En aquel entonces no existía la aurora. El magma se movía con espesura de selva y por doquier borboteaba el azufre. No había planta. No había proceso de fotosíntesis. No había depredación ni guerra. Sometido al calor, el planeta era un caldo de un color entre rojo y amarillo. No había agua. Sí había hierro derretido. No existían células eucariotas. Una sola bacteria clonaba en sí y seguía en otra. El ruido era constante. Un ruido de metal líquido que fluctúa sobre las pendientes y se atasca ante las cuestas, que se remansa en los llanos y se hunde en las honduras. La atmósfera no ha terminado aún por concretarse. La música del Mundo tiene algo que más tarde (millones de años después) Olivier Messiaen (un ser complejo con características que en absoluto parecen predecibles en el momento del que hablamos) intentará recuperar y que se podría comparar con el sonido del capapuerco.
El azufre será el dador de vida.
La felicidad es completa.
El amor no existe aún entre bacterias. Amar será anhelo de fusionarse con otro (definición extraída del pensamiento de otro ser complejo llamado Eduard Punset -el cual, por cierto, la habrá deducido de otro- millones de años después del tiempo del que ahora hablamos).
En ese caldo ardiente.
Tras ese caldo ardiente.
Durante el enfriamiento.
No había ARN replicante.
Y siempre el sonido de las materias espesas disolviéndose, concentrándose, en cauces, atraídos por la débil energía de la gravedad, sin querer explorar más espacios.
Y también el sonido de los meteoritos que caían como lluvia sobre la masa espesa de un suelo sin sólido. Meteoritos en cuyo ser viajaban microbios.
El azufre será el dador de vida.
La felicidad es completa.
El amor no existe aún entre bacterias. Amar será anhelo de fusionarse con otro (definición extraída del pensamiento de otro ser complejo llamado Eduard Punset -el cual, por cierto, la habrá deducido de otro- millones de años después del tiempo del que ahora hablamos).
En ese caldo ardiente.
Tras ese caldo ardiente.
Durante el enfriamiento.
No había ARN replicante.
Y siempre el sonido de las materias espesas disolviéndose, concentrándose, en cauces, atraídos por la débil energía de la gravedad, sin querer explorar más espacios.
Y también el sonido de los meteoritos que caían como lluvia sobre la masa espesa de un suelo sin sólido. Meteoritos en cuyo ser viajaban microbios.
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Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 29/05/2011 a las 11:19 |