Escrito por Isaac Alexander
Edición y notas de Fernando Loygorri
Amalia de Llano y Dotres, condesa de Vilches. Federico Madrazo. 1853
XIX
He de llegar al fondo de la cuestión. Pensar que si todo es rápido... Recuerdo el pensamiento de Macbeth el traidor, Si todo terminara una vez hecho/ sería conveniente acabar pronto. Sueño un encuentro que se rompió hace años. Sueño que las gatas me hablan en francés a propósito de hacerse un viaje al País de la Maravillas para conocer a mister Cheshire. Pronuncian mister casi como si fuera mystère y yo les respondo que el misterio es haberme convertido en un señor mayor y cascarrabias. Ríen las gatas, ladran los perros, aúllo yo.
A veces Euphosine y Aglaya nos acompañan en el paseo. Se suben a los árboles. Nos miran imponentes. Donjuan y Hamlet las miran envidiosos de no poder trepar tan alto. Yo camino ensimismado. Hago oídos sordos al mundo que me rodea como si quisiera llegar más allá de mi propia realidad, hacia algún lugar en el que la conformación de seres que fui se encuentra con la conformación de seres que hoy soy para evocar en ese encuentro una sensación de continuidad del ser.
Es otoño. La soledad se vuelve parda y hermosa. Ayer por la noche al mirar al cielo sin luna disfruté de Marte, espléndido en su anaranjamiento, tan lejos, quizás a 60 millones de kilómetros de mí. Elipsis del alma, pensé. Ausencias, pensé. Felicidad de haber estado acompañado, pensé. Pensé también en M. y recordé -como decía la canción de Silvio Rodríguez- su breve cintura debajo de mí, aunque en el caso de M. su cintura estuviera encima porque a M. le gusta mandar en los movimientos de sus caderas; porque a ella le gusta que mis ojos se fijen en el vaivén de sus senos mientras mi verga entra en ella y ella juguetea conmigo como Aglaya juguetea con una ardilla a la que dejará escapar viva y sin apenas daño. Volverá M. y no seré yo quien le diga a mi sobrino que ella y yo nos tomamos de las manos y caminamos hacia el bosque como si fuéramos amantes nuevos que pasean sin necesidad de decirse nada por las viejas calles de la más antigua democracia moderna, Venecia.
Añoro el mar. Guerrear contra las olas. El mar me recuerda a mi padre. ¡Oh, mi padre siempre a cuerpo gentil! ¡Las manos de mi padre! ¡La elegancia de su crawl rompiendo las aguas del mar Adriático! Añoro la elegancia. ¿He escrito ya esta añoranza?
A veces Euphosine y Aglaya nos acompañan en el paseo. Se suben a los árboles. Nos miran imponentes. Donjuan y Hamlet las miran envidiosos de no poder trepar tan alto. Yo camino ensimismado. Hago oídos sordos al mundo que me rodea como si quisiera llegar más allá de mi propia realidad, hacia algún lugar en el que la conformación de seres que fui se encuentra con la conformación de seres que hoy soy para evocar en ese encuentro una sensación de continuidad del ser.
Es otoño. La soledad se vuelve parda y hermosa. Ayer por la noche al mirar al cielo sin luna disfruté de Marte, espléndido en su anaranjamiento, tan lejos, quizás a 60 millones de kilómetros de mí. Elipsis del alma, pensé. Ausencias, pensé. Felicidad de haber estado acompañado, pensé. Pensé también en M. y recordé -como decía la canción de Silvio Rodríguez- su breve cintura debajo de mí, aunque en el caso de M. su cintura estuviera encima porque a M. le gusta mandar en los movimientos de sus caderas; porque a ella le gusta que mis ojos se fijen en el vaivén de sus senos mientras mi verga entra en ella y ella juguetea conmigo como Aglaya juguetea con una ardilla a la que dejará escapar viva y sin apenas daño. Volverá M. y no seré yo quien le diga a mi sobrino que ella y yo nos tomamos de las manos y caminamos hacia el bosque como si fuéramos amantes nuevos que pasean sin necesidad de decirse nada por las viejas calles de la más antigua democracia moderna, Venecia.
Añoro el mar. Guerrear contra las olas. El mar me recuerda a mi padre. ¡Oh, mi padre siempre a cuerpo gentil! ¡Las manos de mi padre! ¡La elegancia de su crawl rompiendo las aguas del mar Adriático! Añoro la elegancia. ¿He escrito ya esta añoranza?
Escrito por Isaac Alexander
Edición y notas de Fernando Loygorri
XVIII
Las Cícladas de nuevo. Aquella primavera -¿era finales de mayo?-. Probablemente transcurrida una semana desde nuestra llegada a la cala. Conocimos a P., un joven que siempre caminaba desnudo y calzaba unas sandalias que a todos nos recordaban a las aladas sandalias del dios Hades, dios de los infiernos, dios de los ladrones, dios de los vagabundos.
Descripción de T. (recuerdo de un recuerdo, probable idealización): rizos de oro coronan su cabeza; unos rizos largos que casi llegan a la categoría de tirabuzones; su frente es ancha, despejada; sus arcos superciliares son los más bellos que he visto jamás y se diría que en ellos el arquitecto que los conformó, hizo la entrada perfecta a la catedral de sus ojos -como el maestro Mateo realizó el Pórtico de la Gloria para adentrarse en la Catedral de Compostela-; sus ojos de un verde otoñal, grandes y algo rasgados que parecen sonreír siempre que te miran están protegidos por unas pestañas largas y tupidas de un negro que contrasta con el castaño de sus cejas y el rubio de sus rizos; su nariz griega; sus labios carnosos como duraznos y sus dientes blancos como el interior de las conchas de las ostras; fuerte su cuello; hombros anchos; un pecho poderoso de pezones pequeños y unos brazos algo largos llenos de vida y fibra que desembocan en las manos elegantes de un joven que nunca trabajó con ellas; su cintura sin grasa; sus nalgas firmes que ejercen la función de capiteles corintios de unas piernas delgadas y hermosas como palas de trirremes griegas que terminan en unos pies delicados, de largos dedos y uñas perfectas. T. es más hermoso que una mujer porque es tan hermoso como ellas y como un hombre. T. es la pura juventud en la que aún no se he terminado de dividir para siempre el sexo (hermafroditismo).
Una mañana me levanto al alba en nuestra cueva. Él duerme. Está desnudo. Su falo está enhiesto; está circuncidado; su glande es más bonito que un fresón y menos rojo; sus testículos son pequeños y redondos, mayor el izquierdo. Su vello púbico tiene iridiscencias rojizas a la luz de la primera mañana. Me excitan el cuerpo y el alma de T.
Nadamos T. y yo juntos, acompasados, a lo largo del acantilado. Hemos bautizado nuestra cala. La llamamos Cala Nos porque es nuestra y nos mantiene constantemente húmedos. Nadamos a crawl hasta la oquedad que da entrada a la cueva lacustre. Buceamos, uno detrás del otro por el pasadizo subacuático que lleva hasta la cueva; llevamos atada a la cintura una redecilla donde almacenar las lapas con las que luego haremos un arroz. Somos felices porque nada nos duele e ignoramos el dolor que ya tuvimos. Somos libres de besarnos en las bocas si queremos. Aún no queremos.
Llegamos hasta el ara de piedra que en el centro del lago se levanta. Él hace de sacerdote. Yo de víctima sacrificial. Levanta sobre mi estómago la navaja que lleva para separar las lapas de la roca del acantilado, pronuncia unas palabras mistéricas y cuando va a hundir su filo en mi ombligo, se detiene, aparta el arma y me lo besa.
No se me puede olvidar hablar de P.; las hierbas de P.; las enseñanzas de P.
Descripción de T. (recuerdo de un recuerdo, probable idealización): rizos de oro coronan su cabeza; unos rizos largos que casi llegan a la categoría de tirabuzones; su frente es ancha, despejada; sus arcos superciliares son los más bellos que he visto jamás y se diría que en ellos el arquitecto que los conformó, hizo la entrada perfecta a la catedral de sus ojos -como el maestro Mateo realizó el Pórtico de la Gloria para adentrarse en la Catedral de Compostela-; sus ojos de un verde otoñal, grandes y algo rasgados que parecen sonreír siempre que te miran están protegidos por unas pestañas largas y tupidas de un negro que contrasta con el castaño de sus cejas y el rubio de sus rizos; su nariz griega; sus labios carnosos como duraznos y sus dientes blancos como el interior de las conchas de las ostras; fuerte su cuello; hombros anchos; un pecho poderoso de pezones pequeños y unos brazos algo largos llenos de vida y fibra que desembocan en las manos elegantes de un joven que nunca trabajó con ellas; su cintura sin grasa; sus nalgas firmes que ejercen la función de capiteles corintios de unas piernas delgadas y hermosas como palas de trirremes griegas que terminan en unos pies delicados, de largos dedos y uñas perfectas. T. es más hermoso que una mujer porque es tan hermoso como ellas y como un hombre. T. es la pura juventud en la que aún no se he terminado de dividir para siempre el sexo (hermafroditismo).
Una mañana me levanto al alba en nuestra cueva. Él duerme. Está desnudo. Su falo está enhiesto; está circuncidado; su glande es más bonito que un fresón y menos rojo; sus testículos son pequeños y redondos, mayor el izquierdo. Su vello púbico tiene iridiscencias rojizas a la luz de la primera mañana. Me excitan el cuerpo y el alma de T.
Nadamos T. y yo juntos, acompasados, a lo largo del acantilado. Hemos bautizado nuestra cala. La llamamos Cala Nos porque es nuestra y nos mantiene constantemente húmedos. Nadamos a crawl hasta la oquedad que da entrada a la cueva lacustre. Buceamos, uno detrás del otro por el pasadizo subacuático que lleva hasta la cueva; llevamos atada a la cintura una redecilla donde almacenar las lapas con las que luego haremos un arroz. Somos felices porque nada nos duele e ignoramos el dolor que ya tuvimos. Somos libres de besarnos en las bocas si queremos. Aún no queremos.
Llegamos hasta el ara de piedra que en el centro del lago se levanta. Él hace de sacerdote. Yo de víctima sacrificial. Levanta sobre mi estómago la navaja que lleva para separar las lapas de la roca del acantilado, pronuncia unas palabras mistéricas y cuando va a hundir su filo en mi ombligo, se detiene, aparta el arma y me lo besa.
No se me puede olvidar hablar de P.; las hierbas de P.; las enseñanzas de P.
Narrativa
Tags : Escritos de Isaac Alexander Libro de las soledades Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 05/10/2020 a las 14:25 | {0}
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Narrativa
Tags : Escritos de Isaac Alexander Libro de las soledades Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 12/10/2020 a las 14:08 | {0}