Eric J. Hobsbawm: los historiadores son los 'recordadores' profesionales de lo que los ciudadanos desean olvidar.
A Julia Maestre Alarcón.
Vencido y desarmado abrió las puertas a un desecho moral que duró tres generaciones.
Sabemos lo que fue por el silencio de los que aguantaron callados.
Vencido y desarmado, largas filas de hombres y mujeres y niños, camino de los campos de concentración franceses.
Sin saber que una nueva guerra los esperaba.
Vencido y desarmado no empezó -como tan atinadamente escribió Fernando Fernán Gómez- la paz sino que empezó la victoria.
Larga la sombra de aquella victoria.
Una victoria de la infamia; una victoria de sotanas y sables; una victoria de hipocresía y miedo; una victoria de brazos en alto; una victoria de regiones devastadas.
Vencido y desarmado a muchos les quedó la diginidad del derrotado. Y la amabilidad del miserable.
Porque vencido y desarmado el pueblo sometido nunca fue manso del todo.
Porque vencido y desarmado les quedó el calor de sus gentes, los recuerdos escritos, el ideal de un mundo mejor.
Vencido y desarmado en aquellos años autoritarios.
Vencido y desarmado por los traidores.
No pasarán... y pasaron.
No pasarán... y arrasaron como caballos de Atila con todo aquello que no comulgara -en sentido literal y figurado- con sus ideas y sus hostias.
No pasarán... y pasaron los fariseos del cristianismo bajo palio y acompañados por música militar.
Vencido y desarmado, con lágrimas en los ojos y con la imagen de un hombre llevando sobre sus hombros el cuerpo muerto de su mujer desnuda camino del exilio.
Que no se nos olvide. Que los recordadores nos recuerden que la Bestia siempre acecha aunque a veces parece que duerma.
Sabemos lo que fue por el silencio de los que aguantaron callados.
Vencido y desarmado, largas filas de hombres y mujeres y niños, camino de los campos de concentración franceses.
Sin saber que una nueva guerra los esperaba.
Vencido y desarmado no empezó -como tan atinadamente escribió Fernando Fernán Gómez- la paz sino que empezó la victoria.
Larga la sombra de aquella victoria.
Una victoria de la infamia; una victoria de sotanas y sables; una victoria de hipocresía y miedo; una victoria de brazos en alto; una victoria de regiones devastadas.
Vencido y desarmado a muchos les quedó la diginidad del derrotado. Y la amabilidad del miserable.
Porque vencido y desarmado el pueblo sometido nunca fue manso del todo.
Porque vencido y desarmado les quedó el calor de sus gentes, los recuerdos escritos, el ideal de un mundo mejor.
Vencido y desarmado en aquellos años autoritarios.
Vencido y desarmado por los traidores.
No pasarán... y pasaron.
No pasarán... y arrasaron como caballos de Atila con todo aquello que no comulgara -en sentido literal y figurado- con sus ideas y sus hostias.
No pasarán... y pasaron los fariseos del cristianismo bajo palio y acompañados por música militar.
Vencido y desarmado, con lágrimas en los ojos y con la imagen de un hombre llevando sobre sus hombros el cuerpo muerto de su mujer desnuda camino del exilio.
Que no se nos olvide. Que los recordadores nos recuerden que la Bestia siempre acecha aunque a veces parece que duerma.
Ser otro siempre; un hombre que vive en un puerto de mar. Dándose cuenta de sus propias limitaciones abandona sus sueños de juventud y descubre que la realidad suya es la de estar junto a la gente. Conoce a alguien por casualidad. Alguien que es el futuro. Alguien que está indefenso en un mundo en absoluto desconocido para él. Hay que proteger ese futuro y si es necesario hay que hipotecar el propio presente porque ese término propio presente en realidad no existe. La vida. El mar. La distancia. Los pescadores. Las mujeres. Las mujeres que saben algo de la vida que los hombres nunca alcanzaremos a saber. Ser una mujer que escribe: CIERTA GENTE Cierta gente huyendo de cierta gente./ En cierto país bajo el sol/ y bajo ciertas nubes.// Dejan tras de sí su cierto todo,/ campos sembrados, ciertas gallinas, perros,/ espejos en los que justamente se contempla el fuego.// Llevan en la espalda cántaros y hatillos,/ cuanto más vacíos, cada día más pesados.// Tiene lugar calladamente el detenerse de alguien,/ y en el tumulto, el arrancarle el pan alguien a alguien/ o el sacudir al niño muerto de alguien.// Continuamente ante ellos un cierto no hacia allá,/ un no es éste el puente que hace falta/ sobre un río extrañamente rosa./ Alrededor ciertos disparos, más lejos o más cerca,/ y en lo alto un avión que, un poco, se balancea.// No estaría mal una cierta invisibilidad,/ una cierta parda pedregosidad,/ y aún mejor un cierto no-haber-sido/ por un tiempo corto o hasta largo.// Algo ocurrirá todavía, pero dónde y qué./ Alguien les saldrá al paso, pero cuándo, quién,/ de cuántas formas y con qué intenciones./ Si es que puede elegir,/ quizás no quiera ser un enemigo/ y los deje con una cierta vida.// Ser esa mujer y llamarse entonces Wislawa Szymbosrska y ser premio Nobel y aguardar el fin como tantos otros mientras repasa en sus poemas la condición humana con la precisión de una rosa. Ser ahora un hombre que debiera darse por vencido y alegrarse de las derrotas; alzar los brazos y mirar la bruma que está cayendo y dejarse abrazar por la humedad del mundo; ser ese hombre que ha tenido la dicha de aportar su simiente para la criatura nueva, la que ahora ha tomado una decisión y se siente feliz porque lo ha hecho; ser ese hombre que no supo; ser ese hombre tan imperfecto y tan cobarde y tan humano; ser ese hombre que admira; ser ese hombre que cuando menos siente la belleza como si fuera suya. Y ahora, ahora, ser el hombre que duerme y la mujer que añora y la perra que sueña y el escorpión que acecha y la rana que sabe que en su inmovilidad está su salvación y ser la inspiración del pintor y la tragedia del ahogado y el vendido como esclavo y el amante de la esquina y el panadero ebrio y la verdulera hermosa. Y ser tantos hasta morir como dicen que mueren los que han amado mucho (ser en la última frase -que es un verso-, entonces, un tal Gil de Biedma).
Los corsarios berberiscos. Los piratas del norte. (Historia de la piratería). Philip Gosse. Editado por Austral. 4ª ed. 1973.
A Liana por su constancia en leerme y su paciencia en tratarme.
... aquel año navegaba rumbo a Rodas cierto joven romano de alto rango familiar, que había sido expulsado de Italia por el dictador Sila, debido a su simpatía hacia Mario, el exiliado rival de Sila. Joven de ambiciones, y no teniendo otra cosa que hacer mientras Roma era para él una ciudad prohibida, decidió aprovechar su tiempo perfeccionando aquello que sus profesores le habían dicho que era deficiente: el arte de la elocuencia. Con este fin había ingresado en la escuela de Apolonio Molo, el famoso maestro de oratoria.
Cuando el barco navegaba a lo largo de la isla de Farmacusa, no lejos de la rocosa costa de Cavia, varias embarcaciones bajas y estrechas aparecieron en dirección a él. El buque mercante era poco marinero y, amainando la brisa, no existía la menor posibilidad de escapar de los botes de los piratas, impulsados por largas palas y vigorosos brazos de esclavos. Arriando su pequeña vela auxiliar aguardó a que las embarcaciones de aguzada proa se deslizaran a lo largo y a poco su cubierta se hallaba atestada con los enjambres de chusma.
Volviendo la mirada a los grupos de pasajeros aterrorizados, el jefe pirata advirtió la presencia de un joven aristócrata, exquisitamente vestido a la última moda romana, que permanecía sentado, leyendo, rodeado de sus esclavos y asistentes. Acercóse a él a grandes zancadas y le preguntó quién era; pero, después de lanzarle una mirada desdeñosa, el joven reanudó su lectura. El pirata, enfurecido, se volvió entonces a uno de los compañeros del joven, que era su médico, Cinna, el cual le informó que el cautivo se llamaba Cayo Julio César.
Al punto se trató la cuestión del rescate. El pirata preguntó cuánto estaría dispuesto a pagar Julio César por su libertad y la de sus criados. Y como el romano no se tomara siquiera la molestia de contestar, el capitán se volvió a su segundo y preguntó en cuánto calculaba el valor de la presa; el experto miró al grupo y manifestó que, en su opinión, diez talentos sería una suma razonable.
Irritado el capitán por el aire de superioridad del aristócrata, replicó:
- ¡Entonces pediré el doble! ¡Su libertad vale veinte talentos!
A esto habló César por primera vez. Alzando las cejas hizo la siguiente observación:
- ¿Veinte? Si conocieras tu negocio comprenderías que por lo menos valgo cincuenta.
El jefe pirata quedó asombrado. El hallar un prisionero que se ofreciese voluntariamente a pagar casi el triple de lo reclamado por su rescate, era cosa que no le había ocurrido jamás. Sin embargo, aceptó la oferta del jovencito refinado y, echándole a los botes con los demás cautivos, le llevó a la fortaleza de los piratas en espera del regreso de los mensajeros enviados a cobrar el rescate.
César y sus acompañantes fueron instalados en chozas en un caserío ocupado por los piratas. El joven romano dedicaba sus días principalmente al ejercicio físico, corriendo, saltando y lanzando pedrejones, a veces en competencia con sus captores. En sus horas más sosegadas escribía poemas o piezas de oratoria. A primeras horas de la noche se unía con frecuencia a los piratas en torno al fuego y les recitaba sus poemas o su prosa oratoria. Se sabe que los piratas abrigaban una opinión extremadamente desfavorable hacia estas composiciones, y así se lo hacían saber con rudo candor, bien porque su gusto sobre la materia no fuese muy refinado, bien porque los versos de César, hoy desaparecidos, no alcanzaban el grado literario de su prosa en la época de madurez.
Extraña vida aquella para el mimado dandy, a quien Sila había descrito como "el chico con faldas". Parece como un personaje de Oscar Wilde que surgiera triunfante a a la vida entre los bandidos albaneses. Todos los testigos convienen en que bajo su preciosa afectación se mantuvo insensible al miedo. No sólo, como buen patricio romano, despreciaba los groseros modales y falta de educación de sus aprehensores, sino que se lo echaba directamente en cara. Además se complacía en vaticinarles su suerte si algún día llegaban a caer en sus manos, prometiéndoles solemnemente que los crucificaría a todos. Los piratas, más divertidos con sus modales afeminados que irritados con sus amenazas, le trataban con una especie de respeto condescendiente, creyendo que la promesa de una crucifixión general era una broma. [...]
Al fin, después de treinta y ocho días, regresaron los mensajeros diciendo que el rescate de cincuenta talentos había sido depositado en manos del legado Valerio Torcuato, y César fue llevado con sus compañeros a bordo de una nave y enviado a Mileto. Había llevado más tiempo del que creía el reunir el dinero, pues Sila, tras expatriar a César, había confiscado todas sus propiedades además de las de su mujer Cornelia. En tales circunstancias hubiera sido mejor para el joven romano haber rebajado en algo su importancia.
A su llegada a Mileto fue pagado el rescate a los piratas, que partieron inmediatamente, y César desembarcó, dispuesto a llevar a cabo el plan que se había propuesto. Valerio le prestó cuatro galeras y quinientos soldados con los que César partió al punto hacia la isla de Farmacusa. Llegando allí poco antes de medianoche se halló con la banda de piratas, como había esperado, celebrando su éxito con una orgía de manjares y bebidas. Tomados completamente por sorpresa, no tuvieron medio de defenderse y se rindieron. Sólo lograron escapar unos pocos. César capturó a trescientos cincuenta y tuvo la satisfacción de recobrar intactos sus cincuenta talentos. Llevando prisioneros a los piratas en sus galeras, hundió sus embarcaciones y largó velas rumbo a Pérgamo, donde Junio, el pretor de la provincia de Asia Menor, tenía su cuartel general.
Al llegar a Pérgamo, César encerró a sus prisioneros en una fortaleza bien guarnecida y fue a entrevistarse con el pretor. Era éste el único oficial con autoridad para imponer la pena capital.
Hallóle César en ejecución de sus deberes y, sorprendiéndole, le explicó brevemente lo que había ocurrido; en Pérgamo, bajo custodia segura, tenía la banda entera de piratas, con su botín, y pedía una carta autorizando al gobernador delegado en Pérgamo para ejecutar a los piratas o, cuando menos, a sus jefes.
Pero a Juno no le gustó la idea. Le desagradaba aquel joven imperativo que tan inesperada e impetuosamente había entrado a perturbar la tranquilidad del círculo pretoriano y que consideraba cosa decidida el que no tendría más que dar órdenes para que el gobernador de toda Asia Menor obedeciese. Existían además otras consideraciones. El sistema mediante el cual sus mercaderes pagaban tributo a los piratas a cambio de inmunidad tenía la sacralidad de una antigua costumbre que, en conjunto, no funcionaba del todo mal.
Si Junio hacía lo que quería César, los sucesores de los piratas, siendo extranjeros, resultarían todavía más exigentes que los cautivos de César. Por otra parte, era cosa admitida que oficiales como el pretor, situados lejos de Roma, en los puestos avanzados del Imperio, no estaban allí solamente para servir al Estado, sino para atesorar algunos bienes con miras al día en que se retiraran a la vida civil de su patria. La banda de piratas era rica y era razonable esperar que se mostrara debidamente reconocida al gobernador si hacía uso de sus prerrogativas de clemencia y les devolvía la libertad.
Sin embargo hubiese llevado demasiado tiempo explicar estos complicados asuntos de Estado a un hombre de corta edad, a un joven hacia el cual, por otra parte, abrigaba Junio una aversión tal, que hubiera sido difícil una conversación amistosa. Le prometió, pues, a César ocuparse del asunto cuando regresara a Pérgamo e informarle de su decisión.
Cayo Julio César comprendió, se inclinó, retirándose de la presencia del pretor, y a marchas forzadas regresó a Pérgamo en el término de un día. Sin más contemplaciones, y bajo su propia autoridad (probablemente desconocían los provincianos la nueva situación de Roma), ordenó la ejecución de los piratas en la prisión, reservando a los treinta más principales para el fin que les había prometido. Cuando éstos fueron llevados encadenados ante él, les recordó aquella promesa, pero añadió que en gratitud por el buen trato que había recibido, les concedía un último favor: antes de subir a la cruz cada uno de ellos debía cortarse la garganta.
Después de lo cual César reanudó su marcha hacia Rodas y a su debido tiempo se enroló en la excelente escuela de oratoria de Apolonio Molo.
no encontré en mi maestro Juan de Mairena la gracia con que quería hacer(te) ver la leve coloración de las heridas
quizá el maestro de mi maestro, el gran Abel Martín, quizás él podría haber encontrado en la encina o en el chopo
luego decide no puntuar
y me quedé ciego en esta angosta máquina tan delicada en su interfaz tan llena de pijadas y sin embargo virtual virtual tiene su lejana relación con viruta y no sé por qué también me lleva a tarumba
si pudiéramos agarrarnos al brezo someternos a la flexibilidad de los juncales admirar la cadencia sorda del paso mínimo de la hermosa coccinella septempunctata agarrarnos sobrios y despiertos al celaje de abril
no sé ¿por qué ...versus bucólica?
no quisiera convencer(te) si termina el tiempo también murió el primer hombre sólo que siento sobre los hombros el mordisco como de hoja de limbo aserrado
ya sabes la sábana la luz domingo enclave adiós en lo alto del monte cuando el crepúsculo nos avisa el final de la vida el sol anarajando o Venus que anuncia la noche la gran anunciadora
la mañana (ventosa como símbolo porque en realidad poco viento ha habido) se ha ido a la mierda he logrado superar estos momentos de era en junio justo antes de la siega como mares amarillos que enturbiaran la quietud y la entereza diría(te) que el oleaje no es fruto siempre de la luna o en ocasiones la escarcha en el viejo monte un día de enero cuando no sabía
pocas veces la luz fue tan hermosa en la meseta tras haber subido la llanura y pocos veces el páramo dejó oculto entre clamores el surgimiento de los valles y la aparición de la corza
¿cómo se hace? bucólica ¿la mirada? porque seguiré mirando la nieve que corona y seguiré mirando la olita en el lago y seguiré mirando el hocico del jabato y seguiré mirando la escena nunca resuelta nunca nunca resuelta
estoy temblando no importa ...versus bucólica estoy temblando a finales de marzo
porque los pastorcillos se alejan él al final ha sido osado y ha tomado su mano ella ha hecho un gesto con el cuello como si no supiera dónde mirar o quizá refrescar con ese gesto el aumento de la temperatura de la piel de su palma la palma al contacto con la palma del amado el amado pastor en los idus de marzo...
Lo inevitable
La época de la transición (1976-1979) corresponde a mi adolescencia y primera juventud entre los quince y los dieciocho años.
Poco antes de morir el dictador Francisco Franco, con catorce años, y no sé por qué impulsos rebeldes que nunca han dejado de asomarse en este que digo que soy yo, solía repartir a la salida de las clases en el Instituto Santamarca de Madrid una revista de contenido comunista cuyo nombre no recuerdo. Mi madre, mujer de derechas por la gracia de dios, las descubrió un día y creo que fue para ella la constatación de que yo era un ser echado a perder.
Ante la muerte de Adolfo Suárez y tras el bombardeo que todos los medios de comunicación han estado haciendo este fin de semana desde que el hijo del ex-presidente anunciara la muerte inmediata de su padre, tan sólo quiero hacer hincapié en dos términos que en aquellos años salían un día sí y otro también en los periódicos: reforma o ruptura.
España hizo un transición hacia esto que se llama democracia, desde la reforma del anterior régimen y esto quiere decir, entre otras cosas, que los hacedores, beneficiados y aplicadores de la dictadura de Franco obtuvieron la inmunidad por sus crímenes, sus excesos y sus injusticias.
Muchos de los de entonces abogábamos por la ruptura que implicaba un juicio crítico y de aplicación de las nuevas leyes al régimen anterior. No se consiguió y de aquellos polvos vienen estos lodos.
La reforma de Suárez y los políticos del momento fue un salir del paso lo más airosamente posible. Sólo que meditándolo en este año 2014, encuentro que realmente si no lo más audaz sí fue lo más razonable y, en el buen sentido de la palabra, conservador. E imagino que lo pienso porque ya entré en la edad adulta hace muchos años y es condición humana que una vez en estas edades las rupturas nos parezcan abismos y por eso nos solemos conformar con pequeñas reformas en nuestro cotidiano existir.
Y así, sobre el principio del inconsciente colectivo español de mediados de los 70: Nunca más una guerra civil, se hizo el desmantelamiento político del régimen de Franco pero no así el desmantelamiento de los poderes llamados fácticos -véase como ejemplo la figura esperpéntica del cardenal Rouco Varela- o las celebraciones en cuarteles de la Guardia Civil este mismo año y en Valdemoro por el intento de golpe de estado del año 81 mientras las víctimas del franquismo han de irse a Argentina para que una juez instruya el sumario que permita abrir las fosas donde yacen los restos de los asesinados por el régimen de Franco. Y estos son, entre otros, los lodos que vienen de aquel cambio de régimen con el que todo se puso patas arriba para que todo siguiera casi casi igual.
Poco antes de morir el dictador Francisco Franco, con catorce años, y no sé por qué impulsos rebeldes que nunca han dejado de asomarse en este que digo que soy yo, solía repartir a la salida de las clases en el Instituto Santamarca de Madrid una revista de contenido comunista cuyo nombre no recuerdo. Mi madre, mujer de derechas por la gracia de dios, las descubrió un día y creo que fue para ella la constatación de que yo era un ser echado a perder.
Ante la muerte de Adolfo Suárez y tras el bombardeo que todos los medios de comunicación han estado haciendo este fin de semana desde que el hijo del ex-presidente anunciara la muerte inmediata de su padre, tan sólo quiero hacer hincapié en dos términos que en aquellos años salían un día sí y otro también en los periódicos: reforma o ruptura.
España hizo un transición hacia esto que se llama democracia, desde la reforma del anterior régimen y esto quiere decir, entre otras cosas, que los hacedores, beneficiados y aplicadores de la dictadura de Franco obtuvieron la inmunidad por sus crímenes, sus excesos y sus injusticias.
Muchos de los de entonces abogábamos por la ruptura que implicaba un juicio crítico y de aplicación de las nuevas leyes al régimen anterior. No se consiguió y de aquellos polvos vienen estos lodos.
La reforma de Suárez y los políticos del momento fue un salir del paso lo más airosamente posible. Sólo que meditándolo en este año 2014, encuentro que realmente si no lo más audaz sí fue lo más razonable y, en el buen sentido de la palabra, conservador. E imagino que lo pienso porque ya entré en la edad adulta hace muchos años y es condición humana que una vez en estas edades las rupturas nos parezcan abismos y por eso nos solemos conformar con pequeñas reformas en nuestro cotidiano existir.
Y así, sobre el principio del inconsciente colectivo español de mediados de los 70: Nunca más una guerra civil, se hizo el desmantelamiento político del régimen de Franco pero no así el desmantelamiento de los poderes llamados fácticos -véase como ejemplo la figura esperpéntica del cardenal Rouco Varela- o las celebraciones en cuarteles de la Guardia Civil este mismo año y en Valdemoro por el intento de golpe de estado del año 81 mientras las víctimas del franquismo han de irse a Argentina para que una juez instruya el sumario que permita abrir las fosas donde yacen los restos de los asesinados por el régimen de Franco. Y estos son, entre otros, los lodos que vienen de aquel cambio de régimen con el que todo se puso patas arriba para que todo siguiera casi casi igual.
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Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 01/04/2014 a las 09:34 | {0}