Crónica de un viaje reciente
El quinto día, domingo, es el desayuno con Valentín en el bar de debajo de su casa, las compras en el mercado al aire libre, la vuelta con Luis a Madrid, la recogida de Nilo y la madrugada que pasamos.
Es particular la sensación de amanecer en un sitio y acostarte en otro muy lejos del primero. ¿Qué tiene el viaje? A parte de toda la carga literaria... los versos de Kavafis... las Ítacas. Moverse. Irse. Volver. Aceptar de nuevo la rutina de los días. La bendita/detestada monotonía tras los cristales. Algo hay en el movimiento que al hombre desajusta. Necesitamos aposentarnos. Necesitamos aposento. Me parece a veces que más es el descubrimiento de la agricultura consecuencia del afán de quedarse quieto en un mismo sitio hasta morir que lo contrario; debía de haber en el cazador/recolector un afán de quietud que lo llevó pocos miles de años más tarde al cenit de esa aspiración en la figura de Buda: ausencia y presencia inmóviles bajo la higuera.
Viajar -ya sea metáfora o realidad- conlleva siempre un estado de alerta que la vida contemplativa no tiene. Eso lo vio y lo narró muy bien Tolkien en su saga de El señor de los anillos y sobre todo esa sensación de riesgo, de temeridad que es también carga del viaje, la personificó con brillantez en los hobbits. Viajar es alejarse de lo conocido. En el trayecto de un sitio al otro estás a merced de demasiados imponderables como para dar por seguro nada, que es justo lo contrario de lo que ocurre cuando vives sedentario tu diario vivir. ¿Moverse es pues arriesgarse? ¿Quedarse quieto es estar a resguardo? Absolutamente no.
Así siento, ya un poco alejado de aquellos días, el viaje por las tierras asturianas. Un salir de la rutina, un arriesgarse al Otro y Lo Otro. Curioso que -cuando menos en mi experiencia- este riesgo haya solido resultar beneficioso.
Ahora busco un nuevo lugar donde aposentar mi cuerpo ya maduro, pronto a la vejez. Agradezco mucho la compañía de las gentes que me he encontrado en este viaje y agradezco a la tierra que muestre aún su tez más poderosa en forma de embates de las aguas, altos picos, corrientes furiosas, lujurias verdes, grandes arenales, alimentos exquisitos y gravedad justa.
He de seguir. La siguiente estación está al llegar.
Cuando emprendas tu viaje
desearás poder detenerte en los mercados de Fenicia
o de Grao y comprar en ellos hermosas mercaderías:
perlas, ébano, lentes prodigiosas, mapas,
astrolabios, cuadernos de bitácora;
y también, ¡cómo no!
podrás adquirir manjares únicos:
morcillas, callos, lechugas y tomates de la tierra asturiana
y así, si es largo y abundoso, te será grato
descubrir que lo más hermoso del viaje
no es llegar sino transcurrir.
Es particular la sensación de amanecer en un sitio y acostarte en otro muy lejos del primero. ¿Qué tiene el viaje? A parte de toda la carga literaria... los versos de Kavafis... las Ítacas. Moverse. Irse. Volver. Aceptar de nuevo la rutina de los días. La bendita/detestada monotonía tras los cristales. Algo hay en el movimiento que al hombre desajusta. Necesitamos aposentarnos. Necesitamos aposento. Me parece a veces que más es el descubrimiento de la agricultura consecuencia del afán de quedarse quieto en un mismo sitio hasta morir que lo contrario; debía de haber en el cazador/recolector un afán de quietud que lo llevó pocos miles de años más tarde al cenit de esa aspiración en la figura de Buda: ausencia y presencia inmóviles bajo la higuera.
Viajar -ya sea metáfora o realidad- conlleva siempre un estado de alerta que la vida contemplativa no tiene. Eso lo vio y lo narró muy bien Tolkien en su saga de El señor de los anillos y sobre todo esa sensación de riesgo, de temeridad que es también carga del viaje, la personificó con brillantez en los hobbits. Viajar es alejarse de lo conocido. En el trayecto de un sitio al otro estás a merced de demasiados imponderables como para dar por seguro nada, que es justo lo contrario de lo que ocurre cuando vives sedentario tu diario vivir. ¿Moverse es pues arriesgarse? ¿Quedarse quieto es estar a resguardo? Absolutamente no.
Así siento, ya un poco alejado de aquellos días, el viaje por las tierras asturianas. Un salir de la rutina, un arriesgarse al Otro y Lo Otro. Curioso que -cuando menos en mi experiencia- este riesgo haya solido resultar beneficioso.
Ahora busco un nuevo lugar donde aposentar mi cuerpo ya maduro, pronto a la vejez. Agradezco mucho la compañía de las gentes que me he encontrado en este viaje y agradezco a la tierra que muestre aún su tez más poderosa en forma de embates de las aguas, altos picos, corrientes furiosas, lujurias verdes, grandes arenales, alimentos exquisitos y gravedad justa.
He de seguir. La siguiente estación está al llegar.
Cuando emprendas tu viaje
desearás poder detenerte en los mercados de Fenicia
o de Grao y comprar en ellos hermosas mercaderías:
perlas, ébano, lentes prodigiosas, mapas,
astrolabios, cuadernos de bitácora;
y también, ¡cómo no!
podrás adquirir manjares únicos:
morcillas, callos, lechugas y tomates de la tierra asturiana
y así, si es largo y abundoso, te será grato
descubrir que lo más hermoso del viaje
no es llegar sino transcurrir.
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Tags : Asturias Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 19/09/2021 a las 14:00 | {0}