Ha sido -piensa Dido- el último intento. Hay en la especie humana una amalgama que no crea aleaciones sino más bien lodo (como tan bien lo vio Isidre Nonell con su particular forma de mezclar sobre el lienzo lo que los demás pintores suelen hacer en la paleta). No es venial el odio como tampoco lo es la manipulación que con la idea de dios se ejerce sobre los hombres. Hay mucha basura que aventar (claudicada por la edad del sentido griego de entusiasmo, apenas creo que se avente una poca basura que luego volverá a caer sobre los hombros de los más desfavorecidos) y mucha lógica de las cosas que aplicar a nuestros propios días. Soy -sigue razonando Dido- un simple agobio que respira. Apenas me siento con fuerza para rebatir lo que es de por sí evidente. No podría más que repetir un par de veces una misma idea y a partir de entonces callar hasta quedar sonriente como la Piedad muestra su dolor ante el Cristo yacente. Soy -piensa Dido- un eslabón débil. Me corresponde por lo tanto caer en la nieve, morir fría. Me gustaría que hubiera tras el horizonte una atalaya desde donde contemplar el devenir de los siglos o para constatar la inmovilidad que preveo en las cuitas de los hombres o para solazarme con sus imprevisiones y giros. Hay en mí, desatenta en lo cotidiano, un pulso que me lleva a estudiar las mareas y los confines. Y veo, porque en mi posición está el verlo, el azote de nuestra vanidad en nuestros lomos.
La tarde se había detenido en una palabra: intolerancia.
La noche derivó en los silencios que ya no eran cotidianos.
Por la mañana sonó un mensaje que resultó no ser el esperado.
En el paseo la respiración apaciguó la espera.
Hubiera querido ser el halcón que sobrevoló su cabeza. También la pelota roja. Y un arbusto.
Se revolvió en su asiento.
Miró la mañana.
Terminaba mayo.
Se metió bajo la cama y escuchó.
Había polvo.
No derramó nada.
Le dolía el tobillo derecho. Había hecho un esfuerzo. Lo notaban sus músculos (los de la espalda ante todo). Las nubes que lamen las cimas de las montañas por la mañana, hoy no estaban. La brisa sí. Una lagartija sí. Muchas hormigas sí. Muchas moscas sí.
A pesar de todo, se decía, no hay pesar más intenso... no lo hay.
Recordó el rostro de su anciana y su labor constante: cribar lentejas; quitarle la hebra a la vaina de las judías; freir patatas; planchar la ropa (casi toda blanca); quejarse del tiempo mayúsculo de la Intolerancia; ponerse el abrigo; el suburbano una vez más.
Quiso sentirse íntegro.
Quiso saberse a salvo.
Tenía las uñas sucias y había tropezado.
Y ahora, en el silencio, sabe que no hay pesar más intenso y por asociación se deja e imagina una carabela, sus tres palos, una bandera.
No hay mucho más tras la puerta, piensa.
Dicen que volverán las aguas, piensa.
El pesar le lleva a apretar las mandíbulas.
Se ha sentido joven. Le incumbe.
La noche derivó en los silencios que ya no eran cotidianos.
Por la mañana sonó un mensaje que resultó no ser el esperado.
En el paseo la respiración apaciguó la espera.
Hubiera querido ser el halcón que sobrevoló su cabeza. También la pelota roja. Y un arbusto.
Se revolvió en su asiento.
Miró la mañana.
Terminaba mayo.
Se metió bajo la cama y escuchó.
Había polvo.
No derramó nada.
Le dolía el tobillo derecho. Había hecho un esfuerzo. Lo notaban sus músculos (los de la espalda ante todo). Las nubes que lamen las cimas de las montañas por la mañana, hoy no estaban. La brisa sí. Una lagartija sí. Muchas hormigas sí. Muchas moscas sí.
A pesar de todo, se decía, no hay pesar más intenso... no lo hay.
Recordó el rostro de su anciana y su labor constante: cribar lentejas; quitarle la hebra a la vaina de las judías; freir patatas; planchar la ropa (casi toda blanca); quejarse del tiempo mayúsculo de la Intolerancia; ponerse el abrigo; el suburbano una vez más.
Quiso sentirse íntegro.
Quiso saberse a salvo.
Tenía las uñas sucias y había tropezado.
Y ahora, en el silencio, sabe que no hay pesar más intenso y por asociación se deja e imagina una carabela, sus tres palos, una bandera.
No hay mucho más tras la puerta, piensa.
Dicen que volverán las aguas, piensa.
El pesar le lleva a apretar las mandíbulas.
Se ha sentido joven. Le incumbe.
Ruido. Fotografía de Olmo Z Agosto 2015
¡Andurriales! ¡Andurriales! Me quemé la minga. Desparramé lágrimas. Y las faldas se levantaron justo tras las ortigas. ¡A las armas! ¡Desnudas las varices! No, no me arrepiento. Seguiré desnuda con los cojones colgando. Hay en el prado una mentira morada y dicen los aldeanos que se retuercen las vides. Yo no lo sé. Sólo salto a la comba. Unas veces del derecho y otras veces del revés. Mil años. Una docena. Porque me levanté con el miedo en los ijares y sentí las bridas metiéndoseme por las grupas como alfileres muy pequeños que pincharan mis médulas. No digas más veces alto. No sosiegues a las caballerías. Llegaré en el carro más tarde y te convenceré de que siendo viejo llevo bragas. No me avergüenza. Ni siquiera cuando en la roca alta me detengo; levanto mis faldas; bajo mis bragas; cuelgan mis huevos y cago a mis anchas mientras por el camino los romeros entonan unas loas a no sé qué puñetero dios al que le deben todo. Yo no no me avergüenzo. Lo repito. Porque nací sin sesgo y me mordí las uñas. Porque estoy dispuesta a poner el culo para que el caballo fiero me penetre entera. Yo no me caí de yegua. Yo no recogí abono de comadreja. Yo no escupí sangre. Yo no me sentí linda. Soy un viejo, nada más. Soy un viejo que sueña con la alfombra de un sha. Soy un viejo que mea a horcajadas. Soy una niña que se cepilla como si fueran los pelos hilos de seda en el telar. Y mis barbas las afeito. Y mi pecho lo refuerzo con algodoncillos como es tierna la melena de los buzos. Y me sosiega la esperma. Y me sosiega la última balada del poeta vagabundo. Y duermo como una bendita las noches de tormenta, a campo abierto, abiertas las piernas por si un rayo misericordioso cayera en mis pelotas y las fulminara para siempre entre abrojos y ojos de ternero. No arriendo la ganancia porque nada gané y cuando se me caen los dientes alabo la bendita figura del universo que es panza de burro alrededor de eje de un mundo. De cualquier mundo, de cualquiera. No alardeo. No me enervo cuando pasan los días sin alimento y reconozco mi miedo a la lluvia mansa y a las fieras insecto que son las dueñas de todo lo que creemos nuestro. Ven a mí, cariño, que me ha tocado la pedrea y la he guardado en el refajo, lejos de miradas discretas que son las más rijosas de cuantas caigan sobre ti. Porque no puedo creer en las obras de los hombres. Porque entendí la importancia de Napoleon y vomité durante años. Millones dijo una que me tocaba los huevos y extrañada se repetía mientras me enseñaba a otros, Pero si es un niña y miradla que par de testículos, llenitos, llenitos de simiente. ¿Dónde está la tierra para ser preñada? ¿Qué tierra tiene la vagina lo suficientemente grande como para albergar tal río de lefa? ¿Qué río no se haría con los líquidos de esta criatura? Así iba yo ufana, con mi barba de días, mi falda floreada, mi atroz ronquera. Dormía en pajares. Venían los mozos. Me tomaban y sentían asco. Me apedrearon. Me abrieron la crisma. Sentí la muerte que entraba por la frente. Y al dejarme ir volvía de nuevo. Sé que me dirás que no he conocido las neveras, ni sé nada del gas. Sé que tendrás muy buenas razones para azotarme. Azótame. Desángrame. Sácame las tripas. Ponme una compresa. Atiende mi fiebre. Arráncame la cabeza. Sé atronador. Sé inclemente. Dime que te rece. Dime que te adore. Hazme caer de hinojos. Pasa un hisopo por sobre mi testuz. Desencalla mi voz. Desnuda mi espalda. Latígame. Más. Más. Que me corro. Que soy manatial de vida mezclado en sangre. Que soy roca. Que me mareo. Que caigo en la espesura. Que me pudro por dentro. Que estoy sediento de crema de güisqui. Que te cantaré unas soleá con mi voz de princesa. Sin guisante. Ni un ladrillo sentirían mis riñones. Mis riñones hembra. Mi barba macho. Cabrón. Piojoso. Abandonadme. Porque no sabéis cómo, cómo y aquí estoy abierta de piernas con los cojones colgando. Amarilla por dentro. Con ganas de saltar. Me robaron la comba. Haré un patín y volaré por el camino de piedras, el que lleva al Leteo y al olvidarme de mí seré por fin quien era. No conseguiréis atarme a la cama. No valdrán de nada esos barrotes. La cárcel es sólo para cobardes. El verdadero peligro está en la calle. Yo te lo digo que soy viejo y llevo trenzas; que me hago llamar Paulina cuando llega junio y justo al empezar noviembre me nombro Estela y cuando cae abril me hundo en mí. Decídselo a todos. Yo me voy a la cueva a mirar la sombra porque la verdad no existe y mi cabeza está a punto de estallar. ¡Al alba, lucero, al alba!
Análisis de Issac Alexander
A.- ENTENDIMIENTO
A1.- Memoria
A2.- Razón
A3.- Imaginación
... habrán de seguir las subdivisiones de este sistema figurado de los conocimientos humanos que Diderot y D'Alambert expusieron para la realización de su Enciclopedia. Y me parece interesante en tanto en cuanto toda elección se conforma en este sistema de locos, de enfervorizados creyentes en una categoría extrema de la condición terrícola que es el Hombre...
... bienvenidos los cambios, los parlamentos donde se habrá de parlamentar. Aunque sólo sea el escaparate del verdadero poder que gobierna el mundo que por lo menos se vea mono...
... os dejo que escucho a Kukan Dub Lagan y me hierve (habría puesto yerbe que me suena a más meridional y a mí, en ocasiones, lo meridional me lubrica) la sangre tronera ante la muchacha que baila ante mí vestida de morado como los colores del mundo cuando amanece y vemos en las estrellas los designios de las urnas.
... Y juro que esta noche mi papeleta entrará por una ranura carnosa como la papaya, fresca como la lavanda, limpia como la siega a finales de agosto.
... siempre defenderé -mientras la muchacha me come la boca- la educación y el respeto como principales armas contra la corrupción.
... ¡A las urnas! ¡A las urnas!
... O no.
A1.- Memoria
A2.- Razón
A3.- Imaginación
A1a Historia
A2a Filosofía
A3a Poesía
A2a Filosofía
A3a Poesía
A1a1 Sagrada. Historia de los profetas
A2a1 Ciencia del hombre
A3a1 Profana y Sagrada
A2a1 Ciencia del hombre
A3a1 Profana y Sagrada
A1a2 Eclesiástica
A2a1b Metafísica general u Ontología o Ciencia del ser en general, de la Posibilidad, de la Existencia, de la Duración etc...
A3a1b Narrativa
A3a1b Narrativa
A1a3 Historia civil antigua y moderna
A2a1c Ciencia de Dios
A3a1c Dramática
A3a1c Dramática
... habrán de seguir las subdivisiones de este sistema figurado de los conocimientos humanos que Diderot y D'Alambert expusieron para la realización de su Enciclopedia. Y me parece interesante en tanto en cuanto toda elección se conforma en este sistema de locos, de enfervorizados creyentes en una categoría extrema de la condición terrícola que es el Hombre...
... bienvenidos los cambios, los parlamentos donde se habrá de parlamentar. Aunque sólo sea el escaparate del verdadero poder que gobierna el mundo que por lo menos se vea mono...
... os dejo que escucho a Kukan Dub Lagan y me hierve (habría puesto yerbe que me suena a más meridional y a mí, en ocasiones, lo meridional me lubrica) la sangre tronera ante la muchacha que baila ante mí vestida de morado como los colores del mundo cuando amanece y vemos en las estrellas los designios de las urnas.
... Y juro que esta noche mi papeleta entrará por una ranura carnosa como la papaya, fresca como la lavanda, limpia como la siega a finales de agosto.
... siempre defenderé -mientras la muchacha me come la boca- la educación y el respeto como principales armas contra la corrupción.
... ¡A las urnas! ¡A las urnas!
... O no.
Ensayo
Tags : ¿De Isaac Alexander? Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 25/05/2015 a las 21:28 | {0}Escena única
Una habitación de hotel.
A. desnuda se levanta y empieza a vestirse muy lentamente.
B. desnudo se mantiene tumbado en la cama mirando a A. vestirse.
Fuera un neón rojo vertical ilumina -intermitentemente- la habitación que está del todo oscura. Vemos sólo siluetas de dos cuerpos.
A:
Sí... hace años
B:
No llego a saber. ¿Por qué ahora? ¿Cuántos años dices?
A:
A lo mejor digo treinta años. O puedo variar y decir veinte años. No sé. El tiempo se me perdió hace unos días. Te reconozco que estaba distraída. Quizá fue en el tanatorio. O la lluvia justo antes. O que me desorienté. Andaba buscando una salida y me encontré una entrada. Tú no habías aparecido. Nunca habías aparecido. Nunca había recordado la noche en la que te atracaron y llegaste temblando al lugar en el que yo te esperaba. Eras tan joven y tenías tanto miedo que no te creí.
B:
No recuerdo. Me da la impresión de que me confudes con otro. Yo no recuerdo ese miedo. Sí recuerdo en cambio que hubo un tiempo en mi vida en el que me atracaron varias veces, en pocos años. Los años yonkies.
A:
¿No te gustó mi pecho? Esta noche digo...
B:
Te conservas muy bien...
A:
Entonces me recuerdas...
B:
No recuerdo nada. Ya te lo he dicho. Digo que te conservas bien para la edad que tienes. No, no me digas la edad que tienes. Digo que tu pecho... en realidad no me importa nada tu pecho. En realidad estoy aquí porque... porque soy (desolado) un macho, un macho...
A:
Delante del muerto estabas más hermoso.
B:
Era mi amigo. Le debía entereza. A la sexta intentona lo consiguió.
A:
El tiempo ha hecho estragos en tu piel y en tus formas. Eras tan delgado. Fuiste tan delgado. Eras fibra la noche que te acostaste conmigo. Eras fibra y miedo. Aquella noche se juntaron tanto la muerte y el sexo en ti que...
B:
Te digo que no recuerdo aquella noche. No puede ser que no la recuerde. Ni que pasen treinta años. Ni que pasen veinte. No hace falta que inventes excusas para acostarte con un hombre. Cuando ha estado cerca la muerte ha sido hoy. ¿De qué lo conocías?
A:
¿A quién?
B:
Al muerto... a mi amigo... ¿a quién va a ser?
A:
Mientras le mirabas se notaba que estabas viajando en el tiempo. Estarías recordando los momentos junto a él. No pestañeabas. No te movías. Parecías no escuchar los murmullos a tu alrededor ni mi zapato de tacón. Luego sí, luego los escuchaste. Creo, dime si me equivoco, que cuando me insinué a ti pensaste, Este polvo va por ti, colega. ¿Fue así? dime...
B:
Fue así.
A:
Yo pago la habitación. No te quedes aquí. No te haría bien. ¿Tienes familia? ¿Tienes mujer, hijos?
B:
Tú no me conoces.
A. se ha terminado de vestir. Se escucha el taconeo de sus zapatos de tacón que rodean la cama donde B sigue tumbado.
B. se levanta de un salto y agarra a A. por un brazo.
B:
Tú no me conoces. Nunca estuvimos juntos. ¿Cómo se llamaba el muerto? ¿Díme cómo se llamaba?
A:
Abel.
B:
Se llamaba Abel y tú (le suelta el brazo) no me conoces. Estás vieja.
A:
Sí, estoy vieja.
B:
No me ha gustado follar contigo. Ha habido un momento en el que he sentido asco de mí mismo. No me gusta cómo hueles.
A:
Eso está mejor. Darse cuenta. No te quedes aquí. El neón rojo recuerda siempre al infierno. Olvida lo que ha pasado. Hasta dentro de otros treinta años cuando me veas y no me recuerdes de nuevo...
B:
¡No, no te recordaré! Me has usado.
A:
Parece tu lamento cojera de perro.
A. besa en la mejilla a B.
A. sale de la habitación.
B. se acerca a la ventana. La abre.
A. desnuda se levanta y empieza a vestirse muy lentamente.
B. desnudo se mantiene tumbado en la cama mirando a A. vestirse.
Fuera un neón rojo vertical ilumina -intermitentemente- la habitación que está del todo oscura. Vemos sólo siluetas de dos cuerpos.
A:
Sí... hace años
B:
No llego a saber. ¿Por qué ahora? ¿Cuántos años dices?
A:
A lo mejor digo treinta años. O puedo variar y decir veinte años. No sé. El tiempo se me perdió hace unos días. Te reconozco que estaba distraída. Quizá fue en el tanatorio. O la lluvia justo antes. O que me desorienté. Andaba buscando una salida y me encontré una entrada. Tú no habías aparecido. Nunca habías aparecido. Nunca había recordado la noche en la que te atracaron y llegaste temblando al lugar en el que yo te esperaba. Eras tan joven y tenías tanto miedo que no te creí.
B:
No recuerdo. Me da la impresión de que me confudes con otro. Yo no recuerdo ese miedo. Sí recuerdo en cambio que hubo un tiempo en mi vida en el que me atracaron varias veces, en pocos años. Los años yonkies.
A:
¿No te gustó mi pecho? Esta noche digo...
B:
Te conservas muy bien...
A:
Entonces me recuerdas...
B:
No recuerdo nada. Ya te lo he dicho. Digo que te conservas bien para la edad que tienes. No, no me digas la edad que tienes. Digo que tu pecho... en realidad no me importa nada tu pecho. En realidad estoy aquí porque... porque soy (desolado) un macho, un macho...
A:
Delante del muerto estabas más hermoso.
B:
Era mi amigo. Le debía entereza. A la sexta intentona lo consiguió.
A:
El tiempo ha hecho estragos en tu piel y en tus formas. Eras tan delgado. Fuiste tan delgado. Eras fibra la noche que te acostaste conmigo. Eras fibra y miedo. Aquella noche se juntaron tanto la muerte y el sexo en ti que...
B:
Te digo que no recuerdo aquella noche. No puede ser que no la recuerde. Ni que pasen treinta años. Ni que pasen veinte. No hace falta que inventes excusas para acostarte con un hombre. Cuando ha estado cerca la muerte ha sido hoy. ¿De qué lo conocías?
A:
¿A quién?
B:
Al muerto... a mi amigo... ¿a quién va a ser?
A:
Mientras le mirabas se notaba que estabas viajando en el tiempo. Estarías recordando los momentos junto a él. No pestañeabas. No te movías. Parecías no escuchar los murmullos a tu alrededor ni mi zapato de tacón. Luego sí, luego los escuchaste. Creo, dime si me equivoco, que cuando me insinué a ti pensaste, Este polvo va por ti, colega. ¿Fue así? dime...
B:
Fue así.
A:
Yo pago la habitación. No te quedes aquí. No te haría bien. ¿Tienes familia? ¿Tienes mujer, hijos?
B:
Tú no me conoces.
A. se ha terminado de vestir. Se escucha el taconeo de sus zapatos de tacón que rodean la cama donde B sigue tumbado.
B. se levanta de un salto y agarra a A. por un brazo.
B:
Tú no me conoces. Nunca estuvimos juntos. ¿Cómo se llamaba el muerto? ¿Díme cómo se llamaba?
A:
Abel.
B:
Se llamaba Abel y tú (le suelta el brazo) no me conoces. Estás vieja.
A:
Sí, estoy vieja.
B:
No me ha gustado follar contigo. Ha habido un momento en el que he sentido asco de mí mismo. No me gusta cómo hueles.
A:
Eso está mejor. Darse cuenta. No te quedes aquí. El neón rojo recuerda siempre al infierno. Olvida lo que ha pasado. Hasta dentro de otros treinta años cuando me veas y no me recuerdes de nuevo...
B:
¡No, no te recordaré! Me has usado.
A:
Parece tu lamento cojera de perro.
A. besa en la mejilla a B.
A. sale de la habitación.
B. se acerca a la ventana. La abre.
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Narrativa
Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 28/05/2015 a las 13:11 | {0}