Inventario

Revista literaria y artística escrita y dirigida por Fernando Loygorri
Porque nací en las grandes ciudades de occidente
he olvidado el brillo de los automóviles en los asfaltos mojados
y apenas siento el rugir de las antenas, ni entiendo que los cláxones sugieran un destino
Porque nací (aunque hubiera nacido en un granero hacia el tiempo en el que las ciudades desaparecieron o cuando tan sólo se construían túmulos para dioses o héroes como el de New Grange) abogo por la vida como es y no como debiera ser
Porque nací en las grandes ciudades de occidente me sostiene el contrabajo
como ocurre en la llamada música jazz
y cuando camino por un sendero bajo un cielo cubierto y en enero
siento que vivir merecía el esfuerzo por llegar a
la tierra mojada, la carrera del perro, el sonido de la lluvia en los árboles, un murmullo de viento y la desconcertante sensación de que todo aquello por lo que un día luché se resume en ese hecho: caminar bajo la lluvia en invierno
Porque nací en las grandes ciudades de occidente el café caliente
Porque nací en las grandes ciudades de occidente mirarte a los ojos y expresar deseo
Porque nací (aunque hubiera sido entonces cuando apenas nos erguíamos y la sabana se empezaba a volver insoportable) huelo el aire y me duele el pulmón izquierdo
Hay en esta pendiente cuesta abajo -suave aún- un bienestar
y cuando leo a una mujer diciendo que la vida pasa rápido, no la creo, sé que es un tópico
La vida mientras pasa no tiene velocidad ninguna
Sólo una vez que ha pasado le otorgamos una medida que en nada le atañe
(el pasado siempre es rápido, es una necesidad del cerebro)
Porque nací en las grandes ciudades de occidente he dejado el anillo sobre el bureau
y me calma saber que soy capaz de escuchar la luna en el musgo y el canto del pez

Narrativa

Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 04/01/2016 a las 18:48 | Comentarios {4}


...
Escoba
cierta túnica que contiene y encierra
...
Esclirótica
lo casi curado, purificado de la peste
...
Desapego
el premio o galardón que se da por el trabajo
...
Justa
acomodarse a los dictámenes de otros
...
Talón
el que peina
...
Pernigón
hilo demasiado fino para aguantar la vuelta violenta que hace el ciervo
...
Que
callar la caca
...
Comitiva
don Ricardo Le Preux: Doctrina de sangradores
...
Historia
cosa que se pega y comunica por el contacto
...
Calamar
ensoberbecer, ocasionar hinchazón y orgullo, infundir arrogacia, generar vanidad
...
 

Composición

Tags : Fragmento Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 29/12/2015 a las 14:34 | Comentarios {0}








...
Ardí ósculo vierte vierte
Ósculo ardí vierte ardí vierte os ar ver
Vi er te Os lo Cu os Ardí verter verter verter
Di vierte ra ósculo diar Idra
Ardí ósculo vierte vierte
Ver ar os vierte ardí verte ardí Ósculo
verter verter verter Ardí os Cu lo Os te er Vi
Idra diar ósculo ra vierte Di
vierte vierte ósculo Ardí                          ...



 

Composición

Tags : Fragmento Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 28/12/2015 a las 19:58 | Comentarios {0}


No tendría sentido recurrir al discurso largo
El tiempo se pasea mansamente y deja que las cuitas de los hombres se enreden en sí mismas hasta agotar unas fuerzas extrañas a la condición de la Tierra
A veces me pregunto: ¿Puede el arte hacer arte de algo que no esté relacionado con los hombres? Ni siquiera lejanamente
A veces me pregunto: ¿Todo este orden que se nos repite con insistencia en todo ámbito, no tiene por fin tejer el velo que nos impida ver la verdad? Porque la verdad sería aterradora –nos dejaría sin tierra-
Entonces acudo a un concierto de música libre justo un día antes de nochebuena (esa noche extraña, ambigua como nuestra especie que aún no se ha definido en nada ni parece que tenga visos de hacerlo. Tengo la impresión de que, cuando llegue el fin de nuestro universo, entre las esencias abortadas nosotros seremos una de ellas [no así la rosa, no así la escolopendra, no así la mies]). Tengo esa impresión desolada mientras abogo por esta conciencia y no dejo de esforzarme día tras día –y hasta cierto punto- en aprender algo más, en sentir la libertad en estas cárceles cuyos carceleros son más inmensos que los Gigantes, más fuertes que Hércules, más astutos que Odiseo, más sutiles que la Gorgona. No pretendo una desolación de la quimera. No busco al intelectual “necesariamente” pesimista. No busco el aplauso. Busco ya ahora lugares de placer, nalgas enrojecidas, gemidos cuando ha caído la noche, el favor del amigo y el favor al amigo, el manjar a la hora justa, el beso de la mujer que amo en mi boca. Eso busco hasta que siento la necesidad de contar y buceo en autores tan elevados, tan cultos, tan extremos que al llegar a la sala de conciertos (que no es un sala de conciertos es una cave en la plaza Tirso de Molina de Madrid) todo ese peso sigue en mí y se irá perdiendo cuando empiece a escuchar la música de insectos y me deje llevar por la ligereza de los sonidos inocentes, entremezclados, como si fuera martes y ese concierto buscara como público a cucarachas, mosquitos, arañas, escorpiones, abejas, zánganos, hormigas, escarabajos, tijeretas, moscas, abejorros, moscardones, pulgas, chinches, termitas, jejenes, hermosos todos, sentados todos, escuchando todos, sin crítica todos, en una noche previa, en una ciudad previa, justo antes de morir el Mundo, enterrados bajo un montón de orden, ordenancista especie que busca de vez en cuando lugares donde se ilumine no la esencia –la cual desconozco- sino una presencia en nuestra genética, una especie de virus –los innumerables zombies de la existencia del Dasein- que en ocasiones se despereza y se replica con nuestro ARN ordenancista para poder mostrar ese desorden, esa “desinquietud” de las formas, un alejamiento de las supertribus, una entrañable broma a la gran Oración. Sin dogma. Sin enseñanza. Sin acólitos. Un mástil de guitarra. Una guitarra tocada como si fuera masa de pizza. Una percusión que se aleja del continente África y se mantiene cerca como si dijéramos en el archipiélago de Cabo Verde. Un teclado sin teclas. Mil sonidos sin instrumento. Quince. Veinte. En esta noche de luna llena, en estas soledades con jardín, en una cocina tan grande que no puedo evitar irme hasta el Peqod y descubrir de nuevo el ámbar gris, sin locura ninguna, sin tendencia ninguna, sabiendo que la matriz del mundo se quedará en su más desconocida dimensión (aunque sepa sin la más mínima duda que la vida acaba en el instante mismo de estar muerto y que la única muerte que no viviremos será la nuestra –como tan bien comenta Derrida-). Ayer fue hermoso. Los sonidos duran el mundo. Luego las aceras estaban húmedas y tuve que hacerme daño en un pie y atravesar una hondonada por una carretera peligrosa, llena de curvas lentas y grandes depresiones donde las almas parecen haberse escondido y puede resultar en cualquier instante la aparición de un ciervo o una rata o un oso o un tanque aunque en realidad nada aparezca y tan sólo haya que mantenerse muy atento a las grandes piedras, las conformaciones de los límites, el no dejarse llevar por la rutina y esperar con la paciencia de una sirena -alejada de cualquier ruta comercial- que termine el camino serpenteante y nazca la carretera recta, tan inocente como la anterior, sin más razón de ser que llevar a alguna parte.

Ensayo

Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 24/12/2015 a las 22:06 | Comentarios {0}


Texto escrito por Isaac Alexander en la ciudad de Caen en marzo de 1940


Documento 2º de los Archivos
No hay en la noche del mundo la más mínima sospecha del día. Unos más de los seres vivos y móviles se encuentran atrapados entre dos tormentas. Si ya tuvieran la palabra habrían dedicado, a esas lluvias que se cruzan y se pelean, una dedicatoria por ver si de esa manera amainan en su batalla, endulzan la noche con el silencio desde el cielo. Siempre oscuro el mundo es un prólogo del mundo y esos dos seres de una misma especie (ahora no son nada. Ahora no son ni especie. Tampoco cuando se decida un grupo vivo a la manía de clasificar serán realmente especie. Tan sólo lo serán por el afán de orden de este grupo no porque haya un orden en sí) andan a cientos de miles de años de que otros de entre ellos a los que se clasificará como poetas y juglares, pasen su tiempo creando historias de los tiempos oscuros cuando el mundo era siempre siervo de la luna; decimos entonces nosotros -los que clasificamos, los que nos denominamos poetas o juglares- que esta pareja que vive entre dos tormentas en el tiempo oscuro que duró milenios no entiende que llegue un día en que su especie –sus semejantes- hablen, no pueden vislumbrar siquiera el pensamiento y menos aún que alguien llegue a la conclusión de que el habla es anterior al pensamiento (ni habla, ni pensamiento, ni conclusión); esta pareja se ha juntado porque en su encuentro en la noche se han sentido semejantes excepto por los atributos que darán en que a uno se le llame él y al otro ella; esta pareja se ha juntado con el temor a una batalla entre árboles y con el recelo que se ha de tener a los animales de colmillos afilados como el perro y la salivación que produce el corzo –no diremos más que todas estas palabras que conforman la cosa árbol, perro o corzo no caben en la mente de estos dos elementos él/ella que se sienten diferentes por afinidad o temor de árbol, perro o corzo- o la extrañeza que surge cuando atraviesa el cielo un avefría. Estos seres pálidos, sin pelos ni plumas, sujetos a las inclemencias del tiempo quisieran –seguro- idear una protectora, quisieran explicarse la necesidad infecunda de la noche, llamar Diosa y Blanca –por ejemplo- a esa constancia de la oscuridad y a ese círculo blanco que pende sobre ellos sin llegar nunca a desaparecer; esos dos seres quisieran (aunque no lo sepan, ni lo sepan las siguientes dos mil generaciones) ponerse nombres, nombres que los diferencien, nombres que los hagan únicos y al mismo tiempo quisieran saberse también complementarios y construir. También construir. Mucho estamos adelantando porque ahora Él y Ella se resguardan en una gruta de la furia de las dos tormentas que luchan con vientos y ráfagas furiosas de granizo, con descargas eléctricas y tenebrosos y aterradores retumbos de los cielos y cuando el techo de una colosal montaña los protege y la oscuridad se hace aún mayor una mezcla de temblores –temblor de terror, temblor de frío, temblor de premonición, temblor de hambre, temblor de negritud hondísima en la profundidad de la gruta- los junta y sus miembros superiores rodean el torso del otro y tan sólo ese gesto provoca al unísono, en ambos especímenes -de una especie que como tal será denominada millones de años más tarde- una calma que atravesará los siglos, los océanos del tiempo y cuando surja el habla se contará como acertijo y será una de las llaves del descubrimiento o del número grandísimo del loto e incluso esa calma llena de ardor provocará herejías entre los que crearon el orden. Ellos nada saben del futuro. En su presente oscuro, bajo la presencia azulina del astro blanco, protegidos bajo la bóveda de una montaña, abrazados, la lucha de dos tormentas pierde parte de su brío y algo que se podría decir intimidad nace en ellos, los acoge, los acuna y les permite -por primera vez en muchas noches- dormir.

Narrativa

Tags : Escritos de Isaac Alexander Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 19/12/2015 a las 22:45 | Comentarios {0}


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