La voz y las imágenes de una disección.
También una sórdida historia que sale en las televisiones, insistente, en su sordidez. Ahora, en España, hay unos delincuentes a los que se les llama monstruos. No sé, no sé por qué ésos precisamente, debe de ser quizá por la mezcla entre lo largo de crimen y una cuestión sexual. Sí, salen mucho.
Hoy he escrito poco, lo he intentado en varias ocasiones, he tenido la intención. No, no me arrepiento. Me viene a la cabeza. Luego se olvida como tantas cosas.
He tenido ganas de utilizar mi pasaporte. Salir de la ciudad. Salir del país. Ir a Caen. Mirar la lluvia.
Ahora es de madrugada. Muy cerca aún de la medianoche y escucho a Jane Monhei, es la primera vez que la escucho en toda mi vida.
Así, dando rodeos, se divaga mejor.
Hace un rato me ha dado un golpe de calor, quizás esto haya sido emocionante.
La voz. La voz.
Navegaba. La mar estaba en la calma. No echaba de menos nada. Sabía que al día siguiente se entregaría. Pagaría su crimen. Sí, estaba dispuesta. Se sentó en la butaca de mimbre y se sirvió un trago de vino, blanco ambarino, muy frío. El cadáver de su marido estaba tendido en el suelo; se le había quedado en la comisura de los labios una mueca antipática y su mano había adquirido una postura antinatural. La vela, fuera, a fuerza de viento, hacía avanzar el barco; la quilla abría el agua y el agua chocaba, mansamente, contra el casco. Se entregaría, sí, eso pensaba hacer, ¿qué si no? ¿huir? ¿deshacerse del cadáver? ¿inventar una historia sencilla? ¿un golpe de mar? Siempre, se dijo, quedará una mancha de sangre. Y un poco más tarde ¿cuántos crímenes no son descubiertos?
Hay películas que veo varias veces. No son buenas. Pero las veo. Más tarde pienso la pérdida de tiempo. Tan sólo un momento. Solo. En la habitación, con un aire que corre por mis piernas. Ahora me haré un peta y seguiré escribiendo. Así es la noche cuando se escribe y acompaña Duke Ellington al piano. En el salón Pedro ve una película sobre la batalla de Waterloo, comerciantes y familias nobles inglesas. Me resulta anacrónico que la Revolución Francesa deviniera en Napoleón. Siempre he sentido que hubo en ese momento un salto espacio-temporal que ningún historiador ha sido capaz de captar. Quizá necesitara consultar a un físico teórico ¿Podría ser?
Hay días en que me gusta la buhardilla tan elegante en la que vivo, tan amplia y tan angosta al mismo tiempo, tan grande y tan vieja.
Me voy a la cama. Voy a leer L'art de la disection editado por la editorial Marguerite Waknine en su colección écrits sur l'art
Bueno, aún no, me gusta este tema que interpreta Jimmy Smith, tiene swing.
También una sórdida historia que sale en las televisiones, insistente, en su sordidez. Ahora, en España, hay unos delincuentes a los que se les llama monstruos. No sé, no sé por qué ésos precisamente, debe de ser quizá por la mezcla entre lo largo de crimen y una cuestión sexual. Sí, salen mucho.
Hoy he escrito poco, lo he intentado en varias ocasiones, he tenido la intención. No, no me arrepiento. Me viene a la cabeza. Luego se olvida como tantas cosas.
He tenido ganas de utilizar mi pasaporte. Salir de la ciudad. Salir del país. Ir a Caen. Mirar la lluvia.
Ahora es de madrugada. Muy cerca aún de la medianoche y escucho a Jane Monhei, es la primera vez que la escucho en toda mi vida.
Así, dando rodeos, se divaga mejor.
Hace un rato me ha dado un golpe de calor, quizás esto haya sido emocionante.
La voz. La voz.
Navegaba. La mar estaba en la calma. No echaba de menos nada. Sabía que al día siguiente se entregaría. Pagaría su crimen. Sí, estaba dispuesta. Se sentó en la butaca de mimbre y se sirvió un trago de vino, blanco ambarino, muy frío. El cadáver de su marido estaba tendido en el suelo; se le había quedado en la comisura de los labios una mueca antipática y su mano había adquirido una postura antinatural. La vela, fuera, a fuerza de viento, hacía avanzar el barco; la quilla abría el agua y el agua chocaba, mansamente, contra el casco. Se entregaría, sí, eso pensaba hacer, ¿qué si no? ¿huir? ¿deshacerse del cadáver? ¿inventar una historia sencilla? ¿un golpe de mar? Siempre, se dijo, quedará una mancha de sangre. Y un poco más tarde ¿cuántos crímenes no son descubiertos?
Hay películas que veo varias veces. No son buenas. Pero las veo. Más tarde pienso la pérdida de tiempo. Tan sólo un momento. Solo. En la habitación, con un aire que corre por mis piernas. Ahora me haré un peta y seguiré escribiendo. Así es la noche cuando se escribe y acompaña Duke Ellington al piano. En el salón Pedro ve una película sobre la batalla de Waterloo, comerciantes y familias nobles inglesas. Me resulta anacrónico que la Revolución Francesa deviniera en Napoleón. Siempre he sentido que hubo en ese momento un salto espacio-temporal que ningún historiador ha sido capaz de captar. Quizá necesitara consultar a un físico teórico ¿Podría ser?
Hay días en que me gusta la buhardilla tan elegante en la que vivo, tan amplia y tan angosta al mismo tiempo, tan grande y tan vieja.
Me voy a la cama. Voy a leer L'art de la disection editado por la editorial Marguerite Waknine en su colección écrits sur l'art
Bueno, aún no, me gusta este tema que interpreta Jimmy Smith, tiene swing.
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Diario
Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 30/08/2009 a las 01:23 | {0}