Mosquita muerta es el pseudónimo que utiliza Pablo Molviedro Ichaso -discípulo aventajado de Isaac Alexander- para lo que él ha titulado Crónicas del presente, una serie de artículos sobre el mundo de hoy (sea lo que sea hoy/mundo/presente/crónica)
No está en mí, Mosquita Muerta, la emoción -definámosla como pensamiento más sentimiento- de la ternura. Nací y fui menospreciado -literalmente: preciado en menos-. Ahora saben las estudiosas del alma de los niños que esa emoción de sentirse menos es veneno puro, veneno barato porque no se compra en las boticas sino que emana gratis del carácter y las circunstancias de los progenitores -como el mundo de las relaciones privadas ha cambiado un poco, ahora hay que poner otra palabra: cuidador-; si en el cuidador/progenitor anida el veneno gratis del menosprecio, ya se puede agarrar a la vida a quien le toque sufrirlo. La infancia es una cárcel de por vida. Somos presos de nuestra niñez desde que el siglo XVIII decidió dar carta de individualidad a cada individuo. La vida se vive desde emociones que entraron libres de barreras en los años en los que el pensamiento aún no forja actitudes. Ser niño es ser indefenso por eso hay viejos que siguen siendo niños porque se mantienen indefensos -esos viejos, por cierto, son los imprescindibles-. Yo conocí a un viejo de ésos. Se llamaba Antonio R. Espino. Yo era muy joven entonces y él me quería follar. Era maravilloso su deseo hacia mí, cómo en las tórridas tardes de un julio de mil novecientos setenta y ocho, en la esquina de las calles Lagasca con Lista, en el barrio más rico de la ciudad de Madrid, ese viejo pordiosero y ese joven hippie hojeaban sentados en un banco las historietas de Tom de Finlandia mientras sus ojos me devoraban la polla y la boca y exclamaba indefenso como un colibrí en el puerto de Hamburgo que daría la vida por lamerme el culo mientras me hacía una paja. Ese hombre que se teñía el bigote y los aladares del cabello con betún; ese hombre que había recorrido media Europa siendo sodomizado por todos los marineros que encontró; ese hombre que había acabado tirado en un banco, abandonado por todos y que sólo gracias a la fraternidad de una vieja meretriz argelina llamada Carmen, encontró un cobijo donde pasar un tiempo, ese hombre digo y todos los hombres como ese hombre, son imprescindibles porque en su piel y en su mirada llevan grabada a fuego la emoción de la ternura. Me contaba Antonio R. Espino terribles historias de su padre que debía de ser un cacique pacense de armas tomar y callaba cuando recordaba a su madre y se le llenaban los ojos de lágrimas y en su rostro se dibujaba una tierna devoción, como si callara ante la imagen de la virgen venerada, casi despedía olor de santidad, lejanos ecos de inciensos; ese hombre había aprendido el horror de su padre y la ternura de su madre. ¡Ay, pobres míos, los que no aprendisteis de vuestros carceleros la gracia de la ternura! ¡Andaréis cojos y desarmados por el mundo! Un día y otro día os preguntaréis si tenéis derecho a la risa, incluso si tenéis derecho a la vida y temblaréis cuando vosotros mismos -desdichados antitiernos- tengáis hijos porque siempre, hasta el final de vuestros días os preguntaréis si hicisteis mal, si fuisteis influencia nefasta para el alma de ese niño que es tu hijo y que bien sabes que nunca le podrás transmitir una de las emociones más esencialmente alegres.
Yo, Pablo Molviedro Ichaso, soy padre de una niña a la que devotamente pido perdón y ruego que cuando en su madurez me recuerde en una reunión de amigos en la que muchos hablarán de sus padres muertos, ella me otorgue un solo beneficio: la duda de si habría sido un buen hombre de no haber sido menospreciado. No escribo desde este rincón que tan generosamente me presta Loygorri para lamentarme de mí sino para avisar a los posibles lectores de que cuiden el alma de los niños, que los aprecien como si fueran duendecillos que habrán de crecer para que no llegue el día en el que como yo se lamenten de lo que nunca conocieron y por lo tanto fueron incapaces de transmitir.
Firmado
Mosquita muerta
Fuente: Diccionario Crítico Etimológico Castellano e Hispánico de J. Corominas y J. A. Pascual. T. V Ri-X. Editado por Gredos.
Origen incierto: como la documentación más antigua procede de España, no es probable que derive del náhuatl tocaytl 'nombre' pero faltan investigaciones semánticas en textos antiguos que confirmen si procede de la frase ritual romana Ubi tu Cajus, ibi ego Caja que la esposa dirigía al novio al llegar a su casa la comitiva nupcial. 1ª doc.: Autoridades.
Con la definición "lo mismo que colombroño"; la Academia en ediciones posteriores: "respecto de una persona, otra que tiene su mismo nombre" [..]
Uno de los primeros en proponer la etimología mejicana fue Eufemiano Mendoza en su Catálogo de palabras mejicanas introducidas al castellano (1872), quien por lo demás vacila, como poco convencido, entre dos étimos distintos: "del verbo tocayotia, poner nombre; su acepción actual es de homónimo; quizá sea contracción de tonacayo, nuestra humanidad"; realmente A. de Molina (1571) registra como náhuatl "tonacayo: cuerpo humano, o nuestra carne", pero está claro que esta etimología no es posible. En cuanto al otro, lo ha repetido después muchos eruditos, entre ellos Alfredo Chavero , Robelo, Lenz (Dicc. quien dice que tocayo es usual en Santiago de Chile), Zauner (Litbl. XXXIII, 376), Jesús Amaya; pero no ha logrado convencer generalmente. Robelo cree que debe partirse de tocaytl 'nombre', 'fama y honra', Lenz indica más bien tocayo 'firmada escritura' y el verbo tocayotia 'nombrar a alguno, llamarle por su nombre'; en efecto, esas palabras y otras de la misma raíz que interesan menos, se encuentran ya en el dicc. náhuatl de A. Molina (1571) y nadie discute que sean formas genuinas en el idioma de los aztecas. Pero no se trata de esto, sino de probar que tocayo viene de una palabra nahua concreta. Ante todo hay que evitar tomar estas pequeñas cuestiones como asunto nacional, en lo cual parece caer Robelo ("dejemos, pues, a Bastús con tucayus en Roma, y quedémonos con tocayo en Méjico").
El caso es que no hay en náhuatl un adjetivo que pudiera servir de apoyo a tocayo, ni se ve formas concretas de derivarlo del verbo tocayotia o del sustantivo tocaytl; es cierto que A. de Molina trae tocaye "persona que tiene nombre, o claro en fama y en honra, o encumbrado en dignidad", pero esto equivale evidentemente a 'renombrado', 'afamado' y de ahí no saldría tocayo. Hay que precaverse ante el peligro de las homonimias en etimología, sobre todo si no hay identidad semántica. Ante los hechos citados, no se puede descartar el que tocayo venga en una forma u otra de algún miembro de esta familia léxica azteca, pero hace demostrarlo mejor, y habría que empezar por dar pruebas de que el vocablo se empleó primero en Méjico que en España y en América del Sur, o al menos presentar indicios claros en el mismo sentido, a base de la mayor popularidad del término en Méjico, de una fecundidad en derivados que no tenga en España, o de más amplio desarrollo semántico. Por la documentación que he podido encontrar más bien parece ser un término humorístico y callejero nacido en España; tocayu y tocaya eran ya usuales en bable en el año 1804 como se ve por la correspondencia entre Jovellanos y Pedro Manuel de Valdés LLanos (Julio Somoza, Cosiquines de la Mio Quintana, Oviedo 1884), fecha temprana que hace dudar también un origen mejicano.
Y así volvemos naturalmente a la idea que propuso y reprodujo honesta y útilmente el propio Robelo en su libro: "¿por qué estos nombres no pudieron haberse formado de la fórmula que se pronunciaba en la celebración del matrimonio más solemne, o por confarreación, de los romanos? Cuando la comitiva nupcial llegaba a la puerta de la casa del marido, éste saliendo al encuentro preguntaba a la que iba a ser su esposa, quién era ella y ésta respondía con la frase sacramental Ubi tu Cajus, ibi ego Caja: en donde tú serás llamado Cayo, a mí me llamarán Caya, esto es, donde tú mandarás mandaré yo, o bien tú y yo seremos iguales en la casa". En apoyo de esta idea observo que los ejs. más antiguos de tocayo y tocaya, y añado que el ambiente del teatro madrileño era propicio para toda clase de retruécanos, sin excluir lo alusivos a la educación clásica: recuérdese el probable origen de tertuliano y TERTULIA, voces teatrales también y fundadas en una especie de chiste clásico. Puede conjeturarse que al principio se llamaran recíprocamente y en tono humorístico tucayo y tucaya los estudiantes y sus novias o amoríos, y que el pueblo, que no entiende de Derecho Romano, interpretara esta identidad de vocablos como alusiva a una identidad de nombres; o bien se puede partir del apellido común a marido y mujer. Los personajes de Ramón de la Cruz son, precisamente, una pareja de enamorados. Todo esto, claro está, deberá probarse mejor, estudiando los textos populares de los SS. XVIII y XVII. Señalo el caso a la fina e inmensa erudición de don Alfonso Reyes, mejicana y clásica a un mismo tiempo, así en lo latino como en lo hispánico.
Uno de los primeros en proponer la etimología mejicana fue Eufemiano Mendoza en su Catálogo de palabras mejicanas introducidas al castellano (1872), quien por lo demás vacila, como poco convencido, entre dos étimos distintos: "del verbo tocayotia, poner nombre; su acepción actual es de homónimo; quizá sea contracción de tonacayo, nuestra humanidad"; realmente A. de Molina (1571) registra como náhuatl "tonacayo: cuerpo humano, o nuestra carne", pero está claro que esta etimología no es posible. En cuanto al otro, lo ha repetido después muchos eruditos, entre ellos Alfredo Chavero , Robelo, Lenz (Dicc. quien dice que tocayo es usual en Santiago de Chile), Zauner (Litbl. XXXIII, 376), Jesús Amaya; pero no ha logrado convencer generalmente. Robelo cree que debe partirse de tocaytl 'nombre', 'fama y honra', Lenz indica más bien tocayo 'firmada escritura' y el verbo tocayotia 'nombrar a alguno, llamarle por su nombre'; en efecto, esas palabras y otras de la misma raíz que interesan menos, se encuentran ya en el dicc. náhuatl de A. Molina (1571) y nadie discute que sean formas genuinas en el idioma de los aztecas. Pero no se trata de esto, sino de probar que tocayo viene de una palabra nahua concreta. Ante todo hay que evitar tomar estas pequeñas cuestiones como asunto nacional, en lo cual parece caer Robelo ("dejemos, pues, a Bastús con tucayus en Roma, y quedémonos con tocayo en Méjico").
El caso es que no hay en náhuatl un adjetivo que pudiera servir de apoyo a tocayo, ni se ve formas concretas de derivarlo del verbo tocayotia o del sustantivo tocaytl; es cierto que A. de Molina trae tocaye "persona que tiene nombre, o claro en fama y en honra, o encumbrado en dignidad", pero esto equivale evidentemente a 'renombrado', 'afamado' y de ahí no saldría tocayo. Hay que precaverse ante el peligro de las homonimias en etimología, sobre todo si no hay identidad semántica. Ante los hechos citados, no se puede descartar el que tocayo venga en una forma u otra de algún miembro de esta familia léxica azteca, pero hace demostrarlo mejor, y habría que empezar por dar pruebas de que el vocablo se empleó primero en Méjico que en España y en América del Sur, o al menos presentar indicios claros en el mismo sentido, a base de la mayor popularidad del término en Méjico, de una fecundidad en derivados que no tenga en España, o de más amplio desarrollo semántico. Por la documentación que he podido encontrar más bien parece ser un término humorístico y callejero nacido en España; tocayu y tocaya eran ya usuales en bable en el año 1804 como se ve por la correspondencia entre Jovellanos y Pedro Manuel de Valdés LLanos (Julio Somoza, Cosiquines de la Mio Quintana, Oviedo 1884), fecha temprana que hace dudar también un origen mejicano.
Y así volvemos naturalmente a la idea que propuso y reprodujo honesta y útilmente el propio Robelo en su libro: "¿por qué estos nombres no pudieron haberse formado de la fórmula que se pronunciaba en la celebración del matrimonio más solemne, o por confarreación, de los romanos? Cuando la comitiva nupcial llegaba a la puerta de la casa del marido, éste saliendo al encuentro preguntaba a la que iba a ser su esposa, quién era ella y ésta respondía con la frase sacramental Ubi tu Cajus, ibi ego Caja: en donde tú serás llamado Cayo, a mí me llamarán Caya, esto es, donde tú mandarás mandaré yo, o bien tú y yo seremos iguales en la casa". En apoyo de esta idea observo que los ejs. más antiguos de tocayo y tocaya, y añado que el ambiente del teatro madrileño era propicio para toda clase de retruécanos, sin excluir lo alusivos a la educación clásica: recuérdese el probable origen de tertuliano y TERTULIA, voces teatrales también y fundadas en una especie de chiste clásico. Puede conjeturarse que al principio se llamaran recíprocamente y en tono humorístico tucayo y tucaya los estudiantes y sus novias o amoríos, y que el pueblo, que no entiende de Derecho Romano, interpretara esta identidad de vocablos como alusiva a una identidad de nombres; o bien se puede partir del apellido común a marido y mujer. Los personajes de Ramón de la Cruz son, precisamente, una pareja de enamorados. Todo esto, claro está, deberá probarse mejor, estudiando los textos populares de los SS. XVIII y XVII. Señalo el caso a la fina e inmensa erudición de don Alfonso Reyes, mejicana y clásica a un mismo tiempo, así en lo latino como en lo hispánico.
Veremos si la indiferencia se puebla de fantasmas
No dejes de mirarnos
Sabemos que la luna
camina tras las nubes
y este ensayo tiene restos
Cantemos entonces
Ahora en la noche
Sobre la tierra que un día pisaron los otros
No dejes de mirarnos
Sabemos que la luna
camina tras las nubes
y este ensayo tiene restos
Cantemos entonces
Ahora en la noche
Sobre la tierra que un día pisaron los otros
...que los libros muerden para no ser escritos pero que si aún así te empeñas y estás dispuesto a soportar los mordiscos, desde este mismo momento ya eres...
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Tags : Mosquita muerta Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 27/06/2019 a las 18:07 | {0}