Llego. La puerta del garaje no se activa con el mando a distancia. Insisto. Desisto. Salgo del coche. Sé abrir manualmente la puerta del garaje. Realizo el proceso de apertura manual. Cuando lo estoy haciendo aparece Carmen con una chihuahua bajo el brazo izquierdo, la cabeza de la perra aplastada contra el costado de su teta. Con Carmen va su amiga y vecina. Una vecina que vive en mi bloque y que está casada con un hombre cojo que sólo ama su coche. Todo eso lo sé cuando la miro. Lo que no sé es su nombre. Tampoco sé si Carmen se llama así o a mí me acude ese nombre al verla. Sí sé que Carmen no vive en mi bloque. Vive en el de enfrente, en el primer piso. A veces me he fijado en cómo disimula las bragas cuando tiende la colada. No sé qué utilidad tiene que me fije en esas cosas. Ni que sea este tipo de cosas las que recuerdo cuando la veo. Las dos mujeres llevan grandes gafas de sol. Sé que me miran desde que me ven. Van cuchicheando y del cuchicheo surge, espontánea, la risa en la garganta de la vecina. Es una risa de fumadora, grave y con flemas. Me dice Carmen, Lleva así desde anoche. Asiente la vecina. Se hace un silencio. Dice Carmen, Déjalo en manual. Total. Como si fuera un código secreto las dos mujeres se ponen a reír a carcajadas. Durante sus risas me dirijo al coche. No quiero mirarlas. Le dice la vecina a Carmen, Oye y si no mientras hay lengua hay hombre. Salen ellas por la puerta del garaje. Ladra agudamente la perra. Siguen carcajeándose ellas. De reojo veo casi a la altura de mis ojos –estoy sentado en el asiento del coche, esperando a que ellas pasen para poder pasar yo- el cerco de sudor en el sobaco derecho de Carmen y lo huelo y describe mi mente, Sudor de noche. Toda ella sudor de noche. Reprimo una nausea.
Me veo de vuelta a la Casa Museo. Conduzco por una carretera de media montaña. Tengo puesta la radio. Hablan personas de otras personas. Me fijo en que llevo puesto un pantalón corto. También en que cuando se inicia mi recuerdo voy con las ventanillas bajadas. Sé adónde voy. Aunque esté perdido. Sé cómo será la próxima curva. Mi cerebro ha memorizado las curvas. Incluso sabe el número. Son veintiséis. Bajo un puerto. No es un puerto muy largo. No es un puerto importante. Eso lo sé.
Le digo adiós a un hombre ya dentro de la Casa Museo. Le abro el portón con un mando a distancia. Imagino que ha de ser el Guardés de día. No sabría reconocer su rostro. Sólo retengo su coronilla cubierta de rizos muy negros, como gitanos.
Mientras nado pienso: condenado a la tristeza. Eso es todo. Y nado.
Ha llegado un poco de frío. Anochece antes. Ya debe quedar poco. El miedo se mantiene cada noche. Se acumula. Pero aún no quiero escribir de la noche. Estoy en la cocina grande. Voy a cenar una pizza que pone que es mediterránea. La tomaré con cerveza. Veré la televisión. Veré a mujeres y hombres en general muy jóvenes lanzando objetos, corriendo y saltando. Jóvenes uniformados con diferentes equipaciones. Jóvenes que liderarán el mundo y serán engullidos después. Eso veo mientras como y bebo y repaso mentalmente lo que aún me queda por hacer, la noche larga que me espera: encender y apagar los cuadros de luces de cada piso, la última ronda por los exteriores de la casa alrededor de la medianoche, la espera en mi habitación hasta las tres de la madrugada y el recorrido subsiguiente por las salas del Museo para abrir las ventanas, ir cerrando las puertas tras haber armado las alarmas durante la vuelta a mi habitación en el sótano, desnudarme, respirar el miedo que traigo, tumbarme, leer un rato, poner el despertador a las siete menos cuarto, empezar a dormir, apagar la luz en un despertar, quedar dormido.
No sé en qué momento de esa noche (aunque intuya el alba) surge el cerco de sudor en el sobaco de Carmen mientras escucho la risa basta de la vecina y esa mezcla me produce una erección intensa, una erección que me duele, una erección que no sé para qué sirve, una erección a la que no sé qué hacer.
Ya he salido de la Casa Museo. La mañana es fresca. Me inquieta volver a la que debe ser mi casa. Me inquieta volver al lugar donde también viven esas dos mujeres.
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Narrativa
Tags : Olmo Dos Mil Veintidós Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 21/08/2022 a las 16:46 | {0}