A veces miro el teclado como si fuera el de un piano (no suena igual la o que la q). Tengo la melodía en la cabeza y un armazón de armonías.
21 horas es la melodía. 21 horas para enseñar la representación del mundo. La voluntad que me llevó a este lugar donde añoro tanto la ternura. 21 horas para explicar que la imaginación es inagotable y el tiempo escaso; 21 horas para esbozar el principio del Mundo condensado en un canto; 21 horas de sábado; 21 horas contando.
Dispongo de 21 horas para decir bien alto que el caballo puede hablar y el cabello forma parte de un ensalmo; 21 horas para indagar en el mar tan dormido de unos cuantos y llevarles a su fondo donde duermen indómitos dolores, quebrantos, una tarde que determinó las tardes, un sueño que provoca espanto o la imagen cómica que no es si no lo mecánico en lo vivo, el mecanismo que se trasluce en un tropezón, en un bostezo, en un juego de palabras; 21 tengo para aventar fantasmas y llevarlos a otra parte.
A veces atiendo a una historia.
A veces escucho una música.
A veces miro una pintura.
A veces atrapo en el movimiento del danzarín la sonoridad del espacio.
Dispongo de 21 horas para transmitir lo que no sé si es una pasión, una lucha, un abocarse, una iluminación, un desastre, la calma, la melodía de nuevo que se va haciendo entre mis dedos que pulsan estas teclas negras en esta noche fría.
21 horas para transmitir la belleza del hombre que se sienta en un mirador frente al mar y paladea, gustoso, una droga que embriaga; llega ella; cae la tarde; la bruma.
21 horas para enfrentar al ser contra el ser; para ayudarle a llegar a sí mismo; porque en todos está todo; porque así lo quiso la Voluntad y sus adláteres. Y siendo esto así (y quisiera mantener que es indiscutible, yo, que no puedo mantener nada) durante esas 21 horas hacer ver que pocos son los que se atreven a arrojarse a las pezuñas de sí mismos, a sus caballos desbocados, a sus cabellos que son magia; quisiera en esas 21 horas tener la maestría del que nada espera, del que nada enseña, del que nada aconseja, del que ha sido vencido y mira con orgullo la derrota; 21 horas tengo para hablar de la imposibilidad, de la infinitud, de la representación que del universo los hombres se hacen mientras crecen o ya están muriendo o como ese anciano que murió ayer y ya está muerto; 21 horas para ensalzar este breve trecho entre dos Nadas aunque esas Nadas lo sean únicamente desde el trecho (de nuevo representación: espacio, tiempo, causa... eso es todo a lo que hemos llegado).
21 horas tengo. Tan sólo.
21 horas es la melodía. 21 horas para enseñar la representación del mundo. La voluntad que me llevó a este lugar donde añoro tanto la ternura. 21 horas para explicar que la imaginación es inagotable y el tiempo escaso; 21 horas para esbozar el principio del Mundo condensado en un canto; 21 horas de sábado; 21 horas contando.
Dispongo de 21 horas para decir bien alto que el caballo puede hablar y el cabello forma parte de un ensalmo; 21 horas para indagar en el mar tan dormido de unos cuantos y llevarles a su fondo donde duermen indómitos dolores, quebrantos, una tarde que determinó las tardes, un sueño que provoca espanto o la imagen cómica que no es si no lo mecánico en lo vivo, el mecanismo que se trasluce en un tropezón, en un bostezo, en un juego de palabras; 21 tengo para aventar fantasmas y llevarlos a otra parte.
A veces atiendo a una historia.
A veces escucho una música.
A veces miro una pintura.
A veces atrapo en el movimiento del danzarín la sonoridad del espacio.
Dispongo de 21 horas para transmitir lo que no sé si es una pasión, una lucha, un abocarse, una iluminación, un desastre, la calma, la melodía de nuevo que se va haciendo entre mis dedos que pulsan estas teclas negras en esta noche fría.
21 horas para transmitir la belleza del hombre que se sienta en un mirador frente al mar y paladea, gustoso, una droga que embriaga; llega ella; cae la tarde; la bruma.
21 horas para enfrentar al ser contra el ser; para ayudarle a llegar a sí mismo; porque en todos está todo; porque así lo quiso la Voluntad y sus adláteres. Y siendo esto así (y quisiera mantener que es indiscutible, yo, que no puedo mantener nada) durante esas 21 horas hacer ver que pocos son los que se atreven a arrojarse a las pezuñas de sí mismos, a sus caballos desbocados, a sus cabellos que son magia; quisiera en esas 21 horas tener la maestría del que nada espera, del que nada enseña, del que nada aconseja, del que ha sido vencido y mira con orgullo la derrota; 21 horas tengo para hablar de la imposibilidad, de la infinitud, de la representación que del universo los hombres se hacen mientras crecen o ya están muriendo o como ese anciano que murió ayer y ya está muerto; 21 horas para ensalzar este breve trecho entre dos Nadas aunque esas Nadas lo sean únicamente desde el trecho (de nuevo representación: espacio, tiempo, causa... eso es todo a lo que hemos llegado).
21 horas tengo. Tan sólo.
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Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 03/02/2014 a las 23:38 | {2}