Cuando ya no me quieras
el sol habrá muerto para siempre
y quedará en mi mente
el recuerdo de aquellos rayos –tus ojos-
de aquel estremecimiento –tu piel-
de aquel estallido de color –tu risa-
de aquella calma inmensa –tu dormir-
Cuando ya no me quieras
habrá muerto una estancia soleada de mi casa
Sabré amoldarme
claro que me reiré
pero el sol habrá muerto para siempre
la luna habrá avejentado mil millones de años por segundo
y las mareas, aturdidas, olvidarán su cometido
Cuando ya no me quieras
escucharé una canción
volveré a rezar a dioses paganos
me refugiaré en la lectura de gente muy sesuda
y lloraré, ¡ah, sí! ¡cuánto lloraré!
en esas noches de febrero
de cielo raso azul casi negro
cuyos puntos de luz son fuego
ya no son estrellas, son fuego
que me incendia el alma
los días ya perdidos
los mares a los que nunca volveré
las miradas como pecios
cubiertas de algas y olvido
Cuando ya no me quieras
el tiempo se habrá convertido
en simple eternidad.
Descanse, entonces, en paz.
Siempre sigo aquí. Sólo que los días. Sí, abril es un mes cruel. Todo es hermoso y se pudre muy pronto. Tiemblo en estos días. Espero con cierto sobresalto en el corazón que el día transcurra con calma. ¡Oh, sí, cómo anhelo la calma! ¿Es vejez? ¿Es no querer luchar más? Tan sólo una lucha contra una pendiente cuando subo hasta la presa o la lucha por seguir soñando aunque el sueño tenga cierto grado de angustia (todos mis sueños tienen un punto de incertidumbre que me crea desasosiego. Es como si el que observa el sueño [siempre hay un observador en mi soñar] estuviera muy atento por si el sueño se torciera) son luchas que me apetecen. La semana que viene iniciaré una nueva lucha: la lucha por ir a nadar. Es una lucha que quiero vencer. Hace demasiados años que dejé de hacerlo.
Siempre estoy aquí, sólo que a veces siento si no es ya inútil seguir escribiendo, si ya está todo dicho, si tan sólo repito una vez y otra los mismos temas, las mismas obsesiones. Siempre estoy aquí. Miro la revista que empecé a escribir hace ya 15 años, un mes de septiembre de 2008, gracias a la insistencia de mi amigo y poeta Raúl Morales y me digo, Sigue un día más, escribe una entrada más, este picnic que es la vida sólo se vive una vez, come de lo que más te guste y a ti te gustan las palabras, te gusta relacionarlas, te gusta expresarte, te gusta que otros reciban lo que escribes, no cejes -me digo-, inténtalo un día más, pon una palabra tras otra un día más y organiza las palabras mediante una sintaxis que haga comprensible su relación...
Sí, sigo aquí en plena crueldad de abril. Amo abril. Sigo aquí.
Eso es lo que dijo. Luego se calló y anduvo rumiando un buen rato. A veces escuchábamos que repetía la frase y luego volvía a rumiar y vuelta a vomitar la frase y vuelta a rumiarla. Todos sabíamos que era un hombre bueno, de ésos que parecen ausentes pero en el momento en que había que dar el callo allí estaba él, el primero, sin alardes, al tajo, lo que fuera, para lo que se le necesitara. Alguno dijo que tenía un gran secreto. El que lo dijo afirmó que era un secreto familiar, una hija quizá, una madre. Cuando le preguntamos que cómo decía saber ese secreto y cómo sabía que se trataba de una mujer, el que afirmaba contestaba que porque hablaba en femenino, mejor dicho, mascullaba en femenino, él lo había oído, una noche en la taberna, ya muy tarde, estaba cerca de él y lo oyó y luego se quedó callado, con los ojos vidriosos, aguantado el llanto como le habían enseñado que debían hacer los hombres. ¡Y vaya si lo aguantaba! Nos apenó verlo muerto en lo alto del monte Gris. Alguna dijo que se fue a morir allá arriba igual que hacen los elefantes porque se sentía viejo y pronto sería un estorbo. Se había cortado las venas de los brazos a lo largo. Junto a él había una carta metida en un sobre y en el sobre había escrito unas señas. Era una mujer a quien se la enviaba. Llevaba como primer apellido uno distinto al suyo. Alguien la cogió. Seguramente la enviaría.
Cuento
Tags : Cuentecillos Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 15/04/2023 a las 21:49 | {0}Hay en el aire
la huella que dejaste.
No es abril
ni la espera.
Protegerse dijo una;
también dijo, Cuidarse.
La noche tiembla
cuando llega a su profundidad.
Hay en el aire,
sólo en el aire.
La huella que dejaste,
la que no se borra.
He de irme,
ya no importa.
Desnudo salió a la calle para gritar: Se me quebró la vida como el color se quiebra. Las fuerzas del orden lo detuvieron, lo cubrieron y se lo llevaron a una comisaría. Allí el poeta se negó a dar su nombre, su dirección o cosa ninguna por la que se le pudiera identificar. El comisario decidió meterlo en una celda para ver si volvía a la cordura en unas horas y si así no fuera enviarlo a un centro psiquiátrico. No había ninguna vacía. Lo encerraron con un joven de aspecto gitano, orgulloso y desafiante como sólo la juventud puede serlo. El poeta se sentó en un banco corrido y agachó la cabeza. Era un poeta mayor, frisaría los cincuenta años; tenía el pelo cano, las manos trémulas y unos ojos oscuros que miraban más allá de las tinieblas. El joven se sentó a su lado y le ofreció de fumar. El poeta aceptó el convite. El joven llamó a un guarda para le diera fuego. El guarda acudió y le prendió el cigarrillo y luego él se lo prendió al poeta. Tras dar un par de caladas le preguntó: ¿Quiebros de amor? El poeta levantó la cabeza admirado y le preguntó a su vez: ¿Quiebros has dicho? El joven asintió. El poeta volvió a agachar la cabeza y musitó: Sí, sí, quiebros de amor. El joven gitano le pasó el brazo por los hombros. Lo atrajo hacia así. Lo protegió como si fuera un buen padre y terminó de fumar su cigarrillo. El poeta también lo terminó y como si hubiera encontrado un lugar donde reposar su mal, se quedó dormido en su regazo.
Cuento
Tags : Cuentecillos Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 06/04/2023 a las 19:27 | {0}
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Poesía
Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 29/04/2023 a las 20:13 | {2}