A propósito de Un trozo invisible de este mundo
La obra de teatro es inmensa. Como todo arte a partir del siglo XX, cualquier tipo de poética obtiene de inmediato su antitésis (o antipoiesis). El siglo XX -el gran destructor de escuelas, modos y preceptos- abre la mano para que cualquier situación en la que un hombre esté en un escenario y otro sentado mirándole (Peter Brook) se convierta en un hecho teatral.
Siendo como soy uno de los últimos, a veces siento como si un nombre abarcara conceptos que no le son propios. Por ejemplo: si un grupo de personas con instrumentos musicales se pone a tocar los instrumentos sin ningún tipo de acuerdo, considero que lo que surge no es música sino un mundo sonoro, espacios sonoros, con el valor propio de la construcción de ese espacio; es decir: no me parece más valioso el hacer música que el hacer espacios sonoros; de la misma manera si dos actores se ven en el centro de un escenario, rodeados por un público, las luces de sala se apagan y se ilumina de foma estudiada el escenario y uno de los actores empieza a hablar de lo que le ocurrió hace veinte años o de lo que piensa acerca del racismo sin que eso tenga incidencia alguna sobre el escenario y su presente, no lo considero teatro, lo considero un discurso hermosamente (o no) iluminado y como discurso más o menos interesante y brillante. Lo que no restaría un ápice de interés al discurso. Pero si ese discurso es denominado pieza teatral y además resulta que a ese texto se le otorga el máximo premio de las artes escénicas españolas, el premio Max a la autoría revelación, entonces, digo, me siento un tanto perplejo porque no alcanzo a ver el valor teatral del texto y entonces surge la cuestión con la que empezaba: ¿Cómo definimos y por lo tanto acotamos la extensión de un término? ¿Cuál sería la condición sine qua non un texto es o no teatral? y ¿cuándo un actor en un escenario -sea lo que sea eso actor y eso escenario- observado por un público -sea lo que sea eso público- trasciende la línea en la que el observador y lo observado se convierten en teatro?
Y por no dejar sin respuestas estas preguntas yo contestaría: un texto es teatral cuando por medio de una situación promueve a una acción de la que se infiere un sub-texto. Un espacio con actor y público se convierte en teatro cuando la realidad de lo que se está viviendo (el espacio tiempo de ambos) desaparece y surge una realidad que no es real y que es vivida por ambos.
Y así un monólogo actual, en los que un cómico cuenta lo que le hacía su madre en la playa cuando tenía ocho años, no es teatro, es un actor contando un cuento, es literatura oral si se quiere, es la vuelta a los rapsodas, lo que -incido sobre ello- no resta un ápice de valor o genialidad al monólogo en sí; no resta nada el que no sea teatral, sencillamente no lo es porque es un actor contando, no un actor interpretando a un personaje que cuenta una historia que tiene sentido para entender la gran historia -la obra teatral completa- en la que está inmerso; de la misma forma un actor que dice llamarse Turco si sólo me narra un trayecto de su vida, sin más intención que narrármelo y eso no conlleva cambio ni acción alguna, digamos que entonces sólo hace la contaduría de una situación pero no el proceso que le ha llevado a contarlo en ese momento, justo ese día y en ese lugar. Y el teatro tiene como materia prima la conjunción de los sucesos más los procesos (sean cuales sean éstos y aquéllos).
No deberíamos temer lo que es y mucho menos lo que no es.
Siendo como soy uno de los últimos, a veces siento como si un nombre abarcara conceptos que no le son propios. Por ejemplo: si un grupo de personas con instrumentos musicales se pone a tocar los instrumentos sin ningún tipo de acuerdo, considero que lo que surge no es música sino un mundo sonoro, espacios sonoros, con el valor propio de la construcción de ese espacio; es decir: no me parece más valioso el hacer música que el hacer espacios sonoros; de la misma manera si dos actores se ven en el centro de un escenario, rodeados por un público, las luces de sala se apagan y se ilumina de foma estudiada el escenario y uno de los actores empieza a hablar de lo que le ocurrió hace veinte años o de lo que piensa acerca del racismo sin que eso tenga incidencia alguna sobre el escenario y su presente, no lo considero teatro, lo considero un discurso hermosamente (o no) iluminado y como discurso más o menos interesante y brillante. Lo que no restaría un ápice de interés al discurso. Pero si ese discurso es denominado pieza teatral y además resulta que a ese texto se le otorga el máximo premio de las artes escénicas españolas, el premio Max a la autoría revelación, entonces, digo, me siento un tanto perplejo porque no alcanzo a ver el valor teatral del texto y entonces surge la cuestión con la que empezaba: ¿Cómo definimos y por lo tanto acotamos la extensión de un término? ¿Cuál sería la condición sine qua non un texto es o no teatral? y ¿cuándo un actor en un escenario -sea lo que sea eso actor y eso escenario- observado por un público -sea lo que sea eso público- trasciende la línea en la que el observador y lo observado se convierten en teatro?
Y por no dejar sin respuestas estas preguntas yo contestaría: un texto es teatral cuando por medio de una situación promueve a una acción de la que se infiere un sub-texto. Un espacio con actor y público se convierte en teatro cuando la realidad de lo que se está viviendo (el espacio tiempo de ambos) desaparece y surge una realidad que no es real y que es vivida por ambos.
Y así un monólogo actual, en los que un cómico cuenta lo que le hacía su madre en la playa cuando tenía ocho años, no es teatro, es un actor contando un cuento, es literatura oral si se quiere, es la vuelta a los rapsodas, lo que -incido sobre ello- no resta un ápice de valor o genialidad al monólogo en sí; no resta nada el que no sea teatral, sencillamente no lo es porque es un actor contando, no un actor interpretando a un personaje que cuenta una historia que tiene sentido para entender la gran historia -la obra teatral completa- en la que está inmerso; de la misma forma un actor que dice llamarse Turco si sólo me narra un trayecto de su vida, sin más intención que narrármelo y eso no conlleva cambio ni acción alguna, digamos que entonces sólo hace la contaduría de una situación pero no el proceso que le ha llevado a contarlo en ese momento, justo ese día y en ese lugar. Y el teatro tiene como materia prima la conjunción de los sucesos más los procesos (sean cuales sean éstos y aquéllos).
No deberíamos temer lo que es y mucho menos lo que no es.
Tú sabes cuántas veces ha escrito la palabra aire y cuántas razones alberga para ello. Ha estado solícitamente recorriendo línea a línea, página tras página, y no ha encontrado, en varias ocasiones, la palabra aire donde hubiera debido estar; tampoco había en esa posición un espacio en blanco de cuatro letras sino que la palabra aire había sido sustitutida por otras palabras: agua, vela, coño, leve, malo, soez, tale, alba, otro, masa, amar, doler, sisa, alta, mano, luna, teta, sana, caña, ceño, cima, sima, solo, alto, cómo, olmo, mola, miro, orbe... Tú sabes su debilidad, el temblor de sus manos cuando llega la noche y la risa que sabe ejercer su dominio; tú sabes de él la improvisación de su mirada y la latencia de un querer amar que excede con mucho la conversación de madrugada. Tú sabes cuánto tendrá que buscar si quiere saber cuántos aires han cambiado de sentido y sabes la paciencia de la que tendrá que hacer gala las noches de los meses venideros y lo mucho que se alterará cuando encuentre palabras nuevas como alza, casi, mula, lana, nana, bala, anal, lino, uñas, velo, hola, vais, seda, boca, beso, lodo, modo, unas. Y sabes, ¡ay, cómo lo sabes! su tendencia al giro, su lentitud, su poco tino para darse cuenta del matiz, así él seguirá buscando aires y encontrará silo, mole, cero, poco, lote, asir, vals, taza, pato, ocre. Por eso te ruego que aceptes su empeño en devorar el aire que ya no esté, en devolver la frase hasta que encontró el lino a su sentido primero hasta que encontró el aire o aquella otra, que tanta turbación le produjo; te ruego que lo ampares y aunque sea de lejos impidas que un aire tuyo se convierta en saña o que se deje vencer al fin, en el penúltimo archivador, ante las últimas doscientas venticuatro mil veinte líneas y se quede agazapado, a la espera del alba, frente al jardín con seto con aire de baba.
Cuando pasee este verano por el sendero seguro que sentiré en algún momento la memoria y que me está venciendo el olvido.
Si llega el verano buscaré en estos dedos y en estos días el alivio necesario para tragar saliva.
El orden del universo me deja frío y los adioses telefónicos no me suelen gustar, me parecen cobardes. Recuerdo a una amiga a la que una vez abandonaron, en una relación sentimental, por teléfono y se dolía de que hubiera sido así; poco tiempo después oí que esta misma mujer había dejado a su nuevo amante por teléfono. Nos suele disgustar de los otros lo que nos disgusta de nosotros mismos.
Cuando pasee este verano, volveré a pensar en el invierno y pensaré en una tarde de enero en la que fui feliz y me sentía tranquilo.
Arriesgarse es la palabra.
Vivir y amar es la clave. Y si no se sabe vivir y si no se sabe amar, intentar aprender -si es que es posible- tales acciones y como para aprenderlas sólo nos queda realizarlas, habrá que intentar vivir mucho y habrá que intentar amar mucho. Y escribo amar cuando en realidad estoy hablando de una idea, o de un ideal que es, para mi gusto, uno de los mayores errores y el más elegante que nos legaron los griegos y de entre todos ellos Platón.
Si llega el verano buscaré en estos dedos y en estos días el alivio necesario para tragar saliva.
El orden del universo me deja frío y los adioses telefónicos no me suelen gustar, me parecen cobardes. Recuerdo a una amiga a la que una vez abandonaron, en una relación sentimental, por teléfono y se dolía de que hubiera sido así; poco tiempo después oí que esta misma mujer había dejado a su nuevo amante por teléfono. Nos suele disgustar de los otros lo que nos disgusta de nosotros mismos.
Cuando pasee este verano, volveré a pensar en el invierno y pensaré en una tarde de enero en la que fui feliz y me sentía tranquilo.
Arriesgarse es la palabra.
Vivir y amar es la clave. Y si no se sabe vivir y si no se sabe amar, intentar aprender -si es que es posible- tales acciones y como para aprenderlas sólo nos queda realizarlas, habrá que intentar vivir mucho y habrá que intentar amar mucho. Y escribo amar cuando en realidad estoy hablando de una idea, o de un ideal que es, para mi gusto, uno de los mayores errores y el más elegante que nos legaron los griegos y de entre todos ellos Platón.
Es larga y ancha la llanura sólo que la rama del único árbol no lo sabe; a lo lejos (de esa observadora que no sabe que observa) las turbulencias del aire, las diferencias que se crean entre lo frío y lo caliente forman el germen del tornado, cuanta más diferencia de presión más violento será. Mientras, cerca de la rama del único árbol, la hierba se peina, el saltamontes no encuentra la cima, el gorrión alza el vuelo una vez más, la lombriz desentraña los misterios de la tierra, la raíz hurga, la hoja a punto de caer ha aguantado el penúltimo embate de un aire, los terrones de tierra seca se desmenuzan como cuentas de un rosario y el sol se eleva con esa apariencia de emperador que enmascara su realidad de enano; la llanura ancha y larga está vacía, ningún sentimiento reconocible la está recorriendo en este momento, ni se escucha cómo remotamente las pisadas de un ejército en formación se acercan, ni hay una carretera cercana, ni una estación de repostaje, ni las aspas de un helicóptero por medio del efecto Doppler se van agudizando y mucho menos se atisba la posibilidad de oleaje o regato; no hay agua en la llanura ancha y larga, quizá, invisible para la rama, aguas freáticas alimenten su ser, pero así a simple vista de rama de único árbol, ni gota de agua; la turbulencia del horizonte se va conformando, pronto las corrientes se unirán y crearán una masa de polvo y aire que comenzará a viajar por la llanura y, según las pasión de las presiones, producirá la devastación a su paso o, quizá menos, sea un alegre vendaval en un día rutinario.
Te voy a contar un secreto:
me araña el alma la carne
Te voy a contar un secreto:
la tarde
Te voy a contar un secreto:
era un hombre caminando con el violonchelo a la espalda por un paisaje de primavera y parecía que acababa de escampar
Te voy a contar un secreto:
nunca me pierdo desde que, en la alta infancia, me perdí una vez y para siempre
Te voy a contar un secreto:
tengo aspiraciones
Te voy a contar un secreto:
me dan miedo los despachos
Te voy a contar un secreto:
cuando la música queda en alto, sostenida en la dominante, cojo la manta y me envuelvo en ella
Te voy a contar un secreto:
anhelé la simetría
Te voy a contar un secreto:
he echado cuentas con un rotulador verde y entre los números ha nacido la idea de que la luz no la da la bombilla sino la forma de la lámpara
Te voy a contar un secreto:
he vuelto a ver Fresas salvajes
Te voy a contar un secreto:
me gusta estar en movimiento
Te voy a contar un secreto:
jamás he tenido el complejo de Acteón
Te voy a contar un secreto:
he visto en la pintura de Hopper esa soledad de las cosas que no necesita a nadie
Te voy a contar un secreto:
en el cuadro que va a acompañar este poema que no es un poema voy a poner un pie de página que diga: Modelo a contraluz cuando en realidad el título del cuadro es Le cabinet de toilette au canapé rose (Nu a contre-jour)
Te voy a contar un secreto:
echo de menos
Te voy a contar un secreto:
Soy Hugo soy Camila soy Marianela soy Natalia soy Lucas soy Edvard
Te voy a contar un secreto:
las flemas son verdes y el otro día creí ver un puntito rojo, apenas nada
Te voy a contar un secreto:
es cierto que paso más tiempo bajo el chorro caliente del agua
Te voy a contar un secreto:
escucho risas de una niña y el mecanismo oxidado de un columpio
Te voy a contar un secreto:
se mantiene la imagen
Te voy a contar un secreto:
me araña el alma la carne
Te voy a contar un secreto:
la tarde
Te voy a contar un secreto:
era un hombre caminando con el violonchelo a la espalda por un paisaje de primavera y parecía que acababa de escampar
Te voy a contar un secreto:
nunca me pierdo desde que, en la alta infancia, me perdí una vez y para siempre
Te voy a contar un secreto:
tengo aspiraciones
Te voy a contar un secreto:
me dan miedo los despachos
Te voy a contar un secreto:
cuando la música queda en alto, sostenida en la dominante, cojo la manta y me envuelvo en ella
Te voy a contar un secreto:
anhelé la simetría
Te voy a contar un secreto:
he echado cuentas con un rotulador verde y entre los números ha nacido la idea de que la luz no la da la bombilla sino la forma de la lámpara
Te voy a contar un secreto:
he vuelto a ver Fresas salvajes
Te voy a contar un secreto:
me gusta estar en movimiento
Te voy a contar un secreto:
jamás he tenido el complejo de Acteón
Te voy a contar un secreto:
he visto en la pintura de Hopper esa soledad de las cosas que no necesita a nadie
Te voy a contar un secreto:
en el cuadro que va a acompañar este poema que no es un poema voy a poner un pie de página que diga: Modelo a contraluz cuando en realidad el título del cuadro es Le cabinet de toilette au canapé rose (Nu a contre-jour)
Te voy a contar un secreto:
echo de menos
Te voy a contar un secreto:
Soy Hugo soy Camila soy Marianela soy Natalia soy Lucas soy Edvard
Te voy a contar un secreto:
las flemas son verdes y el otro día creí ver un puntito rojo, apenas nada
Te voy a contar un secreto:
es cierto que paso más tiempo bajo el chorro caliente del agua
Te voy a contar un secreto:
escucho risas de una niña y el mecanismo oxidado de un columpio
Te voy a contar un secreto:
se mantiene la imagen
Te voy a contar un secreto:
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Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 13/06/2014 a las 10:16 | {0}