Las lluvias del oeste llegarán. Fragmento de una fotografía de André Garban c. 1930. Impresión en gelatina de bromuro de plata
23h 06m.
¿Para qué me voy a esforzar? El día ha sido duro. Me levanto tarde porque no me puedo acostar pronto. La luz es la de abril y ya sabes, mi querida naricita de juguete, que a mí abril me desagrada. No me gusta el nacimiento a la vida. Si por mí hubiera sido jamás habría tenido los hijos que tuve. Más habría negado su existencia al que se me murió tan pronto. Aún no te conocía. ¿Te he hablado ya de él? Fue el segundo. Era lindo como un manzano y creció robusto. Creció como si fuera a vivir para siempre. Tenía la risa contagiosa y las manos más hermosas que jamás vi, que jamás toqué. Me habría pasado la vida agarrada a esas manos. Era su piel como la calma tras una tormenta de agosto; era como el aire que se llena de frescor. Es cierto que fue en abril cuando empezó a enfermar... no, no, yo ya detestaba abril desde antes, que mi hijo enfermara en ese mes no fue sino la constatación de que es un mes maldito. Un mes maldito para mí. Porque yo sabía. Supe desde niña que no quería ser madre y en la juventud supe que tendría que luchar contra el reloj biológico que todas las mujeres llevamos en el vientre. Tú de eso no puedes saber. Yo luché, luché con todas mis fuerzas hasta que no sé por qué a finales de un mes de enero el hombre fecundó de nuevo en mí y yo dejé que la fecundación siguiera, como ya había hecho con el primero. Dejaba que mi cuerpo gestara por mucho que mi mente se resistiera. Porque yo nunca podría ser una madre adecuada. Porque ser madre es algo que no se le puede exigir a todas las mujeres. Ser madre, amigo, es una tentación demasiado golosa. No quise a mi primer hijo. ¿Alguna vez te hablé de él? Tampoco al segundo. Hombre sí los quiso y si tuviera que poner una nota a su ser padre, le daría una nota alta. Quería más al primero que al segundo. Nunca le dije que yo no podía querer a ninguno de los dos. Nunca pude decir, gritar, ¡Quitad esos labios succionadores de mis pezones! ¡Apartadme a esas bestias! Sólo que el segundo... las manos del segundo... la voz del segundo... la voz del segundo cuando enfermó un tres de abril a las once y cinco de la noche... esa voz que me dijo al oído, me dijo ¡Mamá me duele! ¡Mamá me quema! Yo cogí sus manos, calientes y suaves como piel de visón, y se las apreté un poquito y las llevé hasta mis labios y se las besé y él me miró con sus ojos castaños, él miró con sus ojos castaños... ¿Por qué me laceraba el alma su dolor? ¿Por qué hubiera dado mi cuerpo por el suyo para que fuera el mío quien sufriera su dolor si yo no lo quería? ¿Por qué no me aparté de su cama? ¿Por qué mesé con la dulzura de una buena madre sus cabellos? ¿Por qué la vida dejó de existir cuando mi hijo segundo murió?
Si pudiera escuchar su voz hoy. Su voz acompañada por una carrera en el pasillo de la casa de Mahón. Ahora entenderás que te pida que me dejes sola en abril. No, no vengas. Espera a que mayo reviente a no ser que antes, una noche, en el sueño que todo lo unifica, mi hijo segundo volviera a mirarme con sus ojos castaños, libre de fiebre y con su voz de infante dispuesto a conquistar el mundo me dijera, ¡Mira que eres torpe, mamá, pero cuánto te quiero! y me acariciara la mejilla con sus manos como hacía cuando, noche tras noche, me inclinaba para darle un beso de buenas noches, yo que nos los quería, que era una mala madre y ellos lo sabían.
23h. 53m.
En la antigua Grecia el término αἱρετικὁϛ significaba partidista o sectario y este nombre venía a su vez del verbo αἱρεῖσθαι que significa coger, escoger, abrazar un partido. Es curioso cómo hay palabras que desde un significado más o menos neutro, van derivando hasta convertirse en palabras con un significado peyorativo. En el caso de hereje ocurrió así porque el castellano tomó prestado en el siglo XII del occitano antiguo el término eretge debido a la gran extensión que alcanzaron las herejías de los Cátaros y los Albigenses frente a la ortodoxia católica. En el diccionario de doña María Moliner se define hereje como la persona que sostiene o cree doctrinas contrarias a los dogmas de la religión católica; también es hereje el que dice o hace irreverencias o blasfemias y también -según el D.R.A.E.- es hereje sinónimo de desvergonzado, descarado, procaz. Ya de mi cosecha, añado, que por extensión se relaciona lo herético con lo heterodoxo.
Desde el Romanticismo los heterodoxos empezaron a ser reivindicados en la literatura y el Arte; el siglo XX es la culminación de la adoración a la Herejía y en las Bellas Artes las vanguardias son buena prueba de ello. El conservador Chesterton, que tanto gustaba a Borges -nunca he entendido muy bien por qué si no es porque ambos eran conservadores- se sintió en la obligación -moral, imagino- de escribir un libro en defensa de la Ortodoxia como si ésta necesitara de más Padres que la avalaran.
Te escribo todo esto, querido, porque a parte la idealización que se quiera hacer de las bondades de salirse de la recta doctrina, ser hereje te condena al ostracismo y al repudio social. Por eso estoy por asegurar que ser hereje nunca puede ser una elección sino que las circunstancias de la vida y cierta predisposición mental llevan a determinadas personas a encontrarse un día rechazadas, perdidas y solas. Rechazadas no por cualquiera sino por los suyos o los que ellas creían suyos, por aquéllos con los que les unía un lazo de los llamados de sangre, ya sea madre, padre, hermano o hija. Porque has de saber que herejes hay muy pocos, muy pocos y lo terrible de esa escasez es que, a diferencia del genio, el hereje no tiene valor añadido ninguno. Ese repudio suele llevar a la perdición que es una de las experiencias más desoladoras del ser humano. Nosotros, como tales, necesitamos certezas, ubicaciones, puntos fijos desde donde trazar rumbos. Imagina a un navegante solitario sin ningún instrumento con el que ubicarse que atravesara un mar bajo un cielo constantemente cubierto. Esta es una buena imagen tanto para la perdición del hereje como para su soledad.
Yo por ejemplo me pregunto: ¿me podrán aceptar las feministas ortodoxas a mí que acompaño cada artículo con un cuerpo de mujer semi desnudo que alimenta la erótica del varón colocando el cuerpo de la mujer como objeto de deseo? Por mucho que yo sepa que ninguna mujer puede ser objeto sino sólo puede ser sujeto... y sí, también sujeto de deseo. (Recuerdo ahora una respuesta del filósofo español José Bergamín que decía, ¿Cómo quiere usted que sea objetivo si no soy un objeto? Como sujeto sólo puedo ser subjetivo... juegos de la imaginación, traducidos al absurdo del lenguaje.
Ser hereje es quedarse apartada para siempre.
Ser hereje es no poder pertenecer a ningún grupo.
Ser hereje te convierte en una apestada social y familiar.
Ser hereje, querido, te deja a los pies de los caballos... los cuatro del Apocalipsis.
No te apartes de la recta vía, amigo, para que puedas vivir por ti y por mí la dulzura de una bienvenida.
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Narrativa
Tags : Apuntes Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 03/04/2020 a las 23:06 | {0}