[...] quizá descubrió algo (sí -se dijo- son algas las que tiene en el pecho, algas venenosas, algas microscópicas; yo entiendo que él no las vea, nadie en su sano juicio querría reconocer que su pecho está invadido por algas venenosas y microscópicas) que la obligó a alejarse de esa manera; el influjo de una ideología o el fruto de un error o la verdad (sólo que él no sabe, el sujeto del abandono, sobre el que recae esa acción, ése no sabe por qué se le está apartando); es más al sujeto de esa acción le nacen en el hígado, en la vesícula biliar, en las arterias, en las gónadas, en las circunvoluciones cerebrales, en el bulbo raquídeo, en la médula espinal, en los dedos de los pies, en la piel del codo, tras la oreja, en el cuero cabelludo, en el martillo y en el yunque, en la apófisis de la cadera, en la cabeza del fémur, en los meniscos, en los cartílagos, en las membranas de todas y cada una de sus células, en las dendritas, en los axones, le nacen en las uñas y en las cutículas, en el lóbulo derecho y en los alveolos izquierdos, en las aurículas, en la vena esplénica, en el colédoco, le nacen en los riñones y en sus cápsulas superiores, en los filamentos de su ADN, en la totalidad de su ARN Mensajero, en el alma de sus mitocondrias o en el pedestal de su empeine, le nacen, decimos, dudas de sí; ¿no ha sabido amar? ¿está haciendo lo correcto? ¿no sabe por qué ha llegado a esto? [...] ¡qué hermoso está! Las nubes grises y oscuras envuelven las cimas; el verde es gris; el agua corre a la vera del camino y arrastra consigo los restos del calor; el perro husmea, descansa, corre, muerde, está avizor, está en su medio; charcos en la tierra; a lo lejos rebuzna un burro y un ternero parece exigir leche [...] ¿Tan lejos? ¿merecerá la pena? [...] en teoría ¿será eso: algas venenosas y microscópicas en su pecho?
¿Tiempos convulsos? (esa mano sería la convulsión si se posara en la suya y se acompañara el gesto con otro de los labios en los que se quiere manifestar pesadumbre y fatum; o el atardecer que se ha convertido, en el último suspiro, en una leve coloratura morada en el cielo; o si le hubiera llegado la voz que espera, una voz que sonriera, una voz que se abriera a la esperanza; o si fuera la nieve en la cumbre de la montaña de allá, la que está tras las primeras, las que no tienen nieve y tienen menos altura; también la vida se volvería convulsa si naciera el norte en cualquier sitio que no le correspondiera; esas convulsiones no laceran) ¿Tiempos convulsos que nos obligan a fijar la atención? ¿Qué queda difuminado? ¿qué se pierde nuestra atención? (convulsión si el cosmos se alterara o si el James Webb hallara en alguno de los confines que está atravesando un yacimiento infinito de madera; convulso si al abrir los ojos se encontrara con su personaje frente a frente y supiera la forma de desnudarlo y tuviera la capacidad, milagrosa, de aliviarle sus pesares y luego, arcádico, lo arrullara en su regazo, blando como la pradera, oloroso como el rosal en octubre) ¿Quién quiere los tiempos convulsos? ¿Quién busca camorra? ¿Quién alza los gritos a los cielos? ¿Quién blande el puñal? ¿Quién el bastón? ¿Qué buscan hurgando en nuestra ira? ¿Quiénes? ¿Qué se prepara? ¿Qué se anuncia? ¿Por qué cualquier suceso parece ser la chispa que encenderá la hoguera de una nueva época totalitaria sobre la tierra, sobre las sociedades humanas, sobre cada mujer y cada hombre? (convulsión si por fin supiera aplicar cierta sabiduría a sus deseos; convulsión de la buena si se atreve a mirar a su destino y lo reta sentándose a esperar que llegue, sin juicio, sin expectativa, sin justificación, sin queja; convulsión si acaricia el pecho de la mujer que le quiere, es por la tarde, fuera la luz es un prodigio y vuelan ajenos a ese amor los halcones; convulsión si le canta una canción y suena su voz a tiempos muy antiguos, eones, cuando aún las proteínas no habían intentando la membrana) ¿Volverá el hombre escarlata? ¿Habrá autos de fe? ¿Serán paseados los reos por las avenidas para escarnio y aviso a las poblaciones? ¿Será obligatorio acudir a las ejecuciones? ¿Los habrá valientes que desobedezcan la orden? ¿A qué castigo serán sometidos? (real la convulsión ante la salida de la estrella que trae de su mano la mañana; convulsión el orgasmo; convulsión la buena nueva; convulsión de los hurgalios ante la enésima frase que describe con precisión un acontecimiento planetario; convulsión, sí, y casi atroz, la llegada de la noche en el jardín). ¡Por Atenea, que no vuelva a morir la inteligencia!
Ensayo
Tags : Fantasmagorías Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 09/11/2023 a las 18:42 | {0}Querida Julia:
yo sé que la vejez se acerca. Tú lo supiste y lo viviste. Hoy cumplirías 109 años. Yo empiezo a sentir lo lejos que quedo en el tiempo como a mí me parecía lo lejos que quedabas tú cuando me decías, Fernandoski, yo nací cuando estalló la Primera Guerra Mundial. El otro día pensé, Yo nací quince años después de terminada la Segunda Guerra Mundial; es decir: si naciera hoy, habría nacido quince años después de las crisis de Lehman Brothers. ¡Qué lejos va quedando todo, Julia! y qué años tan difíciles. Espero que si hubieras seguido viva y con la cabeza en su sitio, me habrías llegado a querer bien, a querer de verdad (desde que dos mujeres de la familia lograron sembrar la cizaña en mi corazón, no puedo dejar de pensar que realmente no me quisiste tanto como yo creía sino que más bien utilizaste conmigo una política de apaciguamiento, siendo como eras una mujer que conocía la condición humana); de ahí mi esperanza en que si me hubieras conocido fuera ya del ámbito familiar, quizá me habrías tenido en verdadera estima (cabe por supuesto la posibilidad de que realmente me quisieras). Soy un mar de dudas, Julia. Tomo decisiones duras que me llagan y que sin embargo siento que son las que menos lo hacen. Quizá me reconvendrías. Y si lo hicieras con el corazón en la mano y sin andarte con paños calientes, estoy seguro que me callarías la boca. Podría imaginar la escena. Podría ver perfectamente a un hombre de sesenta y tres años que baja la mirada ante las verdades del barquero que le canta una mujer de ciento nueve como si realmente tuviera ocho años. Nos quedamos en los años que vivimos con los demás. Aunque es posible que si una vez que te hubiera escuchado, me hubieras pedido que te abriera mi corazón y yo realmente, quizá por primera vez, lo hiciera, entonces, digo, a lo mejor tú también descubrirías razones válidas nacidas más del amor que del rencor, más de una rendición que de una batalla, más de una asunción que de un desafío. Quizá no. Quizá me llevo equivocando todos estos años. En todo caso, estoy convencido que moriré sin saber y que nadie me dará explicaciones. ¡Qué poco he hablado! Qué poco me han hablado! Ya tú sabes… ya tú sabías… disculpa en todo caso a este viejo, a quien tú criaste, por tener la debilidad de quererte, de quererte siempre, de quererte tanto.
Siempre tuyo, siempre agradecido,
Fernandoski
Leía el otro día en el tomo X de la Antología de poetas líricos castellanos escrita por Marcelino Menéndez Pelayo, los posibles ascendientes de Boscán. Pensó luego en transcribirlo. Se entretiene en su nuevo escritorio. Más monacal. Más pequeño el mundo. Cómo va de una mesa a otra. Siente como una gran incógnita el sentido de estar vivo. Lo relaciona de inmediato con una lagartija que habita el interior de un murete del jardín; un murete que se encuentra a la izquierda suya mirando él de frente a la ventana. Una ventana sí que ofrece un paisaje singular. Romántico. A pesar de haberse levantado tarde ha seguido ordenando libros en las baldas. De repente echa de menos uno, lo busca, no lo encuentra, se dice que mañana, con más luz, La ciudad de Dios Agustín de Hipona. Lo encontrará. Lo colocará. ¿Faltan tantas cosas? ¿No falta ninguna? No sea necesario nada. Sólo la calma que le ofrecen los lomos de los libros. Las colecciones. Las librerías. Las baldas voladas. El tablero tras él anclado a la pared mediante un par de escuadras. Bricolaje. El tajo con el cúter ya casi ha sanado. La sangre. El espacio. El silencio. Los días nublados. La historia universal de las cifras escrita por Georges Ifrah. También ha vuelto. También lo ojea. Aquella anécdota con los niños que le lanzó -a Ifrah- a un viaje por todo el mundo en busca de los orígenes. Lo dirá: las cifras no son las matemáticas. Vuelta. Escritura. Ajax tragedia escrita por Sófocles. Pobre mío. ¿Qué haces, héroe entre ellos, a hachazos en la majada? Vuela el sueño de un hombre loco. Se bambolea el mundo un día más. No sabe cuándo se hizo palpable la antipatía. No sabe por qué no quiere actuar (y al mismo tiempo: el paseo muy largo esta mañana por los caminos abiertos de las eras, la colocación de los libros, coger el coche e irse al pueblo más cercano para comprar víveres y combustible, hacer la comida, fregar, colocar las cosas, encender la estufa, comer, descansar un poco, fregar de nuevo, hacer el café de la tarde, leer, escribir, resolver problemas de táctica, hablar con L., sugerir). Es posible que mañana o en treinta segundos haya muerto. No la habría vuelto a ver. Lo sabe. Lo piensa en ocasiones. Es una herida. No la cierra. Por mucho que lea. Por mucho que contemple a través de la ventana los colores de la tarde. Por mucho que duerma en un silencio semejante al que hará entre Orión y Casiopea o como aquel que se produce entre dos inspiraciones profundas. Las de un héroe quizá. Las de un suicida. O -por qué no- las de un Titán dormido.
Ensayo
Tags : Fantasmagorías Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 03/11/2023 a las 19:50 | {0}¡Sí, cruel! Aún con las nubes corriendo por la cima de las montañas, sometidas a la presión de la persecución, dignas de ser cazadas, a campo abierto, entre dos ciudades en las que el hormigón hace las veces de la madera y las bocinas son los cantos de las aves que no pueden volar. ¡Sí, cruel! Sabemos que nuestras vidas apenas significan. No queremos significar nada. No queremos abstracciones. Queremos el presente. No mirar atrás. No urdir huellas. Sabemos que no tenéis por qué querernos. Lo sabemos. Lo juramos. Lo sabemos. Aceptad también que nos duela y nos apriete el corazón y nos haga llagas donde termina el alma y empieza el perdón. Huiremos. Desapareceremos. Llegará el invierno de nuestra aventura y nos quedaremos callados, a las puertas, temerosas porque caben en unas mismas entidades emociones opuestas porque cabe la culpa y la pureza, porque a veces se juntan la destreza y la fealdad o suena en lo alto de un promontorio la voz del señor de las moscas con fondo de misa de Haendel. ¡Sí, cruel entonces! ¡Y amadas! Sabemos que la ciudad nos protege. Alguien, en la jornada, nos dio una dirección, un lugar donde podremos pasar la noche protegidas si es que llegamos a la noche si es que vuestra crueldad no nos aplasta y somos incapaces de arrastrarnos o carecemos de músculos succionadores o carecemos de dignidad. ¡Cruel! ¡Cruel! ¡Cruel! Naricita de juguete, pedacito de globo, sonrisa nueva, antiguo amor, tan dentro, tan nuestra, tan savia, tan enraizada. ¡Cruel sí y amada! Venga el mes entonces. Ataque. Cerque. Someta por hambre y sed. Asedie hasta dejarnos desamparadas, desnudas en el centro del campo abierto entre dos ciudades. ¡Cruel, sí! Prenda añorada, parpadeo de fuego, más lejos de allí; allí, el último confín, de donde los rayos infrarrojos nunca vuelven.
Narrativa
Tags : Fantasmagorías Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 01/11/2023 a las 16:19 | {0}
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Ensayo
Tags : Fantasmagorías Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 11/11/2023 a las 13:57 | {0}