Inventario

Revista literaria y artística escrita y dirigida por Fernando Loygorri

Leonora y el húsar



I
La mañana del día 29 de octubre de 1812 llovía. El húsar Frederick Joseph Montague llevaba horas bajo la frazada escuchando el repiquetear de las gotas de lluvia golpeando en la lona de la tienda de campaña. De su mente -heroica; no había cumplido aún los veinte años- no podían borrarse las imágenes de Moscú incendiada por sus propios habitantes, de la desolación de sus calles y sobre todo la humillación que había sufrido, como si fuera un solo hombre, la Grande Armée cuando el zar Alejandro se negó a rendir la ciudad -y con ello el imperio- a su general en jefe y emperador Napoleón Bonaparte en el lugar indicado para ello: la colina Plokónnaya. A falta de refugio, el ejército francés había iniciado una retirada estratégica -se decía- para pasar lo más crudo del invierno lo más al oeste posible. Pero en realidad, muchos lo sabían, era una retirada con sabor a derrota de un ejército desmoralizado, hambriento, sin artillería y sin suministros. Frederick se sentía vejado y tenía dentro de sí tales ansias de revancha que más de una noche, en un insomnio febril, había imaginado que conocía el lugar donde estaba el zar y decidía sacrificar su vida por la de su patria y sus compañeros y así, en mitad de la noche, se hacía con uno de los mejores caballos del Regimiento, Dionisos se llamaba porque cuando entraba en el fragor de la batalla parecía poseído por el espíritu orgiástico de las bacantes, y se encaminaba en una noche fría como la muerte hacia las líneas enemigas, las atravesaba gracias a la niebla que lo iba inundando todo, llegaba hasta el centro del campamento del general Kutúzov y entre jirones y jirones veía elevarse el pabellón del zar de todas las Rusias; arrastrándose, sintiendo la humedad de la tierra como si fuera la baba del demonio lamiendo su vientre, llegaba hasta la tienda imperial, entraba en ella y de repente -extraño giro en la ensoñación quizá fruto de las fiebres- el ambiente cálido del interior, el aroma del sándalo y de una infusión que se mantenía caliente en el samovar, apaciguaban la ansias de venganza del húsar y casi le invitaban a que se tomara un respiro, descansara cinco minutos, durmiera cinco minutos, cinco minutos tan sólo y en ese ir quedándose dormido se introducía el sonido de una corneta que no era otra que la que avisaba a la soldadesca que amanecía y habían de seguir el camino de la derrota y la humillación, el camino que llevaba hacia el oeste, hacia la frontera rusa.
 

Cuento

Tags : Leonora y el húsar Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 03/01/2025 a las 17:57 | Comentarios {0}








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