Estúpido en mis vanaglorias. Pensé. Pensé. Pensé. Pensar es nada. Nada te mereces si haces nada. La visión de la soledad es barata. Mis pies ya no andan. Jamás saldré de aquí. Ya estoy muerto. Morir es nada. Parece mi mente una. Se suceden en ella fotografías. Personas. Unas y otras. Muchas sonríen. No sabría ahora qué hacer con ellas. No sabrían, de seguro, qué hacer conmigo. No sé si existe la llanura. No sé si más allá de mi vista se encuentra el mar. No tengo miedo. Tengo garrapatas. Debe ser mi pelo largo. Tan estúpido soy que ni tan siquiera eso sé. Supe contar nadas y me abracé a una idea peregrina. Luego solté amarras. Me dejé llevar pensando, pensando -pensar es nada- que alcanzaría la plenitud, la cómoda certidumbre del fin. Nada es fin. Y así sigo con un hambre de mil demonios. Incapaz de conseguir mi alimento. Menos libre que la hierba. Más estúpido que la ciénaga. En el fondo deseo que alguien suba hasta esta cima, me abrigue con un saco, me caliente un caldo y a cucharadas me haga entrar en calor. Añoro esa mano sobre el hombro y la conversación con lumbre. Estúpido al contemplar las estrellas. Estúpido al cerciorarme de ellas. Estúpido de soberbia. Estúpido de esperas. Nada he aprendido. Cada vez sé menos cuando nunca supe nada ¿cómo es ese menos que esa nada? La yegua relincha. Trota el caballo. El jinete espolea. La espuela daña. No llego a más. No hay más tierra por encima de mí. Si así fuera, estúpidamente, me arrastraría. ¡El picor, el picor de la pierna! Añoro la fuerza de mis manos para arrancarme a arañazos estas pústulas. Añoro la fuerza de mis labios para succionar a chorros el pus y las devastaciones. Venid ya buitres. Llegad ya lobos. Mordedme la estúpida yugular que sigue funcionando. Arrancad este estúpido corazón enamorado. Tendedme. Miradme. Daros el turno de mi carne. No enterréis los restos. Dejad que sea la tierra quien los muestre hasta que se diluyan en hierba o en nitrato. ¿Tengo harapos? ¿Estoy sucio? ¿Lo merezco? ¿Subirá el maestro hasta mí? El que diga en mi oído las últimas palabras, las que me convenzan, por fin, de que yo no existe, que ya estoy en comunión con las algas y el universo es mucho más que una palabra. Llegará ese maestro envuelto en luz y llamas, algo enfadado conmigo, su alumno más estúpido, el que más soberbia asumió en su estado de vivo moribundo; llegará mi maestro con los ojos encendidos y la barba larga; llegará y ungirá con aceite sagrado mis labios y ungirá con aceite sagrado mi sexo y ungirá con aceite sagrado mis desvelos y cerrará despacio mis ojos, y cerrará con amor mis agujeros y dejará en lo alto de la cima la cruz que guiará a los viajeros. Ven, maestro, ven, fantasma. Mi padre murió hace hoy once años y aún le quiero. Ven, esfuérzate un poco, apoya con suavidad tu cayado y empuja con tus riñones el cuerpo hacia la cima. No retrocedas cuando me veas tan sucio, tan espantoso, tan desolado, tan envidioso. Perdona mi envidia, perdona mi espanto, perdona mi suciedad. Y dime al oído las palabras que nunca supe oír.
Seis buitres le vigilan.
Una manada de lobos asciende la montaña.
Los pies de Milos Amós ya no le responden. Quizás estén congelados. Unas ronchas han aparecido en la piel de su pierna derecha, justo bajo la rodilla. Hay momentos en que el prurito le enloquece. Quisiera gritar, arrancarse la piel, bajar de la cima.
Milos se esfuerza en no pensar pero no para de hacerlo. Son palabras y palabras que surgen como fuente de agua envenenada.
Nunca conseguiré. Nunca. No fue dada la sabiduría a este cerebro. Podré, si quiero, achacárselo a las circunstancias y quizá consiga así cierta tranquilidad de alma. Sé que no soy. Sé que no existo. No sé nada. Y no saber nada es ser estúpido. Soy estúpido. Muy estúpido. Me creí... me creí y así ascendí hasta esta nada. Suprema estupidez tan cerca del cielo. El cielo es nada. Los buitres son nada. No temo el colmillo del lobo. No me amamantarán. No soy Rómulo ni tampoco Remo. Estúpido en mis vanaglorias. Pensé. Pensé. Pensé. Pensar es nada. Nada te mereces si haces nada. La visión de la soledad es barata. Mis pies ya no andan. Jamás saldré de aquí. Ya estoy muerto. Morir es nada. Parece mi mente una. Se suceden en ella fotografías. Personas. Unas y otras. Muchas sonríen. No sabría ahora qué hacer con ellas. No sabrían, de seguro, qué hacer conmigo. No sé si existe la llanura. No sé si más allá de mi vista se encuentra el mar. No tengo miedo. Tengo garrapatas. Debe ser mi pelo largo. Tan estúpido soy que ni tan siquiera eso sé. Supe contar nadas y me abracé a una idea peregrina. Luego solté amarras. Me dejé llevar pensando, pensando -pensar es nada- que alcanzaría la plenitud, la cómoda certidumbre del fin. Nada es fin. Y así sigo con un hambre de mil demonios. Incapaz de conseguir mi alimento. Menos libre que la hierba. Más estúpido que la ciénaga. En el fondo deseo que alguien suba hasta esta cima, me abrigue con un saco, me caliente un caldo y a cucharadas me haga entrar en calor. Añoro esa mano sobre el hombro y la conversación con lumbre. Estúpido al contemplar las estrellas. Estúpido al cerciorarme de ellas. Estúpido de soberbia. Estúpido de esperas. Nada he aprendido. Cada vez sé menos cuando nunca supe nada ¿cómo es ese menos que esa nada? La yegua relincha. Trota el caballo. El jinete espolea. La espuela daña. No llego a más. No hay más tierra por encima de mí. Si así fuera, estúpidamente, me arrastraría. ¡El picor, el picor de la pierna! Añoro la fuerza de mis manos para arrancarme a arañazos estas pústulas. Añoro la fuerza de mis labios para succionar a chorros el pus y las devastaciones. Venid ya buitres. Llegad ya lobos. Mordedme la estúpida yugular que sigue funcionando. Arrancad este estúpido corazón enamorado. Tendedme. Miradme. Daros el turno de mi carne. No enterréis los restos. Dejad que sea la tierra quien los muestre hasta que se diluyan en hierba o en nitrato. ¿Tengo harapos? ¿Estoy sucio? ¿Lo merezco? ¿Subirá el maestro hasta mí? El que diga en mi oído las últimas palabras, las que me convenzan, por fin, de que yo no existe, que ya estoy en comunión con las algas y el universo es mucho más que una palabra. Llegará ese maestro envuelto en luz y llamas, algo enfadado conmigo, su alumno más estúpido, el que más soberbia asumió en su estado de vivo moribundo; llegará mi maestro con los ojos encendidos y la barba larga; llegará y ungirá con aceite sagrado mis labios y ungirá con aceite sagrado mi sexo y ungirá con aceite sagrado mis desvelos y cerrará despacio mis ojos, y cerrará con amor mis agujeros y dejará en lo alto de la cima la cruz que guiará a los viajeros. Ven, maestro, ven, fantasma. Mi padre murió hace hoy once años y aún le quiero. Ven, esfuérzate un poco, apoya con suavidad tu cayado y empuja con tus riñones el cuerpo hacia la cima. No retrocedas cuando me veas tan sucio, tan espantoso, tan desolado, tan envidioso. Perdona mi envidia, perdona mi espanto, perdona mi suciedad. Y dime al oído las palabras que nunca supe oír.
Cuento
Tags : La Solución Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 02/02/2011 a las 12:27 | {1}
será piel y un regusto de linfa en la visión muerde el polvo se altera el pulso y los recuerdos llegan sin avistar ninguno
querría un vuelo de bombón o la incertidumbre de una noche cuando casi llegaron a besarse las bocas o si no aquel otro momento tras un funeral cuando se abría el mundo el mundo nuevo y tras las risas por el proselitismo de un viejo sacerdote con sentido del humor
fue el frío fue esa aceleración de la vida fue la palidez fue el calor de la casa tras la manta en la hierba y el lago sin luz
¿por qué ahora? ¿por qué te quedas? si debieras alejarte infundirte ánimos y no rasgar velos deberías atender a tu linfa jugo de los jugos que se asienta bajo tus axilas y se mantiene en su tensión natural y no colocarte frente a un cuerpo que tan sólo se ve a través de ondas muy lejanas y ese cabello y esa sonrisa sana y esa broma que sabe a broma
no revuelvas no no revuelvas el tiempo ha pasado y tú definitivamente deberías amoldarte a la muerte dejar escapar lo que ha huido y no te empeñes en ser un perro olisqueando un recuerdo allá donde el recuerdo tan sólo te causa dolor o cierta ansiedad o cierta gana de volver a una cama de la que saliste para siempre
no hay cuerpo ya lo sabes no hay horizonte ya lo sabes lo sabes tienes que seguir sin luchar tienes que seguir sin desear aunque en la nuca se te atraviese un alfiler y sientas el bulbo raquídeo a punto de estallar
aunque recuerdes en una de las brazadas de este mediodía una sílaba suya con algo de silbido aunque olieras en la mañana de ayer un viento de hace años cuando el saledizo de un tejado te parecía el lugar más hermoso del mundo
nada hay todo ha pasado
debes olvidarte
debes acostumbrarte
y seguir escribiendo sin pausas para que todo quede en una confusión cubierta de letras
apresúrate vete a la cama y sueña sueña sueña pero abandona de la vigilia los sueños en la vigilia has de mantenerte despierto ya sé que te cuesta ya sé que la soledad hace claudicar a los hombres ya sé que el plasma germinal desea salir de aventuras y para ello te andas fijando en lo que no debes
no hay nadie no va a haber nadie quizás hasta la tumba alégrate entonces alégrate porque estás sano y mañana podrás seguir viviendo aquí y dentro de dos minutos podrás levantarte de esta silla ir hasta la cocina y hacerte una tortilla francesa con un aguacate y mandarinas y si nada se opone a tu normalidad descansarás un rato verás una película te irás a la cama y si es tu deseo soñarás en cuerpos yendo hacia ellos como la nieve cae hacia la tierra en este año con tan poca nieve así has de pasar los días te quedan muchos muchos días no apresures y no vuelvas al lugar donde alguna vez fuiste feliz
querría un vuelo de bombón o la incertidumbre de una noche cuando casi llegaron a besarse las bocas o si no aquel otro momento tras un funeral cuando se abría el mundo el mundo nuevo y tras las risas por el proselitismo de un viejo sacerdote con sentido del humor
fue el frío fue esa aceleración de la vida fue la palidez fue el calor de la casa tras la manta en la hierba y el lago sin luz
¿por qué ahora? ¿por qué te quedas? si debieras alejarte infundirte ánimos y no rasgar velos deberías atender a tu linfa jugo de los jugos que se asienta bajo tus axilas y se mantiene en su tensión natural y no colocarte frente a un cuerpo que tan sólo se ve a través de ondas muy lejanas y ese cabello y esa sonrisa sana y esa broma que sabe a broma
no revuelvas no no revuelvas el tiempo ha pasado y tú definitivamente deberías amoldarte a la muerte dejar escapar lo que ha huido y no te empeñes en ser un perro olisqueando un recuerdo allá donde el recuerdo tan sólo te causa dolor o cierta ansiedad o cierta gana de volver a una cama de la que saliste para siempre
no hay cuerpo ya lo sabes no hay horizonte ya lo sabes lo sabes tienes que seguir sin luchar tienes que seguir sin desear aunque en la nuca se te atraviese un alfiler y sientas el bulbo raquídeo a punto de estallar
aunque recuerdes en una de las brazadas de este mediodía una sílaba suya con algo de silbido aunque olieras en la mañana de ayer un viento de hace años cuando el saledizo de un tejado te parecía el lugar más hermoso del mundo
nada hay todo ha pasado
debes olvidarte
debes acostumbrarte
y seguir escribiendo sin pausas para que todo quede en una confusión cubierta de letras
apresúrate vete a la cama y sueña sueña sueña pero abandona de la vigilia los sueños en la vigilia has de mantenerte despierto ya sé que te cuesta ya sé que la soledad hace claudicar a los hombres ya sé que el plasma germinal desea salir de aventuras y para ello te andas fijando en lo que no debes
no hay nadie no va a haber nadie quizás hasta la tumba alégrate entonces alégrate porque estás sano y mañana podrás seguir viviendo aquí y dentro de dos minutos podrás levantarte de esta silla ir hasta la cocina y hacerte una tortilla francesa con un aguacate y mandarinas y si nada se opone a tu normalidad descansarás un rato verás una película te irás a la cama y si es tu deseo soñarás en cuerpos yendo hacia ellos como la nieve cae hacia la tierra en este año con tan poca nieve así has de pasar los días te quedan muchos muchos días no apresures y no vuelvas al lugar donde alguna vez fuiste feliz
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Ensayo
Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 07/02/2011 a las 17:52 | {0}