Marcelino Menéndez Pelayo. Editado por Biblioteca de Autores Cristianos. Dos tomos.
Tomo I España romana y visigoda. Periodo de la Reconquista. Erasmistas y protestantes.
Extractos del cap. 4 Artes mágicas y de adivinación.- Astrología, prácticas supersticiosas en los periodos romano y visigodo. Parte II: Prácticas supersticiosas de los aborígenes y alienígenas peninsulares. Vestigios conservados hasta nuestros días.
Antes de reproducir el extracto a que hace mención la entradilla, quisiera escribir algunas palabras sobre Marcelino Menéndez Pelayo y su Historia de los Heterodoxos Españoles.
Esta Historia... es un libro de juventud. Lo empezó a escribir a la edad de 24 años y lo terminó a los 26. La obra, en mi edición, tiene un total de 2.018 páginas y para no extenderme en una crítica propia que ya he hecho en algún otro lugar acerca del pensamiento ultraortodoxo de Menéndez Pelayo, valgan estas palabras de Emilio Castelar que publicó en el Día de Madrid el 21 de marzo de 1882, al poco de publicarse la obra: Los Heterodoxos han salido de la pluma de un historiador escolástico, absolutista e intolerante, de un ortodoxo neto que no sabe volar por los espacios con las alas de la libertad... pero el libro atesora una inmensa erudición; sus noticias no tienen número ni precio... el saber que revelan honrarían de seguro no a un mozo en sus floridos años, sino a una sociedad de benedictinos que se transmitiera en largos periodos de tiempo el vínculo secular de la ciencia.
Los Heterodoxos fueron para mí una de la lecturas más divertidas y, aparte de lo mucho que aprendí, me enseñó dos cosas más: a no confundir la ética con la estética de un creador y a apreciar el esfuerzo de un hombre por escribir con profundidad y honestidad sobre lo que más detesta.
Extractos:
Con ser España el país menos supersticioso de la tierra, pagó su tributo a la humanidad desde los días más remotos de su historia [...]
Comencemos por los vascones, cual lo requiere su mayor antigüedad y diferencia de raza. Ellos, y no los cántabros, tuvieron en la antigüedad fama grande de agoreros. Lampridio, en la vida de Alejandro Severo, atribuye a este emperador suma pericia en la orneoscopia o adivinación por el vuelo de las aves, tanto que se aventajaba a los vascones de España y a los pannonios. [...] en el siglo VI San Armando trabajó para extirparles el error de los augurios, y aún derribó en algunas partes ídolos, dicho sea con perdón de los que suponen a los vascongados monoteístas desde la más remota antigüedad [...]
Pasando ahora de la escualherria a los pueblos de raza céltica, hallamos en gradación descendente las supersticiones: pocas en Cantabria, más en Asturias, muchas en Galicia y Portugal. [...]
Existe en nuestra Montaña la creencia en brujas, pero cada día es menor. La bruja montañesa en nada difiere de las de otros tiempos y países, sobre todos de las vascongadas y riojanas del siglo XVII. Pero aquí conviene dejar la palabra al peregrino ingenio que en dos libros de oro ha descrito las costumbres de la región cántabra. "La bruja montañesa (dice mi buen amigo José María de Pereda) nos es la hechicera, ni la encantadora, ni la adivina; se cree también en estos tres fenómenos pero no se les odia; al contrario, se les respeta y se les consulta, porque, aunque también son familiares del demonio, con frecuencia son benéficas sus artes; dan salud a un enfermo, descubren tesoros ocultos y dicen dónde ha ido a parar una res extraviada o un bolsillo robado. La bruja no da más que disgustos: chupa la sangre a las jóvenes, muerde a sus aborrecidos por las noches, hace mal de ojo a los niños, da maldao a la embarazadas, atiza los incendios, provoca las tronadas, agosta las mieses y enciende la guerra en las familias. Que montada en una escoba va por los aires al aquelarre los sábados a medianoche es la leyenda aceptada por todas las brujas. Las de la Montaña tienen su punto de reunión en Cernécula, pueblo de la provincia de Burgos. Allí se juntan todas las congregadas, alrededor de un espino, bajo la presidencia del diablo en figura de macho cabrío. El vehículo de que se sirve para el viaje es también una escoba; la fuerza misteriosa que la empuja se compone de dos elementos: una untura negra como la pez, que guarda bajo las losas del llar de la cocina, y se da sobre las carnes, y unas palabras que dice después de darse la untura. La receta de ésta es el secreto infernal de la bruja; las palabras que pronuncia son las siguientes:
Sin Dios y sin Santa María
¡por la chimenea arriba!
Redúcese el congreso de Cernécula a mucho bailoteo alrededor del espino, a algunos excesos amorosos del presidente, que por cierto no le acreditan de persona de gusto y, sobre todo, a la exposición de necesidades, cuenta y razón de los hechos y consultas del conclave al cornudo dueño y señor... Si a un labrador se le suelta una noche el ganado en el establo y se acornea, es porque la bruja se ha metido entre las reses, por lo cual al día siguiente llena de cruces pintadas los pesebres; si un perro aúlla junto al cementerio, es la bruja que llama a la sepultura a cierta persona del barrio; si vuela una lechuza alrededor del campanario, es la bruja que va a sorber el aceite de la lámpara o a fulminar sobre el pueblo alguna maldición". [...]
La Cantabria se romanizó mucho, y aún hay indicios para sospechar que la primitiva población fue casi exterminada.
No tanto en Asturias, donde las supersticiones son más exóticas y lejanas del molde clásico, aunque bellas y características. Subsiste por descontado la creencia en brujas y en el mal de ojo, pero se conocen además los siguientes personajes, casi todos de origen céltico: los nuberos, rectores y agentes de las tronadas, que corresponden a los tempestarii de las Galias, citados por San Agobardo y por las Capitulares de Carlomagno; la hueste o buena xente, procesión nocturna de almas en pena, común a todos los pueblos del Norte; los moros encantados, que guardan tesoros, tradición asimismo germánica; el cuélebre o serpiente voladora, encargada de la misma custodia (este mito puede ser clásico y se asemeja al del dragón de Jolcos o al del huerto de las Hespérides); las xanas, ninfas de las fuentes, malignas y traidoras, que roban y encantan niños. Si yo fuera tan sistemático por la derivación clásica como los celtistas por la suya, asentaría de buen grado el parentesco de estas xanas con las ninfas que robaron al niño Hylas, Hylas puer, como se lee en la Argonáutica de Valerio Flaco y en otros poemas antiguos; pero no quiero abusar de las similitudes, y doy de barato a los partidarios de orígenes septentrionales la filiación de nuestras xanas de las ondinas de Germania y de cualquiera otra concepción fantástica que bien les pareciere.
Esta Historia... es un libro de juventud. Lo empezó a escribir a la edad de 24 años y lo terminó a los 26. La obra, en mi edición, tiene un total de 2.018 páginas y para no extenderme en una crítica propia que ya he hecho en algún otro lugar acerca del pensamiento ultraortodoxo de Menéndez Pelayo, valgan estas palabras de Emilio Castelar que publicó en el Día de Madrid el 21 de marzo de 1882, al poco de publicarse la obra: Los Heterodoxos han salido de la pluma de un historiador escolástico, absolutista e intolerante, de un ortodoxo neto que no sabe volar por los espacios con las alas de la libertad... pero el libro atesora una inmensa erudición; sus noticias no tienen número ni precio... el saber que revelan honrarían de seguro no a un mozo en sus floridos años, sino a una sociedad de benedictinos que se transmitiera en largos periodos de tiempo el vínculo secular de la ciencia.
Los Heterodoxos fueron para mí una de la lecturas más divertidas y, aparte de lo mucho que aprendí, me enseñó dos cosas más: a no confundir la ética con la estética de un creador y a apreciar el esfuerzo de un hombre por escribir con profundidad y honestidad sobre lo que más detesta.
Extractos:
Con ser España el país menos supersticioso de la tierra, pagó su tributo a la humanidad desde los días más remotos de su historia [...]
Comencemos por los vascones, cual lo requiere su mayor antigüedad y diferencia de raza. Ellos, y no los cántabros, tuvieron en la antigüedad fama grande de agoreros. Lampridio, en la vida de Alejandro Severo, atribuye a este emperador suma pericia en la orneoscopia o adivinación por el vuelo de las aves, tanto que se aventajaba a los vascones de España y a los pannonios. [...] en el siglo VI San Armando trabajó para extirparles el error de los augurios, y aún derribó en algunas partes ídolos, dicho sea con perdón de los que suponen a los vascongados monoteístas desde la más remota antigüedad [...]
Pasando ahora de la escualherria a los pueblos de raza céltica, hallamos en gradación descendente las supersticiones: pocas en Cantabria, más en Asturias, muchas en Galicia y Portugal. [...]
Existe en nuestra Montaña la creencia en brujas, pero cada día es menor. La bruja montañesa en nada difiere de las de otros tiempos y países, sobre todos de las vascongadas y riojanas del siglo XVII. Pero aquí conviene dejar la palabra al peregrino ingenio que en dos libros de oro ha descrito las costumbres de la región cántabra. "La bruja montañesa (dice mi buen amigo José María de Pereda) nos es la hechicera, ni la encantadora, ni la adivina; se cree también en estos tres fenómenos pero no se les odia; al contrario, se les respeta y se les consulta, porque, aunque también son familiares del demonio, con frecuencia son benéficas sus artes; dan salud a un enfermo, descubren tesoros ocultos y dicen dónde ha ido a parar una res extraviada o un bolsillo robado. La bruja no da más que disgustos: chupa la sangre a las jóvenes, muerde a sus aborrecidos por las noches, hace mal de ojo a los niños, da maldao a la embarazadas, atiza los incendios, provoca las tronadas, agosta las mieses y enciende la guerra en las familias. Que montada en una escoba va por los aires al aquelarre los sábados a medianoche es la leyenda aceptada por todas las brujas. Las de la Montaña tienen su punto de reunión en Cernécula, pueblo de la provincia de Burgos. Allí se juntan todas las congregadas, alrededor de un espino, bajo la presidencia del diablo en figura de macho cabrío. El vehículo de que se sirve para el viaje es también una escoba; la fuerza misteriosa que la empuja se compone de dos elementos: una untura negra como la pez, que guarda bajo las losas del llar de la cocina, y se da sobre las carnes, y unas palabras que dice después de darse la untura. La receta de ésta es el secreto infernal de la bruja; las palabras que pronuncia son las siguientes:
Sin Dios y sin Santa María
¡por la chimenea arriba!
Redúcese el congreso de Cernécula a mucho bailoteo alrededor del espino, a algunos excesos amorosos del presidente, que por cierto no le acreditan de persona de gusto y, sobre todo, a la exposición de necesidades, cuenta y razón de los hechos y consultas del conclave al cornudo dueño y señor... Si a un labrador se le suelta una noche el ganado en el establo y se acornea, es porque la bruja se ha metido entre las reses, por lo cual al día siguiente llena de cruces pintadas los pesebres; si un perro aúlla junto al cementerio, es la bruja que llama a la sepultura a cierta persona del barrio; si vuela una lechuza alrededor del campanario, es la bruja que va a sorber el aceite de la lámpara o a fulminar sobre el pueblo alguna maldición". [...]
La Cantabria se romanizó mucho, y aún hay indicios para sospechar que la primitiva población fue casi exterminada.
No tanto en Asturias, donde las supersticiones son más exóticas y lejanas del molde clásico, aunque bellas y características. Subsiste por descontado la creencia en brujas y en el mal de ojo, pero se conocen además los siguientes personajes, casi todos de origen céltico: los nuberos, rectores y agentes de las tronadas, que corresponden a los tempestarii de las Galias, citados por San Agobardo y por las Capitulares de Carlomagno; la hueste o buena xente, procesión nocturna de almas en pena, común a todos los pueblos del Norte; los moros encantados, que guardan tesoros, tradición asimismo germánica; el cuélebre o serpiente voladora, encargada de la misma custodia (este mito puede ser clásico y se asemeja al del dragón de Jolcos o al del huerto de las Hespérides); las xanas, ninfas de las fuentes, malignas y traidoras, que roban y encantan niños. Si yo fuera tan sistemático por la derivación clásica como los celtistas por la suya, asentaría de buen grado el parentesco de estas xanas con las ninfas que robaron al niño Hylas, Hylas puer, como se lee en la Argonáutica de Valerio Flaco y en otros poemas antiguos; pero no quiero abusar de las similitudes, y doy de barato a los partidarios de orígenes septentrionales la filiación de nuestras xanas de las ondinas de Germania y de cualquiera otra concepción fantástica que bien les pareciere.
He visto el segundo. Se encontraba tras la segunda curva al pasar el puerto; era estable como una roca y fugaz como el suspiro. No he querido detenerme. No he querido asustarme. "Ver un segundo", he pensado. A lo mejor era un segundo convertido en partícula (si es que el segundo es onda). De inmediato lo he olvidado hasta que ha llegado el sueño y se me ha aparecido de nuevo, en la misma curva, en todo su esplendor. Nos hemos mirado y he pensado "¡Cuánto ilumina la luna llena!". El segundo se mantenía quieto y eso me ha producido una gran extrañeza porque los segundos deberían de correr como alma que llevara el diablo. A lo mejor era un segundo perdido que no sabía hacia donde ir. O quizá fuera un segundo suspendido (como cuando se besa y el tiempo se alarga o cuando la clase se hace densa como el Mar Muerto) en la mente de alguien que pasó en ese instante por allí. O quizá fuera el segundo que es excepción de la regla. Es decir un segundo quieto, estable, constante. Durante el tiempo que nos hemos estado haciendo compañía no ha aparecido un alma. Yo esperaba vislumbrar entre los matorrales a un trasgo o a un hada o a un sátiro o a una ninfa de la fuente cercana; esperaba, cómo decirlo, un suceso extraordinario: que se abriera la luna y me mostrara o que el cielo se hiciera de un color lechoso como el final de las manzanas o que los árboles largos en el tiempo susurraran enseñanzas; yo esperaba la aparición o una escalera que me subiera a la octava esfera. Cuando ya daba por hecho que la noche junto al segundo sería pura quietud y a lo lejos se vislumbraba (quizá fuera espejismo) la alborada, lentamente, poco a poco, el segundo se ha puesto a danzar al compás del viento sobre los árboles, las jaras y los matorrales; era una danza con aire judío y mi sorpresa ha ido en aumento cuando sin yo quererlo mis pies me han puesto a bailar en fila con el segundo y juntos, llevados por la música vegetal, hemos bailado más y más, al ritmo creciente de la música, la cual ha llegado hasta el cielo y las constelaciones se han puesto en corro, se han unido sus puntas y han girado, haciendo con su giro girar al cielo entero teniendo como centro el blanco lleno de la luna. Y hemos bailado. Y hemos bailado. Y más. Y más hasta que el segundo ha lanzado un gran grito llamado Ahhhh que me ha lanzado hasta mi cama y me ha dejado cubierto con el edredón, en una posición comodísima y con la certeza de haber bailado con el Alma del Mundo.
Chateau Noir de Cezanne
Como si pudiera hablar en tocario, holandés u occitano
O expresar mi dicha en polaco, yídis o sardo;
Como decir la espuma en ticinés y alma en friulano
o evocar la estepa en lombardo y quejarme en burgundio
y lanzar poemas por mi boca en checo y pronunciar casa en eslovaco
y si quisiera dolerme en guilaquí o sacudirme el nombre del sueño en milio
y aventar la amistad en ingusto mientras recorro el paisaje nombrando cada elemento en laco;
como si pudiera nombrar los números en vepsio
y llegar hasta la médula de mi amor en tulú;
y si pudiera, si pudiera evocar la llama en jantí
y la constelación de geminis en daguro
o escucharte en tera
la narración de un viaje por el país que habla en quefa;
si el hambre se redujera al escuchar los alimentos en masa
o vinieran los duchos en masongo a alardear de cebras;
si pudiera decir sapo en sapo
o merodear por el perfil de las vocales del vai-cono;
¿Cómo se dice esperanza en fangüé?
¿Cómo se reza en quepelés?
¿Cómo se describe el rostro de mi hija en ga?
¿Cómo se espera la muerte en susú?
En chimbunda elevaría cantos,
en diola amasaría el pan,
en toposo contaría la arena,
en malai regaría mi jardín,
en enga jugaría con las olas
y sólo en tiaraití me moriría por ti.
O expresar mi dicha en polaco, yídis o sardo;
Como decir la espuma en ticinés y alma en friulano
o evocar la estepa en lombardo y quejarme en burgundio
y lanzar poemas por mi boca en checo y pronunciar casa en eslovaco
y si quisiera dolerme en guilaquí o sacudirme el nombre del sueño en milio
y aventar la amistad en ingusto mientras recorro el paisaje nombrando cada elemento en laco;
como si pudiera nombrar los números en vepsio
y llegar hasta la médula de mi amor en tulú;
y si pudiera, si pudiera evocar la llama en jantí
y la constelación de geminis en daguro
o escucharte en tera
la narración de un viaje por el país que habla en quefa;
si el hambre se redujera al escuchar los alimentos en masa
o vinieran los duchos en masongo a alardear de cebras;
si pudiera decir sapo en sapo
o merodear por el perfil de las vocales del vai-cono;
¿Cómo se dice esperanza en fangüé?
¿Cómo se reza en quepelés?
¿Cómo se describe el rostro de mi hija en ga?
¿Cómo se espera la muerte en susú?
En chimbunda elevaría cantos,
en diola amasaría el pan,
en toposo contaría la arena,
en malai regaría mi jardín,
en enga jugaría con las olas
y sólo en tiaraití me moriría por ti.
Fotografías en color sepia. Son importantes. Alguien las quiere.
Primer plano de unos pies.
En el giro, en mitad de la madrugada, se colocan de frente La Luna, Las Estrellas, La Tierra, La Fecundación, La Vida, La Muerte, La Comida, La Defecación, La Respiración, La Sangre, La Naturaleza, Las Letras y Las Cifras.
Hay una clave: hay que romper las defensas (o no hay que fiarse de ellas).
Cuando se dice con nombres y apellidos las causas de las tragedias, queda en el aire un regusto de lucha, de enfrentarse, de levantar alardes, de lanzarse contra ellos.
Urdir el argumento sin caer en el tópico.
Seguir adelante.
No me dejaré seducir por los alambres de espinos y si los tanques me atacan por el flanco fiaré al bosque la defensa.
¡Ah, sí: el dictador Duvalier ha vuelto a Haití! Tras él una muchacha sonríe.
Imagina al soldado -reclutado como en las antiguas levas cuando los señores feudales mandaban a sus esbirros casa por casa, granja por granja, y se llevaban, a rastras si era preciso, a los varones en edad de morir- en la trinchera, en pleno invierno, cubierto de frío (el frío del miedo, el frío del ambiente, el frío de su pensamiento).
Lejos, en un búnker, con escuadra, cartabón y compás los jefes preven los movimientos de las tropas sobre un mapa.
El mapa no es el territorio.
¿Es necesario que una niña de doce años conozca la crueldad de su especie?
Primer plano de unos pies.
En el giro, en mitad de la madrugada, se colocan de frente La Luna, Las Estrellas, La Tierra, La Fecundación, La Vida, La Muerte, La Comida, La Defecación, La Respiración, La Sangre, La Naturaleza, Las Letras y Las Cifras.
Hay una clave: hay que romper las defensas (o no hay que fiarse de ellas).
Cuando se dice con nombres y apellidos las causas de las tragedias, queda en el aire un regusto de lucha, de enfrentarse, de levantar alardes, de lanzarse contra ellos.
Urdir el argumento sin caer en el tópico.
Seguir adelante.
No me dejaré seducir por los alambres de espinos y si los tanques me atacan por el flanco fiaré al bosque la defensa.
¡Ah, sí: el dictador Duvalier ha vuelto a Haití! Tras él una muchacha sonríe.
Imagina al soldado -reclutado como en las antiguas levas cuando los señores feudales mandaban a sus esbirros casa por casa, granja por granja, y se llevaban, a rastras si era preciso, a los varones en edad de morir- en la trinchera, en pleno invierno, cubierto de frío (el frío del miedo, el frío del ambiente, el frío de su pensamiento).
Lejos, en un búnker, con escuadra, cartabón y compás los jefes preven los movimientos de las tropas sobre un mapa.
El mapa no es el territorio.
¿Es necesario que una niña de doce años conozca la crueldad de su especie?
Xoan Cejudo
Hace muchos, muchos años, caminábamos muy borrachos Juan Cejudo y yo por las calles de Madrid. Hacía mucho tiempo que no nos veíamos. En un momento yo cogí la mano de Juan y se la besé y mientras lloraba, le daba las gracias por haber sido mi maestro. Juan, indignado, quitó la mano y exclamó, Nunca beses la mano de un hombre. No seas gilipollas. Venga, suénate esos mocos.
Juan Cejudo es un actor maravilloso y un pedagogo a la altura de Gianni Rodari. Nos conocimos gracias a mi primera mujer, Naya González, actriz y gran persona. Cuando nos fuimos a vivir juntos ella tenía veintiocho años y yo veintitrés. Al poco conocí a Juan -que era muy amigo de Naya- y junto a él y al director y titiritero Luis Carreño comencé a escribir mi primera obra de teatro larga. Se llamaba Me persigue un misil. Los protagonistas eran Naya y Juan. Aquello acabó como el rosario de la aurora pero Juan y yo continuamos con nuestra amistad. Al poco tiempo se me ocurrió mi primer programa de radio y conseguí gracias a Miguel Gato -y a Naya que era su amiga y fue quien me lo presentó- que en aquellos momentos era director de la recién inaugurada Onda Madrid, hacer el programa piloto.
La tarde anterior llamé a Juan por si me echaba una mano en los últimos retoques al guión. El programa se llama Sinalámbrico y consistía en dramatizar la historia de la radio en España desde el año 1924 hasta nuestros días. Para ello había pensado en contar con actores, efectos de sonido y música. Porque la idea era que el programa fuera una recreación, en directo, de todos aquellos años. Juan vino, lo leyó, me miró y me dijo: La idea es muy interesante pero la forma en que lo cuentas es un puto coñazo. Yo me quedé desolado y Juan, tras una pausa bien dramática, continuó: ¿Te apetece aprender a jugar? Y entonces me di cuenta de que yo no había jugado en mi vida y le respondí que sí, que cómo no iba a querer aprender. Juan y yo estuvimos hasta la siete de la mañana rehaciendo el guión y aquellas 12 horas fueron para mí la mayor lección que me han dado jamás y no tanto por lo que aprendí sino por la generosidad de quien me abrió ese mundo. Nada se quedó para sí. Todo me lo dio. Hicimos el programa piloto sin haber dormido (él y Naya trabajaron como actores) y un mes después empezamos a emitirlo por Onda Madrid. Llegamos hasta el año 1934.
No he vuelto a tener maestro más generoso, más hermoso, más maestro. Gracias, Juan (sin besarte la mano), te recuerdo siempre y te agradezco siempre tu sabiduría.
Juan Cejudo es un actor maravilloso y un pedagogo a la altura de Gianni Rodari. Nos conocimos gracias a mi primera mujer, Naya González, actriz y gran persona. Cuando nos fuimos a vivir juntos ella tenía veintiocho años y yo veintitrés. Al poco conocí a Juan -que era muy amigo de Naya- y junto a él y al director y titiritero Luis Carreño comencé a escribir mi primera obra de teatro larga. Se llamaba Me persigue un misil. Los protagonistas eran Naya y Juan. Aquello acabó como el rosario de la aurora pero Juan y yo continuamos con nuestra amistad. Al poco tiempo se me ocurrió mi primer programa de radio y conseguí gracias a Miguel Gato -y a Naya que era su amiga y fue quien me lo presentó- que en aquellos momentos era director de la recién inaugurada Onda Madrid, hacer el programa piloto.
La tarde anterior llamé a Juan por si me echaba una mano en los últimos retoques al guión. El programa se llama Sinalámbrico y consistía en dramatizar la historia de la radio en España desde el año 1924 hasta nuestros días. Para ello había pensado en contar con actores, efectos de sonido y música. Porque la idea era que el programa fuera una recreación, en directo, de todos aquellos años. Juan vino, lo leyó, me miró y me dijo: La idea es muy interesante pero la forma en que lo cuentas es un puto coñazo. Yo me quedé desolado y Juan, tras una pausa bien dramática, continuó: ¿Te apetece aprender a jugar? Y entonces me di cuenta de que yo no había jugado en mi vida y le respondí que sí, que cómo no iba a querer aprender. Juan y yo estuvimos hasta la siete de la mañana rehaciendo el guión y aquellas 12 horas fueron para mí la mayor lección que me han dado jamás y no tanto por lo que aprendí sino por la generosidad de quien me abrió ese mundo. Nada se quedó para sí. Todo me lo dio. Hicimos el programa piloto sin haber dormido (él y Naya trabajaron como actores) y un mes después empezamos a emitirlo por Onda Madrid. Llegamos hasta el año 1934.
No he vuelto a tener maestro más generoso, más hermoso, más maestro. Gracias, Juan (sin besarte la mano), te recuerdo siempre y te agradezco siempre tu sabiduría.
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Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 22/01/2011 a las 19:21 | {0}