6h 45m
Salgo de una habitación donde un antiguo compañero de la escuela en Tirana, teclea en una inmensa máquina de escribir del todo negra. Su último gesto es colocar la lámpara en su lado izquierdo y decirme, La luz desde la izquierda.
Apago el despertador. Fuera es casi la noche y ya una claridad que anuncia, deja ver que las nubes lo pueblan todo. Volga remolonea en el sofá. Al abrir la cafetera siento la primera sensación de cagarme vivo. Corro al cuarto de baño y suelto una cagada densa y de un hedor extraño (quisiera establecer la comparación con un bosque podrido pero va más allá por unas notas a descomposición de alma y azufre). Mientras cago de esta forma recuerdo un pasaje de la novela El Rodaballo en el que Günter Grass narra la época del neolítico cuando las sociedades eran matriarcales, en la cual las tribus se reunían para cagar y no para comer y pienso en el regocijo de estos seres antiguos ante los olores de sus respectivas mierdas y su examen posterior.
Aún así me tomo mi café y me fumo un cigarrillo.
Antes de sacar a pasear a Volga tengo un segundo retortijón que trae consigo una mierda menos densa, leve diría yo, hasta el punto de que cuando aprieto el botón de la cisterna y el agua intenta arrastrar los restos, muchos de ellos quedan flotando de tan ligeros.
7h 30m
No he podido aguantar. Lo he sabido cuando Volga y yo caminábamos por la calle ancha. He acelerado el paso. He apretado el culo. Al hacerlo sentía como si una aguja de punto me horadara el esfinter y se clavara al final del recto. Al final de la cuesta me he dicho, Hasta aquí llego y la mierda ha impregnado los calzoncillos y ha empezado a caer por mis muslos. ¡Qué paz he sentido! ¡Qué placer el calorcillo de la caca en mi piel!
Me he duchado. Me he cambiado. He puesto una lavadora. He pensado, Ahora tengo que coger el coche e ir a la cita. He sonreído porque he sabido que me estaba cagando por la importancia de la cita, una cita que puede aclarar o enturbiar mi vida (o así lo pienso). Una cita en la oficinas de la seguridad social para saber si debido a mis dolencias tengo derecho a un pensión por incapacidad permanente. Ser permanentemente incapaz. Me vuelvo a cagar. La mierda sigue siendo leve como remolino de viento.
8h 30m
El recorrido en coche hasta el pueblo donde se encuentra la oficina de la seguridad social es siempre hermoso y más en otoño. El estar sentado y el calor de la calefacción han atemperado mis ganas de cagar. Aparco. Salgo. Llueve y de nuevo me cago. Entro en un bar que más parece un salón de billar y mientras a la carrera le pido un café con leche templada al camarero, le pregunto también dónde se encuentran los servicios; ruego para que haya papel. Descargo de nuevo. Huele rematadamente mal. Me alegra que el bar sea grande porque si no estoy convencido que este olor se expandiría y echaría del local a la clientela (aunque esté compuesta cuando he llegado de un solo cliente). Aliviado de nuevo le pregunto al camarero si se encuentra muy lejos la calle a la que he de ir. Me responde que no, que tan sólo tengo que subir una cuesta y la tercera bocacalle a la izquierda. Pienso, ¡Hostias, otra cuesta!
10h 16m
Ya se cortó el derroche.
16h 43m
He vuelto de un trabajo que me da vida. Consiste en hacer la visita guiada de un museo. La visita dura una hora y media. En ningún momento he sentido que la necesidad me acuciara. Estoy cansado. Débil casi. Volga me mira con la petición de que le dé el paseo largo. Lo hago y de pura debilidad me caigo. Me sangra la rodilla izquierda. Mis huesos frágiles.
20h 45m
Se me cierran los ojos.
21h 56m
Hablo con mi mujer. Ahora viaja por Australia. Le agradezco su existencia. Tras ella salta un canguro. Se oyen risas a su alrededor. Me cuenta que está un poco borracha.
23h 56m
Justo antes de quedarme dormido he pensado, La luz desde la izquierda y la calma tras la mierda.
Salgo de una habitación donde un antiguo compañero de la escuela en Tirana, teclea en una inmensa máquina de escribir del todo negra. Su último gesto es colocar la lámpara en su lado izquierdo y decirme, La luz desde la izquierda.
Apago el despertador. Fuera es casi la noche y ya una claridad que anuncia, deja ver que las nubes lo pueblan todo. Volga remolonea en el sofá. Al abrir la cafetera siento la primera sensación de cagarme vivo. Corro al cuarto de baño y suelto una cagada densa y de un hedor extraño (quisiera establecer la comparación con un bosque podrido pero va más allá por unas notas a descomposición de alma y azufre). Mientras cago de esta forma recuerdo un pasaje de la novela El Rodaballo en el que Günter Grass narra la época del neolítico cuando las sociedades eran matriarcales, en la cual las tribus se reunían para cagar y no para comer y pienso en el regocijo de estos seres antiguos ante los olores de sus respectivas mierdas y su examen posterior.
Aún así me tomo mi café y me fumo un cigarrillo.
Antes de sacar a pasear a Volga tengo un segundo retortijón que trae consigo una mierda menos densa, leve diría yo, hasta el punto de que cuando aprieto el botón de la cisterna y el agua intenta arrastrar los restos, muchos de ellos quedan flotando de tan ligeros.
7h 30m
No he podido aguantar. Lo he sabido cuando Volga y yo caminábamos por la calle ancha. He acelerado el paso. He apretado el culo. Al hacerlo sentía como si una aguja de punto me horadara el esfinter y se clavara al final del recto. Al final de la cuesta me he dicho, Hasta aquí llego y la mierda ha impregnado los calzoncillos y ha empezado a caer por mis muslos. ¡Qué paz he sentido! ¡Qué placer el calorcillo de la caca en mi piel!
Me he duchado. Me he cambiado. He puesto una lavadora. He pensado, Ahora tengo que coger el coche e ir a la cita. He sonreído porque he sabido que me estaba cagando por la importancia de la cita, una cita que puede aclarar o enturbiar mi vida (o así lo pienso). Una cita en la oficinas de la seguridad social para saber si debido a mis dolencias tengo derecho a un pensión por incapacidad permanente. Ser permanentemente incapaz. Me vuelvo a cagar. La mierda sigue siendo leve como remolino de viento.
8h 30m
El recorrido en coche hasta el pueblo donde se encuentra la oficina de la seguridad social es siempre hermoso y más en otoño. El estar sentado y el calor de la calefacción han atemperado mis ganas de cagar. Aparco. Salgo. Llueve y de nuevo me cago. Entro en un bar que más parece un salón de billar y mientras a la carrera le pido un café con leche templada al camarero, le pregunto también dónde se encuentran los servicios; ruego para que haya papel. Descargo de nuevo. Huele rematadamente mal. Me alegra que el bar sea grande porque si no estoy convencido que este olor se expandiría y echaría del local a la clientela (aunque esté compuesta cuando he llegado de un solo cliente). Aliviado de nuevo le pregunto al camarero si se encuentra muy lejos la calle a la que he de ir. Me responde que no, que tan sólo tengo que subir una cuesta y la tercera bocacalle a la izquierda. Pienso, ¡Hostias, otra cuesta!
10h 16m
Ya se cortó el derroche.
16h 43m
He vuelto de un trabajo que me da vida. Consiste en hacer la visita guiada de un museo. La visita dura una hora y media. En ningún momento he sentido que la necesidad me acuciara. Estoy cansado. Débil casi. Volga me mira con la petición de que le dé el paseo largo. Lo hago y de pura debilidad me caigo. Me sangra la rodilla izquierda. Mis huesos frágiles.
20h 45m
Se me cierran los ojos.
21h 56m
Hablo con mi mujer. Ahora viaja por Australia. Le agradezco su existencia. Tras ella salta un canguro. Se oyen risas a su alrededor. Me cuenta que está un poco borracha.
23h 56m
Justo antes de quedarme dormido he pensado, La luz desde la izquierda y la calma tras la mierda.
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Narrativa
Tags : Colección El mes de noviembre Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 08/11/2014 a las 11:14 | {3}